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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

17
Mar
2024
José, el que se ajusta a los planes de Dios
2 comentarios

joseelqueseajusta

La figura de José, el esposo de María, puede muy bien situarse en la estela de otro José, el hijo de Jacob, que fue vendido como esclavo por sus hermanos y llegó a ser primer ministro del Faraón de Egipto. Así, cuando sus hermanos tuvieron necesidad de comprar alimentos y acudieron desde Canaán a Egipto para adquirirlos, José, en vez de vengarse, los acogió y salvó a su familia, respondiendo al mal con el bien. Este José era un hombre bueno y casto, un “soñador”, temeroso de Dios.

También el esposo de María dejó Nazaret y fue a Egipto para salvar a su familia. También él recibía en sueños sabias indicaciones divinas para cuidar de su esposa y de su hijo. ¿Por qué tuvo que emigrar a Egipto con su familia? Porque Herodes, un gobernante cruel, temeroso siempre de perder el poder y que, para conservarlo, no dudó en matar a sus tres hijos, pretendió matar a todos los niños de Belén, al enterarse por unos magos venidos de oriente de que allí había nacido el rey de los judíos. El rey Herodes, en el fondo un falso rey, pues había logrado el puesto a base de mil corruptelas, buscaba matar el verdadero rey. Dios respondió a la amenaza enviando un ángel que, apareciéndose de noche en sueños a José, le ordena que huya a Egipto con el niño y su madre, porque Herodes busca al niño para matarlo (Mt 2,13).

José de Nazaret, hombre justo y manso, como era manso el José del Antiguo Testamento, obedece a la palabra de Dios. Custodio por excelencia, defiende la vida del inocente. Los dos Josés fueron mediadores de salvación. El verbo que emplea el ángel cuando se aparece en sueños a José es: “levántate” que, en griego, equivale a: “resucita”. Siendo todavía niño, Jesús estaba en peligro de muerte, pero en ese peligro se anunciaba su resurrección.

La emigración a Egipto de José, al frente de su familia, repite de alguna manera la historia de la salvación, el paso de la esclavitud de Egipto a la libertad, y así lo sugiere el evangelio de Mateo (2,15) al decir que, cuando José regresa a Israel con el niño Jesús, obedeciendo de nuevo a la voz del ángel que se aparece en sueños, se cumplió lo anunciado por el profeta: “de Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1).

De José se dice que era “justo” (Mt 1,19), o sea, un hombre que “se ajusta” a la voluntad de Dios, y así se convierte en instrumento de sus planes y medio de salvación para su familia.

El centro de la vida de José es el cumplimiento de la voluntad de Dios. También nosotros necesitamos que los ángeles, los anunciadores de la Palabra de Dios, vengan a despertarnos de nuestros sueños para que defendamos a nuestras familias, para que defendamos la vida de los inocentes y de los débiles de tantos Herodes que quieren matarlos. Y atención: esos Herodes no son sólo los muchos peligros que vienen del exterior y nos invitan a alejarnos del camino del evangelio, sino también los Herodes que cada uno llevamos en nuestro interior y que toman forma en la comodidad, la cobardía o el miedo.

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12
Mar
2024
Ser amada para ser obedecida
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amadaflor

En su libro de las Constituciones, Santa Teresa decía a las Prioras algo que vale, en primer lugar, para todos los responsables de las comunidades de vida consagrada, pero cuyo alcance va mucho más allá: “procure ser amada, para que sea obedecida”. Si examinamos bien el consejo resulta que el problema con la obediencia no lo tienen los que deben obedecer, sino los que mandan: si quiere ser obedecida, el problema es suyo, procure ser amada. Y si es amada se situará en el terreno de la fraternidad, porque solo puede haber amor entre iguales. Paradójicamente entonces se dará la máxima obediencia, porque el que ama quiere complacer siempre al amado, quiere hacer la voluntad del amado. Fuera de la fraternidad no hay obediencia, hay dominio y superioridad.

