20
Nov2007Equilibrio y sosiego
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2007Nov
La noticia eclesial de hoy es el discurso de Mons. Ricardo Blázquez a la Conferencia Episcopal Española. La prensa ha destacado dos datos importantes de su parlamento: la necesidad de pedir perdón “ante actuaciones concretas” ocurridas “durante un periodo agitado y doloroso de nuestra historia”; y el recuerdo del Cardenal Tarancón que “buscó siempre la concordia, respetando la pluralidad y fomentando el diálogo”. En el discurso hay otro tema de sumo interés: la acogida a los inmigrantes en un país como el nuestro que ha pasado en pocos años “de ser país de emigración a ser uno de los países de Europa con más elevado número de inmigrantes”.
Si tuviera que destacar algo del discurso de D. Ricardo sería su ecuanimidad, su capacidad de comprensión, su altura de miras, su equilibrio. Vale la pena leerlo completo para situar en su contexto algunas expresiones significativas: guerra fratricida; cada grupo humano tiene derecho a rememorar su historia; no es acertado volver al pasado para reabrir heridas; afirmación de la propia identidad de manera no agresiva; reconocer las propias limitaciones y pecados, cambio de actitud y propósito de enmienda; la beatificación de los mártires no supone desconocimiento ni minusvaloración del comportamiento moral de otras personas; los mártires, situados ante una alternativa no deseada ni provocada por ellos; las migraciones son uno de los signos de nuestro tiempo; un inmigrante no es sólo mano de obra, es ante todo persona; Tarancón, hombre a quién pusieron en un puesto difícil en un momento difícil.
Blázquez huye de posturas extremistas y busca puntos de encuentro. Su discurso sosegado y sin estridencias, acogedor y comprensivo, ofrece una imagen creíble, dialogante y evangélica de la Iglesia. Otros verán connotaciones políticas o electorales a este discurso. A mi, en cambio, me ha parecido un modo de practicar eso que recomiendan algunos autores del Nuevo Testamento: insiste a tiempo y a destiempo, sí, pero no de cualquier modo, sino con toda comprensión y pedagogía, sin perder nunca el control, soportando lo adverso (2 Tim 4,2-5), con buenos modos y respeto (1 Pe 3,16).
Si tuviera que destacar algo del discurso de D. Ricardo sería su ecuanimidad, su capacidad de comprensión, su altura de miras, su equilibrio. Vale la pena leerlo completo para situar en su contexto algunas expresiones significativas: guerra fratricida; cada grupo humano tiene derecho a rememorar su historia; no es acertado volver al pasado para reabrir heridas; afirmación de la propia identidad de manera no agresiva; reconocer las propias limitaciones y pecados, cambio de actitud y propósito de enmienda; la beatificación de los mártires no supone desconocimiento ni minusvaloración del comportamiento moral de otras personas; los mártires, situados ante una alternativa no deseada ni provocada por ellos; las migraciones son uno de los signos de nuestro tiempo; un inmigrante no es sólo mano de obra, es ante todo persona; Tarancón, hombre a quién pusieron en un puesto difícil en un momento difícil.
Blázquez huye de posturas extremistas y busca puntos de encuentro. Su discurso sosegado y sin estridencias, acogedor y comprensivo, ofrece una imagen creíble, dialogante y evangélica de la Iglesia. Otros verán connotaciones políticas o electorales a este discurso. A mi, en cambio, me ha parecido un modo de practicar eso que recomiendan algunos autores del Nuevo Testamento: insiste a tiempo y a destiempo, sí, pero no de cualquier modo, sino con toda comprensión y pedagogía, sin perder nunca el control, soportando lo adverso (2 Tim 4,2-5), con buenos modos y respeto (1 Pe 3,16).