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Sep2011Eucaristía perdona pecados graves
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Sep
Hay una dimensión importante de la Eucaristía que tenemos olvidada: ella nos reconcilia con Dios y en ella se nos perdonan los pecados, incluso lo más graves. A este respecto hay un texto poco conocido del Concilio de Trento que vale la pena recordar: el sacrificio de la Misa es verdaderamente propiciatorio, o sea perdonador. Y eso hasta el punto de que el sacrificio eucarístico concede el perdón de todos los pecados, “por graves que sean”. Ya Tomás de Aquino había escrito: “No hay ningún sacramento más saludable que la Eucaristía, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales”. Resulta lógico que el primer efecto de la Eucaristía sea el perdón de los pecados, porque este perdón es condición necesaria para que se produzcan los otros dos efectos: aumento de las virtudes y abundancia de dones espirituales.
Esta relación entre eucaristía y perdón de los pecados aparece explícitamente en las plegarias de la celebración. En el momento central de la eucaristía la Iglesia recuerda que en la Cruz, Cristo derramó su sangre “por todos los hombres para el perdón de los pecados”. Y a lo largo de la celebración, la liturgia se refiere a la Víctima por cuya inmolación el Padre devuelve la amistad a los hombres, Víctima de reconciliación que trae la paz y la salvación al mundo entero. Recordemos que el inicio de la celebración es un rito penitencial: “yo confieso que he pecado mucho”; viene luego la absolución: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados”. Esta fórmula eucarística es la que luego se repite en el sacramento de la penitencia. La penitencia prolonga la eucaristía, la aplica, la repite, y no a la inversa. Y en los ritos finales, antes de la comunión, se reza: “líbranos, Señor, de todos los males… para que vivamos siempre libres de pecado” (también el sacerdote en la “Secreta”, dice: líbrame de mis pecados).
Esto significa que la reconciliación y la penitencia hay que situarlas en el contexto de la eucaristía. El amor incondicional de Dios, expresado en la eucaristía, explica el perdón y lo hace posible. De este modo el sacramento de la reconciliación o penitencia se convierte en el signo y la continuación de algo previamente dado ya en la eucaristía: la amistad de Dios con el hombre, una amistad incondicional, porque tiene su razón primera y única en el amor de Dios, que nos amó cuando éramos pecadores.