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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

21
Jul
2024
El rostro de Dios en Cristo
2 comentarios

rostrodiosencristo

Proseguimos nuestras reflexiones sobre el rostro de Dios, iniciadas en dos artículos anteriores. El Nuevo Testamento ratifica lo que ya decía el Antiguo: “A Dios nadie le ha visto jamás” (Jn 1,18). Y por si queda alguna duda, la primera carta a Timoteo (6,16) afirma que esta imposibilidad de ver a Dios es constitutiva del ser humano y no cambia en función de la situación en que éste se encuentre: Dios “habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver”. Pero el Nuevo Testamento afirma algo nuevo en relación al Antiguo, algo importante, que nos introdu­ce de lleno en el tema de esta reflexión, a saber: que el Hijo único, que está en el seno del Padre, nos ha dado a conocer a este Dios que nadie ha visto jamás (Jn ,1,18). Y eso hasta el punto de que el que ve a Jesús ve al Padre (Jn 12,45; 14,7-9).

En el rostro de Cristo, Dios hizo irradiar su rostro para nosotros. En este rostro, dice 2 Co 4,6, resplandece la gloria de Dios. El pasaje guarda afinidad con el relato de la transfigura­ción, en donde el rostro de Jesús resplandece como el sol (Mt 17,2). Pero mientras en la trans­figuración se trata del rostro de Jesús glorificado, en el texto de san Pablo se trata del Jesús terrestre. En el rostro humano de Jesús es posible ver –humanamente, claro- el rostro invisible de Dios. Naturalmente, aquí rostro no designa la apariencia exterior. Eso es secundario. Signi­fica que, en la vida, muerte y resurrección de Cristo, en su predicación, obras y milagros, en el conjunto de lo que dijo e hizo, se manifiesta al modo humano lo que Dios es, lo que Dios quiere, dice y hace. Si el rostro humano es manifestación de los pensamientos y sentimientos invisibles del hombre, manifestación del alma invisible; el rostro, la persona de Cristo es manifestación de lo invisible de Dios. Como muy bien dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 515) lo que había de visible en la vida terrena de Cristo conduce a un misterio invisible. “El es imagen de Dios invisible” (Col 1,15).

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17
Jul
2024
El rostro de Dios
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candelabrorostrodios

El rostro del humano puede ser mentiroso. Pero incluso cuando no miente, su rostro es siempre limitado. Pensar en un rostro sin limitación alguna sería algo así como pensar en el rostro de Dios. Pero ¿acaso Dios tiene rostro? La Escritura habla del rostro de Dios. Con esta expresión se refiere al tipo de relación que Dios mantiene con el ser humano: cuando Dios vuelve su rostro o hace resplandecer su faz sobre Israel, éste recibe la paz, es decir, la salvación (Núm 6,25-26). Cuando Dios oculta su rostro y lo aparta de Israel, ello significa la privación de la gracia (Sal 13,2). El salmo 104,29 extiende a toda la creación esta acción benéfica (o maléfica) del rostro de Dios: “escondes tu rostro y los animales desaparecen”, vuelven a la nada. Así se explica que una de las oraciones más frecuentes dirigidas a Dios por el israelita sea que no aparte de él su rostro, que no le oculte su rostro (Sal 22,25).

Pero una cosa es que Dios vuelva su rostro hacia el hombre o lo retire, o sea, que Dios le mire con benevolencia o, por el contrario, le reproche su pecado y su infidelidad; y cosa distinta es que el hombre pueda ver el rostro de Dios. Una cosa es que Dios vea al ser humano y otra que el ser humano vea a Dios. Pues, por parte del hombre, ver el rostro de Dios es im­posible. Moisés tenía una gran intimidad con Dios. Hablaba con Dios “como habla un hombre con su amigo” (Ex 33,11). Basándose en esta confianza, Moisés pidió a Dios que le dejase ver su rostro, y se encontró con esta respuesta: “Mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida” (Ex 33,20). Dios deja ver a Moisés sus “espaldas”, pero no su rostro (Ex 33,23). Si el rostro es reflejo de lo que uno es, y si en el rostro de Dios no hay mentira alguna, ver el rostro de Dios sería algo así como comprenderle totalmente, tener una idea pre­cisa de lo que él es. Esto, por definición, es imposible, pues Dios es el misterio por excelen­cia. Si dejase de ser misterio, dejaría de ser Dios. Un Dios comprendido totalmente, sería un Dios no sólo al alcance, sino a la medida de lo humano. O sea, un Dios finito, limitado. Una contradicción. Por eso dice la Escritura que es imposible, en las condiciones de este mundo, ver a Dios.