Este sabio consejo vale, naturalmente para aquellas y aquellos por quienes ha sido directamente dicho, pero también para todos los cristianos en general. Porque solo donde hay amor, hay verdadera obediencia. Una obediencia libre, voluntaria, gustosa, que se adelanta a los deseos del amado, siempre presto a complacerle. Porque amar es complacer al otro, cumplir su voluntad. No hay nada que “ate” tanto como el amor. En todo matrimonio, que es el lugar de la más profunda y completa amistad, un diálogo como este que ahora expreso en términos muy coloquiales, debería ser el modelo de toda decisión: “cariño, ¿dónde quieres que vayamos de vacaciones?”; respuesta: “donde tu digas, amor”; y replica el primero: “no cariño, donde digas tú”. Siempre lo que quiera el otro. Eso es amar, unir la propia voluntad a la del otro.

Los problemas, en la vida religiosa y en el matrimonio, empiezan cuando no hay amor y entonces cada uno quiere imponer su voluntad. Todas las imposiciones son malas, porque rompen la igualdad que supone el amor y se sitúan en el plano de la superioridad. Y cuando aparecen los superiores siempre hay peligro, pues el que actúa como superior se impone y considera al otro como súbdito o inferior. Ese no es el modelo de Jesús de Nazaret, que nunca habla de superiores, sino de servidores. Para formar comunidades de amor en donde todos y todas sean servidores. Y donde todos son servidores, se sirven los unos a los otros en un plano de igualdad. Solo así puede darse el amor.

Hay una frase terrible y espeluznante de una famosa canción (no voy a poner el nombre del grupo que la cantaba) que dice así: “la mate porque la amaba, la maté porque era mía”. Ese es el gran error, la gran mentira: nadie es propiedad de nadie, aunque todos somos de todos, pero en otro sentido. Somos los unos de los otros porque dependemos de los demás en muchos aspectos, pero sobre todo porque somos hermanos, todos hijas e hijos del mismo Padre. Pero este “ser del otro” es mutuo y de esta forma queda suprimida en su raíz toda propiedad, para dar paso al respeto, al cuidado, al amor.

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8
Mar
2024
Nacidos por abrazados
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embarazo

Cada ser humano es el resultado de un acto de amor. El acto de amor más inmediato es el de los padres. Pero este abrazo de la madre y del padre que provoca una nueva vida es la mediación de una voluntad previa, que es voluntad de Amor, la voluntad de Dios, que nos ha querido y nos ha creado tal como somos, porque cada uno de nosotros somos una maravilla a sus ojos. El ser humano ha sido creado por amor y para el amor. Ya desde el principio de la humanidad Dios ofrece su amor al ser humano y busca una respuesta de amor. El problema que ocurrió en los inicios y que, desgraciadamente puede seguir ocurriendo hoy, es que el ser humano no responda al amor creador con amor, y busque alejarse e independizarse del amor que le ha dado la vida y le sostiene en ella.

Prescindiendo de consideraciones religiosas y quedándome solo con consideraciones antropológicas es posible llegar al mismo resultado. El hijo se asoma al mundo tras un abrazo de varios meses de la madre, un abrazo tan íntimo, tan profundo y tan unitivo, que hace que pueda hablarse de dualidad en la unidad. El hijo no sólo no puede rechazar este abrazo, sino que lo desea con toda vehemencia, porque sabe que ahí está su vida. Si la madre lo rechaza, entonces el otro sujeto del abrazo se pierde para siempre. Tal es la importancia del abrazo para la vida: hemos comenzado a existir rodeados de amor y por causa del amor. Este abrazo hace plausible la hipótesis de que el sello puesto sobre la existencia humana sea el del amor.

El abrazo es una manifestación de afecto entre personas, una manifestación que une los cuerpos de los que se aman. Pues bien, el embarazo es un abrazo de una intensidad tan grande que nunca más podrá experimentar el hombre. Como muy bien dice Carlo Casini, “cada uno ha nacido porque ha sido abrazado durante muchos meses por una mujer”. Desde este punto de vista, el ser y el amor coinciden. Esto nos hace pensar en lo que dice la primera carta de Juan: el Dios Creador es Amor (1 Jn 4,8). En esta misma carta se dice: “hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quién no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14). Podríamos parafrasear: hemos entrado en la vida porque nos han amado. Y sólo podemos vivir si amamos. Sin amor hay muerte.

