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Dios, nuestra Madre
6 comentariosLa idea de Dios como Creador entraña también la idea de Padre. La creación es un acto de ternura paternal. De nuestra nada original salimos extraídos por un hilo filial. Pero esta idea de Dios como Padre no debe hacernos olvidar que el hilo filial también proviene con la misma fuerza y razón de la Madre. Por tanto, la idea de Dios como madre resulta oportuna para comprender de modo más completo nuestra filiación. Pues el nacer de mujer marca al ser humano mucho más que el varón en esto tan decisivo de nuestra relación con Dios como es la filiación: a la mujer le adeudamos el ser, ella es la transmisora directa de la vida.
Una de las necesidades más hondas del ser humano es sentirse querido. Mi vida ha sido deseada por alguien. No es un mero producto del azar o de una combinación casual de genes. Mi vida es algo más que eso. Para vivir con equilibrio, para sentirme feliz, yo necesito saber que he interesado a alguien desde mis orígenes. Alguien me ha querido, me ha deseado, me ha esperado con ilusión y cariño, antes incluso de ver mi rostro. Alguien me espera y me recibe con alegría. Esa experiencia del amor materno es un pálido reflejo del amor de Dios.
Hagamos una prueba “en negativo”. Me la ha sugerido un escrito de José Ignacio González Faus, que nota la cuestión de fondo que subyace en el insulto “hijo de puta”. Es como decirle a otro que su vida es un mero producto del azar, que no vale nada para nadie y que nunca hubo una voluntad de que él existiera. Esta “prueba negativa” juega a favor de la madre, si pensamos que, a veces, las prostitutas sí saben acoger a posteriori la criatura que, sin desearlo, han engendrado. Quién de verdad nunca se interesó ni se interesa por la criatura es el cliente de la prostituta. Ahí sí que la vida no fue de ningún modo querida. Quizás la madre terminó dándome la vida y cuidándome, pero el padre jamás me quiso, puede decir con toda razón el “hijo de puta”. Aunque de forma más débil, la expresión “hijo de Ogino” apuntaría en la misma dirección: no soy un hijo realmente deseado, he venido porque el método ha fallado.
Todo esto ayuda a comprender mejor la buena noticia cristiana: mi existencia no es producto del azar o de la casualidad. Hay una voluntad expresa de que exista y de que sea como soy. Se me quiere expresamente y se me quiere así. Invocar a Dios como madre tiene este tono agradecido del que se sabe acogido y recibido antes de ser.