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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

21
May
2023
Espíritu de verdad
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espirtuverdad

“El espíritu de la verdad guía hasta la verdad completa” (Jn 16,13). Ahora bien, nosotros, seres limitados, nunca percibimos del todo la verdad, siempre hay aspectos que se nos escapan. La verdad es algo que se va haciendo y descubriendo. Pues la Verdad, en definitiva, se identifica con Dios: él es la Verdad. Nosotros solo percibimos algunos destellos de su luz inaccesible. Somos peregrinos que caminamos hacia el misterio de Dios, que es la Verdad, pero precisamente por ser un misterio que nos sobrepasa, lo percibimos oscuramente y nunca acabamos de abarcarlo, lo que significa que el encuentro con la verdad se convierte en una tarea permanente y en una búsqueda que nunca se acaba.

El Espíritu guía hacia la verdad. Si necesitamos un guía es precisamente porque nosotros no somos maestros de la verdad, sino aprendices y mendigos. ¿Y como nos guía? No de forma automática ni haciendo magia, pues el Espíritu nunca anula la personalidad, sino que la potencia. Dios nunca actúa sin nosotros. Por eso el Espíritu nos guía hacia la verdad a través de nuestro esfuerzo y de nuestro pensamiento. Jesús, maestro en estas cosas del espíritu, indicaba la necesidad de investigar las Escrituras (Jn 5,39), o de discernir los signos de los tiempos para que cada uno pudiera juzgar por sí mismo lo que es justo (Lc 12,56-57). Esto quiere decir que el pensamiento forma parte de nuestra acepción de la revelación de Dios.

La verdad no es algo que se nos da hecho, sino algo que hay que acoger y asimilar. Pensar, argumentar, estudiar o incluso estar en desacuerdo pueden ser caminos que nos conducen a la verdad. Pues el argumentar o estar en desacuerdo estimulan el pensamiento en su acercamiento a la verdad. Tenemos el gran ejemplo de Tomás de Aquino, este gran maestro del pensamiento, que comenzaba siempre sus búsquedas y reflexiones con las objeciones de los que no pensaban como él, objeciones que tomaba muy en serio. No tanto para hacerles ver que estaban equivocados, cuanto para acoger la parte de verdad que tenían. Pues él estaba convencido de que “toda verdad, la diga quien la diga, procede del Espíritu Santo”.

Ya san Pablo había recomendado: “no extingáis el espíritu”; y para ello: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tim 5,19.21). Para que el Espíritu no se extinga no hay que temer a los que no piensan como nosotros; hay que escucharles con atención. Ellos también pueden conducirnos hacia la verdad. ¡Con cuanta más razón, en esta búsqueda de la verdad, tendremos que escuchar a nuestros hermanos en la fe! Todos han recibido el Espíritu Santo, que les hace capaces de discernir lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso (Heb 5,14; Fil 1,9-10). La docilidad al Espíritu se manifiesta en la escucha de nuestros hermanos y en la atención que les prestamos.

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17
May
2023
Donde está el Espíritu, allí está la libertad
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“Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Co 3,17). Esta libertad que da el Espíritu no es la libertad tal como la entiende el mundo. No se trata de que cada uno puede hacer lo primero que se le ocurra, actuando sin control alguno, haciendo incluso lo que es malo para él o para los demás. Tampoco se trata de la libertad tal como la entienden algunos políticos, que se dedican a hacer leyes para que las personas estén liberadas de lo que ellos consideran opresiones religiosas o sociales: libertad para abortar, libertad para matarse (eutanasia), libertad para ocupar propiedades ajenas. En fin, libertad para hacer el mal. San Pablo conocía esa libertad para hacer el mal, pero dejaba claro que esa no era la libertad que nos traía Cristo. A los cristianos gálatas les dice: “hermanos, habéis sido llamados a la libertad; solo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes, al contrario, servíos por amor los unos a los otros” (Gal 5,13). Cristo nos libera del pecado para el amor. Es una libertad “de” y una libertad “para”; siempre es una libertad cualificada. Y su objetivo es el amor.

