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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

2
Oct
2011
El Salvador necesita salvación
2 comentarios

Muchas de las situaciones perversas de nuestro mundo no se deben a razones naturales y, mucho menos, a que esa sea la voluntad de Dios. Sus causas son históricas y sociales. Y las soluciones son políticas y económicas. Hoy les cuento lo que me dice un joven sacerdote salvadoreño que ve las cosas desde cerca. No pide dinero, pide oraciones, o sea, pide solidaridad, necesita que sepamos que los pobres existen.

Dice que en El Salvador hay “un panorama de violencia impensable, con un nivel de desesperación por parte de las víctimas, que supera sus propias fuerzas humanas”. Añade que él “ha atendido a muchas personas con mucho miedo, por la situación que pasa el país a causa no solo de las pandillas, sino de la inoperancia de las instituciones responsables de ofrecer seguridad y confianza a los habitantes. Sobre todo lo que más desespera es el alto nivel de corrupción que afronta El Salvador. Ante ello, sigue diciendo, yo ofrezco cada Misa por la conversión de los victimarios y de las víctimas. De verdad me duele ver a mis hermanos salvadoreños flagelados por esta fuerza del mal, pero lo que más me duele, es no poder resolver la situación concreta que algunos de ellos afrontan debido a las amenazas que reciben de parte de los pandilleros”. Luego me cuenta que él mismo ha sufrido esta violencia, porque le han matado a un primo este pasado mes de septiembre. Y termina: “al enviarle este correo, solo quiero pedir por favor, que se unan a mis oraciones y a las de muchos salvadoreños que están desesperados. Muchos no encuentra salida y ven totalmente una realidad fatalista. Gracias por ayudarme en esta labor que me compete como pastor, tengo que rezar por ellos porque veo que mis paisanos están necesitados de Dios. Se dan cuenta muchos que no es fácil salir de esta espiral de violencia. Yo solo les animo a no perder la fe y la esperanza en Dios que es capaz de sacarnos de esta esclavitud. Por favor, ayúdeme en este tarea”.

Recuerdo que en el año 2008 otro venerable y sabio sacerdote, que trabaja en este pequeño país pobre y violento que es El Salvador, en el que cada día emigran a Estados Unidos 500 de sus jóvenes, me contó que una joven, que había decidido pasar ilegalmente a Estados Unidos, le pidió que la bendijera. Y le dijo: “es posible que me maten al cruzar el río (que separa México de Estados Unidos) y es posible que me violen. Le pido permiso para ponerme una inyección para que durante un mes no pueda quedar embarazada”.

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1
Oct
2011
¿Por qué decirle a un cura mis pecados?
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Una variante de la objeción a la que me refería en el post anterior (“yo me confieso directamente con Dios”), se expresa así: ¿por qué decirle a un cura mis pecados?

En nuestra sociedad laica se han puesto de moda las “confesiones públicas” de los grandes pecados privados. Hoy en televisión y en las revistas del corazón está de moda la confesión pública. Allí personajes más o menos famosos nos cuentan sus fantasías más eróticas, sus infidelidades matrimoniales, sus aventuras extraconyugales, sus conflictos y heridas. En cambio, sólo en lo escondido del sacramento de la Reconciliación la confesión puede ser el paso decisivo hacia la curación. Porque este sacramento no pretende solamente poner de manifiesto los errores y los pecados, sino también sanarlos y transformarlos. La confesión responde así no solo una necesidad psicológica y antropológica (la de sentirse acogido, comprendido y perdonado), sino también teológica: la confesión privada garantiza la seriedad del arrepentimiento, pues a solas nadie se engaña, y menos aún en presencia de Cristo, que sacramentalmente se nos hace presente.

