Sep
Para enriquecernos con su pobreza
2 comentariosEn un post anterior me referí a la pobreza y humildad de la Palabra de Dios. Esta pobreza se debe fundamentalmente a que esta Palabra se expresa en formas humanas. La Palabra de Dios, como decían los escritores de la antigüedad, se abrevia para llegar hasta nosotros. Más aún, el lenguaje humano de Dios nos llega a través de mensajeros humanos; estos mediadores que Dios utiliza no son puros altavoces pasivos. Son también traductores que intervienen activamente en la traducción. La Palabra de Dios se convierte no sólo en palabra humana, sino en palabra del hombre. Finalmente, la Palabra está destinada a ser acogida por los seres humanos. Y el ser humano acoge a su manera, según su modo de entender, en función de su situación, necesidades, expectativas y experiencias. También desde esta perspectiva la palabra de Dios se hace palabra humana.
Después de tanta adaptación, traducción y aplicación, ¿podemos seguir hablando de Palabra de Dios? Sí, por dos motivos: uno, porque esta Palabra, a pesar de todas las mediaciones, viene de fuera de nosotros; y dos, porque el mismo Espíritu que ha inspirado esa Palabra dispone la mente y el corazón del oyente para acogerla en el mismo Espíritu con que fue escrita.
Dios, para llegar hasta nosotros, asume un riesgo. Su Palabra no sólo se abrevia y se limita, sino que debe renunciar a la perfección divina para entrar en las imperfectas categorías de lo humano. Dice la segunda carta a los Corintios (8,9) que “Cristo, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, a fin de que nos enriqueciéramos con su pobreza”. Parece difícil que uno pueda hacerse rico con la pobreza. La estructura de la Palabra divina nos permite comprenderlo. Pues nosotros no podemos recibir la Palabra de Dios con toda su inmensa, inagotable y eterna riqueza. Por nosotros, esta Palabra se hace pequeña, imperfecta, vulnerable, no retiene su categoría divina, toma una pobre y limitada condición humana. Con esta pobreza nosotros nos enriquecemos. Dios tiene que pagar este precio para que nosotros podamos comer, se empobrece y asume la pérdida de su Palabra para que puedan llegarnos las migajas de su Palabra. Sin ellas nos moriríamos de hambre.