Lo que hace posible el inicio de toda vida, hace también posible su continuación. ¿Qué son las guerras, que destruyen y matan sino actos de no amor? ¿Qué son las discusiones entre las personas y las familias, que destruyen, separan y matan, sino actos de no amor? ¿Por qué hay niños a los que se impide nacer, pobres a quiénes se hace difícil vivir, hombres y mujeres víctimas de violencia inhumana, ancianos y enfermos muertos a causa de la indiferencia o de una presunta piedad, personas que huyen del miedo, de la violencia, de la miseria y a las que se impide la entrada en nuestros ricos países, países en los que sólo importa el dinero, y cuando importa la política también es porque importa el dinero?

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4
Mar
2024
Misericordia, síntesis de la cuaresma
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misericordia

El Papa Francisco dice que el desafío de una buena homilía es evangelizar la síntesis, porque “donde está tu síntesis, allí está tu corazón”. Voy a ir más allá de la homilía para atreverme a decir donde está mi síntesis de la cuaresma: en la palabra misericordia, tal como decimos en el responsorio de vísperas de cada día: “yo dije: Señor, ten misericordia”.

En realidad, como de hecho ocurre con toda oración de petición, no le estamos pidiendo a Dios que tenga un corazón solidario con nuestras necesidades. Lo que en realidad estamos haciendo es recordarnos a nosotros este corazón solidario, misericordioso de Dios, un corazón que nunca deja de compadecerse, de padecer con nosotros, porque nos ama como no se puede amar más. Pedir a Dios que tenga misericordia es reconocer su inmenso amor hacia nosotros. Y, por tanto, esta petición debe convertirse enseguida en una oración de acción de gracias por este desborde de amor.

Si hacemos caso a las palabras que el evangelista Lucas pone en boca de Jesús: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”, resulta que la misericordia debe ser la ley fundamental que habita en nuestro corazón cuando miramos con ojos sinceros al hermano que encontramos en el camino de la vida. Si hemos sido creados a imagen de Dios, y Dios es por esencia misericordioso, entonces en nuestra misericordia se refleja la imagen de Dios.

La misericordia no es una virtud más, sino la única manera de empezar a parecernos a Dios. El modo de mirar al mundo con compasión, el mirar a las personas con compasión, el mirar los acontecimientos y la vida entera con compasión, es la mejor manera de asemejarnos a Dios. Puede parecer que esto de la compasión no está muy de moda, puede confundirse con sentimentalismo, pero no es así. Para Jesús la compasión es un principio de actuación; sencillamente es interiorizar el dolor ajeno, que me duela a mí el sufrimiento de los demás, reaccionar haciendo lo posible por esa persona y aliviando su sufrimiento en la medida en que yo pueda.

Por otra parte, creer en un Dios misericordioso es abrirnos a la esperanza de ser amados a pesar de nuestro pecado. Nuestros pecados no son un obstáculo para que Dios nos ame. Dios ama siempre. Y esta es nuestra esperanza, fundada no en nuestras fuerzas o méritos, sino en la benevolencia de Dios. Por eso, la esperanza es segura, o por decirlo con palabras de san Pablo: la esperanza no falla, porque su fundamento es el amor que Dios nos tiene. Evidentemente, quién no ama a Dios es incapaz de acoger su amor y, por tanto, no vive la esperanza. El que no viva la esperanza no quiere decir que no haya esperanza para él. Quiere decir que él se priva de una vivencia que le podría hacer feliz.

En una carta a un hermano ministro (o sea, al responsable de una comunidad, al guardián como dicen los franciscanos), san Francisco de Asís le escribió algo que vale para todos y cada uno: “que no haya nadie en el mundo que se aleje de ti sin haber visto en tus ojos misericordia”.

