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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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31
Dic
2021
Diálogo, educación y trabajo, instrumentos para la paz
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palomadelapaz

Decía en mi post anterior que el año 2021 ha acabado mal por culpa de la nueva variante del virus. Es de esperar que esta ola se supere como se superaron las anteriores. Y, sobre todo, es de esperar que alguna, quizás esta, sea la definitiva. Si así fuera muchos recuperaríamos la calma. La calma no es lo mismo que la paz. Digo esto porque, este año, como viene ocurriendo desde 1968, la Iglesia nos invita a celebrar el uno de enero la Jornada Mundial de la Paz.

La calma es un estado de ánimo. La paz es algo más serio y profundo. Se puede mantener una cierta calma en medio de discusiones, enemistades y guerras, pero no la paz. La paz es fruto del amor, exige una implicación personal y es una tarea permanente. El Papa Francisco, en su mensaje del uno de enero, ha propuesto tres instrumentos para construir una paz duradera: diálogo entre generaciones, la educación y el trabajo.

El diálogo requiere una confianza básica entre los interlocutores, significa escucharse y caminar juntos. Resuenan en estas palabras los ecos de la sinodalidad, una de las preocupaciones de este pontificado. En el mensaje se trata de caminar juntos, de aliarse, de darse la mano las jóvenes generaciones y las más mayores: “por un lado, dice el Papa, los jóvenes necesitan la experiencia existencial, sapiencial y espiritual de los mayores; por el otro, los mayores necesitan el apoyo, el afecto, la creatividad y el dinamismo de los jóvenes”.

Por mi parte añado que este diálogo me parece necesario a todos los niveles. En ocasiones es más fácil entenderse nietos y abuelos que padres e hijos, o que los hermanos entre sí. Quizás porque entre los que son más iguales hay mayor rivalidad, más competencia. En todas las sociedades, también en los grupos y comunidades eclesiales, las diferencias no ocurren tanto entre distintas generaciones sino entre distintas maneras de pensar. Ahí, más que nunca, es necesaria la escucha, la comprensión, el ponerse en la piel del otro, la capacidad de perdón, el no pensar siempre que la culpa es del otro.

Cuando uno solo escucha a los de “su cuerda”, en realidad se escucha a sí mismo. Lo serio, lo fraterno, lo religioso es escuchar a los que tienen visiones u opiniones distintas a las mías. Lo serio, lo fraterno, lo religioso es pensar que quizás el otro tiene parte de razón y parte de verdad. Y si tiene parte de razón y de verdad, el amante de la verdad y la razón debería estar muy interesado en escucharle, en darle la mano, en caminar a su lado.

A propósito del segundo instrumento, la educación, destaco una idea: se trata de invertir muchos más recursos financieros en educación y muchos menos en armamento. Y a propósito del tercero, subrayo lo siguiente: la respuesta a la violencia y a la criminalidad “sólo puede venir a través de una mayor oferta de las oportunidades de trabajo digno”. Sea bienvenido este mensaje, que nos invita a ser, durante todos los días del año, constructores de paz.

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28
Dic
2021
El bien ajeno es mi propio bien
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virusomicron

No hemos acabado bien el año. Lo peor no es el estratosférico precio de la luz. Lo más peligroso es la nueva variante del virus. Ómicron cada día supera los niveles de contagio del día anterior; como primera consecuencia cada día hay más bajas laborales. Lo que cada vez resulta más claro es que las vacunas contribuyen a aminorar los malos efectos del virus. Si sigue propagándose es fundamentalmente porque hay todavía muchas personas sin vacunar. Y cuando digo muchas personas sin vacunar no pienso únicamente en España, en donde en comparación con las cifras mundiales estamos mucho mejor que otros. Estoy pensando en el mundo entero, porque este virus no conoce fronteras y mientras no esté vacunada la mayor parte de la población mundial, el peligro sigue estando ahí para todos.

