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La triple venida del adviento
2 comentariosEl primer domingo de adviento abre el año litúrgico, y es siempre el que cae más cercano a la fiesta del apóstol san Andrés (30 de noviembre). El adviento es una preparación a la venida de nuestro Señor y nos hacer caer en la cuenta de que, si bien el Señor está viniendo continuamente a nuestras vidas, podemos distinguir una triple venida, que nos ayuda a comprender más adecuadamente nuestra fe: la primera venida tuvo lugar en Belén cuando el Verbo se hizo Hombre; hombre de verdad. Con todas las consecuencias: tenía hambre, frío, fue tentado como lo somos todos los humanos, tenía afectividad y necesidad de ser amado, como todos los humanos. Como era humano, el Verbo encarnado, desde su infancia, crecía en edad (con las dificultades y alegrías que comporta la adolescencia), en sabiduría (seguramente, en ocasiones, les costaría algún esfuerzo eso de aprender) y en gracia o experiencia de Dios, pues Jesús también creció espiritualmente, dice Francisco citando a Juan Pablo II (Christus vivit, 26).
La última venida acaecerá cuando vuelva como Juez, en la gloria de su majestad, el día postrero del mundo. El criterio de este juicio será, sin duda, la misericordia. Entre ambas está su venida silenciosa, como Santificador, por medio de su gracia. “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). El adviento se ordena a disponer nuestras vidas para la triple venida. Si acogemos su segunda venida, esa que acaece en todos los momentos de nuestra vida, sin duda celebraremos bien la fiesta de su primera venida y ansiaremos, sin temor alguno, su última venida. Si no acogemos su segunda venida (que acontece sobre todo a través del sacramento del hermano), la celebración de su primera venida será una fiesta mundana, disimulada con adornos religiosos, y casi desearemos que su tercera venida no acontezca nunca, no sea que allí nos avergoncemos de lo mal que le hemos esperado.
Para ayudarnos a realizar el plan de preparación, la Iglesia nos señala tres modelos y guías: la Virgen María, el profeta Isaías y Juan el Bautista. Isaías, como portavoz del Antiguo Testamento, encarna a un tiempo la preparación de la acogida de Dios y los deseos de la humanidad doliente, que busca una paz que el mundo no puede dar; Juan, el precursor, nos enseña con sus palabras y su ejemplo, la santidad de vida que implica el reino de Dios en nosotros. Pero a quién vuelve principalmente los ojos la Iglesia es a María. El que ha de venir lo hace a través del seno virginal de María. Ella tuvo el privilegio de dar al mundo al Verbo de Dios. En este sentido puede ser calificada de “causa de nuestra alegría”. María es el vivo retrato del adviento, por su santidad y su vida de íntima unión con Dios.