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1
Mar
2024
Cuando la religión es un mercado
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mandamientos

La primera lectura del domingo tercero de cuaresma de este año 2024, ofrece la primera versión de los diez mandamientos que aparece en el Antiguo Testamento. Aunque está escrito en un lenguaje negativo y arcaico, lo que dice se entiende perfectamente y se adelanta en muchos siglos a la conciencia que hoy tenemos de los derechos humanos. Uno de los grandes problemas de hoy es que no sabemos discernir el bien y el mal. Nos hemos olvidado de eso tan fundamental: respetar al otro, respetar siempre su dignidad. Cualquier atentado contra el ser humano es un atentado contra Dios.

Que está formulado en un lenguaje arcaico se ve cuando dice que los esclavos tienen derecho al descanso. En el contexto de la época es una afirmación revolucionaria, pues el esclavo no tenía absolutamente ningún derecho. Otro ejemplo de lenguaje arcaico, pero que bien entendido dice algo maravilloso, es esa comparación que hace entre el castigo que recae hasta la cuarta generación y la misericordia de Dios que dura por mil generaciones. El acento no está en el castigo. Lo que dice el texto es que no hay comparación entre la misericordia de Dios, que es infinita, que no tiene límites, y el castigo que merecen nuestros pecados. No se puede comparar cuatro con mil dice en un lenguaje simplista e infantil. Dicho en un lenguaje más elaborado: la misericordia de Dios supera con creces nuestras maldades. Porque nuestro mal siempre es limitado, el amor de Dios no tiene límites.

En el evangelio no aparece ningún Jesús violento. Jesús no la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales. La cuestión de fondo en este gesto profético es caer en la cuenta de que Jesús es mayor que el templo; él es el verdadero lugar del encuentro con Dios: hablaba del templo de su cuerpo. Encontrándonos con Jesús nos encontramos con Dios, siguiendo sus mandatos cumplimos la voluntad de Dios.

El gesto de Jesús señala la necesidad de una religión donde importa el encuentro y la relación personal con Dios, una religión nueva, personal, donde lo único que importa es el amor. A veces hacemos de la religión una especie de mercado: rece usted tres avemarías a la virgen, o póngale una velita a su imagen, y conseguirá lo que le pida. No, la oración no es pedir, es agradecer y estar. Sí, estar con el amado. Oración es amor, y el amor no es pedir. El amor es dar, agradecer y esperar, pero no pedir.

Esta escena es una crítica a nuestra religión sin corazón, con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de una religión sin fe y sin espiritualidad, una religión hecha de ritos. Lo que Jesús propone es una religión de vida, no de posturas o gestos. Uno de los reproches de Jesús a sus contemporáneos era: “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi”. El culto a Dios ha de ir acompañado siempre por el amor a Dios y al prójimo.

Una de las cosas que deberíamos anunciar es la gratuidad de Dios. Los criterios del mundo no son de gratuidad, son de comercio, de intercambio, de compras y ventas. El mercado lo marca todo, también nuestra relación con Dios y con el prójimo. Todo es exigido, comprado, ganado. Solo lo gratuito puede sorprender, porque es el signo auténtico del amor.

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26
Feb
2024
Esperando un domingo sin ocaso
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domingosinocaso

Dijimos en el post anterior que el ser humano es constitutivamente un ser temporal, un ser de deseos y un ser que pregunta. ¿La temporalidad termina con la muerte o puede abrirse a una nueva dimensión? ¿Los deseos necesariamente se cumplen y las preguntas necesariamente encuentran respuesta satisfactoria, o siempre quedan frustradas?

Las búsquedas, los deseos, las preguntas no implican necesariamente su realización. La búsqueda puede no dar resultado, el deseo quedar insatisfecho y la pregunta quedarse sin respuesta. Pero estas tres actitudes, que nos abren al futuro, manifiestan mi capacidad de acogida y de recepción, y encuentran una sorprendente respuesta en la revelación cristiana. Allí se descubre un Dios que siempre nos espera, que puede ir más allá de todo deseo y que dará respuesta a todas las inquietudes humanas, “a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solo los alimentos terrenos” (así se expresa el Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes, 41).

