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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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19
May
2024
María, madre de la Iglesia
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mariamadreiglesia

El lunes siguiente a la solemnidad de Pentecostés, la Iglesia celebra la fiesta de la Virgen María, Madre de la Iglesia. Esta fiesta fue creada por el Papa Francisco, aunque fue Pablo VI el que al terminar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, proclamó solemnemente a María como madre de la Iglesia.

Una de las novedades del Concilio Vaticano II fue situar a María dentro de la Iglesia, como su miembro más eminente, como verdadero modelo de santidad, fe y amor para cada uno de los cristianos. Pero hay más. Pues ella, dentro de la Iglesia tiene un papel preeminente. Es madre de la Iglesia. La madre no está por encima de la familia, sino muy dentro de ella, pero en ella, la madre tiene un papel singular, de cuidado, amor, ternura, comprensión y acompañamiento. Si María es madre de Cristo, y Cristo es el primogénito entre muchos hermanos, el primero de una larga lista de hermanos que somos los cristianos, entonces María es madre de los hermanos de Cristo, que somos nosotros. Más aún, si como dice san Pablo, los cristianos somos “el cuerpo” de Cristo, Cristo es la cabeza del cuerpo y nosotros sus miembros, entonces María es madre de todo el cuerpo, no solo de la cabeza, sino también de sus miembros.

Los buenos hijos no sólo se sienten queridos y acompañados por la madre, sino que ella es para los hijos una referencia constante. Los hijos se fijan en lo que hace la madre, y quieren imitarla. Quieren imitarla porque la admiran, pero también porque está cerca de ellos. Las dos cosas son necesarias: si solo nos quedamos con la admiración porque está lejos de nosotros, entonces María deja de ser una referencia para nuestra vida. Por eso, el Papa Pablo VI, insiste en que “María está muy próxima a nosotros”. Y añade: “Hija de Adán como nosotros y, por tanto, hermana nuestra con los lazos de la naturaleza. En su vida terrena realizó la perfecta figura del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes, y encarnó las bienaventuranzas evangélicas proclamadas por Cristo. Por lo cual, toda la Iglesia, en su incomparable variedad de vida y obras, encuentra en ella la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo”.

El evangelio de la eucaristía de este día recuerda las palabras que Jesús crucificado dirige a su madre y al discípulo amado. “Ahí tienes a tu hijo”, dice a la madre, señalando al discípulo; y “ahí tienes a tu madre”, dice al discípulo señalando a la madre. En esta escena podemos ver a María como una buena representación de lo que es la Iglesia y al discípulo amado como una buena representación de lo que somos todos y cada uno de los cristianos. La Iglesia es una comunidad en la que el amor entre los discípulos es lo determinante. Esta escena de María y el discípulo al pie de la cruz es el icono de una Iglesia materna y fraterna en la que solo caben relaciones de amor.

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17
May
2024
Documento vaticano sobre fenómenos sobrenaturales
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fenomenossobrenat

El Dicasterio para la doctrina de la fe ha publicado un oportuno y hasta necesario documento sobre la necesidad de discernir con mucho cuidado los presuntos fenómenos o mensajes sobrenaturales.

Lo primero que hay que dejar claro es que, en Jesucristo, Dios ha dicho todo lo que tiene que decir. Y por tanto que no hay nuevas revelaciones públicas antes de la definitiva manifestación del Señor al final de los tiempos. Lo que sí puede darse son fenómenos o experiencias que ayudan a profundizar la fe, a orar con más intensidad, o incluso a comprender mejor determinados aspectos del Evangelio. Algunos de estos fenómenos o experiencias pueden ser atribuidos, por quienes los han vivido, a una acción sobrenatural. No hay que olvidar que Dios interviene continuamente en la historia y en la vida de las personas, pero hay situaciones o experiencias que nos hacen caer en la cuenta de esta realidad de la presencia de Dios que, habitualmente, es percibida de forma difusa o vivida sin tener conciencia explicita de ella. Algunos de estos fenómenos pueden llamar la atención de otras personas y suscitar movimientos populares, como peregrinaciones a lugares precisos, devociones a determinadas imágenes o advocaciones que ayudan a vivir mejor un determinado aspecto de la fe.

