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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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5
Sep
2011
Culturilla bíblica en televisión
4 comentarios

Como hice en otra ocasión, propongo a los profesores de religión unos ejercicios para enseñar divirtiendo. E incluso para hacer notar a los alumnos que una buena cultura bíblica, en caso de presentarse a un concurso de televisión, permite no hacer el ridículo y, lo que es más interesante, ganar dinero.

Los ejercicios propuestos están sacados de dos casos reales ocurridos este verano en sendos concursos televisivos. A partir de estos casos los profesores tienen un modelo para multiplicar los ejemplos. El 19 de agosto, en Antena 3, en el programa “Atrapa un millón”, a la pregunta: “¿cuál es un libro de la Biblia?”, se ofrecieron estas cuatro posibles respuestas: 1) te lo juro por Snoopy; 2) Divinitas; 3) Sabes; 4) Oseas. La pareja de concursantes descartó la primera respuesta (demos gracias a Dios) y consideró que de las tres restantes la mejor era “divinitas” (¡qué menos que un libro de la Biblia lleve ese nombre!); la siguiente respuesta preferida como nombre de libro bíblico era “sabes”. Apostaron y perdieron 500.000 euros a “divinitas”. Lo de Oseas debía sonarles raro.

El 1 de septiembre, en Tele 5, en el concurso “Pasapalabra”, a la pregunta: “Empieza por J. En la Biblia, nombre del padre de la Virgen María”, el concursante respondió decidido: “Julián”. Tan decidido que se sorprendió al escuchar la supuestamente buena respuesta dada por el presentador del programa: “Joaquín”. ¿Pero es exactamente así? Espero que los profesores de religión no caigan en el error de los guionistas. Pues en la Biblia no aparece el padre de la Virgen y, por tanto, tampoco su nombre. El nombre de Joaquín se encuentra en un evangelio apócrifo, el protoevangelio de Santiago que, por cierto, también transmite una serie de datos encantadores y hasta engañosos sobre la Virgen María y el niño Jesús. Lo que permite nuevos ejercicios para el profesor de religión: ¿cuáles son, según la Biblia, los nombres de los reyes magos o de la madre de la Virgen María? Respuesta: esos nombres no están en la Biblia.

El nivel cultural del pueblo español, en materia religiosa, es penoso. En creyentes y no creyentes. Tal como están las cosas es difícil defender que se impartan clases de historia de las religiones y/o de cultura religiosa como alternativa a las clases confesionales de religión. Pero impartidas por buenos profesores resultarían interesantes para aprender también, y entre otras cosas, poesía, arte, literatura, derecho, historia o cultural general.

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2
Sep
2011
Lázaro, ¿murió o no murió?
27 comentarios

Cuando uno trata de explicar el sentido teológico de algunos relatos evangélicos, y más en general, de los relatos bíblicos, siempre hay alguien que pregunta: “pero, bueno, ¿sucedió o no sucedió?". Interesa más la materialidad del hecho que su sentido. Porque pensamos que la materialidad del hecho, por ejemplo, la resurrección de Lázaro, es prueba “evidente” de la divinidad de Cristo. Y si resulta que “no murió de verdad”, parece que nos quedamos sin “pruebas” (que no es lo mismo que argumentos) a favor de la divinidad. Olvidamos así que la divinidad de Cristo es un dato de fe y no una cuestión de pruebas.
 

Un exegeta prudente, amigo mío, ha escrito: “Nadie, excepto Jesús, ha retornado de la muerte, y ninguno retornará jamás de la muerte, para vivir en este mundo su vida mortal”. Por tanto, si Lázaro pudo “regresar a esta vida” fue “porque las condiciones de su organismo y de su cerebro todavía lo permitían. Podríamos compararlo con los estados de coma irreversible que se conocen actualmente y que, tanto médica como clínicamente están abocados a permanecer latiendo como ‘vida’ por un tiempo indefinido” (S. Villota).
 