Con este virus ha quedado muy claro que el bien ajeno es mi propio bien. En la medida en que haya más vacunados, los que ya lo estamos estaremos más seguros. Para eso es necesario dejar de pensar en términos de beneficios para pensar en clave de solidaridad. Digo eso porque mientras no se permita que las fórmulas de las vacunas estén a disposición de todos, las farmacéuticas seguirán enriqueciéndose a costa del sufrimiento de los más pobres y del peligro de todos los demás.

Nos cuesta pensar en clave de solidaridad. El egoísmo nos ciega. Nos hace incapaces de ver que la desgracia ajena es mi propia desgracia y el bien ajeno es mi propio bien. O nos salvamos todos juntos o todos juntos seguiremos en peligro. Aunque solo fuera por motivos egoístas habría que desear el bien de todos. Pero el egoísmo corto, contagiado por el dinero, nos incapacita para ver las bondades propias del bienestar ajeno.

Solemos quedarnos siempre en la superficie, en lo inmediato, en la apariencia. Para ver el bien hay que ir más allá de lo superficial e inmediato, hay que mirar con los ojos del amor. Hay bienes, los buenos y verdaderos, que nos parecen malos porque los miramos desde nuestra concupiscencia. Cuando se habla de concupiscencia muchos piensan en la de la carne. Hay una bastante peor: la jactancia de las riquezas, el orgullo que resulta de la posesión del dinero (1 Jn 2,16).

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25
Dic
2021
Sagrada Familia: ¿mujer sometida?
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belenfamilia

Este año 2021, la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia se celebra el día siguiente a la Navidad. La segunda lectura de la liturgia dominical dice así: “Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas”. Una pésima lectura de esta sorprendente afirmación para los oídos actuales: “mujeres, sed sumisas a vuestros maridos”, sería aislar estas palabras del conjunto de la frase, y entenderlas además sin tener en cuenta el contexto socio-histórico-cultural en el que se escribieron.

El autor de la carta a los colosenses habla de una sumisión “en el Señor”. Pues bien, en el Señor quedan suprimidas todas las diferencias sexuales, sociales, raciales, culturales y nacionales. En el Señor ya no hay hombre ni mujer, ni esclavo ni libre, ni judío ni griego, ni bárbaro ni escita. En el Señor todos somos “uno”. Y si somos uno es porque nos pertenecemos los unos a los otros. Si esto es así, el adjetivo “sumisión” no puede aplicarse en un solo sentido, sino en sentido mutuo: “sed sumisos los unos a los otros”, las mujeres a los maridos y los maridos a las mujeres.

En segundo lugar, después de aplicar el adjetivo sumisión a las mujeres, el autor de la carta indica imperativamente que los maridos deben amar a sus mujeres. El amor es mucho más difícil y exigente que la sumisión. El que se somete puede aborrecer a quién le somete; y siempre puede fingir y disimular. El amor no admite disimulos, supone decisión personal por parte del que ama, entrega al otro, deseo de bien hacia el amado, búsqueda de lo mejor para él aún a costa de la propia comodidad. La sumisión crea siempre superioridades e inferioridades; el amor anula todas las diferencias, iguala al amante con el amado.

Entendida en el contexto de hoy, la palabra sumisión es totalmente incompatible con el amor. Por eso la frase de san Pablo debe entenderse en el contexto de una cultura machista y misógina, en la que se consideraba que las mujeres eran propiedad del marido. En este contexto socio-cultural, la exhortación del apóstol a los maridos para que amen a sus mujeres es totalmente revolucionaria, contra-cultural, rompedora. El apóstol empieza utilizando el lenguaje de la época, pero enseguida pone una apostilla que anula totalmente la perversidad del lenguaje: sumisas, quizás, pero “en el Señor”. Y tras la apostilla que anula la perversidad de la sumisión (tal como hoy la entendemos), viene lo revolucionario (siempre situándonos en el contexto del siglo primero): maridos, amad a vuestras mujeres.