Esto imposible en este mundo, ver el rostro de Dios, es un ele­mento de la felicidad en el mundo futuro: “entonces veremos cara a cara” (1 Co 13,12; cf. 1 Jn 3,2; también Apo 22,4). Pero este ver cara a cara no debe hacernos olvidar la infinita dis­tancia que también en el cielo separa a Dios del ser humano. De modo que, incluso en el mundo futuro tampoco será posible una total comprensión de Dios. En el cielo, Dios seguirá siendo inabarcable para el hombre. Nunca la inteligencia humana, finita y limitada, puede agotar el infinito de Dios. Cabe aplicar a la vida bienaventurada esta profunda búsqueda ina­gotable que el salmista expresa al decir: “¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío!, ¡qué inmenso es su conjunto! Si me pongo a contarlos son más que arena; si los doy por terminados, aún me quedas tú” (Sal 139). Cuando, en nuestra ingenuidad, creemos que hemos agotado, terminado con los designios divinos, no hemos ni siquiera empezado y Dios sigue quedando todo entero por descubrir.

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13
Jul
2024
Virgen del Carmen, estrella del mar
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Parroquia Porto Cristo

La Virgen del Carmen es una de las advocaciones marianas más populares. Considerada reina y patrona de Chile, su patronazgo se extiende a muchas instituciones españolas y americanas. La devoción al escapulario del Carmen está muy extendida. La denominación procede de su veneración en el monte Carmelo, en Tierra Santa. Es llamada Estrella del Mar y es patrona de los marineros. No hay que olvidar que los marineros, durante siglos, han utilizado a las estrellas para guiarse en medio del mar. La relación entre la Virgen del Carmen y la estrella del mar se remonta a una tradición según la que unos ermitaños carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo, en el siglo XIII, para protegerse de la invasión de los musulmanes. Cuando estaban cantando el “Salve Regina”, la Virgen María se les apareció y les prometió ser su Estrella del Mar.

El Papa, en la bula de convocación para el jubileo del año 2025, que ha puesto bajo el signo de la esperanza, afirma que “la esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto”. Añade Francisco: “No es casual que la piedad popular siga invocando a la Santísima Virgen como Stella maris, un título expresivo de la esperanza cierta de que, en los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene y nos invita a confiar y a seguir esperando”. Por su parte, Benedicto XVI ofrece, en las últimas páginas de su encíclica dedicada a la esperanza, una preciosa reflexión sobre “María, estrella de la esperanza” que, en cierto modo, podrían servir también para honrar a la Virgen del Carmen. Benedicto XVI ve una estrecha relación entre la esperanza y el saludar a María como estrella del mar (“Ave maris stella”).

“La vida humana es un camino”, dice el Papa. Y se pregunta: “¿hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo?”. Respuesta: “La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que son su “si” abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo?; ¿Ella que se convirtió en el arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf Jn 1,14)?”

La fotografía que acompaña el artículo es de la parroquia de la Virgen del Carmen de Porto Cristo (Mallorca). Bajando las escalinatas de la Iglesia se llega directamente al mar. Desde el altar de la Iglesia, presidido por una preciosa imagen de la Virgen del Carmen, el celebrante puede ver el mar.

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8
Jul
2024
Sentido y límites del rostro
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floresrostro

Solemos decir que la cara es el espejo del alma. El libro del Eclesiástico lo dice de forma más expresiva: “el corazón del hombre hace cambiar su rostro, sea para el bien, sea para el mal. Un rostro alegre revela un buen corazón” (13,25-26). El rostro es el espejo del cora­zón. En el rostro del hombre se leen sus mejores y sus peores sentimientos, el dolor y la ­alegría, la bondad y la severidad.

