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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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31
Dic
2022
Benedicto XVI, un fiel servidor
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BenedictoXVI

Con 95 años de edad, acaba de fallecer Joseph Aloisius Ratzinger. El joven teólogo Ratzinger terminó siendo el Papa Benedicto XVI. Entre uno y otro servicio, ocupó el delicado puesto de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Más allá de cualquier otra consideración, hay que decir que ha sido una vida fructífera, de un hombre bueno y honrado, que ha servido con fidelidad al Pueblo de Dios.

Recuerdo que, teniendo 24 años, leí uno de sus primeros libros, traducido a muchos idiomas, titulado: “Introducción al cristianismo”. Todavía conservo aquella antigua edición. Como el libro me pareció sugerente, lo recomendé a una serie de muchachas del colegio francés en el que tenía un servicio pastoral. Una de las que me parecieron buenas aportaciones de este libro, referente a la escatología, fue luego corregida por su propio autor, aunque yo sigo prefiriendo la primera versión. Ocurre con todos los buenos pensadores: son capaces de rectificar.

Le he leído muchas otras cosas. Me pareció muy significativo y acertado que su primera gran aportación magisterial, en forma de encíclica, se titulara: “Deus caritas est”. Ratzinger siempre iba a lo esencial. Su obra culminó con el libro: “Jesús de Nazaret”, en el que tuvo la honradez de reconocer que no tenía valor de magisterio, puesto que lo escribía como teólogo y, por tanto, cualquiera era libre de contradecirle.

Estos días se escribirán muchas reseñas sobre Benedicto XVI. Yo mismo, a petición de la dirección, he escrito una para la página de dominicos.org. Pero me ha parecido oportuno dejar constancia en el blog de mi admiración por el teólogo Joseph Ratzinger y de mi respeto por el Papa Benedicto XVI. Su dimisión fue un acto de lucidez, y el respeto por la labor de su sucesor ha sido un acto de caballerosidad, que merece todos los aplausos. Con Benedicto XVI comenzó la transparencia y una serie de reformas que ahora continúan y no tienen marcha atrás.

Acabo este pequeño homenaje con unas palabras suyas, que son una buena manifestación de su profunda espiritualidad: “Por mucha confianza que tenga en que el buen Dios no puede rechazarme, cuánto más cerca estoy de su rostro, tanto más fuertemente me percato de cuántas cosas he hecho mal. En este sentido también el lastre de la culpa le oprime a uno, aunque la confianza fundamental está, por supuesto, siempre ahí”.

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28
Dic
2022
¿Sirve de algo hacer balance del año?
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balance

Cuando acaba el año hay quién hace balance. Las entidades financieras y las empresas hacen balances económicos para determinar sus pérdidas y ganancias. El resultado del balance es calificado de bueno, no si hay más ganancias que pérdidas, sino si las ganancias son mayores que las del pasado año. La economía siempre es autorreferencial, sólo piensa en su propio crecimiento, sin importarle el bienestar de las personas. Sin embargo, el buen balance podría tener otros criterios: ¿a cuántas personas ha ayudado la entidad financiera? La pregunta es puramente retórica, pues cualquiera sabe que las entidades financieras no son casas de caridad.

Se podría hacer un balance del año político, con resultado negativo. También los políticos son autorreferenciales. Siempre ocupados en conservar el poder, haciendo del poder un fin en sí mismo. Otro tipo de balances, por ejemplo, el eclesial, suscita división de opiniones, en función de la perspectiva con la que uno lo juzga y del lugar en que se sitúa. Los balances nunca suelen ser del todo objetivos, siempre están muy condicionados por el color del cristal con que miramos los acontecimientos. Los dos acontecimientos eclesiales del año han sido el Sínodo sobre la sinodalidad y la implicación de la Santa Sede en la búsqueda de paz en Ucrania.

Aunque esté condicionado por el color de mi cristal, el único balance que me parece útil es el de la propia vida. Ahí podemos ser más objetivos, porque a solas nadie se engaña. Si hay que presentar el balance de la vida a otras personas, entonces este balance tiene muchas probabilidades de ser falso, porque a todos nos gusta quedar bien ante los demás. Pero si el balance solo te lo presentas a ti, quizás puedas ser un poco crítico contigo mismo. O un poco humilde. Y eso siempre puede ayudar a mejorar. Si el balance sale negativo no conviene desanimarse. San Pablo decía a los fieles de Corinto: “A mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni siquiera me juzgo a mi mismo! Cierto que mi conciencia nada me reprocha, más no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor” (1 Cor 4,3-4).