¿Se trata de intervenciones especiales, puntuales y mas intensas de Dios? Así pueden vivirse. Pero esta vivencia puede ser ambigua o falsa. Por eso, la Iglesia, a veces, se pronuncia negativamente, cuando entiende que hay abusos, mal entendidos, desviaciones doctrinales, afán de lucro o de notoriedad. Incluso en experiencias auténticas, que pueden hacer bien, pueden mezclarse elementos humanos que hay que purificar. La iglesia se pronuncia negativamente cuando el fenómeno no está nada claro o el mensaje contiene doctrina notoriamente falsa, aunque contenga alguna afirmación verdadera.

Cuando la Iglesia se pronuncia en positivo, lo hace con prudencia: se trata de un “presunto” fenómeno sobrenatural. La Iglesia no ofrece un aval al carácter sobrenatural del fenómeno. En el mejor de los casos, afirma que allí no hay nada contrario a la fe, o que se constatan buenos frutos pastorales o espirituales de este fenómeno o mensaje, de la visita a tal lugar o de la práctica de tal devoción. Lo que dice en positivo la Iglesia es que el mensaje que transmite el vidente no contiene nada que vaya contra la fe y las buenas costumbres. Eso no quita que, según cual sea la evolución de los acontecimientos, la Iglesia pueda cambiar de opinión a propósito del fenómeno o mensaje.

En los casos en que la iglesia se pronuncia positivamente los fieles pueden dar su asentimiento al acontecimiento de forma prudente, pero no es obligatorio darla. El documento del Dicasterio deja muy claro que “la mayor parte de los Santuarios, que hoy son lugares privilegiados de la piedad popular del Pueblo de Dios, no han tenido jamás, en el curso de la devoción que allí se expresa, una declaración de sobrenaturalidad de los hechos que dieron lugar al origen de aquella devoción”. Uno puede pensar que allí no hay nada que tenga relevancia para su fe personal. La única obligación de fe que tiene el creyente es a la persona de nuestro Señor Jesucristo y a su Evangelio. La fe está muy bien condensada en el “Credo” que proclamamos en cada eucaristía dominical. Todo lo que sirve para adherirnos con más fuerza a este Credo es bien venido. Y lo que no sirve, puede ser respetable o, en casos extremos, rechazable.

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16
May
2024
El Espíritu abre caminos
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pajaroenraman

Cristo se hace hoy presente por el Espíritu. De modo que el Espíritu no es una compensación por la ausencia de Cristo, sino el modo como Cristo se hace hoy presente. Gracias al Espíritu continúa la actividad salvífica de Cristo. Gracias al Espíritu las palabras de Cristo se hacen nuevas, actualiza­das, presentes: “recibirá de lo mío y os lo comunicará”. Pero abriéndonos al futuro. Cierto que Cristo siempre es el mismo, pero no lo es de la misma manera. El Espíritu es el que hace po­sibles esas nuevas maneras, pues anun­cia e interpreta lo que ha de venir, es decir, hace nuevas las palabras de Cristo (Jn 16,12-15).

El Espíritu siempre toma de lo de Cristo (Jn 16,14), pero no queda atado a un pasado arqueológico, tiene capacidad de ir más allá: "el que crea en mi, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún". La razón de este hacer obras mayores es: "porque yo voy al Padre" (Jn 14,12); o sea, porque Jesús ya no estará en este mundo y aparecen nuevos tiempos, nuevas situa­ciones, siendo el Espíritu quién nos conduce en "lo que ha de venir" (Jn 16,13). De este modo el Espíritu ilumina el futuro, nos conduce hacia el porvenir, abre caminos a la esperanza, sus­cita nuevas utopías, clarifica qué cosa es seguir a Jesús y qué cosa es arqueología.

El Concilio Vaticano II se ha mostrado sensible a esta ac­ción del Espíritu que abre caminos en la historia: "El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y re­nueva la faz de la tierra, no es ajeno a la evolu­ción histó­rica". El Espíritu "no sólo despierta el anhelo del siglo fu­turo, sino alienta, purifica y robustece también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia hu­mana in­tenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin".

