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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

12
Sep
2011
El Amor del inmensamente Puro
8 comentarios

En la Pasión de Jesús, en la entrega total de su vida en la Cruz, “toda la suciedad del mundo entra en contacto con el inmensamente Puro. Si lo habitual es que aquello que es impuro contagie y contamine con el contacto lo que es puro, aquí tenemos lo contrario: allí donde el mundo, con toda su injusticia y con sus crueldades que lo contaminan, entra en contacto con el inmensamente Puro, Él, el Puro, se revela al mismo tiempo como el más fuerte” (J. Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, t. II, pág. 269). Dicho de otra forma: cuando el amor y el bien infinitos entran en contacto con el mal, resultan infinitamente más fuertes y más grandes que el mal. Ese es el misterio de la Cruz. Allí el amor se manifiesta en forma de perdón. Y así, lo que debería ser la condenación del mundo que rechaza al Hijo de Dios, se convierte en su reconciliación. El amor sufriente de Jesús transforma la oscuridad del mal, toma sobre sí todo el sufrimiento del mundo, y lo transforma en dádiva de amor.

Por este motivo, los cristianos cantamos que esta Cruz es gloriosa. Porque ella no condena. Sin duda debería condenarnos. Pero el modo como Jesús la asume hace que sea salvífica. Por sí misma la Cruz y el sufrimiento no salvan. Si el sufrimiento y la Cruz de Jesús salvan, es por el modo como Jesús muere, amando incluso a sus enemigos, a los que le condenan. Jesús no está dispuesto a que nadie le arrebate el amor. Jesús muere sacrificado por el mundo, pero no deja que le arrebaten el amor con el que ha actuado toda su vida. Al actuar de esta manera convierte el odio del mundo en la sin razón y el absurdo total: “me han odiado sin motivo” (Jn 15,25). Por el hecho de revelar con su muerte su amor y el amor del Padre para con los hombres, Jesús corta la lógica de la violencia. Así la humanidad es reconciliada por el amor.

Así se comprende que el 14 de septiembre no celebramos exactamente “la cruz”, sino “la exaltación de la santa cruz”. La cruz entendida con fe es instrumento de triunfo y garantía de premio eterno: es la cruz gloriosa.

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9
Sep
2011
Lo divino bajo figura despreciable
5 comentarios

Benedicto XVI en la Verbum Domini plantea el problema de las páginas oscuras y difíciles de la Biblia, por la violencia y las inmoralidades que a veces contienen. ¿Cómo es posible que algo tan sublime como la Palabra de Dios pueda expresarse no sólo tan pobremente, sino incluso bajo expresiones que parecen contrarias a la dignidad de lo divino? Cierto, la Escritura, además de palabra de Dios es también palabra del hombre. Dios se adapta a nuestro modo de entender, utiliza nuestro lenguaje. Por eso la “palabra de Dios” es una palabra muy “humana”. Pero, puestos a utilizar un lenguaje humano, ¿no estaría más acorde con la dignidad de la palabra Dios el uso de las más sublimas palabras e imágenes?

 

Tomás de Aquino se planteo este mismo problema, consciente de la pobreza y simplicidad de algunas expresiones y descripciones bíblicas. He aquí su respuesta: es preferible que lo divino se transmita en la Escritura bajo el ropaje simbólico de cuerpos viles que de cuerpos nobles. Por tres razones: primero, porque así queda más claro que cualquier figura que se aplique a Dios es inadecuada para expresar su grandeza; si las imágenes fueran sublimes y nobles, resultaría tentador confundir a Dios con esas imágenes. Segundo, porque este modo de conocer es más adecuado para hablar de Dios en esta vida, ya que de Dios sabemos mejor lo que no es que lo que es; por eso las imágenes más alejadas de Dios dan mejor a entender que Él está por encima de cuanto pensamos y decimos. Tercero, porque así lo divino queda más escondido para los ojos indignos.

