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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

17
Sep
2011

Para enriquecernos con su pobreza

2 comentarios

En un post anterior me referí a la pobreza y humildad de la Palabra de Dios. Esta pobreza se debe fundamentalmente a que esta Palabra se expresa en formas humanas. La Palabra de Dios, como decían los escritores de la antigüedad, se abrevia para llegar hasta nosotros. Más aún, el lenguaje humano de Dios nos llega a través de mensajeros humanos; estos mediadores que Dios utiliza no son puros altavoces pasivos. Son también traductores que intervienen activamente en la traducción. La Palabra de Dios se convierte no sólo en palabra humana, sino en palabra del hombre. Finalmente, la Palabra está destinada a ser acogida por los seres humanos. Y el ser humano acoge a su manera, según su modo de entender, en función de su situación, necesidades, expectativas y experiencias. También desde esta perspectiva la palabra de Dios se hace palabra humana.

Después de tanta adaptación, traducción y aplicación, ¿podemos seguir hablando de Palabra de Dios? Sí, por dos motivos: uno, porque esta Palabra, a pesar de todas las mediaciones, viene de fuera de nosotros; y dos, porque el mismo Espíritu que ha inspirado esa Palabra dispone la mente y el corazón del oyente para acogerla en el mismo Espíritu con que fue escrita.

Dios, para llegar hasta nosotros, asume un riesgo. Su Palabra no sólo se abrevia y se limita, sino que debe renunciar a la perfección divina para entrar en las imperfectas categorías de lo humano. Dice la segunda carta a los Corintios (8,9) que “Cristo, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, a fin de que nos enriqueciéramos con su pobreza”. Parece difícil que uno pueda hacerse rico con la pobreza. La estructura de la Palabra divina nos permite comprenderlo. Pues nosotros no podemos recibir la Palabra de Dios con toda su inmensa, inagotable y eterna riqueza. Por nosotros, esta Palabra se hace pequeña, imperfecta, vulnerable, no retiene su categoría divina, toma una pobre y limitada condición humana. Con esta pobreza nosotros nos enriquecemos. Dios tiene que pagar este precio para que nosotros podamos comer, se empobrece y asume la pérdida de su Palabra para que puedan llegarnos las migajas de su Palabra. Sin ellas nos moriríamos de hambre.

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claroscuro
18 de septiembre de 2011 a las 14:23

Pobreza y humildad. Puntúa bajo en el ranking cristiano.En tiempos de imagen el deseo de ser enfocados. Hoy prima el destello brillante, el orgullo de pertenencia a grupos de poder, la eficacia de que el tiempo invertido en la misión, gratifique. Se olvida que a veces unos son los que siembran y otros los que hacen la recolección. No se acepta la injusticia de Dios que paga a todos un denario. Incluso a los de la última hora.La salvación es para todos. Bienaventurados los pobres de éspiritu. Aquellos que desalojan su ego,hacen vacío. Que bajan a su centro más profundo De ellos es el Reino. Porque dejaron a Dios ser Dios en ellos. En lo Hondo.Y siendo humanos son divinos. Encarnados. Como la Palabra.

Isabel.
20 de septiembre de 2011 a las 00:29

Considero un regalo de Dios el asimilar Su Palabra nuestra pobre naturaleza,el hacerse pequeño para hacernos felices,el Amor derramado a sus criaturas por medio de Su Espíritu e infundirles la comprensión de Su doctrina para anticipar ya en esta vida vestigios de felicidad que será plena cuando se nos conceda el gozo final y perdurable en la Eternidad.

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