El Espíritu, teniendo en cuenta los nuevos tiempos y las necesidades nuevas que van surgiendo, pone en boca de los predi­cadores las palabras oportunas para que el Evangelio sea mejor comprendido y aceptado; mueve a hombres y mujeres, dentro y fuera de las Iglesias, en la creación de instituciones adecuadas para hacer operante el Evangelio, incluso aunque no pretendan referirse explícitamente a él: "tuve hambre y me disteis de co­mer... ¿Cuándo te vimos hambriento?... Cada vez que lo hicisteis con los pequeños" (Mt 25,35 ss). El Espíritu suscita profetas que disciernen la presencia de Dios en los acontecimientos y denuncian aquellas realidades que se oponen a la presencia del Reino. De este modo avanza la historia y se van elaborando pro­yectos de futuro. El Espíritu ilumina así el camino a seguir y proyecta hacia la plenitud por la que suspira la creación en­tera.

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13
May
2024
Cristo se hace presente por medio de su Espíritu
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virgenespaldas

Dios actúa y se hace presente en el mundo, en la historia y en nuestras vidas por medio de su Espíritu. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo es el modo como hoy Cristo resucitado sigue estando presente en su Iglesia.

¿Cómo explicar y entender esta presencia y esta acción del Espíritu? El Espíritu actúa uniéndose a nuestro espíritu (Rm 8,16), o sea, iluminando nuestra inteligencia y cambiando nuestro corazón. El Espíritu ilumina nuestra inteligencia para que actuemos con los mismos sentimientos, con el talante de Cristo. Y el Espíritu cambia nuestro corazón para que amemos como Cristo ama y nos ama. El Espíritu cambia nuestro modo de pensar: ya no pensamos como piensa el mundo, con criterios egoístas, sino que pensamos y actuamos según los criterios de Cristo. El Espíritu cambia nuestro corazón y nos hace capaces de amar sin condiciones a todas las personas, nos mueve a perdonar a los que nos han ofendido, nos impulsa a ayudar a los más necesitados, a ser generosos con todos.

¿Y cómo podemos dejar actuar al Espíritu, como dejarle invadir nuestra inteligencia y llenar nuestro corazón? Pues conociendo más a Jesús, que era el que de verdad estaba lleno del Espíritu Santo, porque a medida que conocemos mejor a alguien con más facilidad nos identificamos con él y con más facilidad sabemos cómo piensa y cómo actúa. ¿Y cómo conocer mejor a Jesús? Pues acercándonos a su palabra, leyendo y escuchando con atención las Escrituras, sobre todo los evangelios; acudiendo con frecuencia a los sacramentos, sobre todo a la Eucaristía, donde se proclama y explica la palabra de Dios y recibimos sacramentalmente a Cristo, que se hace uno con nosotros; dedicando algún tiempo a la oración, pues allí nos disponemos a recibir buenas inspiraciones y hacer buenos propósitos; y amando al prójimo, pues al amar actuamos como lo hacía Jesús y asimilamos su Espíritu, el modo de ser y de obrar de Jesús.

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10
May
2024
Jubileo 2025: la esperanza no defrauda
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jubilo2025

Con el significativo título, tomado de Rm 5,5: “la esperanza no defrauda”, el Papa ha publicado la bula de convocación del jubileo del año 2025. El mensaje central de este año jubilar es la esperanza, una esperanza que no engaña ni defrauda porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios.

No cabe duda de que estamos en un mundo falto de esperanza. ¿Qué esperanza puede haber para los que sufren los horrores de la guerra o las calamidades del hambre y la pobreza? Igualmente, en el mundo capitalista y consumista estamos faltos de esperanza. Los consumidores no esperan; viven en el presente del consumo y solo tienen deseos y necesidades que satisfacer. Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi, afirmó que estamos ante una “crisis de esperanza”. Y Francisco, en la Fratelli tutti, habla de las sombras de un mundo cerrado y pasa revista a las heridas y atropellos que están maltratando la sociedad de nuestro tiempo, que más que a la esperanza parecen conducir a la desesperación.

