10
Nov
2007Nov
Un Dios digno del hombre
11 comentariosHay modos de presentar la fe que destruyen la esperanza. Hay verdades que por su modo de presentarse parecen temibles y se hacen odiosas. Así ocurre cuando se acentúa el temor a la condenación y la dificultad de la salvación. O cuando se hace hincapié en lo que Dios exige del ser humano y no en lo que Dios prepara para el hombre. Con demasiada frecuencia oímos hablar de la urgente necesidad de un hombre digno de Dios, una familia digna de Dios o una sociedad digna de Dios. El problema para esas voces es el ser humano y no Dios. Y, sin duda, tienen su parte de razón. Pero el problema es más amplio, más complejo, y quizás su raíz se sitúa en el Dios que reciben estas personas, familias o sociedades. ¿Y si probásemos a hablar de un Dios digno del hombre? En estos tiempos tan faltos de esperanza, ¿no sería bueno anunciar que Dios no está ahí para juzgar o condenar, sino para salvar? Es un Dios que se complace perdonando. Se trata de comenzar por el Dios que ama al ser humano y no por el hombre obediente a Dios.
¿Cuántas veces no hemos presentado el cristianismo como si fuera un deber? ¿No sale con frecuencia de nuestra boca un “tú debes”, al predicar el Evangelio? Y, sin embargo, el evangelio no es una ley, no puede predicarse como un “tú debes”, sino como un “tú puedes”: tu puedes vivir de otra manera. El Evangelio no impone nuevas cargas, abre nuevas posibilidades de vida. Porque no es ley, sino gracia. No se trata de negar que la vida cristiana tiene sus exigencias ni de ocultar las debilidades de todo creyente. Pero sí se trata de dejar claro que más importante que el pecado es el “creo en el perdón de los pecados”.
¿Cuántas veces no hemos presentado el cristianismo como si fuera un deber? ¿No sale con frecuencia de nuestra boca un “tú debes”, al predicar el Evangelio? Y, sin embargo, el evangelio no es una ley, no puede predicarse como un “tú debes”, sino como un “tú puedes”: tu puedes vivir de otra manera. El Evangelio no impone nuevas cargas, abre nuevas posibilidades de vida. Porque no es ley, sino gracia. No se trata de negar que la vida cristiana tiene sus exigencias ni de ocultar las debilidades de todo creyente. Pero sí se trata de dejar claro que más importante que el pecado es el “creo en el perdón de los pecados”.