Hay dos razones, una antropológica y otra teológica, que avalan esta exégesis. La razón antropológica: si la muerte es la cesación irreversible (nótese bien: irreversible) de todas las funciones vitales, es claro que nadie regresa de la muerte. La razón teológica: si la muerte es la entrada definitiva en el cielo, es claro que la situación de “muerte” de Lázaro no puede entenderse como el final de su vida terrena y el comienzo de la eterna, porque el Cielo es un estado definitivo, sin vuelta atrás, y si se le hubiera sacado del Cielo para devolverlo a la tierra (aparte de la “mala jugada” que eso hubiera supuesto para él), se le hubiera expuesto al riesgo de ir al infierno (lo digo de forma sencilla para que se entienda la dificultad teológica). Estas cosas tienen que quedar claras, para no exponer al ridículo nuestra fe, y también para no alimentar falsas esperanzas en enfermos, moribundos y familiares.

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31
Ago
2011
Católicos no cristianos
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Católicos no cristianos es una expresión utilizada por Jairo del Agua, buena persona y excelente bloguero. No confundir con cristianos no católicos, o sea, con los hermanos de las Iglesias protestantes, anglicanas u ortodoxas que, con todo derecho, se consideran y llaman cristianos, pero no están en comunión plena con el Obispo de Roma.
 

¿Qué puede ser eso de un católico no cristiano? ¿No resulta contradictorio? Lo que resulta es paradójico y por eso mismo invita a pensar. Se trata de una combinación de dos adjetivos, en el que uno, católico, hace las veces de sujeto, un sujeto calificado por no ser cristiano. Pero claro, calificar de no cristiano a un católico implica entender de modo especial el término católico. En la combinación “católico no cristiano”, católico significa más o menos lo siguiente: se trata de una persona que se atribuye el término católico de forma excluyente, porque él se considera la medida de lo católico y rechaza que los que no pasan por su medida sean católicos. Este tipo de católicos excluyentes (¡vaya contradicción: católico quiere decir universal!) suelen ser beligerantes y encuentran su identidad en la condena del otro, en lo que les separa. Buscan enemigos donde sea, porque el enemigo les da vida. Además de beligerantes son intransigentes, incapaces de reconocer cualquier cosa buena en aquel que no coincide plenamente con su medida. Son como esos fariseos “que se tienen por justos y desprecian a los demás” (Lc 18,9). La intransigencia y la beligerancia les ciegan. Les ocurre como a esos judíos que Jesús criticaba: creen que ven, se creen muy lúcidos, en realidad están ciegos, no se enteran de nada (Jn 9,40).
 

Se convierten así en católicos no cristianos. En católicos cuya referencia no es el Evangelio de Cristo sino, a lo sumo, unas expresiones doctrinales descontextualizadas y, por tanto, mal entendidas; o unas formas en las que cuenta más la estética que la ética. No cristianos porque aparentemente (y aquí la apariencia importa) no siguen las huellas de aquel que vino a salvar y no a juzgar ni a condenar (Jn 12,47), sufriendo en su propia carne las consecuencias de una opción tan exigente: al ser insultado no devolvía el insulto; al padecer, no amenazaba (1 Pe 2,23). Tengo la impresión de que, a veces, en ambientes, páginas o pergaminos que se autocalifican de católicos, hay exceso de ruido y de furor. Estos excesos nos pueden convertir en “católicos no cristianos”.

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29
Ago
2011
Luz para una generación perversa
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Al final de su sermón, Pedro, el día de Pentecostés, exhortaba a sus oyentes con estas palabras: “escapad de esta generación perversa” (Hech 2,40). Y el apóstol Pablo decía a los filipenses que vivían “en medio de una generación perversa y depravada” (Flp 2,15). Eso de pensar que el mundo está corrompido, que esta sociedad es perversa, que nunca hemos estado peor, es casi tan antiguo como la historia. Como sólo vemos el presente, pensamos que otros tiempos fueron mejores y que, en los nuestros, hemos llegado al “no va más” de la corrupción. Recuerdo, a modo de ejemplo, que cuando se aprobó la ley del divorcio en España, los obispos de entonces gritaron alarmados que eso era el comienzo de la destrucción del país. Es arriesgado utilizar adjetivos superlativos para calificar una situación, porque corremos el riesgo de que la realidad los desmienta, y además porque cuando luego vengan situaciones peores, ya no encontraremos palabras originales para calificarlas.
 