No es menos cierto que el ser humano tiene la tremenda posibilidad de aparentar. Y las apariencias engañan. El rostro de una persona puede decir lo contrario de lo que el corazón piensa y quiere. Cuando se trata de las relaciones del ser humano con Dios, la apariencia no tiene nin­guna posibilidad de engañar a Dios, pero sí la tiene cuando se trata de las relaciones de una persona con otra persona, pues “el hombre ve las apariencias, pero Yahvé ve el corazón” (1 Sam 16,7).

Pero incluso cuando el ser humano no pretende engañar vive de algún modo la tragedia de tener que aparentar. ¿Quién no ha sentido la pena de no ser comprendido, precisamente cuando más necesitaba comprensión? Y, ¿por qué no soy comprendido? Porque hay una distancia entre lo que expreso y lo que siento y vivo. Mi rostro es limitado, demasiado pequeño para expresar la grandeza de mi corazón. No encuentro las palabras adecuadas para poder decir como quisiera mis sentimientos.

El rostro perfecto, el rostro ideal, sería aquel que pudiera expresar sin ninguna doblez, sin ninguna limitación, la verdad de los sentimientos. Un rostro que sacase al exterior todo lo que uno lleva dentro, luminoso como el sol, resplandeciente de verdad. Un rostro así, además de ser de carne, sería un “rostro espiritual”. No parece que esto sea posible en este mundo. San Pablo dice que, los que viven con Dios para siempre en el cielo, tienen un “cuerpo espiritual”, o sea, un cuerpo invadido por el Espíritu Santo. Y Jesús, hablando de los elegidos dice: “los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre”. La metáfora del sol sugiere las cualidades de un cuerpo y de un rostro invadidos por el Espíritu: transparencia en las relaciones, limpieza en los comportamientos, ninguna doblez ni mentira en las actitudes. Y si bien un rostro así parece reservado para el mundo futuro, en la medida en que vamos asemejándonos a Cristo, podemos anticiparlo en este mundo, y en la medida en que lo anticipamos, nuestro rostro es un reflejo del rostro de Dios que en Cristo brilló de modo insuperable.

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4
Jul
2024
Los besos por internet no llegan a su destino
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besosescritos

He leído que Kafka aseguraba que los besos escritos no llegan a su lugar de destino. La frase da qué pensar. En tiempos de Franz Kafka ni existía internet ni se soñaba con ello. Pero su idea es susceptible de ser ampliada: los besos por internet no llegan a su lugar de destino.

Cierto, tanto la correspondencia como los sistemas telemáticos pueden mantener y fomentar la amistad cuando dos personas están lejos y se quieren de verdad. A través de estos medios queda claro que una no se olvida de la otra. Pero no cabe duda de que la buena amistad requiere presencia. Cuando dos personas solo se conocen a través de las redes sociales es difícil, por no decir imposible, que pueda surgir amistad o verdadera confianza entre ellas. Las redes sociales pueden dar la impresión de que estamos cerca unos de otros, pero en realidad estamos solos, pues la pantalla impide el contacto, darse la mano, mirarse a los ojos, imposibilita el abrazo que une. La pantalla nos blinda frente al otro.

Las redes sociales pueden ser engañosas. Nos conectan, pero no nos unen. Por eso las personas que se quieren necesitan encontrarse. Los sistemas de comunicación, por muy modernos que sean, pueden ser sustitutivos cuando no hay otro medio de comunicarse, pero si hay posibilidades de encuentro y nos quedamos solo en redes sociales, éstas se convierten en un mal sucedáneo del amor. En este mundo masificado, las redes debilitan la dimensión comunitaria de la existencia, no nos hacen más hermanos, son un signo de individualismo.