La Biblia es histórica y utiliza, en ocasiones, imágenes propias de una época que hoy ya no resultan adecuadas ni significativas. Por eso, más allá del lenguaje, debemos quedarnos con el fondo del mensaje y no con sus expresiones muy mejorables: mujeres, maridos, hijas e hijos; lo que importa en una familia, en definitiva, es el amor mutuo, el respeto mutuo, la ayuda mutua. Mutuo, eso es lo decisivo en el evangelio de Jesús: amaos los unos a los otros. Unos a otros y otros a unos. Amor recíproco, ese es el amor cristiano en la familia y en todo tipo de relaciones humanas.

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24
Dic
2021
El Verbo se hizo judío
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judio

La clave de toda la fe cristiana es Jesucristo. Este nombre es un compuesto de otros dos: Jesús y Cristo. Jesús de Nazaret, un judío del siglo primero, hijo de José y de María, es confesado como el Cristo, el Mesías, el enviado definitivo de Dios. Por tanto, sólo puede decirse con toda propiedad “Jesucristo” desde la fe. El nombre de Jesús puede decirse desde la no fe, y por esto, el hombre cuyo nombre es Jesús es objeto de la investigación histórica y su vida y obra puede recibir distintas interpretaciones. Cuando decimos “Jesucristo” estamos optando por una de las posibles interpretaciones de Jesús.

El calificativo de Cristo, que atribuimos a Jesús, si lo entendemos como el enviado por Dios, el que proviene de Dios, termina orientando al misterio mismo de Dios. Es enviado por Dios, porque procede de Dios. Según nuestra fe, procede de Dios porque antes de nacer de María era “la Palabra que estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). La explicación cristiana de este estar en Dios, por una parte, y ser Dios, por otra parte, utiliza la analogía de la palabra concebida en nuestra mente: “nada hay tan semejante al Hijo de Dios como la palabra concebida en nuestra mente” (Tomás de Aquino). Ahora bien, mientras está en la mente, la Palabra sólo la conoce el que la ha concebido. Pero si quiere ser oída y manifestarse al exterior debe hacerlo de forma comprensible, debe ser dicha y oída. En lo que se refiere a la Palabra de Dios eso significa que “la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14).

Ahora bien, si se hizo carne, si se hizo “hombre como nosotros”, entonces no podemos comprenderlo desde la abstracción de lo humano. Porque lo humano no existe, solo existen individuos, solo existen personas concretas, de una altura, una raza, una lengua, unas características propias y únicas de cada uno. Por eso, decir que el Verbo se hizo judío es un modo de decir que se hizo verdaderamente humano con una humanidad concreta. La humanidad “ideal” es abstracta, no es de ningún lugar. O sea, no existe. Existen seres humanos, cada uno de un lugar, de una raza, de un sexo, de un tiempo. Decir que el Verbo se hizo judío es recalcar la verdad de la Encarnación.

“La salvación viene de los judíos” (Jn 4,22). Lo dijo un judío hace dos mil años, el mismo judío al que sus seguidores proclamaron Hijo de Dios y resucitado de entre los muertos. La salvación viene de los judíos, sí, pero no de los judíos en general o en abstracto. Viene de un judío concreto, de un judío eterno: Jesús, el hijo de María.

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19
Dic
2021
Embarazo de alto riesgo
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joseymariaabelen

El colorido y la alegría espontánea de las fiestas navideñas, no deben hacernos olvidar las dificultades históricas de aquel nacimiento. Por otra parte, desde la perspectiva teológica, a veces insistimos en la obra salvadora del Jesús adulto, en su crucifixión y resurrección, y olvidamos la aceptación divina de la vulnerabilidad, que se manifiesta en la encarnación: no retuvo su categoría de Dios, se hizo uno de tantos, compartió la naturaleza humana común a todos, dice san Pablo a los filipenses (2,6-7). Si se hizo uno de tantos, en una situación histórica y geográfica concreta, debió pasar por todas las dificultades y riesgos que pasaban los recién nacidos en aquella sociedad. Una pregunta: ¿cuál era la tasa de mortalidad infantil en la Galilea del siglo primero? No he encontrado los datos, pero seguro que era muy alta. Ese era el primer riesgo que corrían todos los nacidos entonces.