Este Dios no puede ser alcanzado como exigencia de nuestros deseos. Es siempre pura gracia, puro don. Un regalo, una sorpresa. Y, aunque no podamos saber nada de este regalo, porque desborda toda imaginación (lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni corazón pudo jamás imaginar: 1 Cor 2,9), el cristiano espera que esta sorpresa sea una pura maravilla. El cristiano espera un mañana, sin lágrimas, sin dolor y sin muerte, que no tendrá mañana, pues será un día luminoso que nunca acaba. El cristiano espera, tal como dice uno de los prefacios de la Eucaristía dominical, “el domingo sin ocaso en el que la humanidad entrará en el descanso de Dios”. La humanidad, o sea, todos los seres humanos. “Entonces contemplaremos su rostro y alabaremos por siempre su misericordia”.

Esta es la “gozosa esperanza” con la que debe vivir el cristiano. Una esperanza que da sentido a la vida y la llena de alegría, a pesar de todos las penas y dolores con las que con demasiada frecuencia nos encontramos.

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22
Feb
2024
La esperanza, constitutiva de lo humano
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bancobajoarbol

Antes de ser una virtud religiosa que confía profundamente en Dios y lo espera todo de Él, la esperanza es una realidad humana, una dimensión antropológica fundamental, uno de los modos de ser más radicales y permanentes, pues en todo ser humano hay una espera de seguir viviendo y un deseo de vivir mejor. Siempre estamos abiertos al porvenir, siempre esperamos algo. Y en todo lo que esperamos buscamos la felicidad. Sobre esta dimensión humana se asienta la esperanza teologal, pues el cristiano confía en que un día se cumplirán las promesas de Dios que superan todo deseo.

El ser humano no puede no esperar porque es un ser temporal, un ser de deseos y un ser que pregunta. La temporalidad es constitutiva de lo humano. Tenemos un tiempo. Un día nos encontramos con la vida y otro día la vida se nos irá. Mientras tanto nos abrimos ineludiblemente a lo que viene, al futuro, que siempre está presente en forma de espera. Cuando esta espera se asume consciente y racionalmente se convierte en proyecto. De este modo, el futuro no es lo que todavía no existe, sino lo que está presentido en el ahora como proyecto. El proyecto es la forma humana de la tendencia hacia el futuro. Así el presente penetra el futuro y se convierte en preludio del mismo. Además, la dimensión de futuro tematiza un dato de experiencia: la conciencia que todo ser humano tiene de su finitud, de ser una entidad inconclusa, siempre en camino hacia un “más allá” de su presente. Esta conciencia no sólo impulsa al ser humano a conservar lo que tiene, sino a la búsqueda de una plenitud, de un ser que dure siempre, que nunca acabe.

Por otra parte, no hay ser humano que no desee algo y, sobre todo, que no desee, de una u otra manera, lo que es bueno para él. Todo deseo se abre a la espera de su realización, pero paradójicamente todas las realizaciones nos dejan insatisfechos. Por muy bueno que sea lo encontrado, siempre buscamos más y mejor. Lo deseos nos abren al deseo de una plenitud y felicidad absolutas. Detrás de todo deseo late la búsqueda de una plena saciedad, pues ningún deseo cumplido nos deja plenamente satisfechos. Niestche lo decía de esta forma: “todo placer requiere profunda eternidad”. O sea, hay momentos en la vida que uno desearía que duraran siempre. Nunca nos conformamos con lo que tenemos, y esta no conformidad alimenta una esperanza inextinguible.

Finalmente, todo ser humano se hace preguntas, buscando una respuesta. El hecho de preguntar manifiesta mi limitación, mi necesidad, mi no saber. Pero, a la vez, la pregunta revela una pretensión, la de obtener una respuesta. La pregunta manifiesta mi esperanza de llegar a una situación en la que mi limitación sea remediada. Al manifestar mi limitación y finitud, la necesidad de preguntar termina en una pregunta distinta a todas las demás, la pregunta sobre uno mismo: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿qué va a ser de mi? Esta pregunta, más que ninguna otra, busca una respuesta satisfactoria. El preguntar termina siendo una pregunta por la Vida y por el Todo, pues también el conocimiento quiere avanzar cada vez más hasta un estadio en donde no quede nada por saber.