Las confesiones públicas están de moda. Paradójicamente está menos de moda el reconocimiento del propio pecado. En las confesiones públicas de los programas televisivos, todos tratan de disculparse y de culpabilizar a la otra parte. En nuestra sociedad hay una tendencia a negar, reprimir, marginar la culpa propia. Incluso entre los cristianos y entre los religiosos se practica el método del disimulo o del ocultamiento. Quizás es porque no hemos descubierto el perdón de los pecados como buena noticia. "Yo no quiero la muerte del pecador". "No he venido para condenar". "Yo no juzgo a nadie". El cristiano no cree en el pecado: eso es algo evidente. Cree en el perdón de los pecados. Cree que Dios ama al pecador y le perdona: "nos amó cuando éramos pecadores", porque Dios ama a sus enemigos. Y nos envía su Espíritu Santo, fuente de gozo y alegría, para el perdón de los pecados.

Jesús nos llama a la conversión. Esta llamada no busca hacer nacer sentimientos de culpa para agobiarnos y obligarnos a hacer penitencia, sino realizar un cambio interior, que nos permita volver a Dios y a una vida en pro de los demás. Para Jesús no se trata en el pecado de un Dios ofendido, sino del hombre que ha contraído culpa y es desgraciado, del hombre que él no quiere condenar ni castigar, sino liberar y reintegrar a la comunidad del amor.

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27
Sep
2011
Reconciliación y penitencia
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Tras leer el post anterior, en el que afirmaba que la Eucaristía perdona los pecados, quizás alguno se pregunte qué sentido tiene el sacramento de la Reconciliación o penitencia. En realidad, el sacramento de la reconciliación continúa y prolonga el perdón previamente dado en la Eucaristía. Porque no basta con decir que Dios, por su propia y soberana iniciativa, perdona los pecados de los seres humanos. Este perdón debe ser acogido. Desde esta perspectiva habría que distinguir entre reconciliación y penitencia. La reconciliación se daría en la Eucaristía. Su razón está en el amor gratuito e incondicional de Dios. La penitencia sería el signo que se le pide al hombre para expresar la acogida de esta reconciliación y se manifestaría en el llamado sacramento de la penitencia. Un amor no acogido no alcanza su objetivo. Un perdón otorgado y no acogido frustra su pretensión. En la eucaristía Dios nos ofrece su amor. Gratis. Pero todo lo gratuito exige un contradón de reconocimiento, al menos una sonrisa, una palabra de gratitud, un gesto de acogida. El amor es gratis, pero pide ser acogido. El perdón pide la penitencia, una expresión de dolor por parte del que ha ofendido y ha sido perdonado gratuitamente.

El entender el sacramento de la penitencia como prolongación y consecuencia del sacrificio de reconciliación que es la Eucaristía, nos permite valorarlo mejor. Recuperamos así la importancia de este sacramento, que en algunos momentos ha sido desprestigiado, como se manifiesta en reacciones de este estilo: “yo me confieso con Dios”. Quién dice esto olvida que todo encuentro con Dios es sacramental. Que no hay tales relaciones “directas” con Dios, que todo lo teologal tiene una dimensión antropológica o sacramental. El encuentro con Dios pasa siempre a través del hermano: quién a vosotros recibe, a mi me recibe. En esta línea están estas palabras de Jesús a sus discípulos: a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados. Debido a la infinita distancia que hay entre Dios y el hombre, toda relación con Dios se da a través de signos antropológicos, a través de sacramentos.

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26
Sep
2011
Eucaristía perdona pecados graves
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Hay una dimensión importante de la Eucaristía que tenemos olvidada: ella nos reconcilia con Dios y en ella se nos perdonan los pecados, incluso lo más graves. A este respecto hay un texto poco conocido del Concilio de Trento que vale la pena recordar: el sacrificio de la Misa es verdaderamente propiciatorio, o sea perdonador. Y eso hasta el punto de que el sacrificio eucarístico concede el perdón de todos los pecados, “por graves que sean”. Ya Tomás de Aquino había escrito: “No hay ningún sacramento más saludable que la Eucaristía, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales”. Resulta lógico que el primer efecto de la Eucaristía sea el perdón de los pecados, porque este perdón es condición necesaria para que se produzcan los otros dos efectos: aumento de las virtudes y abundancia de dones espirituales.
 