La buena nueva liberadora de la encarnación divina no comienza en el ministerio de Jesús como adulto. “Por el contrario, dice Elizabeth O’Donell Gandolfo, comienza con un embarazo de alto riesgo social; con un parto humilde, desordenado y doloroso, y con el cuerpo natal de un niño chillón, dependiente y vulnerable”. Lo de alto riesgo social, además de las implicaciones que antes he notado sobre la mortalidad infantil y, por supuesto, la falta de comadrona durante el parto, tiene una implicación socio-familiar muy significativa. “No tenían sitio en el alojamiento” dice el evangelista (Lc 2,6).

El término griego traducido por alojamiento, “katályma”, designa una sala de aquellas casas de campesinos de la época, donde albergaban a los huéspedes. Lo lógico es que José, al llegar a Belén, pidiera alojamiento en casa de sus parientes. Pero ellos no le recibieron: “vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11), les enviaron a un pesebre, comedero del ganado, que sin duda se hallaba instalado en la pared de su pobre casa. ¿Cómo es posible que la propia familia de José no quisiera recibirles? Probablemente estaban escandalizados de un embarazo no previsto, tan no previsto que el nacimiento estaba a punto de producirse a los pocos meses -bastantes menos de nueve- de matrimonio. Un auténtico escándalo para gentes religiosas y bien pensantes.

El amor divino, en la Encarnación, comienza por enfrentarse a una inevitable vulnerabilidad. Fijarnos en el vulnerable niño Jesús y recordar la dependencia de todo niño de sus cuidadores, nos recuerda que la vulnerabilidad es una dimensión de toda vida humana. Siempre dependemos de alguien y siempre estamos enfrentados a la amenaza del dolor, del sufrimiento, de la marginación, de la maledicencia y de la muerte. La respuesta a la vulnerabilidad es el cuidado. El cuidado que tuvieron José y María del niño Jesús, y el cuidado que debemos tener los unos de los otros.

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14
Dic
2021
Encarnación, mediación de una carne perecedera
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belen21.1

Los sacramentos son la consecuencia extrema del misterio de la Encarnación. Ellos son la prolongación de la humanidad de Cristo en la vida del creyente. La salvación cristiana pasa por la carne. En primer lugar, por la carne de Cristo, y luego por la prolongación de esta carne en los sacramentos.

El Creador nos ha dotado de todo lo necesario para llegar a lo esencial, a saber: cuerpo, ojos, mano, boca. Si la telefonía móvil hubiera sido más adecuada para llegar a lo esencial nos hubiera dotado del poder de telepatía. Pero no, únicamente nuestros brazos son apropiados para abrazar al hermano, nuestras palmas para acariciar y nuestras bocas sin megáfono ni teléfono para besar. Por eso, los sacramentos operan desde la proximidad corporal, desde el contacto físico. En el bautismo el sacerdote nos sumerge en la piscina bautismal, pone las manos sobre nuestra cabeza para infundirnos el Espíritu Santo, hace entrar a Cristo en nuestra boca para que lo mastiquemos. Es imposible confesarse por messenger o comulgar por webcam.

Los dones supremos del Eterno reclaman la mediación de esta carne perecedera. A partir de ahí se comprende el sentido que tiene el sacerdocio. Un hombre ordinario, un pobre pecador, puede ser intermediario de la misericordia divina con solo darnos la absolución. Fabrice Hadjadj, a propósito del pobre sacerdote que con una simple fórmula nos devuelve la gracia, hace notar que el demonio no lo soporta, porque ahí es donde se siente más humillado. Y añade algo que viene bien recordar en este tiempo de adviento: según Grignion de Monfort el demonio temía más a María que a Dios mismo, porque le resultaba más humillante ser aplastado por una joven que por el Todopoderoso. Se comprende: si quién vence al campeón de la liga española de futbol es el campeón de Europa, la cosa es soportable para el aficionado; lo que resulta del todo inaceptable es que le derrote un equipo de tercera división.