Casi podríamos decir que la palabra de Dios es una palabra “chapucera” para que no caigamos en la tentación de buscar a Dios en las grandezas, elegancias, purezas, incontaminaciones y riquezas de este mundo. La forma misma de la palabra de Dios es una invitación a buscarlo en el pobre, en el necesitado, en el indigente. Y es una crítica de tanto oro, plata y diamante con el que, a veces, adornamos relicarios, mantos a las imágenes, altares y demás objetos sagrados. Lo divino se simboliza mejor, si seguimos esta doctrina de Tomás de Aquino, bajo la figura de cuerpos viles y despreciables que de cuerpos nobles.

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7
Sep
2011
No todo es mal en el mal
10 comentarios

Alguna vez he escrito sobre el problema del mal. Cuanto lo más lo pienso, más complejo me parece. Porque tiene muchas vertientes. Hoy quisiera, con temor y temblor, reflexionar sobre una de estas vertientes que me parece, bajo algunos aspectos, positiva. Hago esta reflexión con temor porque no se trata de ningún modo de justificar el mal o de ofrecer falsos consuelos a aquellos que sufren, diciéndoles que su sufrimiento es bueno y que deberían alegrarse por ello. Pero sí que veo que hay algunos bienes que sólo pueden llegar a partir de lo que para otros es malo. Y, en este sentido, la parte de bien que aparece debería también redundar en el que sufre con un sufrimiento que ayuda a otros (por más que en nuestro mundo “moderno” cueste cada vez más entender que el que ayuda al prójimo, al primero que se ayuda es a él).

Consideremos que alguien muere en un accidente. Esto es algo malo para el que muere y para su familia. Y más malo aún si la causa del accidente es la imprudencia de otro conductor o la falta de una buena señalización que los gobernantes deberían haber colocado y no lo han hecho. Hoy estamos sensibilizados ante el bien que suponen los trasplantes. Si la familia de la persona fallecida decide donar los órganos de su familiar, este mal se convierte en un bien para otros. Y si, como consecuencia del accidente, se instala un nuevo sistema de señales que impide que haya otros accidentes en el futuro, sus parientes podrían pensar que la víctima no ha muerto en vano. Es bueno para nosotros que algunas experiencias malas no sean derrochadas, sino que se conviertan en medios de un beneficio que no habría llegado a los otros sin ellas.

Si vemos las cosas desde una mirada creyente podríamos incluso pensar que un sufrimiento humano que es de utilidad para los otros, también es de utilidad para Dios, que ha diseñado el mundo de modo que el sufrimiento beneficie a esos otros. Del mismo modo que cuando un médico ayuda a un niño pequeño a usar sus miembros lesionados, beneficia tanto al niño como a los padres del niño, una de cuyas metas principales es que la vida de su hijo prospere, así todo el sufrimiento humano que ayuda a otros es de utilidad para que Dios consiga sus propósitos. Y quien es de utilidad para Dios es realmente afortunado.

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5
Sep
2011
Culturilla bíblica en televisión
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Como hice en otra ocasión, propongo a los profesores de religión unos ejercicios para enseñar divirtiendo. E incluso para hacer notar a los alumnos que una buena cultura bíblica, en caso de presentarse a un concurso de televisión, permite no hacer el ridículo y, lo que es más interesante, ganar dinero.

Los ejercicios propuestos están sacados de dos casos reales ocurridos este verano en sendos concursos televisivos. A partir de estos casos los profesores tienen un modelo para multiplicar los ejemplos. El 19 de agosto, en Antena 3, en el programa “Atrapa un millón”, a la pregunta: “¿cuál es un libro de la Biblia?”, se ofrecieron estas cuatro posibles respuestas: 1) te lo juro por Snoopy; 2) Divinitas; 3) Sabes; 4) Oseas. La pareja de concursantes descartó la primera respuesta (demos gracias a Dios) y consideró que de las tres restantes la mejor era “divinitas” (¡qué menos que un libro de la Biblia lleve ese nombre!); la siguiente respuesta preferida como nombre de libro bíblico era “sabes”. Apostaron y perdieron 500.000 euros a “divinitas”. Lo de Oseas debía sonarles raro.

