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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

28
Ene
2012
Fuerza de la verdad, llama de libertad
2 comentarios

El Centro “fray Bartolomé de las Casas” celebró con gran solemnidad la fiesta de Sto. Tomás de Aquino. El jueves, día 26, a las 20 horas, tuvo lugar una conferencia encomendada a la Presidenta de la CONCUR (Conferencia Cubana de Religiosas/os), bajo el título de “La compasión con ojos de mujer”. La compasión, dijo la ponente, no es debilidad ni sensiblería; despierta la imaginación y llena de fuerza. Contó, al respecto, un hecho real ocurrido durante la guerra fratricida de Ruanda. Dos familias se refugiaron en la capilla de unas religiosas. Un grupo de soldados de la otra etnia fue directo a asesinarles. Una hermana salió a la puerta de la capilla y, mientras miraba al furioso pelotón, se preguntaba por dónde podría encontrar un resquicio de compasión en aquellos hombres. De pronto reconoció al jefe de los asesinos y le preguntó por su hermana, fallecida dos meses antes. Los ojos del hombre se pusieron llorosos, dio media vuelta con sus acompañantes, y aquellas familias conservaron la vida. Tras la conferencia el público hizo preguntas valientes y observaciones críticas, abogando por un mayor respeto a la dignidad de la mujer en esta sociedad con estructuras todavía muy machistas. En el Centro “fray Bartolomé de las Casas” se da la palabra y la palabra es libre.

 

Al día siguiente, viernes, a las 19 horas, se celebró la Eucaristía presidida por el Nuncio Apostólico. En su homilía hubo un párrafo que complació especialmente a los frailes de la casa, porque representaba de algún modo lo que ellos pretenden que sea el Centro: “Sto. Tomás entiende que hay destellos de verdad en todas partes, por eso el amante de la verdad la busca dondequiera que esté. El encuentro con la verdad requiere la escucha atenta de todos aquellos que, aún con posturas distintas a la nuestra, también son sus buscadores. La verdad, por tanto, lejos de encerrarnos en nosotros mismos, supone el diálogo con la cultura, la ciencia y la filosofía”. En mis oídos todavía resuena el canto de entrada, que se repitió al acabar la Eucaristía: “Domingo, tu voz en América descubre la fuerza de la verdad; Domingo, tu voz en América es llama de libertad”. Por supuesto, el Salón de Actos estaba abarrotado y los bancos de la Iglesia totalmente ocupados.

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24
Ene
2012
Soldados que ayudan a las monjas
3 comentarios

Tengo 35 alumnos en el curso del master de teología. Pero quiero hablar de otra cosa. El domingo presidí la Eucaristía de las 10:30 horas, en la espaciosa, iluminada y renovada Iglesia de San Juan de Letrán. Los bancos estaban llenos de fieles. Una Eucaristía participada, con ofrendas presentadas por los fieles, y muchos cantos. Me sorprendió la cantidad de “intenciones” que había, o sea, de peticiones de oración por los difuntos, que una monitora nombró antes de que yo saliera al altar. Al acabar la Misa el mayor de los dos acólitos me indicó que tenía que ir a la puerta del templo para despedir a la gente.
 

El martes celebré la Eucaristía en la Iglesia de las monjas dominicas contemplativas. Son cinco hermanas que mantienen viva la llama de la fe y que, con su sola presencia, son un testimonio de Jesucristo. Además de las hermanas, seis personas más asistían a la celebración. También fué una Eucaristía participada y con cantos. Hasta el punto de que la oración de los fieles no fué leída, sino que cada uno hizo la petición que consideró conveniente. Una de las mujeres que asistían pidió: “por nuestros niños de Cuba, sobre todo por los que vienen a la catequesis, para que sean testigos del amor de Dios entre sus familias”.
 

Al acabar la celebración me interesé por estas catequesis, que se ofrecen en el convento de las hermanas por un grupo de catequistas. Me enteré de que, además de las catequesis para niños, las hay también para adultos que quieren recibir el bautismo o la primera comunión. Porque ésta, como muchas otras, como todas, es tierra de misión. Y en esta tierra, como en muchas otras, hay personas hambrientas de Evangelio.
 