Al demonio, sigue diciendo Fabrice Hadjadj, le encantaría que el cristianismo fuera una ideología, una serie de dogmas ideales, un cuerpo de doctrina sin “cuerpo palpable”. Y que lo que nos uniera y reuniera fueran una serie de ideas. Pero no, el signo de la unidad de los fieles católicos es un hombre de carne y hueso, el Vicario de Cristo, que tiene una cara que a unos no les gusta, una serie de tics que caen mal a otros y lo hacen caricaturizable. Esta carnalidad que nos congrega nos impide vivir en la abstracción y nos obliga a que la relación con el Evangelio se haga a través de un pobre hombre como nosotros, vicario del Verbo que se ha hecho uno de nosotros.

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10
Dic
2021
¿Por qué decimos Padre nuestro que estás en el cielo?
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cielodeDios

Ahora que se acerca la fiesta de Navidad, en la que celebramos el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, puede resultar interesante preguntarnos por qué decimos, en la oración que Jesús nos enseñó, que el Padre “está en el cielo”. Puede ser interesante porque esta expresión nos remite a la doble dimensión de la divinidad que implica el misterio de la Encarnación, a saber, que Dios es a la vez trascendente e inmanente. Dicho de otra manera: Dios es “el totalmente otro”, el que supera todo lo que podemos decir e imaginar, el que está “en otra dimensión”; y a la vez, es cercano, próximo, hasta el punto de que se hace uno de nosotros. Su inmanencia no anula su trascendencia, y su trascendencia no impide su inmanencia. Vamos, pues con el significa que tiene la afirmación del Padre nuestro “que estás en el cielo”. La explicación que ofrezco a continuación no sólo está directamente inspirada en Tomás de Aquino, sino que utiliza en gran parte sus palabras literales.

Por parte, decimos “que estás en el cielo” contra los que, al orar, se representan y elaboran de Dios toda suerte de fantasías materiales. Por eso se dice que está en el cielo, porque como está muy por encima de las cosas sensibles, muestra así la grandeza de Dios que todo lo supera, incluso la inteligencia y los anhelos de los hombres; así, todo lo que se puede pensar o desear queda por debajo de Dios. Por lo cual se dice en Job: “Sí, Dios es grande y no lo comprendemos” (36,26); en los Salmos: “El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo” (112,4); y en Isaías: “¿Con quién asemejaréis a Dios?” (40,16).

Por otra, la familiaridad de Dios se nos muestra si por “cielo” entendemos “los santos”. Como a causa de su sublimidad algunos dijeron que no se ocupa de las cosas humanas, conviene considerar su proximidad, aún más, su intimidad con nosotros; por esto se dice que está en el cielo, es decir, en los santos, que es lo que significa, como aparece en los Salmos: “El cielo proclama la gloria de Dios” (18,2) y en Jeremías: “Tú estás entre nosotros, Señor” (14,9).

Resumo con otras palabras la doble explicación de Tomás de Aquino. El cielo indica la trascendencia de Dios, la imposibilidad de representarlo con nada material ni terreno. Y el cielo significa la santidad, la limpieza de corazón en la que Dios se hace presente. El Dios que es superior a todo, es también más íntimo que nuestra intimidad; y aquellos que viven una vida santa pueden experimentar, aunque sea pobremente, que Dios les acompaña en su vida porque en sus corazones se derrama el Espíritu Santo. Ellos son el cielo en el que Dios habita.

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7
Dic
2021
La Inmaculada, una buena patrona
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virgenvalencia

La Inmaculada es la patrona de España y de numerosos pueblos y países, sobre todo latinoamericanos; es patrona de algunas instituciones y colectivos, por ejemplo, de los farmacéuticos.

La palabra patrón tiene distintos significados: patrón o patrona es el amo, la dueña, el propietario, el que manda, el que tiene criados o trabajadores. O sea, el que está por encima. Cuando se está por encima se corre el peligro de abusar o maltratar a los inferiores. En este sentido, el patrón tiene poco de evangélico: en el mundo las cosas funcionan así, dice Jesús, pero entre vosotros nada de eso; el que quiera ser el primero entre vosotros, que se haga el último de todos y el servidor de todos.