Pero incluso si la conciencia nos reprocha algo, es bueno recordar que “mi juez es el Señor”. Saber esto es consolador, pues como dice la primera carta de Juan (3,20), “en caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo”. Dios es más clarividente y magnánimo que nuestro corazón. El conoce nuestra debilidad. Pero, sobre todo, él es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad. Por eso, los balances que uno hace delante de Dios, pueden ser motivo para arrepentirse, pero nunca para desesperarse. El pasado, pasado está. Importa el presente. Y el presente siempre comienza de nuevo. Los nuevos comienzos dependen de nosotros.

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24
Dic
2022
Navidad: agua unida al vino
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Hay un gesto en la liturgia eucarística que suele pasar desapercibido: al comienzo del ofertorio, en el cáliz que ya contiene vino, se deja caer una pequeña gota de agua. Al parecer, el origen de este gesto se remonta a la costumbre de los países mediterráneos, que nunca solían beber vino sin mezclarlo con agua. Esta gota de agua nos une al origen de la eucaristía: hacemos lo que hizo Jesucristo.

¿Qué sentido tiene este pequeño gesto? La oración en voz baja, en secreto, que pronuncia el sacerdote al echar el agua al vino, nos ofrece ya una buena orientación: “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”. Ya en el siglo III, San Cipriano de Cartago afirmaba que en esta unión del agua con el vino está representada la unión del pueblo (agua) con Cristo (vino). “Cuando en el cáliz se mezclan el agua y el vino, dice el santo, el pueblo se une con Cristo, y la multitud de los creyentes se une y se junta con aquel en quien cree”.

 A principios del siglo IX se comenzó a ver en esta unión del agua con el vino, una imagen del misterio de la Navidad: Dios y el hombre se hacen una sola cosa. En Cristo, Dios toma la naturaleza humana para que el hombre pueda participar de la naturaleza divina. Se produce así, como dice uno de los prefacios del tiempo de Navidad, “el maravilloso intercambio que nos salva, pues al revestirse Cristo de nuestra frágil condición no solo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos”. Al respecto dice acertadamente Joseph Ratzinger: “La pobre gotita de agua que se hunde en el vino, mucho más preciado y fuerte, representa el hacerse hombre de Dios. Al pobre ser que es el hombre se le acoge en el océano de la divinidad. En el corazón de Dios está el hombre”.

Belén, la hora de la Encarnación, el comienzo del misterio de Cristo, es colocado y rememorado al comienzo de cada eucaristía. En esta gota mezclada con el vino queda claro que la Encarnación no se refiere solo al misterio de Cristo, sino a todo ser humano. Con su Encarnación, Dios se ha unido con la humanidad entera, pues esta agua que se une al vino es representativa de todos los humanos. Esto significa también que solo puedo unirme con Cristo si quiero tener comunidad con todos los hombres. No puedo tener a Cristo contra los demás. Solo puedo llegar a un encuentro con Él si no me encierro en mi mismo, si voy hacia los demás no sólo con palabras o sentimientos, sino con mis actos y mi vida.

La gota de agua vertida en el vino eucarístico representa el hacerse uno de Dios y hombre en Cristo, pero también representa que en Cristo estamos unidos a la humanidad entera, porque todos somos hermanas y hermanos.

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20
Dic
2022
María, virgen madre
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virgenmadre

Decir de una mujer que es virgen y madre a la vez puede parecer absurdo. Sin embargo, la fe cristiana habla de una mujer que es virgen y madre. ¿Estamos ante un mito o ante una verdad histórica? La segunda alternativa es la buena si pensamos que el poder creador de Dios puede hacer compatible lo que para los humanos resulta imposible. Naturalmente, para no caer en la tentación de considerar la maternidad virginal de María como un mito, será necesario ofrecer una explicación teológica de su sentido. Y su sentido es cristológico. La maternidad virginal de María está al servicio no sólo de la comprensión del misterio de Cristo, sino de su posibilidad misma.