Lo que vale para las relaciones humanas, vale tanto o más para la práctica religiosa. Durante la pasada pandemia del covid, las redes hicieron un buen servicio en el terreno religioso, pero este servicio no era el ideal y, una vez que este servicio no es necesario, no puede de ningún modo considerarse sustitutivo de la presencia de los hermanos que requiere toda comunidad. La eucaristía no puede seguirse a través de una pantalla, requiere estar presente en la asamblea que se reúne para celebrarla, pues la eucaristía no es una representación, sino el acto eclesial por excelencia. Asistir a la eucaristía a través de una pantalla sería algo así como asistir a la fiesta de boda de una hija o del mejor amigo a través de una conexión de WhatsApp. Para el banquete y el baile de boda no sirve la pantalla. Mucho menos sirve para asistir a la ceremonia, sobre todo si es religiosa.

No es extraño que San Pablo dijera a los cristianos de una de sus comunidades: “nosotros, hermanos, separados de vosotros por breve tiempo, físicamente, más no con el corazón, ansiábamos con ardiente deseo ver vuestro rostro” (1 Tes 2,17). Si eso ansiaba Pablo con los hermanos, mucho más lo anhelaba con Dios. De ahí que era bien consciente de que la fe es un conocimiento parcial y su gran deseo era tener un conocimiento pleno, un “conocimiento cara a cara” (1 Cor 13,12). El deseo de todo creyente es ver el rostro de Dios, verle “tal cual es” (1 Jn 3,2).

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30
Jun
2024
¿Milagros o superstición?
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milagrosvicente

Transcribo tal cual la pregunta que me hizo un periodista y mi respuesta.

Pregunta: ¿Por qué desde tiempo inmemorial el ser humano confía o cree en elementos que están más allá de la explicación científica? Algunas personas están convencidas de que la religiosidad y una fe fuerte u oración puede llegar a cambiar el destino de los acontecimientos o cambiar aspectos físicos (una enfermedad, un problema grave). ¿Pueden estar ocurriendo esos pequeños milagros cotidianos? ¿Es positivo que se respeten esos convencimientos personales y no se tilden de superstición? ¿Más allá de la intercesión divina a través de la oración o la encomendación, cree que hay aspectos y potenciales de la mente humana que están por explorar y que podrían explicar determinados acontecimientos que con la ciencia aun no explicamos?

Respuesta: El ser humano es un ser que razona, piensa y busca explicaciones. Cuando no encuentra una explicación que se ajuste a lo que él conoce, entonces atribuye las cosas que ve o le ocurren a causas que están más allá de sus conocimientos actuales. Y según el talante de la persona y los presupuestos desde los que juzga (no juzga igual una persona atea que un teista, y los teístas juzgan en función de sus distintas creencias religiosas), entonces atribuye aquello sobre lo que busca explicaciones bien a causas desconocidas, bien a causas religiosas o pseudo religiosas. Y según cuál sea el nivel de su religiosidad (una religiosidad infantil, o una religiosidad madura y pensada) sus explicaciones religiosas serán más o menos creíbles, o más o menos ingenuas.

Para un cristiano, la oración no cambia los acontecimientos. Cambia a la persona y, por tanto, cambia la manera de asumir los acontecimientos o de valorarlos. Otra cosa es que una persona pueda interpretar que Dios interviene especialmente en un determinado acontecimiento. Para la persona religiosa Dios conduce la historia y los acontecimientos, pero lo hace por medio de causas segundas, no interviniendo directamente y cambiando el curso de la historia o de los hechos. Pero, una persona religiosa, ante un determinado acontecimiento extraordinario o llamativo, o largamente deseado, puede ver ahí la mano de Dios. Eso no significa que Dios no intervenga en el resto de los hechos, significa que esa persona ha caído en la cuenta de la intervención de Dios precisamente ante el acontecimiento llamativo, vivido desde la fe y acogido en un clima de oración.

