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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

28
Jun
2023
Las dos certezas del orante
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oraciónvidriera

Son dos los convencimientos que deben guiar la plegaria del creyente. Estos convencimientos están muy bien resumidos y relacionados en la primera carta de Juan, aunque es posible encontrarlos en otros escritos del Nuevo Testamento. Dice la primera carta de Juan (5,14-15): “en esto consiste la confianza que tenemos en él: en que, si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que le hayamos pedido”.

Primera certeza: el que ora según la voluntad de Dios está convencido de que Dios le escucha y le concede lo que pide. Una expresión parecida la encontramos en la escena del ciego de nacimiento al que los judíos interrogan sobre la identidad de Jesús, y este les responde: sabemos que Dios escucha al que cumple su voluntad (Jn 9,31). Precisamente para que nuestra oración fuera adecuada, Jesús nos enseñó a orar pidiendo que se haga siempre la voluntad de Dios (Mt 6,10). Si a veces pedimos mal es porque nuestros deseos no se adecúan a la voluntad de Dios (Stg 4,3; Rom 8,26). La encíclica Spe salvi (n. 33) lo dice de esta manera: “En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas”.

Segunda certeza: el orante ya ha conseguido lo pedido. Hay una palabra de Jesús que confirma esta convicción de la carta de Juan: “todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido” (Mc 11,24). Parece claro que, si la voluntad de Dios se cumple siempre y nosotros pedimos según esa voluntad, tenemos la certeza de conseguir lo pedido y, en cierto modo, podemos decir que ya lo hemos recibido. La oración anticipa lo pedido, porque en ella el Espíritu Santo, la prenda de la gloria, las arras de la esperanza, viene a nosotros (Lc 11,13). De una u otra forma, en la oración bien hecha, pedimos que el Reino de Dios, o sea, Dios mismo, se haga presente en nuestra vida. Por eso, en la oración se anticipa todo lo que podemos desear. Este convencimiento del creyente, hace que toda oración auténtica sea un motivo de acción de gracias.

Estas dos certezas nos deben mover a purificar nuestra oración. Nunca podemos hacer de la oración un acto mágico, que busca obtener algo mediante el cumplimiento exacto de algún rito, algo así como: “haga esa oración a san Judas Tadeo y pídase la gracia que se desea alcanzar”; o también: “seguro que, si hace esa oración y se la envía a 10 de sus contactos, recibirá el dinero solicitado”. Esas cosas que, a veces se encuentran hasta en los bancos de las Iglesias, no tienen nada que ver con la oración, sino con la delirante imaginación de sus autores o lectores, a no ser que sean todavía algo peor, una auténtica burla a la religión.

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24
Jun
2023
Interés de la fórmula "creación de la nada"
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creacionnada

En el post anterior afirmé que la fórmula “creación de la nada” debe ir precedida de la fórmula “creación por amor y desde el amor”. Dicho esto, la fórmula “creación de la nada” tiene su sentido y su interés. Bien entendida también va en línea de la creación por amor, un amor gratuito, libre, no condicionado, como son no condicionados los verdaderos amores. Decir que Dios crea de la nada no es una afirmación filosófica, pues entonces hasta pudiera resultar absurda: ¿cómo va a salir algo de la nada? Es una afirmación de fe. Significa que el Dios trascendente crea una realidad completamente distinta a la suya propia, y que crea esta realidad libremente y no condicionado por nada; ninguna realidad, ninguna materia preexistente condiciona a Dios al hacer surgir el mundo y el hombre. “Dios crea sin requisito previo alguno. No existe necesidad exterior alguna que motive su actuación creadora, ni coacción alguna que le determine. Tampoco se da materia primigenia alguna que ofrezca una potencialidad a su actividad creadora o que trace unos límites materiales a esa actuación” (dice el teólogo J. Moltmann).

Que Dios sea Creador significa que no es un Dios solitario, que se complacería en sí mismo de un modo narcisista, o un Dios incomunicado, olvidadizo de sus criaturas. Por el contrario, es un Dios que invita a participar de la vida. El Dios que todo lo ocupa y todo lo invade, deja espacio, hace sitio para el hombre, aunque este hacer sitio no sea una retirada, pues él siempre está presente sosteniéndolo todo desde dentro, por medio de su Espíritu. Ocurre que el “estar presente” en todo, propio de Dios, se realiza al modo de Dios, y por tanto, no de modo material, pues la materia, además de ocupar un lugar que otro no puede ocupar, siempre es limitada. La presencia de Dios es espiritual. Precisamente porque Dios desborda los límites de lo creado, el Universo no puede contener a Dios. Es Dios el que contiene y sostiene el Universo. A este respecto el Papa Francisco ha escrito: “Hemos dicho tantas veces que Dios habita en nosotros, pero es mejor decir que nosotros habitamos en él” (Gaudete et exultate, 51).