Madre: sin María no hay encarnación, no hay venida del Hijo de Dios al mundo. La verdad fundamental sobre María es haber sido elegida para ser Madre de Dios. María aparece ahí totalmente al servicio de la comprensión de la verdad sobre Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. El único modo de ser humano y de entrar en el mundo es a través del vientre de una mujer. El cuerpo de Cristo, dice Tomás de Aquino, fue tomado de María; la sustancia del cuerpo de Cristo no bajó del cielo; fue formado por el poder del cielo, es decir, del Espíritu Santo. El nacimiento de Cristo “fue natural por parte de la madre”, añade el santo. La maternidad “verdadera y natural” de María es el sello que garantiza el realismo de la encarnación. En este sentido la figura de María es clave para afirmar la gran verdad de la perfecta humanidad de Jesús.

Estrechamente relacionada con la maternidad divina está la virginidad de María. Esta virginidad no se entiende en función de sí misma, sino al servicio de Cristo, en este caso al servicio de la verdadera divinidad. Además de ser un dato histórico, la virginidad es una verdad teológica, y está totalmente al servicio del misterio de Cristo. Por eso, decía Tomás de Aquino, que la concepción virginal es “un milagro objeto de fe”; y está totalmente al servicio de la confesión de fe cristológica. Más recientemente, Benedicto XVI ha reafirmado que “el parto virginal es piedra de toque de la fe y elemento fundamental de nuestra fe”.

Para significar claramente que el Hijo de Dios ha venido del Padre desde el mismo momento de su concepción y que la salvación no es resultado del poder humano, Dios ha elegido a una virgen para nacer entre nosotros. En suma, la virginidad de María es el correlato humano de la verdad de fe de que el niño que nace de María “sólo” tiene a Dios por Padre. La consecuencia humana de esta filiación divina (y solo divina) es la no paternidad humana (la ausencia de semen viril) y, por tanto, la virginidad de la madre.

María madre y virgen. De esta manera, dice Tomás de Aquino, en María quedan honradas la virginidad y el matrimonio. María es una buena referencia cualquiera que sea nuestro estado de vida, porque lo que importa no es si uno es viudo, soltero, casado, religioso o sacerdote. Lo que importa es que seamos fieles al Señor.

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16
Dic
2022
José, patrón del buen nacimiento
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cuartoadviento

Jesús nace por el poder del cielo, pero toma la carne de María. El esposo de María no es el padre biológico de Jesús. Sin embargo, la figura de José es necesaria para que se cumpla una importante profecía, a saber, que el Hijo de Dios nacería del linaje de David según la carne (Rm 1,3). Gracias a José, Jesús entronca con el linaje de David. Por eso José es el que pone nombre a Jesús (Mt 1,21), porque a él le corresponde la paternidad davídica. José es necesario, no solo como marido y padre custodio, sino como mediador que hace posible el cumplimiento de las profecías y, por tanto, hace posible un elemento fundamental del mesianismo de Jesús. La necesidad de José es teológica.

Cuando Jesús comienza su ministerio público, José nunca aparece. De ahí se ha deducido que José murió antes de que Jesús comenzará su ministerio como predicador del Reino de Dios. ¿Cómo murió José? Una tradición cristiana dice que murió en brazos de Jesús y de María, antes de que ellos dejaran la casa de Nazaret. Por este motivo el pueblo cristiano siempre ha tenido a san José como patrono de la buena muerte; y por eso se le pide auxilio para tener una “buena muerte”. Un dominico lituano, Pavel Syssoev, después de referirse a esta tradición, añade: “el evangelio, por su parte, hace de José el patrón del buen nacimiento, el del Espíritu”.

José se sabe servidor de los caminos de Dios. Y, por eso, bien podemos decir que es padre espiritual de Jesús. Pues ser padre no es sólo engendrar; es cuidar, educar, proteger, alimentar, formar en la libertad. En el rostro de José, Jesús vio reflejado el rostro del buen Padre del cielo que vela por su hijo. Cierto, el nacimiento de Jesús no procede de la fecundidad natural, sino de tres instancias (si se me permite hablar así) necesarias para comprender el misterio de la Encarnación: la paternidad de Dios, la carne de María y la obediencia de José, gracias al cual Jesús pudo ser llamado hijo de David. Renunciando a la paternidad biológica, José es padre por obra del Espíritu Santo.

Mientras los evangelios ponen algunas palabras en boca de María, no ponen ninguna en boca de José. Y, sin embargo, es seguro que pronunció una, el nombre mismo de Jesús, puesto que el ángel le había encomendado que le llamara así. Pero al poner a su hijo este nombre único, José ha dicho lo más decisivo y fundamental, a saber, que “Dios salva”. Porque eso es lo que significa, en hebreo, el nombre de Jesús. José es el primero al que se le revela que el hijo que espera su esposa “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). O sea, de todo lo que nos separa de Dios. Jesús es el que reconcilia a la humanidad con Dios. José fue el primero en escuchar este anuncio y, al pronunciar el nombre de Jesús, dijo todo lo que se podía decir sobre el niño que iba a nacer de María.