Claro que hay muchas cosas que están todavía por explorar o por descubrir, en el universo, en nuestro mundo y en las personas, y sin duda cuando vayamos conociendo mejor algunos datos encontraremos explicaciones que ahora no somos capaces de dar. Eso no quita para nada el convencimiento básico del creyente de que Dios interviene en la historia. Interviene eso sí por medio de causas segundas, respetando la autonomía de la naturaleza y la libertad de la persona. La autonomía y la libertad no están en competencia con el Creador, al contrario, manifiestan su grandeza, pues cuanto más perfecta es una cosa, tanto mejor manifiesta la grandeza de su autor. Y Dios es el dador de la libertad y de la inteligencia. No es posible oponer razón y fe, porque ambas proceden de Dios. Por eso, la fe es razonable y en la razón hay un aspecto de creencia.

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25
Jun
2024
Circuncisión religiosa, asunto de actualidad
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florescircuncisión

El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta una historia que, a primera vista, se diría que no tiene ningún interés ni actualidad. Y, sin embargo, puede resultar de una actualidad sorprendente. ¿De qué se trata? De una de esas discusiones sobre asuntos menores que, ya desde tiempos antiguos, han suscitado fuertes polémicas y desencuentros entre los creyentes. La discusión a la que se refiere el libro de los Hechos (15,1-35) era sobre la circuncisión. Algunos de la secta de los fariseos habían abrazado la fe. Pues bien, si la fe supone creer firmemente que la salvación viene de Jesucristo y además es gratis, porque Dios nos ama y su amor es incondicional, parece increíble que se discutiera sobre si la circuncisión era necesaria para salvarse. En la primitiva Iglesia otra discusión, que ahora dejo de lado, era sobre si había alimentos puros o impuros.

También hoy en la Iglesia se discute por asuntos secundarios y menores, y encima hay quién se permite criticar, o incluso insultar al Papa cuando hace notar que esos asuntos menores no son decisivos para la salvación. Lo decisivo para la salvación es acoger en nuestra vida a Jesucristo. Lo decisivo no es comulgar en la mano o en la boca. Lo decisivo es comulgar con Jesucristo. Lo decisivo no es si lo que hace el hermano me gusta o no me gusta. Lo decisivo es amarle como Dios le ama y respetarle como Dios le respeta. Lo decisivo no es si el Papa recibe a una persona o a otra. Lo decisivo es que en la Iglesia las puertas estén abiertas para que puedan entrar todos e invitar a todos a quedarse, y difícilmente podremos invitarles a quedarse si no sabemos acogerles. Lo decisivo no es si me gustan o no me gustan algunas de las palabras o de los gestos del Papa. Lo decisivo es no romper la comunión y tener claro que donde está Pedro está la Iglesia.

Y respecto al asunto concreto de la circuncisión y de todos los otros más actuales que he nombrado, lo grave no es estar a favor de una u otra solución, o tener una u otra opinión. Lo grave es absolutizar la propia solución como si fuera la única posible y la única ortodoxa y descalificar a la otra opinión o postura. Eso no significa que todo valga. Pero sí significa que hay que distinguir lo esencial de lo secundario, hay que mantener con toda firmeza la fe, pero en asuntos de expresión de la fe o de celebración de la fe o de aplicación de los principios morales derivados de la fe, caben distintas posiciones, en función de la cultura o de las necesidades de una iglesia o de una persona.

En la Iglesia primitiva solucionaron el asunto de la circuncisión sinodalmente: “los apóstoles y los presbíteros se reunieron para examinar el asunto”. Después de examinar el asunto, tomaron la decisión de no imponer la circuncisión, escribiendo una carta en la que, además del acuerdo de los apóstoles y presbíteros, estaba también de acuerdo toda la comunidad. El método sinodal que ha empleado el Papa es bueno y es el camino para solucionar las discrepancias y los desacuerdos: dialogar mirándonos a la cara alrededor de una mesa, tratar de comprender lo que el otro dice y explicar mi posición de modo que el otro la comprenda.