El 1 de septiembre, en Tele 5, en el concurso “Pasapalabra”, a la pregunta: “Empieza por J. En la Biblia, nombre del padre de la Virgen María”, el concursante respondió decidido: “Julián”. Tan decidido que se sorprendió al escuchar la supuestamente buena respuesta dada por el presentador del programa: “Joaquín”. ¿Pero es exactamente así? Espero que los profesores de religión no caigan en el error de los guionistas. Pues en la Biblia no aparece el padre de la Virgen y, por tanto, tampoco su nombre. El nombre de Joaquín se encuentra en un evangelio apócrifo, el protoevangelio de Santiago que, por cierto, también transmite una serie de datos encantadores y hasta engañosos sobre la Virgen María y el niño Jesús. Lo que permite nuevos ejercicios para el profesor de religión: ¿cuáles son, según la Biblia, los nombres de los reyes magos o de la madre de la Virgen María? Respuesta: esos nombres no están en la Biblia.

El nivel cultural del pueblo español, en materia religiosa, es penoso. En creyentes y no creyentes. Tal como están las cosas es difícil defender que se impartan clases de historia de las religiones y/o de cultura religiosa como alternativa a las clases confesionales de religión. Pero impartidas por buenos profesores resultarían interesantes para aprender también, y entre otras cosas, poesía, arte, literatura, derecho, historia o cultural general.

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2
Sep
2011
Lázaro, ¿murió o no murió?
30 comentarios

Cuando uno trata de explicar el sentido teológico de algunos relatos evangélicos, y más en general, de los relatos bíblicos, siempre hay alguien que pregunta: “pero, bueno, ¿sucedió o no sucedió?". Interesa más la materialidad del hecho que su sentido. Porque pensamos que la materialidad del hecho, por ejemplo, la resurrección de Lázaro, es prueba “evidente” de la divinidad de Cristo. Y si resulta que “no murió de verdad”, parece que nos quedamos sin “pruebas” (que no es lo mismo que argumentos) a favor de la divinidad. Olvidamos así que la divinidad de Cristo es un dato de fe y no una cuestión de pruebas.
 

Un exegeta prudente, amigo mío, ha escrito: “Nadie, excepto Jesús, ha retornado de la muerte, y ninguno retornará jamás de la muerte, para vivir en este mundo su vida mortal”. Por tanto, si Lázaro pudo “regresar a esta vida” fue “porque las condiciones de su organismo y de su cerebro todavía lo permitían. Podríamos compararlo con los estados de coma irreversible que se conocen actualmente y que, tanto médica como clínicamente están abocados a permanecer latiendo como ‘vida’ por un tiempo indefinido” (S. Villota).
 

Hay dos razones, una antropológica y otra teológica, que avalan esta exégesis. La razón antropológica: si la muerte es la cesación irreversible (nótese bien: irreversible) de todas las funciones vitales, es claro que nadie regresa de la muerte. La razón teológica: si la muerte es la entrada definitiva en el cielo, es claro que la situación de “muerte” de Lázaro no puede entenderse como el final de su vida terrena y el comienzo de la eterna, porque el Cielo es un estado definitivo, sin vuelta atrás, y si se le hubiera sacado del Cielo para devolverlo a la tierra (aparte de la “mala jugada” que eso hubiera supuesto para él), se le hubiera expuesto al riesgo de ir al infierno (lo digo de forma sencilla para que se entienda la dificultad teológica). Estas cosas tienen que quedar claras, para no exponer al ridículo nuestra fe, y también para no alimentar falsas esperanzas en enfermos, moribundos y familiares.

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31
Ago
2011
Católicos no cristianos
15 comentarios

Católicos no cristianos es una expresión utilizada por Jairo del Agua, buena persona y excelente bloguero. No confundir con cristianos no católicos, o sea, con los hermanos de las Iglesias protestantes, anglicanas u ortodoxas que, con todo derecho, se consideran y llaman cristianos, pero no están en comunión plena con el Obispo de Roma.
 