Una de las insistencias del Nuevo Testamento es la libertad del creyente frente a la ley. No se trata de la ley de Dios, sino de las leyes de los hombres, o mejor, de las leyes religiosas interpretadas por los hombres. En este sentido tiene una cierta similitud con las leyes de la carne. Pero va más allá. Pues es una libertad que tiene que ver directamente con el modo de vivir y entender la religión, o sea, la relación con Dios. La libertad que da el Espíritu se opone al servilismo de la letra de la ley, no a su intención profunda. Pues la intención de la ley es la búsqueda del bien, la búsqueda de la justicia. Este es el principio que debe guiar todas nuestras acciones, tal como se desprende de la enseñanza de Jesús. Pero cuando esta intención del bien y de la justicia se traduce en una legislación concreta, pudiera suceder que en algunas ocasiones quedarse en la letra no fuera suficiente o incluso contradijera el principio que ha inspirado la letra. Y entonces la ley se convierte en esclavizante.

Las palabras de Jesús a propósito del sábado resultan aleccionadoras: “el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Jesús quebranta la ley del sábado, pero realiza su intencionalidad profunda. El precepto del sábado busca el bien, la felicidad, el descanso del ser humano, y que el hombre recuerde que tal descanso y felicidad proceden de Dios. Por eso, Jesús no pretende quebrantar el culto a Dios que recuerda el precepto sabático, sino realizar el sentido que tiene tal culto: la búsqueda del bien del hombre enfermo, al que Jesús cura y devuelve la ilusión y la alegría. “¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?” (Mc 3,3). Esta pregunta descoloca a los legistas, pues éstos entienden que es bueno lo que la ley manda y malo lo que la ley prohíbe, mientras que Jesús indica que es bueno lo que favorece al ser humano y malo lo que lo destruye.

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13
May
2023
Lo que se dice y lo que se quiere decir
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Muchas palabras tienen distintos sentidos según el contexto en el que se utilizan. Hoy muchos llaman al sexo amor. Hacer el amor es tener relaciones sexuales. Sin necesidad de llegar a este ejemplo extremo, el término amor tiene un sentido distinto si pensamos en el amor que tenemos a un recuerdo familiar, al perro de compañía o al hijo pequeño. Lo mismo ocurre con el término fe. Pero con la palabra “fe” resulta menos evidente que su sentido puede cambiar según el contexto, pues muchos funcionan con un modo único de entender la fe y, en función de este sentido, califican o descalifican otros usos del término, sin darse cuenta de que su calificación o descalificación lo único que demuestra es su supina ignorancia.

Si nos quedamos con el concepto de fe como conocimiento de verdades, entonces los demonios (como dice la carta de Santiago) también tiene fe, puesto que creen que Dios existe. Desgraciadamente concebir la fe como adhesión a una serie de verdades está bastante difundido en el mundo católico. Pero hay otro concepto de fe más bíblico y profundo: fe es un encuentro, una adhesión incondicional al misterio del Dios de Jesucristo, que compromete y cambia la vida entera. Este concepto de fe permite a San Pablo decir que la fe sola nos salva.

Al leer la Biblia, o un texto de teología, o al escuchar una catequesis, es importante distinguir (como hace la constitución “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II) entre lo que se dice y lo que se quiere decir. Si no hacemos esta distinción podemos entender muy mal algunos textos bíblicos. Y no sólo bíblicos. Si digo que alguien me pone entre la espada y la pared, y un francés pide que le traduzcan lo que digo, si se lo traducen literalmente puede entender que alguien me está amenazando de muerte. O quizás que le estoy gastando una broma.

Un ejemplo bíblico: la biblia, traduciendo literalmente del griego, pone en boca de Jesús esta palabra: “muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Si no se sabe que detrás de esta comparación entre muchos y pocos, está el modo de expresar en arameo (que era la lengua de Jesús) el comparativo de superioridad, entiende muy mal lo que Jesús quiere decir. En castellano el comparativo de superioridad se expresa así: “hay más llamados que escogidos”. Mil es más que 999. ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Qué serán muchos los que se condenen? No. Quiere decir que Dios llama a todos. Pero es posible que no todos respondan.

Un ejemplo más conocido: ¿Cuántas veces tengo que perdonar?, pregunta Pedro a Jesús. ¿Siete veces? No, dice Jesús, setenta veces siete. Jesús no dice que el límite del perdón está en 490 veces. Dice que hay que perdonar sin límite, siempre. En aquellas mentalidades los términos absolutos, como “siempre” o “nunca”, no eran conocidos. Para expresar el “siempre” de nuestras lenguas modernas empleaban este tipo de expresiones: setenta veces siete. Si las tomamos en su literalidad no entendemos nada. Si nos paramos a pensar un poco, veremos que son expresiones muy significativas y muy gráficas.