Esta relación entre eucaristía y perdón de los pecados aparece explícitamente en las plegarias de la celebración. En el momento central de la eucaristía la Iglesia recuerda que en la Cruz, Cristo derramó su sangre “por todos los hombres para el perdón de los pecados”. Y a lo largo de la celebración, la liturgia se refiere a la Víctima por cuya inmolación el Padre devuelve la amistad a los hombres, Víctima de reconciliación que trae la paz y la salvación al mundo entero. Recordemos que el inicio de la celebración es un rito penitencial: “yo confieso que he pecado mucho”; viene luego la absolución: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados”. Esta fórmula eucarística es la que luego se repite en el sacramento de la penitencia. La penitencia prolonga la eucaristía, la aplica, la repite, y no a la inversa. Y en los ritos finales, antes de la comunión, se reza: “líbranos, Señor, de todos los males… para que vivamos siempre libres de pecado” (también el sacerdote en la “Secreta”, dice: líbrame de mis pecados).
 

Esto significa que la reconciliación y la penitencia hay que situarlas en el contexto de la eucaristía. El amor incondicional de Dios, expresado en la eucaristía, explica el perdón y lo hace posible. De este modo el sacramento de la reconciliación o penitencia se convierte en el signo y la continuación de algo previamente dado ya en la eucaristía: la amistad de Dios con el hombre, una amistad incondicional, porque tiene su razón primera y única en el amor de Dios, que nos amó cuando éramos pecadores.

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23
Sep
2011
Benedicto XVI: valiente y claro
5 comentarios

El Papa, en su visita a Alemania, ha sido valiente. Todo lo que ha dicho no debería representar ninguna sorpresa para un católico medianamente informado del pensamiento de Benedicto XVI. Pero hay cosas que es bueno repetirlas, porque tenemos tendencia a dejarlas en los márgenes del olvido, o a no darles la importancia que tienen, o a pensar incluso que se puede ser un buen católico sosteniendo que “la cosa no fue para tanto” o que “eso del ecumenismo o del diálogo interreligioso es opcional”. Con estas expresiones el lector adivina cuáles son las tres cosas que quiero destacar de este viaje papal: su discurso ante los rabinos judíos, el encuentro con los musulmanes y su visita al convento del fraile agustino Martín Lutero.

El mismo día en que el presidente de Irán volvió a poner en duda el holocausto ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Papa habló claramente de la idolatría pagana que supuso el nazismo, muestra de lo que es capaz el hombre cuando rechaza a Dios. Y por si hacía falta recordarlo dijo: “la Iglesia se siente muy próxima al pueblo judío”. La cordialidad del encuentro con los musulmanes queda reflejada en estas palabras del presidente del Consejo Central de los Musulmanes en Alemania: “Cuando se le conoce se sabe que el Papa argumenta a un alto nivel intelectual”.

El encuentro con los representantes evangélicos, en el convento en el que Martín Lutero hizo su noviciado y estudió teología, me parece un gesto ecuménico de primer nivel. Hace tiempo que la teología católica valora positivamente a Lutero. Históricamente las culpas estaban repartidas. Eclesialmente se pueden dar todavía muchos pasos en el camino hacia la unidad. Las palabras de Benedicto XVI en Erfurt: “el pensamiento de Lutero, su espiritualidad toda entera, estaban completamente centrados en Cristo”, reflejan lo que fue la pretensión del Reformador: “en mi corazón no reina sino un único artículo: la fe de Cristo. De ahí brota toda mi meditación teológica”. Va siendo hora de considerar a Lutero patrimonio común de todos los cristianos.

