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Oct2013La Iglesia no es una ONG, pero...
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El Papa alguna vez lo ha recordado: la Iglesia no es una ONG. Algo que debería ser evidente para todo creyente. La Iglesia es la comunidad de aquellos que creen en Cristo como su Señor y Salvador. Pero la fe en Cristo tiene implicaciones que afectan a todos los ámbitos de la existencia. Y afectan también al modo de relacionarnos con la naturaleza y con las otras personas. Los otros no son solo “otros”, son también “míos”, porque el creyente sabe que son hijas e hijos de Dios, que Cristo les ama y que, en ellos Cristo mismo está esperando nuestro amor. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis pequeños hermanos (hermanos en situación de precariedad: pobreza, enfermedad, falta de pan, de vestido y de tierra), a mí me lo hicisteis”. No dice: “yo estaba contento porque os portabais bien con ellos”, sino “a mí me lo hicisteis”, cosa que solo puede significar: “yo estaba allí, en el prójimo necesitado, y allí se me podía encontrar”.

A partir de estos principios queda claro que, si bien la Iglesia no es una ONG, la Iglesia como comunidad, y cada uno de sus miembros, debe realizar muchas labores que también realizan otras instituciones laicas, que no apelan para nada a Dios en su labor social a favor de los necesitados. Coincidir con otros a la hora de hacer el bien no es motivo de celos ni de rivalidad, sino motivo de alegría y de colaboración. Cierto, es posible que los motivos, las razones, por las que unos y otros hacemos obra social a favor de los desamparados, no sean las mismas. O mejor: no se formulen en los mismos términos. Porque toda acción a favor del prójimo necesitado termina remitiendo a un motivo trascendente, a un motivo que rompe las fronteras de mi egoísmo.
La Iglesia no es una ONG. Pero si dejara de practicar la caridad y la justicia, si dejara de lado su compromiso con los pobres, enfermos, emigrantes, presos, su vivencia del Evangelio no sería auténtica ni completa. No es posible vivir el Evangelio “a medias”. No es posible ser cristiano “hasta cierto punto”. La caridad, traducida en compromisos concretos, es esencial a la vida cristiana. El que los beneficiarios de nuestra caridad puedan confundir a la Iglesia con una ONG no es razón para estar sermoneándoles sobre lo que somos y no somos. Lo que somos lo debemos tener claro nosotros. Evidentemente, siempre que tengamos ocasión, debemos aclarar que el pan del cuerpo que suministramos nunca podrá llenar del todo la vida. Eso solo puede hacerlo otro pan, un pan que cuando se come ya no se muere más. Cristo, pan de vida, es el único que puede llenar el corazón de las personas. Pero probablemente, el mejor contexto que puede hacer esto entendible y audible es el del suministro del pan del cuerpo.
El domingo, 13 de octubre, tendrá lugar en Tarragona la beatificación de 522 mártires. De ellos más del 80 por ciento eran religiosos y religiosas que, durante la última contienda civil en España, murieron porque pensaron que era más importante mantener la fe y la vocación religiosa que salvar la vida.
En alguna ocasión he escuchado al presidente de la Eucaristía hacer un pequeño cambio en la fórmula “el Señor esté con vosotros”, que aparece repetidamente en la liturgia, y decir: “el Señor está con vosotros”, subrayando con especial énfasis el “está”. En mi opinión este cambio no es bueno. Pero es necesario explicar el motivo, porque de lo contrario estos detalles que son importantes, dejan de serlo cuando no se comprende su sentido y su razón. Si no se conoce la diferencia entre decir “esté” o “está”, da lo mismo decir una cosa que otra y hasta alguno podría pensar que hacer alguna vez un cambio ayuda a abrir el oído para que los fieles, o sea, en este caso los oyentes, se despierten de la somnolencia que produce la monotonía de las repeticiones.
En la carta dirigida al director de La Repubblica, a la que aludía en un post anterior, el Papa se refiere a la actitud que debemos adoptar con aquellos que no comparten nuestra fe en Jesús. En primer lugar con el pueblo judío. A partir del Vaticano II hemos descubierto, dice Francisco, “que el pueblo judío sigue siendo para nosotros la raíz santa de la que germinó Jesús”. De ahí la importancia de cultivar la amistad con nuestros hermanos judíos, pues Dios sigue siendo fiel a la alianza con Israel; más aún, a través de terribles pruebas, los judíos han conservado su fe en Dios. “Y por esto, dice Francisco, con ellos nunca seremos lo suficientemente agradecidos como Iglesia, y también como humanidad”. Ellos invitan a los cristianos a vivir siempre como peregrinos, esperando el regreso del Señor.
Y con los que no creen en Dios y no buscan la fe, ¿cuál debe ser nuestra actitud? Responde el Papa: teniendo en cuenta que la misericordia de Dios no tiene límites, la cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia. En concreto, esto significa decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. En esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones. En esta línea se había pronunciado ya el Vaticano II: los que no creen en Dios, pero siguen los dictados de su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.
El pasado 11 de septiembre, el Papa Francisco escribió una carta al director del diario La Repubblica, respondiendo a algunas preguntas que el director, un no creyente, le había formulado desde las páginas del mismo diario. De esta carta me han interesado las dos razones, por las que según el Papa, el diálogo sincero y riguroso con los no creyentes es “un deber y algo valioso” para la Iglesia.
No todos los tiempos son iguales. Una cosa es el tiempo del reloj, el inexorable discurrir de los momentos, todos idénticos; y otra cosa es la vivencia humana del tiempo: hay momentos en que el tiempo se nos hace largo y otros en que se nos hace corto. Más aún, el tiempo puede vivirse como una experiencia opresiva y limitadora o como una experiencia de plenitud. Mis errores, mis pecados, los males que he causado forman parte de mí y me acompañan toda la vida, a veces en forma de fantasmas que me oprimen; mis proyectos e ilusiones de futuro están marcados por la fragilidad y el miedo al fracaso. Este modo de vivir el tiempo influye negativamente en mi vida. Pero yo puedo recordar el pasado de unos padres que me acogieron con amor, me sostuvieron en mi debilidad, y esta vivencia puede acompañarme toda mi vida como una experiencia sanante, que me asegura un futuro prometedor. Las manos amorosas que me crearon pueden llenar de alegría mi presente y mostrarse como promesa de futuro. Cuando vivo el tiempo como una oportunidad de acoger el amor, de abrirme al amor y de ofrecer amor, realizo una experiencia positiva del tiempo.
Es una buena pregunta: ¿cuánto tenían previsto invertir en los Juegos Olímpicos de Madrid 2020? 1.900 millones de euros parece. No es una mala cifra. ¿Qué van a hacer con ese dinero? Seguro que los responsables de administrarlo serán gente honrada y no se embolsarán ni un euro. Algunos se preguntan si no sería posible invertir ese dinero en sanidad, educación y políticas activas de empleo. Me imagino la respuesta: del dinero invertido en las Olimpiadas se esperan unos beneficios cuatro veces superiores. No está mal. ¿Y cuántos beneficios se esperan de lo invertido en sanidad, en educación y en políticas de empleo? A largo plazo, probablemente más. Pero aunque fuera bastante menos, convendría recordar que la política está al servicio del ser humano, sobre todo de los seres humanos más necesitados, y no está para lucimiento y prestigio de los políticos: “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana”, dejó dicho, y bien dicho, el Concilio Vaticano II.