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19
Jun
2023
El Padre crea por amor
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casaenrocademar

La primera afirmación del Credo de la fe cristiana es que Dios es “Padre, creador del cielo y de la tierra”, o sea, de todo lo que existe. La creación es un acto de ternura paternal. De nuestra nada original salimos extraídos por un hilo filial. Si la creación es una obra paternal, eso significa que en nuestro origen está el amor. La teología y el Magisterio han repetido que Dios crea “de la nada”. Me parece que la fórmula “de la nada”, debería ir precedida por esta otra: la creación procede del amor.

El motivo de la creación es el amor. Esto nos está indicando algo muy importante, a saber, que la creación no tendría sentido sin seres “humanos” (o sea, inteligentes y libres) capaces de amar y de responder al amor. Por amor no se hace una silla, ni se cuida un jardín, porque ni la silla ni el jardín tienen capacidad de respuesta. Y sin respuesta, no hay plenitud en el amor. Por amor se engendra un hijo que puede responder al amor paterno con un amor filial. El amor es encuentro, no va sólo en una dirección, es siempre recíproco, bidireccional. El universo ha sido creado no sólo para el hombre, sino para que exista el género humano. ¿Por qué existe algo más bien que nada?, se preguntaba Leibniz. Y la respuesta cristiana es: existe algo para que puedan existir seres humanos y así pueda automanifestarse el amor encerrado en la realidad interpersonal divina.

No es posible la reciprocidad en el amor si la respuesta del amado no es libre. Por tanto, el Creador, que busca una respuesta de amor, debe crear seres libres, lo que implica el contrapunto de que el hombre utilice mal la libertad y se niegue a responder con amor al amor divino. Dios debe tolerar el pecado. Hasta este punto el amor creador es liberador, porque deja libre a la creatura. Pero incluso cuando el ser humano se niega a responder con amor, el Amor creador divino permanece, es un amor inalterable e irrevocable. Se da entonces una aparente contradicción. Por medio de su respuesta de “no amor”, la criatura pretende desligarse del Creador, colocándose así es una situación imposible, porque es Dios mismo el que hace posible y sostiene la vida que se rebela y pretende buscar una falsa independencia “sin Dios”.

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15
Jun
2023
Mucha mies, pocos trabajadores, ¿doble trabajo?
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Jesús, al recorrer Galilea anunciando el reino de Dios, al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Así comienza el evangelio del próximo domingo. Jesús se compadece, o sea, se le revuelven las entrañas (como se le revolvieron al padre del hijo pródigo al ver regresar a su hijo), porque se da cuenta de que la gente está cansada, desorientada, y no tienen buenos pastores que les consuelen y alivien. Las necesidades de la gente, en tiempos de Jesús y en los tiempos actuales, eran muchas. Jesús curo a muchos enfermos. También hoy hay enfermos a los que atender, hambrientos a los que dar pan, inmigrantes a los que acoger.

Pero sin olvidar cual es la necesidad principal que todos tenemos: encontrar sentido a la vida, llenarla no solo de pan, sino de amor, llenarla de Dios. Los pastores de los que habla Jesús deberían ocuparse de todas esas necesidades. Y pastores somos todos. Todos somos pastores los unos de los otros. Francisco de Asís, en su regla para los eremitorios, dice que los que quieran vivir como religiosos en los eremitorios sean tres o cuatro hermanos. Y ahí viene la sorpresa: esos hermanos deben turnarse en ser unas veces madres y otras hijos, para que se alternen en llevar unas veces la vida de Marta y otras la vida de María. El eremitorio es como una Iglesia en pequeño, un signo de lo que debe realizarse en toda comunidad cristiana. En ella debemos cuidar maternalmente los unos de los otros, porque todos somos hermanos. En la Iglesia no hay superiores y súbditos.