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22
Sep
2011
Dios, nuestra Madre
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La idea de Dios como Creador entraña también la idea de Padre. La creación es un acto de ternura paternal. De nuestra nada original salimos extraídos por un hilo filial. Pero esta idea de Dios como Padre no debe hacernos olvidar que el hilo filial también proviene con la misma fuerza y razón de la Madre. Por tanto, la idea de Dios como madre resulta oportuna para comprender de modo más completo nuestra filiación. Pues el nacer de mujer marca al ser humano mucho más que el varón en esto tan decisivo de nuestra relación con Dios como es la filiación: a la mujer le adeudamos el ser, ella es la transmisora directa de la vida.

Una de las necesidades más hondas del ser humano es sentirse querido. Mi vida ha sido deseada por alguien. No es un mero producto del azar o de una combinación casual de genes. Mi vida es algo más que eso. Para vivir con equilibrio, para sentirme feliz, yo necesito saber que he interesado a alguien desde mis orígenes. Alguien me ha querido, me ha deseado, me ha esperado con ilusión y cariño, antes incluso de ver mi rostro. Alguien me espera y me recibe con alegría. Esa experiencia del amor materno es un pálido reflejo del amor de Dios.

Hagamos una prueba “en negativo”. Me la ha sugerido un escrito de José Ignacio González Faus, que nota la cuestión de fondo que subyace en el insulto “hijo de puta”. Es como decirle a otro que su vida es un mero producto del azar, que no vale nada para nadie y que nunca hubo una voluntad de que él existiera. Esta “prueba negativa” juega a favor de la madre, si pensamos que, a veces, las prostitutas sí saben acoger a posteriori la criatura que, sin desearlo, han engendrado. Quién de verdad nunca se interesó ni se interesa por la criatura es el cliente de la prostituta. Ahí sí que la vida no fue de ningún modo querida. Quizás la madre terminó dándome la vida y cuidándome, pero el padre jamás me quiso, puede decir con toda razón el “hijo de puta”. Aunque de forma más débil, la expresión “hijo de Ogino” apuntaría en la misma dirección: no soy un hijo realmente deseado, he venido porque el método ha fallado.

Todo esto ayuda a comprender mejor la buena noticia cristiana: mi existencia no es producto del azar o de la casualidad. Hay una voluntad expresa de que exista y de que sea como soy. Se me quiere expresamente y se me quiere así. Invocar a Dios como madre tiene este tono agradecido del que se sabe acogido y recibido antes de ser.

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20
Sep
2011
Imágenes femeninas de Dios
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Un día, en clase de teología y casi de pasada, aludí a las imágenes femeninas de Dios que encontramos en la Escritura. E improvisé un ejemplo: el texto de Isaías (49,14-15) en el que se compara a Dios con una mujer que no olvida al hijo de sus entrañas. De pronto, un alumno preguntó provocativamente: ¿hay algún texto más?, dando a entender que no había muchos más. Sí que hay. En Is 66,13 se dice que Yahvé consuela como una madre; en el Salmo 131 se compara a Dios con el regazo de una madre; y en otros textos el amor de Dios es comparado al amor de una madre que lleva a su pueblo en su propio seno, dándolo a luz en el dolor, nutriéndolo y consolándolo (Is 42,14; 46,3-4).

Pero además de estos textos del Antiguo Testamento, que ofrecen imágenes femeninas explícitas, me parece más importante notar que en el Nuevo Testamento, en las parábolas de Jesús, se hace presente una imagen femenina de Dios tan sugerente y abundante como la masculina. Conviene notar el comienzo de las parábolas: “el Reino de los cielos se parece a”. Reino de los cielos es un circunloquio para designar a Dios. Por tanto, lo que dicen las parábolas es que “Dios mismo se parece a”. ¿Y a qué se parece? A un banquete nupcial, a unas vírgenes prudentes, a la levadura que toma una mujer, a una mujer que se alegra al encontrar la dracma perdida, a una viuda inoportuna, o a la viuda que, en vez de dar lo que le sobra, da todo lo que tiene para vivir. Si nos fijamos bien, al lado de las parábolas con protagonistas masculinos, están las que tienen protagonistas femeninas; y al lado de los milagros en los que los beneficiarios son varones, están los milagros en las que las beneficiarias son mujeres. Y junto a la lista de los discípulos, está también la lista de las discípulas que seguían a Jesús.

