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Ago2023Lisboa: todos, todos, todos
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Ago

Los actos organizados en Lisboa con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud han terminado. Para los participantes queda, sin duda, un agradable recuerdo. Y algo más importante: queda el compromiso de vivir la fe con más alegría y más espíritu misionero, propio de esta Iglesia en salida que pregona el Papa.
Peregrinaciones, jornadas, encuentros, visitas a santuarios, todo esto es bueno para manifestar y consolidar la fe. Cierto, todas las cosas buenas pueden tener algún aspecto ambiguo. No me sorprendería, y hasta me parecería normal, que algunos participantes hayan aprovechado el viaje para hacer también algo de turismo. Pero lo importante es quedarse con la parte buena de las cosas. No cabe duda de que en Lisboa ha predominado lo bueno. El encuentro con el Papa ha estado acompañado de otros actos religiosos. Uno de los más importantes han sido las catequesis que han impartido distintos prelados. Hubo servicio de confesiones en más de 50 idiomas distintos. Todos hablaban el mismo lenguaje: el lenguaje de la fe.
La posibilidad de encontrarse con otros jóvenes creyentes de otros lugares y culturas es una gran oportunidad para comprobar que, más allá de cualquier otra diferencia racial, física, lingüística o cultural, la fe es siempre elemento de comunión y de encuentro. Porque en Cristo Jesús las diferencias, lejos de separar, son motivo de admiración y agradecimiento. No es extraño que el Papa haya insistido una vez más en la necesidad de entendimiento entre los seres humanos, apelando a la necesidad de encontrar caminos creativos para lograr la paz en Ucrania. El encuentro pacífico y amistoso de jóvenes distintos es un signo de que en la distinción no hay conflicto, sino unión.
No es posible resumir todas las palabras de Francisco a los jóvenes, llamándoles a no sustituir los rostros por pantallas, a no buscar respuestas fáciles que anestesian, sino preguntas que desgarran, sin olvidar nunca que no puede haber futuro en un mundo sin Dios. Eso sí, un Dios “que no señala con el dedo, sino que abre sus brazos” a todos. Por eso, en la Iglesia, ha dicho con mucho énfasis el Papa, “caben todos, todos, todos”. Evidente: la Iglesia es la casa sin límites de un Dios sin límites. La Iglesia es una madre, dijo el Papa ante los periodistas en su vuelo de regreso a Roma. Y lamentó: “hay una mirada que no entiende esta inserción de la Iglesia como madre y la piensa como una especie de empresa en la que para entrar hay que hacer esto, hacerlo de esta manera y no de otra”. Además de piensa “la Iglesia como una especie de empresa”, podría haber añadido: como una secta o un partido político, en donde no caben todos. Eso sí, los que caben van todos muy uniformados.