¿Qué puede ser eso de un católico no cristiano? ¿No resulta contradictorio? Lo que resulta es paradójico y por eso mismo invita a pensar. Se trata de una combinación de dos adjetivos, en el que uno, católico, hace las veces de sujeto, un sujeto calificado por no ser cristiano. Pero claro, calificar de no cristiano a un católico implica entender de modo especial el término católico. En la combinación “católico no cristiano”, católico significa más o menos lo siguiente: se trata de una persona que se atribuye el término católico de forma excluyente, porque él se considera la medida de lo católico y rechaza que los que no pasan por su medida sean católicos. Este tipo de católicos excluyentes (¡vaya contradicción: católico quiere decir universal!) suelen ser beligerantes y encuentran su identidad en la condena del otro, en lo que les separa. Buscan enemigos donde sea, porque el enemigo les da vida. Además de beligerantes son intransigentes, incapaces de reconocer cualquier cosa buena en aquel que no coincide plenamente con su medida. Son como esos fariseos “que se tienen por justos y desprecian a los demás” (Lc 18,9). La intransigencia y la beligerancia les ciegan. Les ocurre como a esos judíos que Jesús criticaba: creen que ven, se creen muy lúcidos, en realidad están ciegos, no se enteran de nada (Jn 9,40).
 

Se convierten así en católicos no cristianos. En católicos cuya referencia no es el Evangelio de Cristo sino, a lo sumo, unas expresiones doctrinales descontextualizadas y, por tanto, mal entendidas; o unas formas en las que cuenta más la estética que la ética. No cristianos porque aparentemente (y aquí la apariencia importa) no siguen las huellas de aquel que vino a salvar y no a juzgar ni a condenar (Jn 12,47), sufriendo en su propia carne las consecuencias de una opción tan exigente: al ser insultado no devolvía el insulto; al padecer, no amenazaba (1 Pe 2,23). Tengo la impresión de que, a veces, en ambientes, páginas o pergaminos que se autocalifican de católicos, hay exceso de ruido y de furor. Estos excesos nos pueden convertir en “católicos no cristianos”.

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29
Ago
2011
Luz para una generación perversa
4 comentarios

Al final de su sermón, Pedro, el día de Pentecostés, exhortaba a sus oyentes con estas palabras: “escapad de esta generación perversa” (Hech 2,40). Y el apóstol Pablo decía a los filipenses que vivían “en medio de una generación perversa y depravada” (Flp 2,15). Eso de pensar que el mundo está corrompido, que esta sociedad es perversa, que nunca hemos estado peor, es casi tan antiguo como la historia. Como sólo vemos el presente, pensamos que otros tiempos fueron mejores y que, en los nuestros, hemos llegado al “no va más” de la corrupción. Recuerdo, a modo de ejemplo, que cuando se aprobó la ley del divorcio en España, los obispos de entonces gritaron alarmados que eso era el comienzo de la destrucción del país. Es arriesgado utilizar adjetivos superlativos para calificar una situación, porque corremos el riesgo de que la realidad los desmienta, y además porque cuando luego vengan situaciones peores, ya no encontraremos palabras originales para calificarlas.
 

Todos los tiempos son ambiguos. Tienen cosas buenas y malas. Hoy hay muchas cosas buenas: mayor sensibilidad democrática, mayor deseo de paz, una mejor comprensión del diferente, leyes sociales más justas e igualitarias; se ha prolongado la esperanza de vida, los niños están más protegidos, muchos se preocupan por los necesitados cercanos y lejanos. También hoy hay muchas cosas malas. Algunos parece que se complacen en exagerarlas. No ven más que lo malo. A veces, algunos cristianos parecen pensar que denunciar lo mal que está todo es el mejor modo de evangelizar. En mi opinión se equivocan. Porque el mejor modo de llegar a alguien y de decirle una palabra que tenga posibilidades de ser escuchada no es comenzando por criticarle, sino buscando algún aspecto o lado bueno por el que poder entrarle. Y luego porque la oscuridad no desaparece cuando se la critica, sino cuando se la ilumina. En este sentido Jesús dice que los suyos son “luz del mundo”, no crítica del mundo. Y el texto de san Pablo a los efesios, que antes he citado, exhorta a los cristianos a ser lumbreras en medio de esta sociedad.
 