La bula de Francisco hace una serie de llamamientos a la esperanza, citando personas, colectivos y lugares donde es más necesaria la esperanza: llamando a los países ricos a condonar la deuda de los países pobres que no pueden pagarla; pidiendo que cese la tragedia de la guerra; llenando cunas vacías, superando la crisis de natalidad, para que haya vida y futuro; ofreciendo oportunidades para los jóvenes; suplicando amnistía para los presos, cuidado para los enfermos y ancianos, seguridad para los inmigrantes. La bula recuerda que la base fundamental de la esperanza cristiana es la fe en la vida eterna y en la resurrección de los muertos.

Al tratarse de un año jubilar, la bula invita a recurrir al sacramento de la penitencia, que nos asegura que Dios, bondadoso, compasivo y misericordioso, perdona nuestros pecados. Y añade algo importante: la experiencia del perdón debe abrir nuestro corazón y nuestra mente a perdonar. Perdonar no cambia el pasado, pero puede permitir que cambie el futuro y se viva de manera diferente, sin rencor, sin ira ni venganza.

Francisco recuerda que el testimonio más convincente de la esperanza lo ofrecen los mártires, firmes en la fe en Cristo resucitado. Mártires que pertenecen a diversas tradiciones cristianas. Por eso el Papa expresa su vivo deseo de que haya una celebración ecuménica donde se ponga de manifiesta el testimonio de la riqueza de estos mártires. Finalmente, la bula tiene unas estupendas reflexiones sobre María como madre de la esperanza.

Según la carta a los hebreos (6,19) la esperanza es como un ancla firme y segura de nuestra alma. “La imagen del ancla, dice el Papa, es sugestiva para comprender la estabilidad y la seguridad que poseemos si nos encomendamos al Señor Jesús, aun en medio de las aguas agitadas de la vida. Las tempestades nunca podrán prevalecer, porque estamos anclados en la esperanza de la gracia”.

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7
May
2024
Los cuatro sentidos de la Escritura
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EscrituraSagrada

Un viejo pareado, reproducido por el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 118), que tiene su origen en la Edad Media (atribuido al dominico Agustín de Dacia), resume la significación de los cuatro sentidos de la Escritura. Dice así:

 

"Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia"
(La letra enseña los hechos,
la alegoría lo que has de creer,
la moral lo que has de hacer,
la anagogía a dónde has de tender).

La letra enseña los hechos. La Escritura narra hechos, acontecimientos, cosas que sucedieron. No es una exposición de doctrina ni una colección de mitos. Dios se revela a través de una historia, la historia de Israel y la historia de Jesús de Nazaret. Esta historia es la raíz y el fundamento de los tres sentidos posteriores. En primer lugar, de la alegoría, pues las palabras y la historia nos orientan hacia un misterio, es decir, a un conjunto de verdades sobre Dios, Cristo y su Iglesia. La alegoría revela el sentido oculto de la historia, se refiere a aquello que hay que creer.

Tras la alegoría, viene el sentido moral. Pero no se trata de una moral cualquiera, sino de una moral que es consecuencia directa de la doctrina, que indica por dónde debe caminar el cristiano si quiere seguir a Cristo y actuar según la voluntad de Dios. El misterio de Dios ilumina lo que es el ser humano y en Cristo encontramos el modelo más acabado de humanidad. Por eso, creer en Cristo implica un cambio de vida, una vida nueva. Finalmente, el sentido anagógico: se trata de las realidades celestiales, del misterio plenamente desvelado, de aquello que nos espera, de la vida eterna en la que serán colmadas todos nuestros deseos. La vida eterna es Dios mismo, gozo del corazón humano y plenitud total de todas sus aspiraciones.