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9
May
2023
Verdades fundamentales sobre María
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Maríadeespaldas

Los dogmas fundamentales de la fe católica sobre María, la “madre del Señor” (Lc 1,43), son cuatro: su virginidad, su maternidad divina, su inmaculada concepción y su gloriosa asunción. Los dos primeros fueron proclamados en los primeros siglos del cristianismo; los dos últimos han sido definidos en la época moderna.

Los dogmas de la virginidad y la maternidad divina son eminentemente cristológicos, pues sin ellos el misterio de Cristo queda despojado de su verdad fundamental, a saber, la doble naturaleza de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Que María fuera, con todas las consecuencias, la madre biológica de Jesús es absolutamente necesario para afirmar la verdad de la encarnación: Jesús, nacido de mujer, es verdaderamente humano. La virginidad de María es necesaria para afirmar que este hijo nacido de ella sólo tiene por Padre a Dios. La única paternidad divina de Jesús excluye que en su concepción haya intervenido un padre humano. La ausencia de padre humano tiene como consecuencia la virginidad de la madre. La virginidad y la maternidad divina de María son condicionantes necesarios del dogma cristológico, que afirma que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.

Los dogmas de la inmaculada y de la asunción, aunque tienen una impronta cristológica, tienen también una dimensión antropológica, pues en ellos vemos realizado lo que Dios quiere para todo ser humano, a saber, que sea santo e inmaculado en su presencia por el amor (Ef 1,4) y que su salvación integre toda su realidad humana, cuerpo y alma. Para afirmar mejor la condición divina y la función salvífica de Cristo, resulta coherente afirmar que la Virgen Madre es “llena de gracia” (Lc 1,28). Esta plenitud de gracia de María ilumina el misterio del ser humano, llamado a vivir sin pecado, a ser santo e inmaculado. La dimensión cristológica del dogma tiene una perspectiva antropológica fundamental, tal como dice el Vaticano II:  en María “la Iglesia contempla con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser” (SC, 103).

Bien entendido, este dogma puede tener un alcance ecuménico inesperado, hasta el punto de que, como le escuché a un eminente teólogo, en una conferencia pronunciada en Valencia, la inmaculada es el dogma más luterano de la fe católica, puesto que afirma la primacía absoluta de la gracia de Dios. En efecto, la primera bendición de Dios hacia todos y cada uno de los seres humanos es habernos elegido para ser “santos e inmaculados en su presencia por el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos” (Ef 1,4-5). “Eligiéndonos de antemano”: Dios siempre está primero frente a cualquier pretensión humana; él ama primero y ama más. Otra cosa es la respuesta que podamos dar a su amor. En el caso de María, la respuesta fue totalmente positiva, sin ningún asomo de no amor.

Por otra parte, la Asunción de María muestra el destino final de toda criatura humana, a saber, el gozo de la bienaventuranza divina. También este destino apela a la responsabilidad de cada uno, que puede o no aceptar esta meta.

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5
May
2023
Papa en Hungría: culto alejado de la vida
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cultoalejado

En su reciente viaje a Hungría, el Papa ha tenido ocasión de encontrarse con todo tipo de personas, especialmente con personas necesitadas. También se ha encontrado con autoridades políticas y les ha dejado bien clara su condena de la guerra y la importancia de que sean generosas en la acogida a refugiados e inmigrantes. Ha lanzado una pregunta que es toda una denuncia: “¿dónde están los esfuerzos creativos por la paz?”. Delante del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, cuya política no es precisamente facilitadora de la acogida de refugiados, ha pedido que las fronteras sean zonas de encuentro y no barreras que separan.

Quiero destacar una de estas frases acertadas de Francisco, porque dice, de forma quizás más provocativa, lo que ya había dicho el Vaticano II, a saber: que “el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época”. Francisco lo ha dicho de esta manera en su encuentro con los pobres y refugiados en Budapest: la fe no puede ser “prisionera de un culto alejado de la vida, ni convertirse en presa de una especie de egoísmo espiritual, es decir, de una espiritualidad que me construyo a la medida de mi tranquilidad interior y de mi satisfacción. La fe verdadera, en cambio, es aquella que incomoda, que arriesga, que hace salir al encuentro de los pobres y capacita para hablar con la vida el lenguaje de la caridad”.

Para que la fe no sea prisionera de un culto alejado de la vida es necesario que esté imbuida de caridad y nos lleve hacia el hermano. Una fe que nos encierra en nosotros mismos es una falsa fe. La carta de Santiago lo decía con claridad meridiana. Para Santiago, como para san Pablo, lo que salva es la fe, pero una fe que se traduce en obras y gestos de caridad para con los necesitados. El tipo de relación que tenemos con el hermano prueba la calidad y verdad de nuestra fe. El amor a Dios pasa siempre por el amor al hermano.