No me olvido del título del post. Resulta que el convento de las monjas está enfrente de un cuartel de soldados (o estaba, porque lo trasladaron hace unos meses). Entre las monjas y los vecinos había buena relación. ¿O alguien imaginaba otra cosa? Una anécdota de la relación entre monjas y soldados: cuando ellas necesitaban trasladar algo pesado, les pedían ayuda, y un grupo de jóvenes acudía al convento. El último traslado fué el de una imagen de la Virgen de la Caridad. Algunos jóvenes se santiguaban, otros se inclinaban. Y uno de los “portadores” comentó: “cuidado, no se vaya a caer el muñeco”. La monja que les acompañaba ni se enfadó ni se inmutó, pero dijo con una sonrisa: “no es un muñeco”. Y el soldado: “perdón, hermana, perdón”. La buena relación por delante. A partir de ahí vendrá lo demás.

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19
Ene
2012
Quince días con posibles altibajos
2 comentarios

Durante los próximos quince días es posible que este blog tenga algunos altibajos. No es seguro, pero es posible. Voy a estar lejos de España, por motivos de trabajo. Allí donde voy mi acceso a internet tiene limitaciones. Ya el pasado año, en fechas muy similares (última semana de enero y primera de febrero) estuve impartiendo unas clases de teología en un master organizado por el “Centro fray Bartolomé de las Casas” de La Habana, con diploma otorgado por la Facultad de Teología de San Esteban de Salamanca. Este año repito. Me traje muy buenos recuerdos. Tuve unas y unos alumnos de gran nivel y, sobre todo, muy interesados en mis explicaciones. Por eso regreso con la ilusión de encontrar un público parecido al del año pasado. He titulado el curso: "El Dios que nos busca y el Dios que buscamos". También me han pedido que ofrezca un taller de teología para ex-alumnos del Centro, que he titulado: "La dignidad de creer".

El Dios que buscamos es el que nos busca a nosotros. Hay una correspondencia entre lo que Dios ofrece y lo que el ser humano busca. Dios es la mejor respuesta a las grandes aspiraciones del corazón humano, una corazón que busca vida y amor, una vida que dure y un amor que no falle. En Jesucristo se nos ha manifestado un Dios así, un Dios que es Vida y Amor. Creer en el Dios de Jesucristo resulta así lo más humano y humanizador. Lejos de ser una ilusión alienante, resulta una opción de gran dignidad. Si alguien se nos presenta de parte de Dios, llevando una existencia totalmente entregada, y ofrece una respuesta a esos dos grandes problemas nunca resueltos del todo, que son la falta de amor y la presencia de la muerte, lo más razonable, lo más creíble, es prestarle atención, es estar atentos a los signos portadores de un amor más grande que anticipan la vida eterna en el hombre.

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19
Ene
2012
Hijos de Dios, ¿también los abortistas?
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Me escribe un amable e inteligente lector y me cuenta: cada vez que se dice que “todos somos hijos de Dios”, oigo enseguida a otros que replican: “¿cómo va a ser hijo de Dios, igual que yo, un terrorista, un violador, o una abortista? En todo caso, serán criaturas de Dios, pero nunca hijos”. Añade: los que así argumentan se basan en algunos textos bíblicos que dicen que hijo de Dios es quien cumple la voluntad de Dios. Incluso la Escritura contrapone los hijos de Dios a los hijos del diablo.

La mayoría de las grandes palabras cristianas tienen un sentido análogo, o sea, se pueden decir de distintas realidades, pero no en el mismo sentido. Así, por ejemplo, “Palabra de Dios” sólo se aplica en sentido pleno a Jesucristo, pero, igualmente decimos que la Biblia es palabra de Dios; más aún, la creación es también una palabra de Dios. Algo parecido ocurre con el término hijo de Dios. Propiamente, el Hijo de Dios es Jesucristo. Pero los cristianos confesamos en el Credo que Dios es Padre y, como repite el Magisterio reciente, Padre de todos los hombres. Por tanto, todos los seres humanos son no sólo criaturas, sino hijos de Dios. Esta filiación común de todas y todos es el fundamento de la fraternidad universal. Todos merecen mi respeto y mi consideración porque todos son mis hermanos.

En la Biblia, el término hijo se aplica a distintas situaciones: los constructores de la paz o los que aman a sus enemigos son hijos de Dios. Pero, sobre todo en los escritos de Juan y Pablo, hijo de Dios se dice de aquellos que se dejan guiar por el Espíritu de Dios. Así se quiere indicar que la paternidad divina pide una respuesta filial, puesto que la plenitud del amor está en la reciprocidad. En este sentido sólo los que aman a Dios pueden ser llamados plenamente hijos de Dios, del mismo modo que sólo los que aman al prójimo son hermanos en plenitud. Pero los que no aman, también son hijos o hermanos y yo debo considerarles y tratarles como tales, aunque ellos no se comporten como lo que son. Cosa distinta es que, según como sean o actúen mis hermanos, yo tenga más o menos confianza con ellos, o entienda que su trato es más o menos fraterno conmigo, o más o menos filial con el Padre.