Estos cuatro sentidos forman el edificio de la vida cristiana. San Jerónimo decía que en el sentido histórico o literal encontramos los cimientos del edificio; la alegoría sería comparable a los muros; la tropología aseguraría la decoración interior, el buen orden de la casa; y, finalmente la anagogía lo completaría todo a modo de techo. La comparación es buena, pero siempre que no nos lleve a separar un sentido del otro. No se trata de cuatro partes de un mismo todo, sino de una misma realidad vista bajo distintos aspectos inseparables, estrechamente interconectados y relacionados. La alegoría o doctrina expone el sentido de la historia o de la letra; la moral es la doctrina hecha vida del creyente, es Cristo acogido en el alma y el corazón; y la anagogía o escatología no es simplemente la recompensa, es la realidad del dogma, no solo vivido, sino realizado y triunfante.

La Sagrada Escritura, bien leída e interpretada, está en la base de toda vida cristiana, porque ella nos conduce al misterio de Cristo. San Jerónimo decía que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo. Por eso es importante que todo cristiano conozca la Palabra de Dios que se nos entrega en la sagrada Escritura.

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3
May
2024
Los ateos también son creyentes
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ateos

En el fondo, todos somos creyentes: o bien creemos que Dios existe o creemos que no existe. Y, a partir de este presupuesto, de este pre-juicio, de esto que “creemos”, leemos toda la realidad, seamos o no conscientes de ello.

Viendo el mismo cielo, el primer astronauta ruso que salió al espacio, Yuri Gagarin, al regresar a la tierra pudo decir: me he paseado por el cielo y no he visto a Dios en ninguna parte. Se le puede responder que a Dios no se le ve, porque es inmaterial. Pero cabe replicar que lo que no se puede ver de ningún modo, probablemente no existe. Se puede seguir contra argumentando: ¿por qué la realidad tiene que terminar allí donde alcanzan nuestros sentidos y nuestra inteligencia? Y viendo el mismo cielo, el salmista puede decir: “los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos”. No cabe duda de que la contemplación del universo tan maravilloso que nos hemos encontrado todos al nacer y que seguirá ahí después de nuestra muerte, plantea muchas preguntas. Pero decir que los cielos proclaman la gloria de Dios, solo puede decirlo el creyente. El no creyente puede argumentar que los cielos nada proclaman, porque están en completo silencio.

Para unos y otros, los que se proclaman creyentes y los que dicen no creer en Dios, la fe termina siendo el motor último de su vida y el presupuesto desde el que interpretan toda la realidad. El uno y el otro creen en la coherencia y sentido de sus posiciones, pero no pueden demostrarlas apodícticamente, no pueden alcanzar seguridad total y absoluta objetividad. El increyente, por más justificación que quiera encontrar a su actitud, no puede probar que el positivismo es la verdad. Lo cree. No puede demostrar de forma concluyente que este universo sensible, que él afirma ser el Todo, constituye verdaderamente todo lo real. Tampoco el creyente puede ofrecer una prueba matemática de Dios y de su Reino. Quizás pueda encontrar argumentos más o menos convincentes, pero nunca concluyentes. Ante los hechos y los acontecimientos, creyentes y no creyentes realizan una interpretación, ofrecen una lectura diferente de la misma realidad. En este sentido su conocimiento, más aún, su vida toda se basa en una fe.

En el fondo, todos basamos nuestras certezas religiosas (positivas o negativas) en convicciones no demostradas. Por eso pudo decir Tomás de Aquino que en toda fe, hay un aspecto equiparable a la duda. Quizás podríamos encontrar ahí un punto de partida común para comenzar el diálogo y llegar a la conclusión de que las grandes cuestiones sobre Dios, el universo, la vida, la muerte, terminan planteando una pregunta que nos abre al misterio, el misterio del ser y quizás el misterio del Ser: ¿por qué hay vida, por qué hay algo y no nada, cómo es posible que un ser como el humano con tantas posibilidades y potencialidades no pueda desarrollar sino una milésima parte de ellas en su corto espacio de vida? Más aún: ¿del mismo modo que, sin saber cómo, nos hemos encontrado con la vida, no podríamos, sin saber cómo, encontrarnos de nuevo con ella?