El Papa, tras recordar que esa es la doctrina de la primera carta de Juan (4,20: quién dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso), lo que dicho con otra acertada frase: el Señor “casi nunca llega resolviendo nuestros problemas desde arriba, sino que se hace cercano con el abrazo de su ternura, inspirando la compasión de hermanos que se dan cuenta de ellos y no permanecen indiferentes”. Nosotros encontramos a Dios en el hermano pobre al que socorremos y el hermano pobre encuentra a Dios en la persona que le socorre. Somos el uno para el otro presencia y mediación sacramental de Dios.

Aunque también el Papa ha advertido: “¡no es suficiente dar el pan que alimenta el estómago, es necesario alimentar el corazón de las personas! La caridad no es una simple asistencia material y social, sino que se preocupa de toda la persona y desea volver a ponerla en pie con el amor de Jesús: un amor que ayuda a recuperar belleza y dignidad”.

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1
May
2023
Laicos con voto en el Sínodo
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sinodolaicos

El anuncio del Papa de que en la próxima asamblea del Sínodo de los Obispos sobre una “Iglesia sinodal, comunión, participación y misión”, habrá un buen grupo de laicos, mujeres y varones, con derecho a voto, que tendrá tanto valor como el de los Obispos, ha sido una sorpresa que ha encantado a unos y a otros no tanto. El hecho en sí resulta coherente con lo que ha sido la preparación de este próximo Sínodo. Llevamos dos años de preparación, primero en las diócesis, luego a nivel nacional y finalmente a nivel continental. Ahora toca ya celebrar la fase final, que tendrá dos sesiones, en octubre de 2023 y en octubre de 2024.

En estas reuniones preparatorias los laicos han sido protagonistas, al mismo título que religiosas, religiosos, sacerdotes y obispos. En la asamblea final de la fase nacional que se celebró en Madrid en junio de 2022, y en la que tuve ocasión de participar, se aprobó el texto que la conferencia episcopal española envió a la fase europea. Allí estuvieron presentes unas 600 personas, venidas de todas las diócesis españolas. Cincuenta y ocho eran obispos, el resto laicos, sacerdotes y representantes de la vida consagrada. Parece coherente con esta presencia de laicos en las fases preparatorias, que también se hagan presentes en la asamblea final.

El Papa ha dispuesto que, junto a los Obispos, dispongan de voz y voto algunos representantes de la vida consagrada y 70 laicos, la mitad mujeres y la mitad varones. El que dispongan de voz no resulta extraño, lo nuevo es que tengan voto. Si representantes de todos los estamentos del pueblo de Dios han participado en las primeras fases, tiene su lógica que participen en la última. Cierto, se trata de un Sínodo de Obispos, pero los laicos, a su lado, no sólo no les hacen sombra ni les quitan protagonismo, sino que enriquecen los puntos de vista y ofrecen perspectivas que se detectan mejor desde el estado laical. Todos somos Iglesia por el mismo título del bautismo. Por otra parte, no hay que olvidar que las votaciones de esta asamblea final son orientativas, pues la última palabra la tendrá el Papa que, en su exhortación apostólica post sinodal, recogerá aquellos aspectos que considere convenientes para la vida del pueblo de Dios.

Resulta interesante que la fase final tenga dos sesiones. Pues es posible que el Papa haga públicos los textos y resultados de lo votado en la primera sesión e invite a discutirlos de nuevo en las Iglesias locales. Eso ayudará a que se maduren aquellos aspectos más novedosos o delicados, y que se puedan presentar a la segunda y definitiva sesión tras haber sido asimilados por aquellos que tengan más dificultades en aceptarlos.

Esta presencia de los laicos en el Sínodo es un paso que abre nuevas perspectivas eclesiales. Mi impresión es que esta participación de los laicos, varones y mujeres, no tiene marcha atrás, se repetirá en futuros sínodos y tendrá consecuencias en las instancias de gobierno, de decisión y de reflexión en la Iglesia.

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28
Abr
2023
Pastor que es puerta
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pastor

En los domingos anteriores de este tiempo de Pascua la liturgia se ha centrado en las apariciones de Jesús resucitado a los suyos, con el fin de dejar claro que Jesucristo está vivo en medio de su Iglesia. En el cuarto domingo la liturgia añade un matiz interesante: Jesús no sólo vive, sino que cuida de los suyos.