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21
Jun
2024
Traducir en nuestra vida el hambre y sed de justicia
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En la cuarta bienaventuranza (bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia), los que a imitación de Jesús desean realizar la voluntad del Padre (cf. Mt 6,10), con tanta intensidad como saciar sus necesidades, son declarados poseedores de una felicidad única, y se asegura que ellos serán saciados. Cumpliendo la voluntad de Dios uno es plenamente saciado, porque su recompensa es Dios mismo, el único que “sacia de bienes tus anhelos” (Sal 103,5). Todo el que anhela cumplir la voluntad de Dios, verá colmados sus deseos y vivirá como hijo de Dios al imitar su justicia, su perfección (Mt 5,45.48).

El cristiano está siempre dispuesto a cumplir la voluntad de Dios “así en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10), porque sabe que su voluntad es la salvación del ser humano. Dios solo puede desear lo bueno, todo lo ordena y dirige al bien de los que le aman. Jesús nos enseñó a pedir cada día que esta voluntad se realice. Esta petición no es una fórmula de servilismo o de resignación, sino la expresión del convencimiento de que en la voluntad de Dios está la felicidad del ser humano, pues la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,3-4). Que se haga la voluntad de Dios es lo mejor que le puede ocurrir a nuestra vida.

Traducir en lo concreto el hambre y la sed de justicia, el deseo de vivir según lo que se ajusta a la voluntad de Dios, equivale a preguntarnos cuál es la voluntad de Dios, su mandamiento. Pues bien, su mandamiento, el que resume todos los demás mandamientos y nos dice toda su voluntad, es que “nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado” (Jn 13,34; cf. 1 Jn 3,22-24; 4,21; Lc 10,25-37). Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12,2; Ef 5,17) y obtener "constancia para cumplirla" (Hb 10,36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras sino "haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7,21; Lc 6,46).

En esta línea san Pablo podía decir que la justicia de Dios es la justificación del hombre (Rm 3,21-24). Aquí queda muy claro que la justicia de Dios no condena, no excluye, no rechaza. Lo que hace es “justificar” al ser humano, hacerle justo, grato a sus ojos. El justo por antonomasia quiere que los seres humanos, creados a su imagen, sean justos y felices. Y eso se consigue cuando uno sigue los caminos de Dios, cuando cumple su voluntad, cuando vive de verdad el Evangelio, esta noticia buena que llena de alegría y de paz el corazón humano.

El Papa Francisco (en su catequesis del 3 de febrero de 2016) afirmó que la justicia de Dios es su perdón, porque es la justicia de un Padre misericordioso que “ama y quiere que sus hijos vivan en el bien y la justicia, y por ello vivan en plenitud y sean felices”.

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17
Jun
2024
Jesús, hambriento y sediento de justicia
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jesusjusticia

La cuarta bienaventuranza (“bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia") es la más extensa y la única que utiliza dos participios para subrayar la intensa necesidad del grupo humano descrito, que Jesús viene a remediar. En efecto, hambre y sed expresan una profunda necesidad del ser humano considerado en su totalidad, carne y espíritu, cuerpo y alma. El salmo 107 recuerda como los hijos de Israel, en el desierto, “hambrientos y sedientos se sentían desfallecer”. Por su parte, los salmos 42 y 63 describen en términos parecidos la otra gran necesidad de todo ser humano, a saber, la necesidad de Dios, el único que puede saciar totalmente los anhelos más profundos del corazón humano: “mi carne tiene sed de Dios”; “oh Dios, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”.

El término clave, al que se aplica esta hambre y esta sed, es “justicia”. El término puede tener varias acepciones, fundamentalmente una profana y otra religiosa, que no sólo no se oponen, sino que pueden complementarse muy bien. En sentido profano justicia es el deseo que todos tenemos de que se respete a nuestra persona y a nuestros bienes, y de que la sociedad funcione armoniosamente según unas reglas respetadas por todos.

En sentido cristiano, la palabra comporta diversos matices, pero fundamentalmente se refiere a la voluntad salvadora de un Dios siempre fiel a su alianza de amor, y al comportamiento que el ser humano debe tener para ajustarse a la voluntad de Dios. De ahí que Jesús invite a los suyos a “buscar el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33), dejando claro que esta justicia no puede ser como la de los escribas y fariseos (Mt 5,20). La justicia, para los discípulos de Jesús, no consiste en el cumplimiento de una serie de ritos, sino en tomar como norma de la vida la acción de Dios que ama a sus enemigos y, por eso, hace salir su sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos (Mt 5,44-45).

