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Gran deseo de León XIV: una Iglesia unida
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León XIV ha dejado claro que piensa continuar con una de las grandes herencias de Francisco, a saber, seguir promocionando el carácter sinodal de la Iglesia católica. En la homilía de la Eucaristía con la que inauguró su ministerio habló de “apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás”. En esta homilía dijo que “su primer gran deseo” era “una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”. Mantener la unidad de la Iglesia es una de las tareas fundamentales del Papa. Porque la división es un anti-signo.
Una de las divisiones más serias entre católicos se refiere a la aceptación o rechazo del Vaticano II. Una de las primeras cosas que pidió León XIV a los cardenales y, por extensión a todo el clero y a todos los fieles, fue precisamente la aceptación completa del concilio Vaticano II: “quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II”. Y añadió: “El Papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente su contenido en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium”.
Más allá de las apariencias, o de las simpatías humanas que pueda despertar uno u otro Papa, hay una continuidad en el Magisterio, porque el Espíritu Santo cuida de que la Iglesia no se desvíe en nada fundamental para la fe. Por eso no tienen sentido las críticas en forma de descalificación e insulto que ha recibido Francisco. Todos los Papas han sido criticados. Sin duda, León XIV, a medida que vaya tomando posiciones y ofreciendo nuevas orientaciones, también será criticado. Pero una cosa es el desacuerdo sobre temas puntuales y otra la descalificación global de la persona del Papa. Muchas descalificaciones globales lo único que denotan es ignorancia teológica, cerrazón mental, mentalidad estrecha y vocación de inquisidores.
Lo que necesitamos en esta hora es sinodalidad, o sea, caminar juntos, darnos la mano. Eso no impide que podamos tener gustos y opiniones diferentes, pero esos gustos y opiniones no nos convierten en enemigos, sino en personas dispuestas a escuchar para, al menos, comprender las razones y los motivos del otro. En este mundo nuestro hay personas que tienen muchos “ayeres” cargados de malos recuerdos. Necesitamos un mañana. Pero para tener este mañana necesitamos vivir un presente hecho de encuentro, concordia, entendimiento, consenso. Cuando surjan desacuerdos preguntémonos qué podemos hacer juntos. Esa es la pregunta que el Creador nos plantea a todos. Esa es la cuestión esencial para compartir la vida con aquellos que nos resultan diferentes: interactuar y preguntarnos qué podemos hacer juntos. La ley del universo, la ley del Creador, no es la de los dualismos tolerantes, sino la de las mutuas interpenetraciones.