La única sociedad que hay es la que tenemos. No vale lamentarse: “si tuviéramos otro gobierno, otras leyes, otra televisión, entonces sería fácil evangelizar”. El testimonio hay que darlo en la realidad que hay, no en la que desearíamos que hubiera. Porque la que desearíamos no existe. Y la que hay se evangeliza siendo luz, no a base de lamentos, gritos, beligerancia o criticas.

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26
Ago
2011
Descendió a los infiernos
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Muchas personas siguen preguntando por el sentido de este extraño artículo del Credo. Extraño por el desconocimiento de lo que significa. Porque una vez explicado, el artículo resulta “lo más normal del mundo” para cualquier creyente.
 

Infiernos, en plural, eran para los antiguos el lugar al que iban los muertos. Por tanto el sentido más directo de este artículo del Credo es que Cristo, al morir, fue al lugar a donde van todos los muertos. Jesús conoció la muerte igual que todos los humanos y se reunió con ellos en la “morada” de los muertos. Entendido así este artículo sería la última consecuencia de la Encarnación de Cristo, de su realísima humanidad, una humanidad como la nuestra, limitada y finita como la nuestra. La solidaridad de Cristo con nuestra humanidad no tuvo nada de ideal y sí mucho de real.
 

Conviene aclarar que, para los antiguos, había, al menos tres “moradas” a las que podían ir los muertos: el lugar de condenación, el de purificación y el de la gloria. Uno de los infiernos podía ser, por tanto, lo que nosotros llamamos cielo. El descenso de Cristo a los infiernos podría ser su entrada en la gloria del Padre. También así este artículo sería una prolongación de la Encarnación: gracias a ella, se han abierto para todos las puertas de la esperanza y Jesús se ha convertido en el primero de una larga lista de hermanos que el Padre introduce en la salvación. Se comprende así que este artículo siempre haya ido unido de forma indisoluble con la siguiente afirmación del Credo: “y al tercer día resucitó de entre los muertos”. De modo que ambas afirmaciones: descendió a los infiernos y al tercer día resucitó forman un único artículo: la muerte de Cristo (como la de todo cristiano y posiblemente como la de todo ser humano) es la entrada en la gloria del Padre.
 

Finalmente, los antiguos entendían que Cristo libró en los infiernos un combate contra la muerte y todo lo que nos mata. En este combate, resultó vencedor. Cristo atraviesa las fuerzas del destino. Descender a los infiernos para vencerlos es mostrar que ningún destino pesa sobre el hombre hasta el punto de que Dios no pueda forzarlo. La esperanza cristiana es lo opuesto a la sumisión al destino, y su fuente es el acto por el que Cristo ha afrontado y ha vencido al destino de la muerte. Incluso en esos lugares impenetrables, Jesús nos precede abriendo camino y ofreciendo futuro a todos aquellos que aparentemente no tienen futuro.

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24
Ago
2011
Seguir a Jesús en la Iglesia
8 comentarios

Entre las muchas ideas buenas que ha dejado la visita de Benedicto XVI a Madrid me quedo con una de las últimas: sólo se puede seguir a Jesús en la Iglesia. Eso es algo que todo cristiano sabe y vive. Pero no está mal recordarlo. Hoy muchas personas se preguntan dónde encontrar a Cristo resucitado. La respuesta es: en la Iglesia. Cuando la comunidad cristiana se reúne para escuchar su Palabra, celebrar la fracción del pan, compartir los bienes, vivir el amor y solidarizarse con los necesitados, Cristo se hace presente. “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. No dice: allí se me recuerda, sino “allí estoy yo”. Cuando los creyentes se reúnen se realiza y subsiste la Iglesia. Cristo resucitado siempre y sólo (sí, sí: siempre y sólo) se hace presente sacramentalmente. El gran sacramento de su presencia es la comunidad de los creyentes, la Iglesia.
 