Todos los tiempos son ambiguos. Tienen cosas buenas y malas. Hoy hay muchas cosas buenas: mayor sensibilidad democrática, mayor deseo de paz, una mejor comprensión del diferente, leyes sociales más justas e igualitarias; se ha prolongado la esperanza de vida, los niños están más protegidos, muchos se preocupan por los necesitados cercanos y lejanos. También hoy hay muchas cosas malas. Algunos parece que se complacen en exagerarlas. No ven más que lo malo. A veces, algunos cristianos parecen pensar que denunciar lo mal que está todo es el mejor modo de evangelizar. En mi opinión se equivocan. Porque el mejor modo de llegar a alguien y de decirle una palabra que tenga posibilidades de ser escuchada no es comenzando por criticarle, sino buscando algún aspecto o lado bueno por el que poder entrarle. Y luego porque la oscuridad no desaparece cuando se la critica, sino cuando se la ilumina. En este sentido Jesús dice que los suyos son “luz del mundo”, no crítica del mundo. Y el texto de san Pablo a los efesios, que antes he citado, exhorta a los cristianos a ser lumbreras en medio de esta sociedad.
 

La única sociedad que hay es la que tenemos. No vale lamentarse: “si tuviéramos otro gobierno, otras leyes, otra televisión, entonces sería fácil evangelizar”. El testimonio hay que darlo en la realidad que hay, no en la que desearíamos que hubiera. Porque la que desearíamos no existe. Y la que hay se evangeliza siendo luz, no a base de lamentos, gritos, beligerancia o criticas.

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26
Ago
2011
Descendió a los infiernos
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Muchas personas siguen preguntando por el sentido de este extraño artículo del Credo. Extraño por el desconocimiento de lo que significa. Porque una vez explicado, el artículo resulta “lo más normal del mundo” para cualquier creyente.
 

Infiernos, en plural, eran para los antiguos el lugar al que iban los muertos. Por tanto el sentido más directo de este artículo del Credo es que Cristo, al morir, fue al lugar a donde van todos los muertos. Jesús conoció la muerte igual que todos los humanos y se reunió con ellos en la “morada” de los muertos. Entendido así este artículo sería la última consecuencia de la Encarnación de Cristo, de su realísima humanidad, una humanidad como la nuestra, limitada y finita como la nuestra. La solidaridad de Cristo con nuestra humanidad no tuvo nada de ideal y sí mucho de real.
 

Conviene aclarar que, para los antiguos, había, al menos tres “moradas” a las que podían ir los muertos: el lugar de condenación, el de purificación y el de la gloria. Uno de los infiernos podía ser, por tanto, lo que nosotros llamamos cielo. El descenso de Cristo a los infiernos podría ser su entrada en la gloria del Padre. También así este artículo sería una prolongación de la Encarnación: gracias a ella, se han abierto para todos las puertas de la esperanza y Jesús se ha convertido en el primero de una larga lista de hermanos que el Padre introduce en la salvación. Se comprende así que este artículo siempre haya ido unido de forma indisoluble con la siguiente afirmación del Credo: “y al tercer día resucitó de entre los muertos”. De modo que ambas afirmaciones: descendió a los infiernos y al tercer día resucitó forman un único artículo: la muerte de Cristo (como la de todo cristiano y posiblemente como la de todo ser humano) es la entrada en la gloria del Padre.
 

Finalmente, los antiguos entendían que Cristo libró en los infiernos un combate contra la muerte y todo lo que nos mata. En este combate, resultó vencedor. Cristo atraviesa las fuerzas del destino. Descender a los infiernos para vencerlos es mostrar que ningún destino pesa sobre el hombre hasta el punto de que Dios no pueda forzarlo. La esperanza cristiana es lo opuesto a la sumisión al destino, y su fuente es el acto por el que Cristo ha afrontado y ha vencido al destino de la muerte. Incluso en esos lugares impenetrables, Jesús nos precede abriendo camino y ofreciendo futuro a todos aquellos que aparentemente no tienen futuro.