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16
Ene
2012
Dios y el hombre, nidos de contradicciones
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Precisamente porque Dios es Todo, lo abarca todo y nada se le escapa, no puede ser delimitado ni circunscrito por nada. Y, sin embargo, el ser humano necesita circunscribirlo, no sólo para hacerse una idea de él, sino también para poder alcanzarlo. De ahí que el habla sobre Dios pueda parecer contradictoria. El Dios de Israel es el Creador del mundo, pero es también el Dios que elige un pueblo entre todos los pueblos. Por eso se le invoca bien como “Dios nuestro” o bien como “rey del mundo”. Quiere que se le sirva con temor y que se encuentre la dicha de acogerse a él (Sal 2,11-12). Allí donde la Escritura habla de su sublimidad, en el versículo siguiente habla de su humildad (Dt 10,17-18). Exige oraciones y sacrificios, pero a renglón seguido desprecia todo esto (Sal 51,18-21), y sólo quiere que se le honre con el amor al prójimo y la justicia, sin importarle que los sacrificios se hayan hecho por El. Elije a Israel como pueblo y, sin embargo, Egipto y Asiria también son su pueblo (Is 19,21-25; Sal 87). Con Jesús su reino ha llegado, pero los fieles deben pedir cada día su venida, porque todavía no ha llegado.

El hombre, creado a imagen de Dios, es también un nido de contradicciones. Su única humanidad es siempre plural, no sólo en el sexo, la raza y le lengua. El israelita y el cristiano se creen los elegidos de Dios y, sin embargo, todos los seres humanos son hijos de Dios. El creyente vive ya una vida nueva, y cada día debe progresar en la santidad. La Iglesia es una, santa y católica; y al mismo tiempo son muchas las Iglesias, todas pecadoras y con sus notas particularizantes: católico “romano”. Todo lo que le ocurre al creyente posee dos relaciones: por una parte se refiere a este mundo, pero también se refiere al mundo por venir. Por eso es del mundo, sin ser del mundo; debe amar al mundo y al mismo tiempo no apegarse a este mundo. Es señor de todas las cosas (“todo es vuestro”: Ef 1,22) y simultáneamente servidor de todos. Para él todo lo profano es sagrado, porque Dios se encuentra en todas partes; y todo lo sagrado es susceptible de ser profanado.

Somos tanto más nosotros cuanto más nos damos y nos abrimos. Porque lo que nos identifica nos viene de Otro. Si todo es nuestro, nada es nuestro. Nos define la multitud. Cuando uno quiere ser “sólo yo” se pierde. Somos uno y somos dobles, siempre referidos a otro, saliendo de nosotros mismos.

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14
Ene
2012
Interceder es solidarizarse
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Me escribe un lector y comentarista de este blog y me dice: “aprovechando el final de tu último post” sería bueno explicar que se entiende por “intercesión”. Y añade: mucha gente la entiende como “intentar convencer a Dios”; se diría que Dios no tiene suficiente con nuestra vida y necesita que otros se la expliquen o le convenzan de lo buenos que hemos sido. Más aún: Si, como dice el Nuevo Testamento, Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres, ¿cómo entender otras mediaciones, la de los santos o la de la Virgen María?

La intercesión, la oración por los demás, no hay que entenderla como un informar o convencer a Dios de lo que ya sabe. Hay que entenderla en términos de solidaridad. Un cristiano no se concibe aisladamente, sino en comunión con los demás. Nadie estamos solos ante Dios. Por eso en el Credo confesamos nuestra fe en “la comunión de los santos”: los cristianos estamos unidos los unos a los otros por la fe y el amor. Nuestra oración recíproca no es una mercancía de intercambio y permuta, sino un signo de recíproca solidaridad, de comunión, de afecto y de interés por los demás. Al orar por una persona que nos importa, viva o difunta, expresamos nuestra cercanía con ella.

Por otra parte, al pedir a los que ya están en el cielo que intercedan por nosotros, les expresamos nuestro afecto y les decimos que “contamos con ellos”. Se lo decimos, no porque no lo sepan, sino porque así se refuerza nuestro afecto hacia ellos. En realidad, la oración a quien hace bien es al orante: al orar, él se convence de lo mucho que necesita de Dios y, en el mismo acto de orar, experimenta su cercanía; y al pedir la intercesión de la Virgen o de los santos, el orante refuerza su convicción de que está en buena armonía con ellos. Y ellos pueden ser mediadores (de nuevo en el sentido de “solidarios”) porque la única mediación de Cristo no excluye otras mediaciones (ni otras solidaridades), sino que las suscita.