Cierto, cualquier imagen que ofrezcamos de Dios es siempre inadecuada. Por eso, las imágenes masculinas de Dios son tan buenas o tan malas como las femeninas. Dios es transexual, está más allá de la distinción de sexos. Pero debemos recuperar las imágenes femeninas de cara a hacer hoy un discurso catequético que sea creíble. Y sea además justo con la antropología bíblica de un Dios que creó al ser humano, varón y mujer, a su imagen: ambos son imagen de Dios, por tanto, en ambos se refleja lo que Dios es. Una imagen masculina de Dios es parcial. Y una imagen parcial resulta ser la imagen de un falso Dios.

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17
Sep
2011
Para enriquecernos con su pobreza
2 comentarios

En un post anterior me referí a la pobreza y humildad de la Palabra de Dios. Esta pobreza se debe fundamentalmente a que esta Palabra se expresa en formas humanas. La Palabra de Dios, como decían los escritores de la antigüedad, se abrevia para llegar hasta nosotros. Más aún, el lenguaje humano de Dios nos llega a través de mensajeros humanos; estos mediadores que Dios utiliza no son puros altavoces pasivos. Son también traductores que intervienen activamente en la traducción. La Palabra de Dios se convierte no sólo en palabra humana, sino en palabra del hombre. Finalmente, la Palabra está destinada a ser acogida por los seres humanos. Y el ser humano acoge a su manera, según su modo de entender, en función de su situación, necesidades, expectativas y experiencias. También desde esta perspectiva la palabra de Dios se hace palabra humana.

Después de tanta adaptación, traducción y aplicación, ¿podemos seguir hablando de Palabra de Dios? Sí, por dos motivos: uno, porque esta Palabra, a pesar de todas las mediaciones, viene de fuera de nosotros; y dos, porque el mismo Espíritu que ha inspirado esa Palabra dispone la mente y el corazón del oyente para acogerla en el mismo Espíritu con que fue escrita.

Dios, para llegar hasta nosotros, asume un riesgo. Su Palabra no sólo se abrevia y se limita, sino que debe renunciar a la perfección divina para entrar en las imperfectas categorías de lo humano. Dice la segunda carta a los Corintios (8,9) que “Cristo, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, a fin de que nos enriqueciéramos con su pobreza”. Parece difícil que uno pueda hacerse rico con la pobreza. La estructura de la Palabra divina nos permite comprenderlo. Pues nosotros no podemos recibir la Palabra de Dios con toda su inmensa, inagotable y eterna riqueza. Por nosotros, esta Palabra se hace pequeña, imperfecta, vulnerable, no retiene su categoría divina, toma una pobre y limitada condición humana. Con esta pobreza nosotros nos enriquecemos. Dios tiene que pagar este precio para que nosotros podamos comer, se empobrece y asume la pérdida de su Palabra para que puedan llegarnos las migajas de su Palabra. Sin ellas nos moriríamos de hambre.

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15
Sep
2011
Aclarar posturas con los lefebrianos
18 comentarios

La Santa Sede ha emitido un comunicado sobre el encuentro habido el 14 de septiembre entre representantes de la Congregación de la Fe y de la Fraternidad San Pío X, fundada por Marcel Lefebre. Según el comunicado, la Congregación considera que la base para la reconciliación plena con la Sede Apostólica es la aceptación del texto del Preámbulo doctrinal entregado a los representantes de la Fraternidad. No se dice cuál es el contenido de este “preámbulo doctrinal”. Seguramente tiene que ver con las conversaciones de las que habla el comunicado, referidas a “las dificultades doctrinales esenciales sobre temas controvertidos”, añadiendo que en estas conversaciones se lograron “aclarar las respectivas posturas y sus motivos”.