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24
Ago
2011
Seguir a Jesús en la Iglesia
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Entre las muchas ideas buenas que ha dejado la visita de Benedicto XVI a Madrid me quedo con una de las últimas: sólo se puede seguir a Jesús en la Iglesia. Eso es algo que todo cristiano sabe y vive. Pero no está mal recordarlo. Hoy muchas personas se preguntan dónde encontrar a Cristo resucitado. La respuesta es: en la Iglesia. Cuando la comunidad cristiana se reúne para escuchar su Palabra, celebrar la fracción del pan, compartir los bienes, vivir el amor y solidarizarse con los necesitados, Cristo se hace presente. “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. No dice: allí se me recuerda, sino “allí estoy yo”. Cuando los creyentes se reúnen se realiza y subsiste la Iglesia. Cristo resucitado siempre y sólo (sí, sí: siempre y sólo) se hace presente sacramentalmente. El gran sacramento de su presencia es la comunidad de los creyentes, la Iglesia.
 

La cuestión entonces es: ¿por qué la Iglesia, en ocasiones, resulta un obstáculo para el encuentro con Cristo? La respuesta está en otra de las ideas que ha dejado el Papa: “Nosotros debemos ser santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar”. Cuando la vida de los cristianos no resulta coherente con lo que creen, más que epifanía o manifestación de Cristo, son una pantalla o un obstáculo para el encuentro con él. Por eso la santidad es la meta de todo cristiano. Santidad es coherencia entre lo que se cree y lo que se vive, entre lo que se confiesa y lo que se hace. De modo que la vida resulta una realización de la propia fe. Esta coherencia da que pensar a los no creyentes y hace que se planteen una pregunta. Pero cuando la vida va por un lado y la fe por otro, los no creyentes comprueban en la práctica el desmentido de lo que decimos. Se encuentran entonces ante la prueba de que la fe no vale nada.
 

Seguir hoy a Cristo no puede hacerse en solitario. Hay que añadir que hay muchos modos de vivir en comunidad eclesial. Más aún, que comunidad no es sinónimo de uniformidad. Al contrario, la vida comunitaria, en el seguimiento de Cristo, reafirma la propia personalidad de cada uno. Hay un modo de vivir en comunidad que, lejos de alienar, madura, haciendo que cada uno entregue al servicio de los demás lo mejor de sí mismo.

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22
Ago
2011
Responder sin insultos a los insultos
11 comentarios

En un post reciente un lector preguntaba de qué modo debemos “actuar los cristianos cuando nos encontramos con personas que, en el transcurso de una conversación, insultan a Dios, sienten deseos de asesinarle, y le atribuyen la culpa de todos los males de la humanidad”. Ofrecí una rápida respuesta que me gustaría completar centrándome “en el modo de actuar de los cristianos”. Lo primero que debemos hacer es mantener la calma, porque normalmente la gente que así reacciona suele ser, como intuye el comentarista del blog, gente frustrada, dolida o decepcionada. No podemos responder agresivamente, porque no saben lo que dicen (aunque nosotros no tenemos que decírselo; que no saben lo que dicen nos lo guardamos para nosotros y como regulador de nuestro pacífico comportamiento).
 

Otra cosa que debemos hacer es conceder gustosamente la parte de razón que tengan, aunque en ocasiones esta razón se exprese de forma violenta o inadecuada. Debajo de muchas reacciones desconcertantes está la imagen de un Dios muy alejada del Dios de Jesús. Sus insultos no se dirigen al verdadero Dios, sino a la caricatura de Dios que han recibido, y en algunas ocasiones recibido de los mismos cristianos, como ocurre cuando presentamos un Dios represivo en lo moral, garante del poder o del orden establecido, enemigo de la felicidad y del progreso. Cuando nuestra respuesta comienza diciendo: “tienes razón en algunas de las cosas que dices, este Dios del que tú hablas no debería existir”, empezamos a ganarnos la atención y hasta la simpatía del interlocutor.
 