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29
Abr
2024
Responsables para ser prácticos
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responsables

Práctico no es la solución inmediata y particular, sino lo que abre perspectivas y permite distintas aplicaciones, en función de las distintas necesidades, de las posibilidades personales, de los diversos caracteres y culturas. Por aludir a un ejemplo reciente: ¿qué es más práctico, apelar al “discernimiento prudente y paterno de los ministros ordenados” para que consideren el modo y maneras de conferir una bendición, o de no conferirla, u ofrecer una fórmula hecha y tasar el tiempo que se puede emplear para la bendición? ¿Qué es más práctico, confiar en el discernimiento pastoral, prudente y paterno, de los ministros, o pedirles que, en caso de dar la bendición, pongan un cronómetro para medir el tiempo?

Algunos prefieren soluciones hechas, hechos y datos concretos. Pero los hechos y datos concretos, sirven para personas y situaciones concretas, que no suelen repetirse muchas veces. Por eso, confiar en la responsabilidad pastoral es mucho más práctico y útil. Esta confianza permite distintas opciones. Eso sí, exige responsabilidad.

Cuando se dan soluciones hechas y bien tasadas lo que se pide es obediencia y repetición mecánica de la norma, sea o no oportuna la repetición. Cuando se confía en las personas, en su capacidad de juicio, en su formación, en su sensatez para valorar las cosas, entonces es mejor dejar al criterio del que sabe y se encuentra con un determinado asunto, la aplicación concreta de los principios generales. Porque cuando se trata de personas a las que hay que comprender para poder ayudarles, cada persona es un mundo y cada problema se vive de distinta manera. El criterio del bien, del amor y de la misericordia, y la propia responsabilidad, permitirán aplicaciones diferentes de esos mismos criterios.

En esta línea el Vaticano II decía que, a propósito de un mismo asunto o problema, la misma concepción cristiana de la vida puede conducir a soluciones divergentes. Evidentemente, la divergencia no está en la misma concepción cristiana de la vida, sino en la distinta lectura que uno hace de lo que el Vaticano II llama signos de los tiempos, o de lo que podríamos calificar de lectura de las distintas circunstancias que confluyen en el caso que pide una solución.

Es importante, pues, que los cristianos tengamos claros los grandes valores del evangelio, pero también es importante que sepamos analizar las distintas situaciones y, en el caso de la Iglesia, que busquemos todos honradamente lo mejor para la buena marcha de las personas y de las comunidades eclesiales, siendo al mismo tiempo conscientes de que no todos valoramos del mismo modo las circunstancias en las que hay que vivir el evangelio. Precisamente por eso importa mucho dialogar, escuchar y respetar, para enriquecernos mutuamente y así caminar sinodalmente. Eso es lo práctico y lo útil, no la solución concreta a un problema pastoral, sino el buscar esa solución en un ambiente sinodal.

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25
Abr
2024
Las distintas caras de lo práctico
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practicojardin

¿Resulta práctico creer en Dios? Depende. Si así se pretende obtener mejores ingresos económicos, entonces creer en Dios no resulta práctico, porque tales beneficios no dependen de la fe, sino del trabajo que uno hace. ¿Resulta práctico pasar la noche junto a la cama de una persona muy querida que se está muriendo? La respuesta es negativa si por práctico entiendo que este tiempo pasado al lado del enfermo logrará que me aumenten el sueldo. A lo mejor, logra que me lo disminuyan, si al día siguiente no he sido productivo en mi trabajo, por el cansancio acumulado durante la noche. Tampoco resulta práctico para el enfermo acompañarle en silencio, porque para el enfermo es el médico o el enfermero los que resultan prácticos. Más aún, si el enfermo está inconsciente, mi presencia no sirve ni siquiera para entretenerle. O sea, es una verdadera pérdida de tiempo.

Es posible que la fe en Dios o el acompañar a un enfermo no resulten nada prácticos ni productivos. Son hechos gratuitos, que no se pueden medir con criterios económicos. Pero lo gratuito, lo no práctico, lo no funcional, puede llenar de sentido la vida. Porque saberse acompañado por Dios o acompañar a una persona querida llena nuestro corazón de amor. Y la no productividad nos hace comprender que lo más valioso, en términos humanos, es precisamente lo que no tiene precio. Ponerle precio al amor es convertirlo en mercancía que hastía y deja a uno vacío.