Patrón tiene otros sentidos más positivos: patrón puede ser el protector, el defensor. Por eso, los pueblos o las congregaciones religiosas suelen buscarse buenos defensores, buenos intercesores. La Virgen María es la mejor intercesora. Ella, por su santidad de vida, está cerca de Dios. Y está muy cerca de nosotros. Por eso, en la Salve, la aclamamos “abogada nuestra”, la mejor abogada, la que intercede ahora en el cielo ante su Hijo, como lo hizo durante su vida mortal: “no tienen vino”. Hoy seguimos necesitando el vino de la alegría, porque la vida no es fácil y en demasiadas ocasiones nos abruma. Los que vivimos en este valle de lágrimas (como decimos en la Salve), aclamamos a María (en las letanías a ella dedicadas) como “causa de nuestra alegría”. Ella nos consuela en nuestras penas, nos sostiene cuando estamos decaídos.

Finalmente, patrón es el modelo del que se sirve un artesano para sacar otra cosa igual. Aplicado a María: ella es el mejor patrón, o la mejor patrona de vida cristiana; mirándola a ella tenemos una buena orientación para vivir evangélicamente. El Vaticano II dice que María es el modelo y el ejemplar más acabado de la fe y del amor cristianos. María es el mejor modelo de fe que encontramos en el Nuevo Testamento. Las primeras palabras que los evangelistas ponen en su boca son la constante de toda su vida: “hágase en mí según tu Palabra”, o sea, que se cumpla en mi vida la voluntad de Dios. Son palabras parecidas a otras que Jesús dice refiriéndose directa o indirectamente a María: mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios. Estas palabras sobre el cumplimiento de la voluntad de Dios se aplican en primer lugar a ella, modelo de creyente, virgen fiel, ideal de santidad.

Y María es modelo de amor: después de haber acogido la Palabra que el ángel en la anunciación le dice de parte de Dios, en vez de complacerse en sí misma, se dirige a un pueblo de Judá, donde estaba su parienta Isabel, y allí canta que Dios hace maravillas con los que se ocupan y preocupan de los pobres y de los humildes. Unas maravillas muy distintas de las que el mundo proclama. El mundo busca poder; María proclama que Dios derriba a los poderosos. El mundo busca grandeza; María proclama que Dios enaltece a los humildes. El mundo busca riqueza. María proclama que hay que llenar de bienes a los hambrientos. El mundo favorece la guerra; María proclama la misericordia y el perdón de Dios.

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2
Dic
2021
Concebida sin pecado original
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virgenenredondo

Algunos grandes teólogos, nada sospechosos de no amar a la Virgen María, no estaban convencidos de que hubiera sido concebida sin pecado original. Entre estos grandes el más citado es Tomás de Aquino. Pero San Anselmo, San Bernardo y San Buenaventura pensaban lo mismo.

El amor no se manifiesta a base de adjetivos. Se manifiesta respetando la verdad y ofreciendo motivos por los que uno piensa o actúa de una determinada manera. ¿Cuáles eran las razones que tenía Tomás de Aquino para pensar que María, como todos los humanos, fue concebida en pecado original? No es cuestión ahora de entrar en la problemática del pecado original que desencadenó San Agustín. Vamos a fijarnos solo en su aplicación a la concepción de María. Tampoco es cuestión de entrar en la agitada prehistoria que condujo a la proclamación del dogma.

Las razones que tenían los teólogos medievales eran, fundamentalmente, estas dos: si, según san Agustín, el pecado original se transmite por el placer sexual del momento de la concepción, entonces es evidente que María “fue engendrada con la intervención de los dos sexos, que no puede ser sin pasión” (Tomás de Aquino). El segundo motivo partía de otro prejuicio, a saber, que quién no ha incurrido en pecado no puede ser beneficiario de la salvación de Cristo. Hoy la teología no funciona con esos presupuestos: ni el pecado original se transmite por el acto sexual, ni la necesidad de Cristo está condicionada por el pecado. Con pecado o sin pecado todos necesitamos de Cristo; su acción es eminentemente salvífica y elevante, no sólo sanante.