Finalmente debemos ofrecer respuestas razonadas, explicadas y fundamentadas, si es que la persona está abierta al diálogo. Si sólo está dispuesta al insulto no hay modo de entenderse. Pero si el insulto es una reacción visceral que tiene sus motivos en una mala experiencia, entonces una vez reconocida la legitimidad del motivo, es posible entablar un diálogo. Una vez me encontré con una persona que lanzó un exabrupto contra el párroco de su pueblo, porque en su momento no le dejó enterrar a su madre, pretextando que el comentario del pueblo era de la parroquia y él no era practicante. En cuanto le dije: “si es como usted lo cuenta, este párroco no lo hizo bien”, se calmó y él mismo entabló conmigo un interesante diálogo sobre temas religiosos. La gente busca buena doctrina. De ahí la necesidad que tenemos los creyentes de estar siempre preparados para dar razones de nuestra fe a quién las solicite.

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19
Ago
2011
Bautizados, pero nada convertidos
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Cuando hablamos de conversión solemos pensar en los no cristianos, los alejados, los indiferentes. Pero en eso de la conversión estamos todos implicados, desde el primero (si es que se puede hablar así, pero lo digo para que nadie piense que se excluye, por ejemplo, al Obispo de Roma) al último de los creyentes (insisto, si es que se puede hablar así, porque ya se sabe: en el Reino de los cielos los últimos según los criterios humanos serán los primeros). La conversión es una tarea permanente de toda vida cristiana y de la Iglesia en su conjunto, siempre necesitada de purificación.
 

En esto de la conversión hay grados. Con motivo de la JMJ pienso en la necesidad de anunciar la conversión, o sea, la vuelta al Evangelio, a muchos jóvenes bautizados, pero muy alejados de la fe. He tenido ocasión de escuchar, en una distendida sobremesa, a un grupo de jóvenes entre 17 y 30 años, buena gente, todos bautizados, ninguno practicante, una con un niño de varios meses. De pronto se pusieron a hablar del bautismo del niño: “claro que lo pienso bautizar, decía la madre, será una buena ocasión para reunir a la familia”. Surgió el tema de los padrinos: “ahora resulta que dicen que solo pueden ser padrinos si están confirmados”. “¡Vaya tontería!”. “Si lo importante de los padrinos es que se hagan cargo del niño en caso de que falten los padres”. “Mujer, sí, (esa fue mi pequeña aportación), pero los padrinos están para hacerse cargo sobre todo de la educación en la fe, que el bautismo supone, al menos en los padres”.
 

Probablemente son más los bautizados indiferentes o alejados, que los bautizados “convertidos”. Algunos de estos convertidos (en diferente grado) estarán en Madrid en torno al Papa. Importa notar que eso de la conversión termina necesariamente en el testimonio. Sin testimonio no hay conversión plena. Pero, mientras el fanático busca “el todo o la nada”, el testigo respeta la caña cascada y el pábulo vacilante. ¿Quién llega a los bautizados no convertidos? La presencia o la palabra del Papa llegará a los ya convencidos. Solo desde la amistad, la cercanía, la escucha y el respeto es posible llegar a los alejados. Ahí está una de la tareas de los cristianos de “a pié”, tanto de los que van a Madrid, como de los que se quedan en sus casas.

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15
Ago
2011
JMJ: cantidad y calidad
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Casi un millón de personas. Esa es la cifra que me parece más exacta sobre la cantidad de gente que se reunirá en la Eucaristía del aeródromo de “Cuatro Vientos” el día de la clausura de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Esta cifra me la han dado en privado fuentes cercanas a la organización, que me parecen creíbles, aunque cuando hablamos en público todos tendemos a exagerar un poco las cosas. Pero cerca de un millón está muy bien. No hay nadie que tenga la capacidad de convocatoria que tiene la Iglesia católica. Si todos los que estarán en Madrid con el Papa se parecen a algunos que yo conozco, entonces hay que decir alto y claro que no se trata solo de cantidad, sino también de calidad. Naturalmente, también hay calidad en los que, por distintos motivos no estarán en Madrid.
 