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12
Dic
2022
Antes de responder, María piensa y pregunta
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Hace un tiempo publiqué un post titulado: “lo primero que hace la Virgen María” y allí decía que lo primero que hace María no es “ponerse a las órdenes” del mensajero celestial y decirle: “aquí está la esclava del Señor”. Lo primero que hace María es preguntar. Pero antes de preguntar hace otra cosa tan interesante o más, a saber: discurrir, pensar, meditar, darle vueltas a lo que se le anuncia. Para hacer una buena pregunta y ofrecer una buena respuesta no hay que precipitarse. Conviene meditar antes en lo que se va a preguntar.

El evangelista nos dice que lo primero que hizo María fue “discurrir” (Lc 2,29) lo que significaban las palabras del ángel. A las cosas que conciernen a Dios, dice Tomás de Aquino, “hay que darles muchas vueltas en nuestro interior” (Suma, II-II, 81,1). María reflexiona, dialoga consigo misma sobre lo que podía significar el saludo del mensajero divino. Aparece aquí un rasgo característico de la Madre de Jesús, un rasgo que encontramos otras dos veces en el evangelio ante situaciones análogas. Cuando los pastores le cuentan a María todo lo que les habían dicho acerca de aquel niño que acababa de nacer, María “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Y cuando Jesús era ya un adolescente y sus padres lo buscan por Jerusalén, porque lo han perdido, el evangelio dice expresamente que José y María no comprendieron la explicación que su hijo les dio. Pero añade que “su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc 2,51). Quizás no acababa de entender, pero le daba vueltas al asunto y no se precipitaba en responder.

Según el relato de la Anunciación, María primero trata de comprender. Y luego se muestra como una mujer valerosa que no tiene miedo a preguntar. Porque para aceptar lo que el otro me propone, para que María acepte la propuesta del mensajero celestial, es necesario que antes el mensajero escuche las dificultades que tiene María. Solo después de exponer sus dificultades, María acepta y acoge, y se declara sierva del Señor. En el diálogo hay que contar con la libertad del otro. El Dios que llama a la puerta de María, necesita de la libertad humana. Su poder está vinculado al “sí” no forzado de una persona humana. La actitud de María y la actitud del interlocutor divino son un auténtico modelo de todo diálogo, atento a la persona del otro y respetuoso con ella.

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9
Dic
2022
Acoger con alegría al Señor que viene
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estaralegres

El tercer domingo de adviento es una especie de puente entre la primera y la segunda parte del Adviento. En la primera mitad del adviento la liturgia orienta la mirada del creyente hacia la segunda y definitiva venida del Señor, su venida escatológica en gloria y majestad. La segunda parte del adviento orienta nuestra mirada hacia la contemplación del misterio de la Encarnación, la venida del Señor en la humildad de nuestra carne. Este tercer domingo de adviento, por una parte, anuncia ya el misterio de la Encarnación, pero por otra nos quiere hacer caer en la cuenta de que el Señor viene continuamente a nuestras vidas, y que esta permanente venida es condición para acogerle con alegría y amor cuando venga definitivamente. El Señor vino, el Señor viene y el Señor vendrá: esas tres venidas resumen la pretensión del tiempo de adviento.

Este domingo, conocido como domingo Gaudete (palabra latina que significa alegría) quiere despertar los sentimientos de buena alegría que produce saber que Cristo está cerca de nosotros, no sólo litúrgicamente, sino existencialmente. Buscando este objetivo la liturgia ofrece algunos símbolos: uno, la antífona de entrada, sacada de Flp 4,4, que comienza con esta exhortación: “estad siempre alegres en el Señor” (ya sé que en la mayoría de nuestras celebraciones no se tiene en cuenta esta antífona y, por tanto, no se lee, pero bueno es saber que existe y bueno sería sustituirla por un canto de entrada adecuado); dos, el cambio de color litúrgico, que pasa del morado al rosado; y tres, la primera lectura, tomada de Isaías, que invita al gozo y al regocijo.