La cuestión entonces es: ¿por qué la Iglesia, en ocasiones, resulta un obstáculo para el encuentro con Cristo? La respuesta está en otra de las ideas que ha dejado el Papa: “Nosotros debemos ser santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar”. Cuando la vida de los cristianos no resulta coherente con lo que creen, más que epifanía o manifestación de Cristo, son una pantalla o un obstáculo para el encuentro con él. Por eso la santidad es la meta de todo cristiano. Santidad es coherencia entre lo que se cree y lo que se vive, entre lo que se confiesa y lo que se hace. De modo que la vida resulta una realización de la propia fe. Esta coherencia da que pensar a los no creyentes y hace que se planteen una pregunta. Pero cuando la vida va por un lado y la fe por otro, los no creyentes comprueban en la práctica el desmentido de lo que decimos. Se encuentran entonces ante la prueba de que la fe no vale nada.
 

Seguir hoy a Cristo no puede hacerse en solitario. Hay que añadir que hay muchos modos de vivir en comunidad eclesial. Más aún, que comunidad no es sinónimo de uniformidad. Al contrario, la vida comunitaria, en el seguimiento de Cristo, reafirma la propia personalidad de cada uno. Hay un modo de vivir en comunidad que, lejos de alienar, madura, haciendo que cada uno entregue al servicio de los demás lo mejor de sí mismo.

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22
Ago
2011
Responder sin insultos a los insultos
11 comentarios

En un post reciente un lector preguntaba de qué modo debemos “actuar los cristianos cuando nos encontramos con personas que, en el transcurso de una conversación, insultan a Dios, sienten deseos de asesinarle, y le atribuyen la culpa de todos los males de la humanidad”. Ofrecí una rápida respuesta que me gustaría completar centrándome “en el modo de actuar de los cristianos”. Lo primero que debemos hacer es mantener la calma, porque normalmente la gente que así reacciona suele ser, como intuye el comentarista del blog, gente frustrada, dolida o decepcionada. No podemos responder agresivamente, porque no saben lo que dicen (aunque nosotros no tenemos que decírselo; que no saben lo que dicen nos lo guardamos para nosotros y como regulador de nuestro pacífico comportamiento).
 

Otra cosa que debemos hacer es conceder gustosamente la parte de razón que tengan, aunque en ocasiones esta razón se exprese de forma violenta o inadecuada. Debajo de muchas reacciones desconcertantes está la imagen de un Dios muy alejada del Dios de Jesús. Sus insultos no se dirigen al verdadero Dios, sino a la caricatura de Dios que han recibido, y en algunas ocasiones recibido de los mismos cristianos, como ocurre cuando presentamos un Dios represivo en lo moral, garante del poder o del orden establecido, enemigo de la felicidad y del progreso. Cuando nuestra respuesta comienza diciendo: “tienes razón en algunas de las cosas que dices, este Dios del que tú hablas no debería existir”, empezamos a ganarnos la atención y hasta la simpatía del interlocutor.
 

Finalmente debemos ofrecer respuestas razonadas, explicadas y fundamentadas, si es que la persona está abierta al diálogo. Si sólo está dispuesta al insulto no hay modo de entenderse. Pero si el insulto es una reacción visceral que tiene sus motivos en una mala experiencia, entonces una vez reconocida la legitimidad del motivo, es posible entablar un diálogo. Una vez me encontré con una persona que lanzó un exabrupto contra el párroco de su pueblo, porque en su momento no le dejó enterrar a su madre, pretextando que el comentario del pueblo era de la parroquia y él no era practicante. En cuanto le dije: “si es como usted lo cuenta, este párroco no lo hizo bien”, se calmó y él mismo entabló conmigo un interesante diálogo sobre temas religiosos. La gente busca buena doctrina. De ahí la necesidad que tenemos los creyentes de estar siempre preparados para dar razones de nuestra fe a quién las solicite.

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