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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

1
Oct
2011

¿Por qué decirle a un cura mis pecados?

5 comentarios

Una variante de la objeción a la que me refería en el post anterior (“yo me confieso directamente con Dios”), se expresa así: ¿por qué decirle a un cura mis pecados?

En nuestra sociedad laica se han puesto de moda las “confesiones públicas” de los grandes pecados privados. Hoy en televisión y en las revistas del corazón está de moda la confesión pública. Allí personajes más o menos famosos nos cuentan sus fantasías más eróticas, sus infidelidades matrimoniales, sus aventuras extraconyugales, sus conflictos y heridas. En cambio, sólo en lo escondido del sacramento de la Reconciliación la confesión puede ser el paso decisivo hacia la curación. Porque este sacramento no pretende solamente poner de manifiesto los errores y los pecados, sino también sanarlos y transformarlos. La confesión responde así no solo una necesidad psicológica y antropológica (la de sentirse acogido, comprendido y perdonado), sino también teológica: la confesión privada garantiza la seriedad del arrepentimiento, pues a solas nadie se engaña, y menos aún en presencia de Cristo, que sacramentalmente se nos hace presente.

Las confesiones públicas están de moda. Paradójicamente está menos de moda el reconocimiento del propio pecado. En las confesiones públicas de los programas televisivos, todos tratan de disculparse y de culpabilizar a la otra parte. En nuestra sociedad hay una tendencia a negar, reprimir, marginar la culpa propia. Incluso entre los cristianos y entre los religiosos se practica el método del disimulo o del ocultamiento. Quizás es porque no hemos descubierto el perdón de los pecados como buena noticia. "Yo no quiero la muerte del pecador". "No he venido para condenar". "Yo no juzgo a nadie". El cristiano no cree en el pecado: eso es algo evidente. Cree en el perdón de los pecados. Cree que Dios ama al pecador y le perdona: "nos amó cuando éramos pecadores", porque Dios ama a sus enemigos. Y nos envía su Espíritu Santo, fuente de gozo y alegría, para el perdón de los pecados.

Jesús nos llama a la conversión. Esta llamada no busca hacer nacer sentimientos de culpa para agobiarnos y obligarnos a hacer penitencia, sino realizar un cambio interior, que nos permita volver a Dios y a una vida en pro de los demás. Para Jesús no se trata en el pecado de un Dios ofendido, sino del hombre que ha contraído culpa y es desgraciado, del hombre que él no quiere condenar ni castigar, sino liberar y reintegrar a la comunidad del amor.

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Quien esté libre, tire la primera piedra
2 de octubre de 2011 a las 01:34

Gracias, Martín, por este post tan alentador. Vaya chasco me he llevado con todos los comentaristas, que poco serios, sólo comentan cuando pueden criticar, incluso a la Iglesia. Pero caundo se les llama a la verdad, entonces se enconden como los del Evangelio de la mujer adúltera.

Mercedes
2 de octubre de 2011 a las 13:48

El Sacramento de la Penitencia es muy importante ; cada vez que me confieso experimento la sensación del perdón y los efectos que conlleva : paz , tranquilidad, renovación espiritual y liberación de la culpa .
Al hacer el examen de conciencia previo a la confesión , me obliga a repasar mis faltas y a darme cuenta que soy una pobre pecadora , es un acto de humildad necesario para el encuentro posterior con el Señor .
Por qué decirle a un cura mis pecados , cuando ellos son humanos y también pecan cómo nosotros , dirían algunos críticos del sacramento ? Cuando me confieso , el sacerdote está representando a la Iglesia , está administrando el sacramento porque está facultado para ello ,es en definitiva, el instrumento necesario , independientemente de sus defectos inherentes a su condición humana .

Joaquim Navarro i Castell
3 de noviembre de 2019 a las 12:02

Comptar els pecats al capellà és necessari per a qu'el Senyor em perdone? Crec que no.

La práctica de comptar els pecats atenta els Drets Humans.

J. Garcia
3 de noviembre de 2019 a las 15:07

La alegría y felicidad que produce el encuentro del penitente con Jesús no tiene precio. Gracias, fray Martín.

Ernesto
5 de noviembre de 2019 a las 17:59

Muy excelente esta reflexión, saludos Fr. Martin.

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