Las lecturas del tercer domingo de adviento (Isaías, salmo responsorial y Evangelio) tienen una clara orientación: los signos de la presencia de Cristo y de su Reino se encuentran allí donde los ciegos (de todas las cegueras) ven, los sordos (de todas las sorderas) oyen, los leprosos (y todos los marcados social y religiosamente) quedan limpios, el huérfano y la viuda son acogidos. O sea, allí donde se beneficia al ser humano, allí donde se cuida del hermano, allí donde el mal retrocede. Estos signos que Jesús hacía, estamos llamados a hacerlos ahora los cristianos, para ser presencia de Cristo para el otro. Si el cristiano ve en el prójimo necesitado a Cristo que allí está mendigando su amor, el necesitado debe ver en el cristiano solidario y fraterno la presencia de Cristo que se acerca a él, dando amor.

Así es como podemos vivir el adviento con esperanza y alegría cristiana, así es como podemos esperar la segunda venida de Cristo sin temor, así es como podemos celebrar gozosamente el misterio que en Navidad se nos recuerda. Adviento no es un tiempo para llenar la casa con compras superfluas, tampoco es un tiempo para ambicionar el dinero de una lotería que no nos tocará, sino que es tiempo para descubrir al Señor que se nos hace presente en tantas personas que mendigan nuestro amor.

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5
Dic
2022
¿Esclava del Señor? ¡Según y cómo!
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virgendesamparados

El relato de la Anunciación termina con estas palabras de María, que resumen su actitud ante el mensaje divino que acaba de recibir: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”. Todas las palabras tienen sentido dentro de un determinado contexto. Y aunque el término “esclavo” tiene connotaciones muy peyorativas, puede haber contextos que lo conviertan en algo muy positivo.

Jesús era muy consciente de las connotaciones negativas de la palabra “esclavo”. Por eso, cuando quiere expresar la mejor de las relaciones que desea tener con lo suyos, contrapone el término esclavo al término que mejor expresa la relación que Jesús busca, para que en esta contraposición resalte más y mejor su propuesta de amor: “ya no os llamo esclavos, vosotros sois mis amigos”. Y, sin embargo, no hay nada que ate más que la amistad. No hay actitud más adecuada que nos disponga a hacer la voluntad del otro. El esclavo hace la voluntad de su amo de muy mala gana; el amigo hace la voluntad de su amigo de muy buena gana. Ambos hacen la voluntad de otro, pero en un caso esa voluntad destruye y, en otro, construye.

La esclavitud que confiesa María tiene un sentido eminentemente positivo, pues se trata de ser “esclava del Señor”. ¡No de cualquier Señor! El señorío es una cosa muy sería. Aunque hay quienes se creen señores cuando en realidad son tiranos. ¡Hay señores y señores! El Señor al que habla María está en el polo opuesto de toda tiranía, pues este Señor es el Amor de los Amores. Su señorío es liberador y humanizador. Ser esclava de este Señor, del único, verdadero y auténtico Señor, del Señor que comienza por anunciar la alegría y la gracia (“alégrate, llena de gracia”), y en vez de decir que está sobre ella, confiesa que está “con ella”, o sea, a su lado, como apoyo y compañía, es algo muy positivo.

El motivo por el que María debe alegrarse de encontrarse con este Señor es de alto voltaje: es “llena de gracia”, o sea, “llena de Dios”. Por tanto, es llena de amor. Los llenos de amor están siempre dispuestos a servir, acompañar, comprender, acoger.

Si en los ambientes oficialmente religiosos alguien se las da de “señor” (o de superior que es lo mismo), ya sabe cuál es el modelo que debe seguir para que en sus grupos deje de haber esclavos según lo humano y los haya según lo divino.

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1
Dic
2022
Figuras del adviento
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conversion

Durante el tiempo de adviento aparecen tres figuras, tres importantes personajes bíblicos que, cada uno a su manera, señalan a Cristo. La principal figura del adviento es la Virgen María, que aparecerá con todo su esplendor el cuarto domingo de adviento. Las otras dos son Juan el Bautista, que aparece en los evangelios del segundo y tercer domingo, y el profeta Isaías, que está presente todos los domingos y casi el resto de los días del tiempo de adviento.