Aclarar las posturas y sus motivos es una cosa. Lograr un acercamiento es otra. La pregunta que no tiene respuesta en el comunicado es: ¿cuáles eran estas dificultades doctrinales? Me arriesgo a contestar: la libertad religiosa, el diálogo con las otras religiones, el ecumenismo, la reforma de la liturgia de la Misa. El comunicado afirma que sobre la base de unos criterios de interpretación de la doctrina católica (¿cuáles?), sería aceptable la discusión teológica sobre determinadas formulaciones del Vaticano II. Ahora bien, si se acepta discutir sobre determinados temas que preocupan a una sensibilidad por ahora fuera de la comunión plena con Roma, ¿por qué no aceptar discutir también otros, que preocupan a otras sensibilidades, como la ordenación de varones casados, o formas de evangelización en las que los sacerdotes compartan “la suerte de los obreros”, por poner otro ejemplo sacado del Concilio Vaticano II (Praesbyterorum Ordinis, 8)?

A mi entender, la cuestión clave que se dirime con los tradicionalistas es precisamente la comprensión de la Tradición. Tradición es transmisión. Una Tradición viva no se refiere únicamente al pasado. Está abierta al porvenir. Crece y se enrique por la predicación de los pastores, y “por la contemplación y el estudio de los creyentes” (Dei Verbum, 8). Y, por supuesto, por las nuevas experiencias y necesidades que van surgiendo. Una tradición entendida como nostalgia del pasado se convierte en algo muerto. Por paradójico que parezca, una recepción mecánica de la tradición es imposible. El contenido no se recibe más que cuando la inteligencia del receptor entra en acción para que este contenido se transmita de manera comprensible.

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14
Sep
2011
Llevar al Papa al tribunal de La Haya
11 comentarios

En las últimas semanas se ha producido un goteo de noticias sobre acusaciones del gobierno de Irlanda contra el Vaticano por haber obstaculizado los trabajos de una comisión de investigación sobre abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos en la diócesis irlandesa de Cloyne. Ayer saltó la noticia de que un grupo de víctimas de abusos sexuales han presentado una demanda contra el Papa y los cardenales Bertone (actual Secretario de Estado), Sodano (ex Secretario de Estado y uno de los colaboradores más cercanos a Juan Pablo II) y Levada (Congregación para la doctrina de la fe), ante el tribunal internacional de La Haya, acusándoles, ni más ni menos, que de crímenes contra la humanidad.

Una demanda así, por muchos motivos, no tiene posibilidades de prosperar. Pero además, en el caso del actual Papa y de sus dos colaboradores Bertone y Levada, me parece injusta. Si alguien ha propiciado la claridad en estos desagradables asuntos ha sido Benedicto XVI. La acusación de que "los crímenes cometidos contra decenas de millares de víctimas, la mayoría niños, siguen siendo ocultados por funcionarios del más alto nivel en el Vaticano" no se sostiene. Es posible que sigan dándose casos de ocultamiento, pero si es así es contra la voluntad expresa del Papa.

Cosa distinta es que muchas víctimas de abusos delictivos se sientan frustradas. Desgraciadamente, en estos casos, es muy difícil, sentirse resarcido, porque hay daños que son irreparables, aunque puedan paliarse algo con la comprensión, la acogida, la denuncia y el castigo al delincuente. Por eso, yo entiendo que las asociaciones de víctimas quieran hacerse notar, y sigan reclamando compensaciones. Sin duda, el mero hecho de intentar llevar al Papa ante la corte de La Haya produce mucho ruido, pero corre el riesgo de producir todavía mayor frustración, porque es difícil que prospere.

Podemos y debemos agradecer a Benedicto XVI su actitud valiente asumiendo errores ajenos y su clara petición de perdón. Ahora bien, no me parece que sea una buena defensa desviar el tema, argumentado que las leyes que facilitan el aborto son más graves y nadie acusa a quienes legislan sobre ellas. No estamos hablando de lo malos que son nuestros gobernantes. Estamos hablando de personas que han sufrido un grave daño, que sólo hemos reconocido ante la evidencia, porque dábamos por supuesto que cosas así nunca podían ocurrir.

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