Jesús viendo a esas multitudes abandonadas, que no tienen pastores maternales que les cuiden, se dirige a sus discípulos con estas palabras: “la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos”. Aunque sean pocos, por lo menos hay algunos. Como las muchedumbres son una mies abundante, lo lógico sería recomendar a los pocos que trabajasen el doble. Pero lo que recomienda Jesús es rogar al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. Eso nos desconcierta: en lugar de animarnos a trabajar, Jesús nos invita a la oración.

No se trata de no trabajar, no se trata de no dar pan al hambriento y palabras de vida y verdad a los que vagan sin sentido. Se trata de cobrar conciencia de que los discípulos no pueden hacer eso por propia iniciativa; deben hacerlo comisionados por el Señor porque, dice Jesús: “sin mi, nada podéis hacer”. Unidos a él, hay que poner todo nuestro empeño en cosechar esta abundante mies. El envío de los doce primeros apóstoles a las ovejas descarriadas de Israel, anticipa el envío que Jesús hace a la Iglesia de hoy, a cada uno de los creyentes, para que, unidos al dueño de la mies, y no dejando de orar, se pongan a trabajar con todo su empeño, con toda su imaginación, para decir palabras de consuelo y esperanza a los cansados y abandonados, y ofrecer pan y vestido a los hambrientos y desnudos.

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12
Jun
2023
Dios ama a sus enemigos
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Después de Pascua hemos vivido dos domingos de transición que, en cierto modo, eran una prolongación de la Pascua: el de la santísima Trinidad, en el que hemos aprendido que Jesús resucitado está profundamente unido al Padre, por eso vino del Padre y regresó al Padre; y desde allí nos envía su Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, la fuerza que la anima en su misión evangelizadora. Después hemos celebrado el domingo del “Corpus”: Cristo resucitado permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, siendo la eucaristía uno de los modos de su presencia entre nosotros. El próximo domingo la liturgia recupera el ritmo del tiempo ordinario y enlazamos con el XI domingo del tiempo ordinario.

En el próximo post hablaré del evangelio que escucharemos este próximo domingo. En este quiero detenerme en la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos (5,6-11). En ella san Pablo recuerda la grandeza e inmensidad del amor de Dios, un amor que no tiene límites, precisamente porque es de Dios. Como nosotros somos limitados nos resulta difícil entender lo que puede ser un amor sin límites. San Pablo ofrece unas imágenes que pueden ayudar, aunque sea pobremente, a entender ese amor sin límites de Dios. El apóstol compara lo que, aunque sea rara y difícilmente, es posible que ocurra con una persona de bien, a saber, que alguien se sacrifique por ella y hasta se juegue la vida por ella, con un Dios que demuestra su amor dando su vida, no por los justos, sino por los pecadores. Y añade que Dios nos reconcilió consigo cuando éramos sus enemigos.

O sea, Dios nos ama no cuando somos justos, no cuando empezamos a serlo, no cuando nos proponemos serlo; Dios nos ama siendo nosotros pecadores. Porque Dios ama a sus enemigos. La sorprendente prueba de que los ama es que los reconcilia consigo. Según nuestros criterios humanos, lo lógico sería pensar que somos nosotros, pobres pecadores, los que necesitamos reconciliarnos con Dios. Pero lo que el apóstol dice es que es Dios el que se reconcilia con nosotros, el que toma la iniciativa, el que perdona antes de que se le pida perdón, y mantiene su perdón en toda circunstancia, aunque nosotros sigamos siendo pecadores.

Un Dios que ama a sus enemigos y da la vida por ellos es algo inaudito y sorprendente, que va más allá de toda imaginación. Sólo a esta luz se comprende que Jesús invite a sus seguidores a amar a sus enemigos si quieren ser hijos de este Dios. Porque los hijos se parecen a sus padres en su modo de actuar, en su talante, en su modo de ser.

¿Cómo es posible que Dios ame de este modo? Porque Dios es Amor. Y como es amor sólo puede amar. Si dejase de amar, dejaría de ser Dios. Otra cosa es si Dios quiere que seamos pecadores. No lo quiere. Ama a los pecadores, y porque los ama, los llama a conversión, los llama a aceptar su iniciativa de reconciliación. Pero si no se convierten los sigue amando, en ningún momento deja de amarlos, porque no deja de ser Dios.