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18
Feb
2024
Para que la Cuaresma sea concreta
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cuaresmaconcreta

Estoy convencido de que durante este año y el próximo, la esperanza va a estar muy presente en los mensajes de Francisco, en consonancia con el lema propuesto para el año jubilar 2025: “peregrinos de la esperanza”. Sí, peregrinos porque vamos caminando hacia una tierra nueva que, en definitiva, es la patria celestial, pero que debemos anticipar ya en este mundo construyendo el Reino de Dios. Y este peregrinaje está marcado por la esperanza porque el reino definitivo no ha llegado, solo lo vemos de lejos. Y la construcción del Reino de Dios en este mundo deja mucho que desear. Pero sólo si nos tomamos en serio que el Reino hay que anticiparlo en esta tierra, podremos vislumbrar el futuro que Dios prepara para todos y podremos decir que, en verdad, lo esperamos.

El mensaje del Papa para esta cuaresma comienza por constatar que “nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos”. Para recuperar esta esperanza y para que la cuaresma sea concreta, dice el Papa, el primer paso es querer ver la realidad. Y para ello es necesario “escuchar el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos… Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen”. En aras de la concreción Francisco recuerda las dos preguntas que Yahvé le hizo a Caín tras matar a su hermano Abel, preguntas que también debemos hacernos cada uno de nosotros: “¿dónde estás” (Gn 3,9) y “¿dónde está tu hermano” (Gn 4,9). Sí, porque en demasiadas ocasiones estamos alejados de los hermanos, no queremos ver sus penas, sus necesidades y sus debilidades.

Esta cuaresma es tiempo de actuar. Y actuar, dice Francisco, es detenerse: “detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido”. Una buena oración siempre termina por conducirnos al hermano, pues en ella Dios nos encomienda al hermano y nos hace caer en la cuenta de lo mucho que podemos hacer por él. De un modo u otro, en una buena oración siempre decimos: “hágase tu voluntad”. Y la voluntad de Dios es que nos convirtamos en hermanas y en hermanos y que, en lugar de amenazas y enemigos, encontramos compañeras y compañeros de viaje. “Ese es el sueño de Dios, dice el Pontífice, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud”.

Finalmente, el mensaje cuaresmal incide en uno de los temas de este pontificado, a saber, la sinodalidad. La cuaresma puede ser un tiempo de decisiones comunitarias, por eso el Papa invita a las comunidades cristianas a reflexionar sobre los estilos de vida y a preguntarse por su contribución a mejorar el ambiente y el barrio en el que vivimos. Si así lo hacemos brotará en esta cuaresma el destello de una nueva esperanza.

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14
Feb
2024
Cuaresma, tiempo de recogimiento y reflexión
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cuaresma2024

Ya llegó la cuaresma. Tiempo fuerte de la vida cristiana y tiempo de fiestas primaverales en muchos lugares. No hay necesariamente contradicción entre una y otra cosa. Porque la cuaresma no es tiempo de tristeza ni de congoja. Y la alegría es un don del Espíritu Santo. Cuando se trata de sentimientos o de estados de ánimo, la verdadera cuestión no es el sentimiento como tal, sino la causa que lo ha provocado y el modo de vivirlo. Uno puede estar triste porque ha fallecido una persona cercana, y vivir este acontecimiento con serenidad y esperanza cristiana. Y uno puede estar alegre porque ha consumido demasiado alcohol. Por eso digo que es posible celebrar cristianamente la cuaresma y participar de la alegría de las fiestas populares, porque en estas fiestas se fomenta la fraternidad, aunque es posible que, como en todo, ocurran algunos abusos, que las buenas personas tratan de evitar.

La cuaresma tiene una larga tradición y ha sufrido algunas variantes a lo largo de la historia. La tradición de “cuarenta días” es bíblica: cuarenta años estuvo el pueblo de Israel en el desierto, preparándose para entrar en la tierra prometida. Y durante cuarenta días Jesús fue tentado, preparándose para anunciar la buena noticia del Reino. También el cristiano se prepara durante 40 días para celebrar el gran acontecimiento pascual, la muerte y la resurrección de Cristo, punto de partida cronológico y teológico de la fe cristiana. Los grandes acontecimientos requieren de una buena preparación. En el siglo IV la cuaresma estaba firmemente establecida. Sobre todo, era practicada por los candidatos al bautismo y por aquellos que buscaban la reconciliación con la Iglesia, de la que se habían apartado a causa de sus pecados.