Dios comparte su santidad con los seres humanos. El único santo es también fuente de toda santidad. La bondad de Dios es tan grande que puede difundirse sin menguar. Y al hacernos partícipes de su poder y de su bondad, hace de nosotros auténticos colaboradores de su obra; somos sus manos en el mundo. No sólo no tiene celos de sus manos, sino que se alegra de nuestros éxitos.

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12
Ene
2012
El más robusto (vive) hasta ochenta
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Hace unos días tuve que predicar en un funeral por una persona cercana, fallecida con 95 años. Y tomé como punto de partida de mi reflexión este número de años. Por un doble motivo. Primero, porque entre las muchas cosas que los más allegados podrían recordar, seguramente ninguno nombraría el acontecimiento más importante de su larga vida. No estoy pensando en el día de su matrimonio, ni en el día en que nacieron sus hijos o sus nietos. Pienso en algo ocurrido hace precisamente 95 años: fue bautizado. El bautismo nos hace hijos de Dios. De un Dios Padre que nos ama como no puede hacerlo ningún padre de la tierra. Por amor nos dio la vida y por amor nos adoptó como hijos. Y porque nos ama, en el momento de nuestra partida de este mundo, nos recibe en sus brazos amorosos. Pues una vez que Dios nos acoge como hijos, su amor es incansable e inagotable y supera con creces todas nuestras posibles rebeldías.

Hice una segunda consideración a propósito de la edad. Es sabido que, para el libro de los Salmos, 70 años son una edad a la que llegan pocos; los más robustos, dice el salmista, alcanzan los 80. Hoy 95 años es una edad que supera ampliamente la esperanza de vida. Pues bien, tanto el interesado, como sus seres más queridos hubieran deseado más: un año más, al menos un día más, pero lo mismo desear al día siguiente: otro día más. Porque, en este mundo, la vida siempre se nos queda corta. Nunca estamos saciados de años. Ni de años ni amores. Aspiramos a vivir siempre y a ser amados incondicionalmente. Nuestro corazón tiene una capacidad infinita. Esto de no estar nunca satisfecho con lo que el mundo nos da, es manifestación de un vacío y signo de un deseo de felicidad que sólo Dios puede colmar. Sólo Él puede llenar las más profundas aspiraciones de nuestro corazón.

Acabé la homilía con un plegaria. Pero no “por” el difunto, sino “a” aquel que ya vive en Dios. Rogué al que había dejado ya este mundo y se había encontrado con Dios que intercediera por los que todavía estábamos en camino.

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9
Ene
2012
Al prójimo como a tí mismo
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Sigo hablando del amor. Me detengo en el segundo mandamiento: “amarás a tú prójimo como a ti mismo”. Ofrezco algunas reflexiones que, de tan obvias, pueden pasar desapercibidas. La palabra prójimo significa el que en cada caso, el que precisamente en el momento de amar, está más próximo; aquel que, en este momento, haya sido lo que haya sido y sea lo que vaya a ser después, es para mí en este instante tan sólo el más próximo. De esta manera el amor al prójimo se abre, sin escapatoria posible, a todos los seres humanos. Porque el prójimo es el representante de todos: no se le ama por sí mismo, por su hermoso rostro, sino sólo porque precisamente está ahí como el más próximo. En este mismo lugar podría estar igualmente otro. Todo prójimo puede ser cualquiera. No es lícito preguntar, distinguir.
 

A este prójimo hay que amarle como a sí mismo. El “como a ti mismo” va mucho más allá de la forma restringida: haz a tu prójimo lo que querrías que hicieran contigo. Como a ti mismo indica: tú prójimo es como tú. El hombre no debe renegar de sí. En el “cómo a ti mismo” no se le dice: “eso eres tú”. No, muy al contrario. Se le pone delante un prójimo y de él, y sólo de él, se le dice: “él es como tú”. Como tú, o sea: no tú. Tú sigues siendo tú y debes seguir siéndolo. Pero a él no debes considerarlo un ello. El es un tú como tú. O sea, un yo. Precisamente por eso no puedes no amarlo.
 