Los medievales afirmaban la eminente santidad de María. Más aún, “que pese a ser concebida con pecado original, fue purificada de él de un modo especial. Algunos son lavados del pecado original una vez nacidos, como los que son santificados por el bautismo… María fue santificada en el mismo vientre materno, antes de nacer”. Por eso, nació toda santa: “la bienaventurada Virgen María fue santificada con tal abundancia de gracia que ya quedó inmune, desde el seno materno, a todo pecado, no sólo mortal, sino incluso venial” (Tomás de Aquino).

Escoto dio un giro copernicano a la discusión de si el pecado condicionaba la necesidad que María tenía de Cristo. Pues si admitimos que la Madre del Señor fue santificada desde el primer instante, exenta de pecado, no solo no atentamos contra la universalidad y eficacia de la cruz de Cristo, sino que solo entonces reconocemos a Cristo como el sobreabundante y eminentísimo Redentor. Cristo redime a María con la más perfecta de las redenciones: con gracia previniente y elevante, de forma más “eminente”, (Lumen Gentium, 53), más plena. ¿Cómo comprender esa mayor necesidad de Cristo cuanto mayor es la santidad? Porque cuanto más se avanza en el camino de la santidad, cuanto más se conoce al Señor, más se comprende la necesidad que de él tenemos y tanto menos dispuestos estamos a dejarle. Cuanto más conocemos a Dios, más le deseamos.

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28
Nov
2021
Adviento: esperas y esperanzas
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advientoflores

Lo de todos los años. Ya ha llegado la Navidad en los grandes almacenes y en casi todos los comercios. Las lucecitas, los árboles iluminados, los muñecos de papá Noel y toda la parafernalia de una fiesta superficial. En estos últimos días hasta he tenido la impresión de que en algunos comercios la Navidad comienza con el “black friday”. Esta es una batalla perdida. Por eso, lo único que cabe hacer para ganarla es reírse de ella, de la batalla y de los consumidores compulsivos que se dejan arrastrar por la falsa verdad de una pequeña esperanza engañosa.

Frente a la pequeña esperanza, la fe cristiana propone la gran esperanza, la que no falla. En este tiempo de adviento esta esperanza tiene dos direcciones, una que mira al pasado, pero que en realidad no es motivo de nostalgia, sino de agradecimiento admirativo, y otra que mira al futuro, que no es motivo de temor, sino de gran alegría, la alegría de encontrarnos con el mismo Amor que en Jesús se encarnó. Dicho con otras palabras, en adviento celebramos dos importantes artículos del Credo de la fe cristiana. La primera parte del adviento celebra que el Señor resucitado “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. En la segunda parte nos preparamos a celebrar este otro artículo de la fe: el Verbo, que está en el seno del Padre, “se encarnó de María, la virgen, y se hizo hombre”.

Los dos artículos tienen como punto de unión el amor de Dios. El amor de Dios que quiso manifestarse en Jesús, y el amor de Dios que vendrá al final de los tiempos y al final de cada vida humana, para recibirnos con misericordia en sus brazos amorosos. La esperanza cristiana se dirige, sobre todo, a este último acontecimiento. Es la gran esperanza. Si no vivimos de esta gran esperanza, la vida carece de sentido y todas nuestras pequeñas esperas terminan defraudando. Desde luego la espera de la lotería es la más tonta de todas las esperas, porque bien sabemos que las posibilidades de que toque algo bueno son mínimas. Pero incluso si, por casualidad sonase la flauta y algo cayera, lo que nos toque no nos salvará la vida. A lo sumo provocará un momento de euforia y luego nuestra vida seguirá tan vacía o más que antes del toque.

La verdadera, la gran esperanza del ser humano que resiste a pesar de todas las desilusiones solo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y nos sigue amando hasta el extremo (Jn 13,19).

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