Ahora bien, no sería bueno que los números nos deslumbrasen. El entonces Cardenal Ratzinger, en el jubileo del año 2000, advertía contra la tentación de buscar los grandes números. Una minoría vigorosa, operante y atractiva, tiene mucha fuerza y capacidad de influencia. De hecho, en comparación con las personas alejadas, indiferentes o no religiosas, los cristianos somos minoría. Una minoría llamada a fermentar la masa y a dar testimonio. Desde la humildad y el respeto. El casi millón de personas que se reunirán en Madrid alrededor del Papa, cuando regresen a sus lugares, posiblemente serán el pequeño resto de creyentes en medio de una sociedad indiferente. Entonces tendrán que manifestar la fuerza del evangelio desde la debilidad.
 

No demos a los números la importancia que no tienen. Este mismo mes un Obispo español determinaba que, en su diócesis, se suprimiesen las Eucaristías en aquellos lugares y horas en que asistieran menos de doce fieles. Un millón en Madrid y menos de doce en muchas parroquias. Cuando este millón regrese a sus lugares, donde seguramente los números serán pequeños, ¿mantendrán viva la llama del entusiasmo de la fe en lo cotidiano? Entusiasmarse en las grandes ocasiones es fácil. Lo difícil es mantenerse fieles en el día a día, cuando no hay más apoyo que la propia convicción. Mantenerse como pequeño rebaño, esa es la verdadera prueba de la fe. Cierto, algunos recuerdos pueden estimular el entusiasmo cuando las ayudas del número han desaparecido. Por eso, con todas sus limitaciones y hasta con sus servidumbres inevitables, yo apoyo las convocatorias que visibilizan que la fe no es sólo cosa de uno.

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12
Ago
2011
Unos a favor, otros en contra
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Estos días he recibido varios correos en los que se me invita a firmar en contra de los que están en contra de la visita del Papa a Madrid. Con estas firmas se pretenden evitar manifestaciones y protestas que podrían molestar a los participantes en las Jornadas de la Juventud católica. No sé si también pretenden evitar posibles conflictos, aunque, en principio, el que dos expresen posiciones antagónicas no tiene porqué derivar en un conflicto. Es bien sabido que si uno no quiere, dos no riñen. Cosa distinta sería que se pretendiera impedir las celebraciones, romper o boicotear los actos.
 

No hace falta recordar que ya Jesús fue una bandera discutida. Por allí donde pasaba unos estaban a favor y otros en contra. Eso de que haya gente en contra pudiera ser hasta un signo evangélico. Pero, además de posible signo, el estar a favor o en contra de un acontecimiento es una realidad antropológica, una manifestación de libertad, que todos deberíamos respetar. Muchos grupos católicos, cuando una obra de arte, una película, una ley, una reivindicación no les gusta, hacen notar su desacuerdo. A veces rezando el rosario delante del local donde se proyecta la película; otras manifestándose en contra de la ley o recabando firmas; y otras pidiendo a las autoridades que prohíban determinadas actuaciones públicas.
 

Es lógico que ante un acontecimiento tan importante como la presencia del Papa en Madrid haya reacciones encontradas. Unos se quejan porque dicen que allí no estarán representados, otros protestan porque les molestan las formas o lo que esas formas representan. Y otros muchos estarán contentos y felices de tener cerca al Obispo de Roma, que viene en nombre del Señor a confortarles en la fe. Voy a expresar un deseo, de esos que, a veces, se consideran utópicos: me gustaría que unos y otros, en vez de descalificarse, se tolerasen; mejor aún, se respetasen. El “no va más” sería que se escuchasen. ¿Es esto pedir lo imposible? ¿Cómo lograr un clima propicio a la mutua escucha? En definitiva, ¿cómo convivir? Convivir es anticipar ya la comunión plena que los cristianos esperamos en la fe y los no cristianos anhelan, unos sin saberlo y otros sabiéndolo, cada uno diciéndolo a su modo.

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