¿Cómo vivir esta cuaresma del año 2024? Pues como algo nuevo. No conviene que la empecemos con un sentimiento parecido a este: “ya estamos otra vez en cuaresma, lo de todos los años”. No, no es lo de todos los años. Es algo nuevo, algo que debo vivir este año con intensidad y devoción, buscando una mejor cercanía con el Señor, escuchando con atención su Palabra, orando y celebrando los sacramentos con más devoción, acercándome a los pobres, enfermos y necesitados con más dedicación, acogiendo a quienes se sienten solos y buscan consuelo, comprendiendo y respetando a los emigrantes, cuidando mi cuerpo como templo del Espíritu Santo, no abusando de la comida ni de la bebida y no digamos de aquello que me puede dañar espiritual o corporalmente.

En suma, viviendo la caridad con Dios, con los hermanos y conmigo mismo. Caridad con Dios, o sea, buscando cumplir su voluntad (porque el amigo trata de complacer al amigo); la caridad con los hermanos: no descartando a nadie y mirando con buenos ojos a quienes me pueden necesitar; la caridad conmigo mismo: buscando siempre mi bien, y no olvidándome de que mi bien está en buscar a Dios y en buscar la felicidad de los demás.

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10
Feb
2024
Validez de los sacramentos
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eucaristiabasilica

El pasado tres de febrero, el Dicasterio para la doctrina de la fe publicó una nota sobre la validez de los sacramentos, porque había recibido algunas consultas (referidas a hechos reales) sobre si era válido el bautismo administrado con palabras distintas de las que manda la Iglesia, reproduciendo literalmente las pronunciadas por Jesús: “haced discípulos de todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). Al parecer había constancia fehaciente de bautismos administrados con estas otras palabras: “Te bautizo en nombre del Creador”, o “en nombre de tu padre y de tu madre te bautizamos”. Incluso parece que eso ocurrió con alguien que posteriormente fue ordenado sacerdote. Al ser inválido el bautismo, también lo era la ordenación sacerdotal.

Otra observación a propósito de los sacramentos que, en este caso, no ha tenido repercusiones en los fieles católicos, pero nunca está mal saberlo. No basta que el rito prescrito se observe externamente, porque podría darse el caso de la que intención del ministro difiera de la de la Iglesia. Por eso, la Iglesia católica no reconoce la validez del bautismo conferido por los mormones, dado que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son para ellos algo esencialmente diferente a lo que profesa la Iglesia católica. La misma fórmula trinitaria puede pronunciarse con intenciones distintas.

Los sacramentos son una cosa muy seria. Es el modo como hoy llega a nosotros la gracia de Dios, como Jesucristo se hace presente en nuestra vida. Cierto, son signos, pero unos signos muy especiales: son signos que contienen lo que significan. Dicho de otro modo: son signos (porque señalan, orientan a Cristo) e instrumento (porque en ellos se hace presente, de forma sacramental, Cristo mismo; porque en ellos actúa la fuerza del Espíritu). Por eso no puede cambiarse arbitrariamente el signo. Una institución puede cambiar su logotipo, su signo representativo, porque se trata de un signo convencional. No es este el caso de los sacramentos: es un signo sustancial que tiene su origen en Cristo mismo o en los apóstoles.

Los ministros de los sacramentos tenemos una grave responsabilidad. Pero también es necesario que todos los cristianos tengan una buena educación litúrgica y teológica, porque todos somos responsables de la celebración. A veces se presiona al sacerdote para pedirle que haga lo que no puede hacer. Por poner un ejemplo del que he sido testigo: en una boda, los novios no pueden solicitar que se sustituya la lectura del texto bíblico por una poesía o una ficción literaria que a ellos les ha emocionado. El momento y lugar para leer ese texto no es la liturgia sacramental, sino en todo caso el banquete posterior.

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