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8
Jun
2023
Cuerpo del Resucitado en la Eucaristía y los pobres
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Los cincuenta días que siguen al domingo de Pascua debemos considerarlos “el gran domingo”, la gran fiesta con la que la Iglesia celebra la victoria de su Señor sobre la muerte. La fiesta del “santísimo cuerpo y sangre de Cristo”, más conocida como “el Corpus”, nos recuerda que esta victoria del Señor no es un acontecimiento del pasado, sino un acontecimiento siempre presente, tal como él mismo prometió poco antes de subir al cielo: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Pablo VI, en su encíclica Mysterium fidei (nº 4) afirma “que por el misterio eucarístico se representa de manera admirable el sacrificio de la Cruz consumado de una vez para siempre en el Calvario, se recuerda continuamente y se aplica su virtud salvadora para el perdón de los pecados”. El verbo “representar” no tiene sentido imitativo, sino el sentido fuerte de presentar de nuevo, hacer presente otra vez, por medio de la celebración, el misterio de la Pascua. El sacrificio de la Cruz se realizó una sola vez, pero el sacramento lo actualiza cada vez. Gracias al sacramento de la eucaristía, la Pascua de Cristo se nos hace presente. En esta línea hay que interpretar estas palabras de San Pablo en 1 Cor 11,26: “cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga”.

Es importante caer en la cuenta de que el adverbio: “cada vez”, que san Pablo utiliza para indicar la presencia del Señor en la eucaristía, es el mismo adverbio que Jesús utiliza para afirmar su presencia en los hermanos más pequeños y necesitados: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). El mismo cuerpo del Resucitado presente en la eucaristía vive en la Iglesia, siendo los pobres la expresión privilegiada de su presencia.

La relación entre estas dos presencias san Pablo la pone de manifiesto en la segunda parte del capítulo 11 de su primera carta a los corintios. En aquella comunidad había divisiones y conflictos porque los bienes no estaban bien repartidos y así, mientras los pobres pasaban hambre, los ricos tenían de sobra. Y, sin embargo, participaban en la misma eucaristía. San Pablo denuncia, con palabras fuertes, esta incoherencia: no es posible reconocer a Cristo presente en su cuerpo eucarístico si no se le reconoce presente en su cuerpo eclesial, siendo los pobres la expresión privilegiada de este cuerpo eclesial.

La comunión eucarística y la comunión eclesial son indisociables. En su exhortación sacramentum caritatis (n. 82), Benedicto XVI dijo que “en la comunión eucarística está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros”. En efecto, si la eucaristía nos une con Cristo, necesariamente nos une con todo su cuerpo, que es la Iglesia. Y en el cuerpo “los miembros más débiles” deben ser tratados con mayor honor (1 Cor 12,22-23).

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5
Jun
2023
¿A qué Jesús rezamos?
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jesúsrezamos

¿Rezamos a un Jesús que, porque es Dios, todo lo puede? Y si no responde a nuestras peticiones es o bien porque no nos escucha o bien porque nos pone a prueba. ¿O rezamos a un Jesús solidario con nuestros sufrimientos?

¿Rezamos a un Jesús que, porque es Dios, puede solucionar todos los problemas de nuestro mundo, injusticias, hambres, guerras? Y lo convertimos, por una parte, en la criada de la casa, esperando pasivamente que él solucione nuestros problemas, olvidando que nuestros problemas, precisamente porque son nuestros, los tenemos que solucionar nosotros. Pedir a Jesús que, por ser Dios, puede solucionar todos nuestros problemas, es falsificar la oración. Por otra parte, esta oración resulta la mayor de las frustraciones, porque las guerras y el hambre siguen estando presentes. ¿O pedimos a Jesús que nos envíe su Espíritu para que nos haga sensibles ante las necesidades del prójimo y nos mueva a solucionarlas, a ser su mano, en la medida de nuestras posibilidades?

En la oración nos dirigimos a Dios, confiados en que él nos escucha y nos comprende. La respuesta de Dios a nuestra oración es el cambio que se produce en nosotros cuando oramos como conviene. La oración se dirige a Dios, pero nos conduce al prójimo. También aquí es verdad eso de que no es posible amar a Dios sin amar al prójimo. El amor a Dios nunca puede ser un pretexto para alejarnos de los hermanos. Si la persona no descubre el amor al prójimo en su vida contemplativa es porque no ha alcanzado de verdad a Dios, sino a una caricatura de Dios. Dios es Amor, como dice san Juan y, por eso, él da el amor.

