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Oct2007Cualquier tiempo pasado no fue mejor
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2007Oct
Añoramos lo que no tenemos. El presente nunca acaba de satisfacer y suscita quejas y lamentos. Esta tendencia tiene rasgos propios en la comunidad eclesial. Ahora bien, ¿qué época no fue mala? No valoramos lo que tenemos y lamentamos lo que no tenemos. De ahí la nostalgia por tiempos pasados que supuestamente fueron mejores en comparación con los actuales. No conviene olvidar, con todo, la advertencia del Qohelet: “No digas: ¿cómo es posible que el pasado sea mejor que el presente? Pues no es de sabios preguntar sobre ello” (Ecl 7,10).
Estoy convencido de que, en líneas generales, los tiempos actuales son, en muchos aspectos, mejores que los pasados. Hay una mayor sensibilidad por los derechos humanos, la paz, el desarrollo; una mayor preocupación por la mejora de las relaciones entre personas y pueblos, un deseo de mejor entendimiento. Cierto, tenemos muchos problemas. Pero hoy es posible denunciar sin temor lo que no nos gusta y encontrar apoyos sociales para la denuncia. Es posible influir, con nuestros votos, en la marcha de la política y en los cambios de gobierno. Sin olvidar que ningún programa político coincide con el Evangelio y que no todo es malo en los programas de los partidos. Una postura menos beligerante en ocasiones, y más crítica en otras, me parece que haría a la Iglesia más creíble.
Si nos referimos a la situación intraeclesial, es bueno que acentuemos lo importante. Y lo importante es si nuestras comunidades y grupos comparten con alegría la fe y el amor. A veces al decir Iglesia pensamos sólo en la jerarquía. O en algo peor: en pompas y vanidades. No hay que olvidar que la Iglesia es una comunión, un pueblo reunido en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. ¿La comunidad cristiana es viva y adulta, celebramos bien la fe, fomentamos la formación, respetamos a los que tienen criterios distintos? ¿Es una comunidad misionera, con iniciativas, acoge a los inmigrantes, ayuda a los pobres? Ahí es dónde florece la Iglesia.
Estoy convencido de que, en líneas generales, los tiempos actuales son, en muchos aspectos, mejores que los pasados. Hay una mayor sensibilidad por los derechos humanos, la paz, el desarrollo; una mayor preocupación por la mejora de las relaciones entre personas y pueblos, un deseo de mejor entendimiento. Cierto, tenemos muchos problemas. Pero hoy es posible denunciar sin temor lo que no nos gusta y encontrar apoyos sociales para la denuncia. Es posible influir, con nuestros votos, en la marcha de la política y en los cambios de gobierno. Sin olvidar que ningún programa político coincide con el Evangelio y que no todo es malo en los programas de los partidos. Una postura menos beligerante en ocasiones, y más crítica en otras, me parece que haría a la Iglesia más creíble.
Si nos referimos a la situación intraeclesial, es bueno que acentuemos lo importante. Y lo importante es si nuestras comunidades y grupos comparten con alegría la fe y el amor. A veces al decir Iglesia pensamos sólo en la jerarquía. O en algo peor: en pompas y vanidades. No hay que olvidar que la Iglesia es una comunión, un pueblo reunido en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. ¿La comunidad cristiana es viva y adulta, celebramos bien la fe, fomentamos la formación, respetamos a los que tienen criterios distintos? ¿Es una comunidad misionera, con iniciativas, acoge a los inmigrantes, ayuda a los pobres? Ahí es dónde florece la Iglesia.