No es extraño, por tanto, que las primeras palabras de Jesús dieran testimonio de su deseo de “cumplir toda justicia” (Mt 3,15), el cual siendo justo se identificó con los pecadores para testimoniar así el gran amor de Dios hacia ellos. Jesús es el hambriento y sediento de justicia por antonomasia, como aparece desde su bautismo (Mt 3,15) hasta el final de su vida, tal como lo reconoce el centurión romano que, al ver su manera de morir, exclamó: “ciertamente este hombre era justo” (Lc 23,47). El cuarto evangelio pone en boca de Jesús estás palabras, dirigidas a sus discípulos: “yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis…, mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,32-34). El alimento, lo que da la vida a Jesús es el cumplimiento de la voluntad del Padre (continuará).

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13
Jun
2024
Payasos y víctimas en Belorado
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manosdepaz

La normalidad y la bondad no interesan a los medios de comunicación, porque posiblemente tampoco interesan a muchos de sus oyentes o lectores. La mayoría de la gente da por supuesta la bondad y la normalidad. Lo que llama la atención es lo anormal. Es una pena que lo anormal impida ver y resaltar lo que de verdad debería importar, que es precisamente lo más habitual. Cuando se trata de asuntos eclesiales todavía llama más la atención lo excepcional, lo minoritario y, sobre todo, lo malsano. En España hay muchos conventos de vida contemplativa, bastantes de ellos pertenecientes a la Orden de las Clarisas Franciscanas. Ellas han sido las primeras sorprendidas con lo ocurrido en Belorado. Sorprendidas y en el más completo desacuerdo.

Es una pena que un caso puntual haga olvidar la normalidad y la generalidad de las cosas. En los monasterios a veces hay dificultades, también dificultades comunitarias, pero en general las monjas viven sobria, digna y fraternalmente. Lo sensacionalista no es lo normal. Lo normal es el trabajo, la oración y la vida de cada día. Y hay que decir claramente que no hay vida religiosa, no hay vida contemplativa y no hay vida cristiana católica sin comunión con Pedro. Y, en estos momentos, Pedro se llama Francisco.

En Belorado hay, posiblemente, ambición de poder y asuntos poco claros de dinero. Pero me temo que hay algo aún más serio, a saber, tres payasos: dos varones que se visten de clérigos, y una mujer que ha sido abadesa y no acepta dejar de serlo. Los payasos mayores son evidentemente esos amantes de unas vestimentas que se imaginan que les hacen importantes y, en realidad, les hacen ridículos. Porque cuando lo único que uno tiene para lucir es el hábito, es evidente que en el momento en que se lo quita se convierte en un don nadie. Si no vales lo mismo con hábito que sin hábito es que no vales nada.

Además de los payasos me temo que, desgraciadamente, hay una serie de víctimas. Las monjas mayores y enfermas posiblemente están engañadas. Sería interesante escucharlas personalmente una a una. Sería también interesante escuchar una a una a las otras monjas que salen en las fotos rodeando a la abadesa (en realidad, ex abadesa). Porque, al parecer, ellas no han firmado ningún manifiesto anti católico. La ex abadesa ha firmado diciendo que lo hace en representación de las demás. Es posible que entre estas otras que salen en la foto haya algunas más coaccionadas que otras, dicho sea con el ánimo de salvar todo lo salvable.

Jurídicamente el asunto está claro: los conventos no son de las personas, sino de la comunidad y de la Orden y, en última instancia, son bienes eclesiales. Si uno o una ya no forma parte de la comunidad, porque ha dejado la Orden o ha renunciado a sus votos, está ocupando un espacio que no es suyo. Y si se disuelve la comunidad por falta de monjas, el monasterio es propiedad de la Orden o de la Iglesia. O sea, que quién les ha aconsejado no ha sido ni siquiera pícaro, porque si lo hubiera sido les hubiera aconsejado de otra manera. Y ahí lo dejo.  

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