Una oración que no conduce al prójimo no es una buena oración. En esta línea hay que interpretar todas estas peticiones que se encuentran incluso en los textos litúrgicos oficiales de la Iglesia, en las que se pide a Dios que “dé la libertad a los cautivos y la alegría a los pobres” (Vísperas del martes de la primera semana de adviento), o que “haga justicia a los pobres y desamparados” (Laudes del miércoles de la primera semana de adviento). Lo que en realidad estamos pidiendo es que nos mueva a nosotros a ser, para los pobres, promotores de alegría y actores de justicia. O sea, a ser su mano en todos aquellos lugares donde encontremos a un prójimo herido o necesitado.

Cosa distinta es si este tipo de fórmulas deberían cambiarse. En todo caso, se mantengan o se cambien, importa tener claro que, en la oración, más que pedir a Dios la solución de los problemas, lo que pedimos es dejarnos empujar por Dios para solucionar nosotros los problemas.

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2
Jun
2023
Modelo divino, trama de relaciones
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La más acabada definición de Dios que encontramos en el Nuevo Testamento nos la ofrece la primera carta de san Juan: Dios es amor. Amor, sólo amor y nada más que amor. Amor sin ningún asomo de no amor. No se trata solo de que Dios ame, porque el que ama, a veces no ama; o ama a unas personas y no ama a otras. Dios no tiene amor, es Amor. Y como es Amor sólo puede amar, porque si dejase de amar dejaría de ser Dios.

Todo eso viene a propósito del domingo de la santísima Trinidad, pues Dios, en cuanto Amor, aunque es uno y único, no es soledad, sino comunión, comunicación, encuentro, relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque el amor es don, y no hay don en la unidad o en la soledad, sino en la comunión. La fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda que esta comunión propia de Dios no se manifiesta solamente hacia fuera de él, sino que es propia de él. El misterio mismo de Dios es un misterio de comunión y relación y, por eso, porque él mismo es Amor y comunión, ama a sus criaturas. Lo que Dios hace de cara afuera, es un reflejo de lo que él es de cara adentro.

Más aún, puesto que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, el conocimiento de Dios nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. Al haber sido creados a su imagen, a imagen de un Dios Trinidad de personas, resulta que hay un reflejo trinitario en cada ser humano. Estamos hechos para el amor y sólo en el encuentro con el otro nos encontramos a nosotros mismos. El Vaticano II (GS, 24) dijo que la semejanza con Dios “muestra que el hombre, que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino es en la entrega sincera de sí mismo”. “Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las crituras” (Francisco, Laudato si’, 240).

El reflejo trinitario no está sólo en cada ser humano sino en toda la realidad salida de las manos del Padre creador, del Hijo por quién todo ha sido hecho y del Espíritu santo que es dador de vida y mantiene la vida con su aliento invisible. Toda la realidad contiene en su seno una marca trinitaria. Dice Francisco (Laudato si’, 240): “El mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. La criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad”.

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29
May
2023
Isabel y María, maravillosas maternidades
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Acabamos el mes de mayo, mes de María, con la fiesta de la visitación de María a su parienta Isabel. Los nombres de María y de Isabel nos hacen caer en la cuenta de lo maravillosa que es la maternidad y, al mismo tiempo, de su maternidad maravillosa. En efecto, en Isabel se encuentran unidas y conciliadas la esterilidad y la maternidad; y en María, la virginidad y la maternidad. Porque para Dios no hay nada imposible. Donde el humano piensa que no hay ninguna posibilidad de vida, Dios saca vida de los lugares, personas y momentos más inesperados.

La relación entre estas dos mujeres va más allá de su maravillosa maternidad. Las dos tienen la suficiente perspicacia para discernir donde está la verdadera voluntad de Dios. María, después de oír al mensajero divino y de responder con fe: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”, se puso en camino y entró en casa de Zacarías (Lc 1,39-40). En esta visita hay algo más que una pura cortesía o un hermoso deseo de ayudar. Zacarías significa “memoria, recuerdo”. María acude a la casa de la memoria. María acude a los sabios de Israel, a los ancianos, representados por Zacarías e Isabel.

En la casa de la sabiduría ocurren cosas sorprendentes. Allí, Isabel, cuyo nombre significa “Dios es plenitud” y, por eso, el evangelista dice que está “llena del Espíritu Santo”, saluda a María bendiciéndola a ella y bendiciendo, sobre todo, al fruto de su vientre. Y luego, Isabel aplica a María la primera bienaventuranza del evangelio: “Feliz la que ha creído”. Ahí está la verdadera felicidad de María, en saber escuchar la Palabra de Dios y responder con fe. San Agustín llegó a decir que la felicidad de María no estaba tanto en su maternidad biológica cuanto en su acogida de la Palabra. Eso es lo que la hace feliz a ella y a nosotros.

