10
Ago2011Infiernos intrahistóricos
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Ago
En un escrito cristiano antiguo, la carta de Bernabé, podemos leer a propósito de la creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios: “viendo la hermosura de nuestra naturaleza, dijo el Señor: creced, multiplicaos, llenad la tierra”. Esta hermosura ha producido muchas maravillas, pero también grandes desgracias. Dios todo lo hizo bien. Pero el hombre ha hecho muchas cosas mal. A veces se culpabiliza a Dios del mal que hay en el mundo. El cristiano sabe que Dios no hace nada mal ni ningún mal. Por eso, si infierno hay, es creación del hombre. Recientemente un periódico de gran tirada lo reconocía indirectamente al calificar la situación de la deuda y las Bolsas de “descenso a los infiernos”. Aunque puestos a hablar de descenso a los infiernos yo no pienso en la deuda y las bolsas, sino en el hambre y la sed que matan a los somalíes o en los tanques que masacran a los sirios. Estas sí que son situaciones infernales intrahistóricas, cuyo autor directo es el ser humano. Por suerte, la solución está también en manos humanas.
Dentro de unos días el Papa vendrá a Madrid para alentar a muchos jóvenes católicos. He leído que algunos piden que continúe su viaje hasta Somalia. La petición, entendida como provocación que obliga a pensar, es oportuna, aunque es dudoso que un viaje papal a Somalia sea posible en las circunstancias actuales y, más dudoso aún, que el simple viaje arreglase lo que requiere infraestructuras y políticas adecuadas. Eso no quita que la visita del Papa a Madrid pueda y deba sensibilizar a los católicos para que se comprometan en todas aquellas causas que contribuyen a un mejor hermoseamiento de la naturaleza humana. Y para ello, lo primero de todo, es plantarle cara al mal para, a continuación, solidarizarse con los que sufren, y acto seguido poner todas nuestras fuerzas al servicio del bien.
En Madrid el Papa será bien acogido. Por los jóvenes, por supuesto. Y por los políticos, interesados en salir en la foto. Este ambiente positivo es una buena ocasión para recordar que la alegría cristiana no está para ser guardada, sino para ser trasladada a quienes pasan por tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligros, espada. Si allí llevamos a Cristo resultaremos vencedores cf. Rm 8,35-37). No con recetas mágicas, sino remando en medio de la tempestad y con el viento en contra (cf. Mc 6,48).