El fragmento de Isaías que se leerá el próximo domingo describe un lugar paradisíaco, en el que lo más opuesto vivirá en paz, armonía y concordia: el lobo con el cordero, el niño con la serpiente, el recién nacido con el áspid (una de las víboras más venenosas). El motivo de esta hermandad que parece imposible es “el conocimiento del Señor” que todo lo llena. Ahí está la clave para entender las buenas y las malas relaciones. El conocimiento del Señor es el amor. Donde hay amor, allí está Dios. Y donde hay discordia, guerra, enemistad, ambición, allí no está Dios. ¿Cuánto conocimiento del Señor hay en este mundo nuestro? Seguramente más en unos sitios que en otros. La cuestión entonces está en saber cuánto conocimiento del Señor tengo yo. Porque este conocimiento crece por contagio.

En el evangelio encontramos la figura de Juan el Bautista. Hay cosas buenas que conviene retener de este personaje. Por ejemplo, su llamada a la conversión. Convertirse no es hacer penitencia. La conversión va en línea con el conocimiento del Señor. Se trata de poner nuestra vida de cara a Dios, dando la espalda a todo lo que nos separa de él. Esta es una tarea permanente, pero mientras estemos en la tarea estamos a la vez en la buena posición.

Eso sí, conviene dejar claro que el mensaje de Juan contrasta con el de Jesús y, en este contraste, aparece con toda su luminosidad el mensaje de Jesús. Uno y otro, Juan y Jesús, comienzan su predicación de la misma manera: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Pero mientras Jesús se queda ahí, dejando a las personas libres y pensativas, Juan añade una amenaza para los que no se convierten: “Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego”. En Jesús no hay amenaza. Ante él cada uno decide con total responsabilidad, sin sentirse coaccionado.

Más aún, el Dios de Jesús es el Dios de la paciencia, que quiere, sin duda, que nos convirtamos, pero comprende nuestras indecisiones, sabe que somos de barro. Eso sí, el barro del que estamos hechos, tiene capacidad para recibir el Espíritu de Dios y convertirse así en un barro divinizado. Por esto, en vez de amenazar, no se cansa de llamar.

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27
Nov
2022
Adviento: ven Señor, y que se acaben las guerras
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soldeadviento

Adviento, venida del Señor. El Señor viene y parece que todo sigue igual. Las guerras entre las naciones, las enemistades entre los pueblos, las rencillas vecinales, los malentendidos familiares, la dificultad de entenderse incluso en los grupos religiosos y en la propia Iglesia, las decepciones y dificultades personales. No está mal que durante este adviento pidamos, en nuestra oración, que se terminen todas estas guerras mayores y menores. Pero sin olvidar que la oración no es un recurso mágico, sino un compromiso personal. El que pide no espera pasivamente que Dios le resuelva los problemas, sino que se sitúa delante de Dios para sentir el estímulo divino, que le mueve a resolver él los problemas en la medida de sus fuerzas y posibilidades.

El adviento nos habla de una triple venida del Señor. Hace dos mil años, en Belén de Judá, nació Jesús, el hijo de María. La fe cristiana afirma que este Jesús es el Hijo de Dios y por tanto que, en el acontecimiento de su venida al mundo, Dios mismo se ha hecho uno de nosotros para que nos resulte fácil ver, en uno de nuestra carne, los caminos de Dios que estamos invitados a seguir. Este mismo Jesús, que un día vino en la humildad de nuestra carne, volverá al final de los tiempos, lleno de gloria y majestad, para dejar claro lo que de verdad vale, lo que Dios aprueba, lo que Dios acoge y lo que Dios quiere, a saber, la verdad, la justicia y el amor. Si esta segunda venida es calificada de juicio por el Credo de la fe cristiana, es para dejar claro que, a los ojos de Dios, no todo vale igual y que hay una distancia inmensa entre el bien y el mal. Sin duda, el criterio de este juicio será el amor, pero precisamente porque el amor será lo determinante, también podemos esperar que en el juicio se manifestará la misericordia.

Finalmente hay una tercera venida, que se sitúa entre la primera en la humildad de nuestra carne y la última con gloria y majestad. El Señor está viniendo permanente a nuestras vidas, en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y, por el amor, demos testimonio de la llegada gloriosa de su reino (tal como dice el tercer prefacio de adviento). En este adviento estamos invitados a descubrir su permanente presencia en los hermanos y a buscar en la oración estímulo y fuerza para ser no sólo sus testigos, sino también sus manos, sus pies, su corazón y su mente allí donde haya una necesidad; para ser, en suma, la prolongación del misterio de la Encarnación, solidarizándonos con tantas personas que, sabiéndolo o sin saberlo, anhelan encontrarse con el Señor Jesús.

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