La reacción de María ante las palabras de Isabel es hablar bien de Dios con unos términos totalmente contraculturales. Porque chocan abiertamente con la cultura de este mundo, aunque están en total consonancia con el mensaje de Jesús. María, modelo de todo creyente, nos invita hoy a mirar a su Hijo, y a hacer como ella siempre hizo: referir a Dios las maravillas que en ella había hecho. Unas maravillas muy distintas de las que el mundo proclama y busca. El mundo busca poder; María proclama que Dios derriba a los poderosos. El mundo busca grandeza; María proclama que Dios enaltece a los humildes. El mundo busca riqueza. María proclama que Dios llena de bienes a los hambrientos. El mundo favorece la guerra; María proclama la misericordia y el perdón de Dios, en un mundo donde abunda el egoísmo y cada uno reclama sus derechos o lo que considera que son sus derechos, aún a costa de perjudicar a otros. Un buen ejemplo es que hoy se habla de derecho al aborto.

Isabel y María, dos mujeres bien feministas, modelos para toda mujer y todo varón. Dos mujeres que pusieron su vida al servicio de Dios. A eso estamos invitados todos. A proclamar con nuestra vida la grandeza del Señor.

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25
May
2023
Espíritu de amor
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cruzamor

Tras las dos reflexiones precedentes sobre la relación del Espíritu con la libertad y con la verdad, ofrezco una última sobre la relación del Espíritu con el amor. Pues, el Espíritu derrama en nuestros corazones el amor de Dios (Rm 5,5). El amor es lo que da sentido a la libertad y a la verdad, y lo que prueba la calidad de ambas. Una libertad sin amor se pervierte y se convierte en egoísmo y opresión. Y la verdad sin amor también se pervierte y se transforma en idolatría y absolutismo.

La verdad no es un tener, es un ser. Cristo no dijo: tengo la verdad, sino: “yo soy la verdad” (Jn 14,6). Si la verdad no fuera un “ser” y no se convirtiera en amor, caeríamos en la ilusión de creer que la vida cristiana queda circunscrita cuando está cuidadosamente definida. Pero ya el Nuevo Testamento advierte que no son los que dicen “Señor, Señor”, los que entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad del Padre. Y la voluntad del Padre es que “os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Por este motivo san Pablo nunca separa la fe (que implica el conocimiento de la verdad) del amor. Y Santiago califica de diabólica una posesión de la verdad sin amor.

La gran prueba de la posesión del Espíritu termina siendo el amor. El amor que implica verdad y libertad. Pues el amor siempre conduce a la verdad, ya que respeta profundamente al otro y busca su bien. Y también conduce a la libertad: solo desde el amor la libertad germina. Sin amor no hay respeto del otro, ni compasión, ni comprensión, ni perdón. Solo el amor permite que el otro sea verdaderamente otro, es decir, que sea libre.

El ejemplo de Jesús resulta aleccionador: la verdad no se impone desde el poder. Por eso reprende a sus discípulos que pretenden que baje fuego del cielo sobre aquellos que no le reciben; por eso no pide que el Padre mande legiones de ángeles para que le defiendan. De ahí que su palabra tenía autoridad y no las tenían las palabras de los escribas, que eran los que detentaban el poder religioso y el poder armado. La verdad, para Jesús, sólo es tal cuando brota del amor, se proclama con amor y se acoge con amor. Más aún, sólo el amor termina imponiéndose, pues es la única fuerza que tiene valor de eternidad.

Si queremos que nuestra catequesis y nuestra predicación resulten creíbles, tienen que estar respaldadas por el amor, acompañadas de signos de amor. Muchas de nuestras verdades se descalifican de entrada por la manera como las ofrecemos, por ejemplo, en un tono amenazante o con palabras alejadas de la experiencia de nuestros oyentes. Muchos superiores sólo se soportan, pero no crean comunidad, porque su gobierno no está arraigado en el amor ni se ejercita en un clima de libertad. Si Dios ha hecho al hombre libre es porque tiene en él una confianza absoluta. Cuando nosotros no nos fiamos de los hermanos dejamos de actuar con el Espíritu de Dios.

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