Entonces, ¿por qué se me recuerda que es un deber amar al prójimo? Porque desgraciadamente el ser humano, en su egoísmo innato, tiende siempre a amarse a sí mismo. El sólo amor a uno mismo termina desembocando en el odio al otro. Sólo el mandamiento, que se presenta como sabiduría divina, me recuerda que el prójimo no es “otro”, sino un “sí mismo”.

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6
Ene
2012
El amor, ¿un imperativo?
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Decía en el post anterior que el Dios que se revela en el judaísmo y el cristianismo pide, en primer lugar, la escucha: “Escucha, Israel”. Esta escucha se traduce en obediencia. La exhortación a oír es el preámbulo de un mandamiento. ¿Cuál es el mandamiento supremo, tanto para Israel como para el cristianismo? Todo el mundo sabe la respuesta: “Debes amar a tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Dt 6,5). Debes amar. ¡Qué paradoja! ¿Es que se puede mandar el amor? Mi superior me puede obligar a cuidar de un enfermo que me repugna (no necesariamente físicamente, sino moralmente). Pero, ¿cómo puede mandarme que le ame? A primera vista el amor parece un placer, o un acto espontáneo; y siempre un acto libre. Un amor obligado no parece posible.

Cierto, entre los humanos el amor no se puede mandar. Pero cuando el mandamiento viene de la boca de Dios se trata de algo diferente. Porque Dios es el amante por excelencia. Sólo él puede decir en verdad: “Ámame”. En su boca, el mandamiento del amor no es algo extraño, es la propia voz del amor. El amor del amante sólo puede expresarse así: “ámame”. En imperativo. La mejor prueba de que el amor se expresa en imperativo la tenemos en el Cantar de los Cantares: llévame contigo, ven, ábreme, ponte en camino, date prisa. El amante quiere hacer suyo al amado. Y como es suyo le habla en imperativo. El “ámame” quiere decir: “yo te amo hasta más no poder; por eso quiero que me ames como yo te amo, porque mi amor no estará completo sin el tuyo”. El “ámame” del amante, más que una declaración de amor, es la expresión pura y plena del amor.

El mandamiento del amante es un indicativo de un amor que se ofrece totalmente en el instante presente. No piensa en el futuro. Si pensase en el futuro no sería un mandamiento, sería una ley. Por eso el “amarás” no puede interpretarse en términos de futuro (como alguna vez he oído): “llegarás a amar”. Lo que pide el amor es: “¡ojalá escuchéis hoy su voz!” (Sal 95,7). El amor espera su buen éxito en el momento mismo de darse. Se comprende así que el imperativo del mandamiento es el permanente hoy en el que vive el amor del amante. Un amor que siempre está ahí.

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3
Ene
2012
La Palabra de Dios no es un libro
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Cuando en las celebraciones litúrgicas leemos fragmentos de la Sagrada Escritura, solemos acabar la lectura diciendo: “palabra de Dios”. Este final de la lectura no debería confundirnos. El cristianismo no es la religión de un libro. Y la Biblia puede ser llamada palabra de Dios sólo en un sentido segundo y derivado. Porque, como muy bien ha hecho notar Benedicto XVI en la Verbum Domini, “la persona misma de Jesús, su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad”.
 

Ni para el judaísmo ni para el cristianismo la palabra de Dios es un libro. Para el judío la palabra de Dios es la expresión de la voluntad de Dios, manifestada por medio de la palabra humana de Moisés y los profetas. Por su medio, Dios dialogaba con su pueblo, en la palabra del profeta resonaba, al modo humano, la palabra divina. Esta condescendencia de Dios se cumple de manera insuperable con la Encarnación del Verbo en Jesús de Nazaret. La palabra de Dios ya no se expresa mediante un discurso. La persona misma de Jesús es la Palabra. En su humanidad Dios ha dicho todo lo que tenía que decir y lo ha dicho de forma definitiva.
 

De este modo la Revelación se convierte en un acontecimiento vivo entre Dios y el hombre, un acontecimiento en el que el propio Dios se regala a sí mismo. Para el Islam la Revelación es otra cosa: un libro que Dios pone en manos del hombre. Mientras a Israel se le repite continuamente: ¡escucha!, la primera palabra de la revelación a Mahoma es: ¡lee! Se le muestra la página de un libro y un libro es lo que trae el arcángel del cielo la noche de la Revelación. Para el judaísmo y el cristianismo la doctrina oral es más antigua y más santa que la escrita. De hecho, Jesús no dejó escrita ninguna palabra. El Islam es religión del libro. Un libro enviado del cielo. Dios mismo no desciende, no deja su celestial trono. Está sentado en lo más alto del cielo, y manda al hombre… un libro.

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