Práctico no es lo que sirve para un solo uso inmediato, sino lo que abre posibilidades de futuro. Práctico no es el pescado que doy para remediar el hambre ahora, sino enseñar a pescar, aunque la enseñanza pide tiempo y no da resultados inmediatos. Dar pescado remedia el hambre de un día; enseñar a pescar supone esfuerzo y sacrificio, pero a largo plazo aparecen resultados que no sólo remedían el hambre, sino que hacen que uno se sienta útil, adquiera capacidades para ayudar a los demás y pueda solidarizarse con ellos.

En el terreno pastoral se da la tentación de buscar soluciones hechas porque, para una mirada superficial, resultan muy prácticas. Así, los presbíteros disponen de muchos materiales que les ofrecen homilías. Lo fácil es utilizar esas ofertas, con la homilía hecha, y recitarla de memoria o leerla. Pero eso no es una homilía, eso es leer fríamente un texto para salir del paso. Si, como dice el Papa Francisco, “la homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo”, esta cercanía no se consigue a base de la lectura fría de un texto prefabricado. Requiere conocer bien las necesidades, ilusiones y problemas de las personas, y ofrecer una respuesta que tenga en cuenta su situación. Requiere también oración y estudio. La oración y el estudio permiten ofrecer una palabra original para una situación determinada. El estudio nos hace creativos, no repetitivos. “Es Dios, sigue diciendo Francisco, el que quiere llegar a los demás a través del predicador”. Y para eso se requiere una cierta experiencia de Dios y una buena teología, que nos ayuda a hablar de él en distintos contextos culturales.

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21
Abr
2024
Falta una palabra en el Padre nuestro
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yo

En una de sus catequesis el Papa afirmó que en el Padre nuestro hay una ausencia impresionante, pues allí falta una palabra. Precisamente una palabra por la que en nuestros tiempos todos tienen una gran estima. ¿Cuál es la palabra que falta en el Padre nuestro que rezamos todos los días?

Copio literalmente la respuesta de Francisco: falta la palabra «yo». «Yo» no se dice nunca.  Jesús nos enseña a rezar, teniendo en nuestros labios sobre todo el «Tú», porque la oración cristiana es diálogo: «santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad». No mi nombre, mi reino, mi voluntad. Yo no, no va. Y luego pasa al «nosotros». Toda la segunda parte del Padre nuestro se declina en la primera persona plural: «Danos nuestro pan de cada día, perdónanos nuestras deudas, no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal». Incluso las peticiones humanas más básicas, como la de tener comida para satisfacer el hambre, son todas en plural. En la oración cristiana, nadie pide el pan para sí mismo:  dame el pan de cada día, no, danos, lo suplica para todos, para todos los pobres del mundo. No hay que olvidarlo, falta la palabra «yo». Se reza con el tú y con el nosotros.

La razón está en que no hay espacio para el individualismo en el diálogo con Dios. La oración que elevamos a Dios es la oración de una comunidad de hermanas y hermanos. Y los buenos hermanos no solo piensan en sus dificultades sino, sobre todo, en las dificultades de los hermanos. Por eso, en la oración, Dios y los hermanos, sobre todo los más necesitados, van siempre unidos.

El individualismo, que conduce a pensar solo en mis propios intereses y en utilizar a los demás en mi propio provecho, es un mal que nos afecta a todos y en el que confluyen todos los males. El mejor antídoto contra el individualismo es pensar en “nosotros”, en que nada es mío y todo es nuestro, empezando por los bienes de la tierra. Una clara muestra de individualismo insolidario es lo que ocurre con los migrantes. A veces, cuando rezamos, se nos cuela, consciente o inconscientemente, el individualismo. Entonces oramos mal. Y cuando oramos mal, Dios no nos escucha. La oración del Padre nuestro es un recordatorio de que la vida cristiana no está centrada en el yo, sino en el tú y en el nosotros, en el Padre del cielo y en los hermanos de la tierra. La oración nos abre al llanto de muchas personas cercanas y lejanas. No es una anestesia para quedarnos más tranquilos.

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