En el evangelio que se lee en la liturgia del próximo domingo aparece una curiosa identificación: el Pastor al que siguen las ovejas se proclama a sí mismo la Puerta por donde entran las ovejas. Las ovejas solo siguen al pastor que les merece confianza y les da seguridad. El hecho de que el pastor las conozca y llame a cada una por su nombre es indicativo de la confianza que hay entre pastor y ovejas. Por eso entran sin miedo por aquella puerta, pues saben que da acceso a buenos lugares, a espacios acogedores. Son dos imágenes que nos orientan a la bondad, amor y misericordia de Cristo.

En el Nuevo Testamento muchas de las calificaciones que se dan a Cristo se atribuyen también a los que son de Cristo: Cristo es la luz, los creyentes son la luz del mundo (Mt 5,14); Cristo es la Verdad, los creyentes son de la verdad (1 Jn 2,4); Cristo es el camino, los creyentes son los que siguen el camino (Hech 9,2); Cristo es el agua viva, de los creyentes manan ríos de agua viva (Jn 7,38). La imagen de Cristo como Pastor invita a los creyentes a ser pastores. Todos pastores, todos guardianes de los hermanos, todos cuidadores los unos de los otros. La imagen de la puerta ha sido empleada por el Papa Francisco al referirse a una Iglesia de puertas abiertas, en la que se puede entrar y salir libremente. Pero sobre todo en la que apetezca entrar.

Si la Iglesia se convierte en un fortín en el que solo caben unos pocos elegidos, en el que solo los puros pueden estar, es imposible entrar. Pero si la Iglesia no es un lugar acogedor, un lugar apetecible donde se ofrecen espacios de amor y de alegría, por muy abiertas que estén las puertas, tampoco entrará nadie. Las puertas deben estar abiertas no sólo para que puedan entrar los de fuera, sino también para que salgan los de dentro; para que los que han descubierto lo bueno que es el Señor salgan a anunciarlo a aquellos que no se han enterado o tienen ideas equivocadas sobre este Señor. La Iglesia, como el buen pastor, como una buena madre, está siempre dispuesta a acoger, comprender, perdonar.

Para el buen Pastor, y para la Iglesia que debe representarle, importan más las personas que las ideas. Si sólo nos fijamos en las ideas, podemos terminar condenando. Si nos fijamos en las personas podemos comprender. El que comprende sabe decir las palabras adecuadas para ayudar. Por otra parte, la Iglesia no es una aduana en la que se entra con dificultad, sino un espacio de puertas abiertas en el que se entra sin dificultad. Como las puertas están abiertas siempre es posible salir, pero si el espacio eclesial resulta acogedor, todos querrán permanecer dentro y, si salen, será para volver acompañados de otros a los que se ha invitado a entrar.

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25
Abr
2023
El texto en su contexto
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Las palabras, las frases, las acciones tienen sentido cuando se las sitúa en su contexto. Las palabras en el contexto de la frase, y las frases en el contexto del discurso y del ambiente en el que se dicen. Fuera de contexto una palabra puede parecer insultante, cuando en realidad en su contexto solo manifiesta confianza y amistad. Si alguien le dice a otra persona: “pero que tonto eres”, el término tonto tiene un sentido diferente si se lo dice a un desconocido, o a una persona que le cae mal, que si se lo dice a un amigo. En el caso del amigo la expresión puede significar: “que bueno eres”, o “que ingenuo has sido”, pero nunca es un insulto o una descalificación.

Esto que, a niveles coloquiales y de vida ordinaria, no necesita de muchas explicaciones, porque todos entendemos que el tono empleado y la persona a quién nos dirigimos son indicativos del sentido que, más allá de su literalidad, damos a la frase, cuando se trata de otros terrenos tiene gran importancia y puede conducir, no sólo a malentendidos, sino a serias enemistades. Por eso es tan importante saber no sólo lo que se dice sino “lo que se quiere decir”. Cuando se trata de textos escritos, dependientes de una cultura distinta de la nuestra, o cuando los interlocutores se sitúan en contextos vitales y experienciales distintos, es importante, antes de juzgar o de entablar una discusión, preguntarse qué quiere decir exactamente el otro. No solo lo que dice, sino lo que quiere decir. Porque, a veces, diciendo una cosa, queremos decir otra. Y puestos a manifestar nuestro desacuerdo, hay que manifestarlo, no con lo que uno dice, sino con lo que pretende decir.

Pongo un ejemplo bíblico. San Pablo afirma rotundamente que “el hombre es justificado por la fe, independientemente de las obras de la ley” (Rm 3,28). Sin embargo, parece que en la carta de Santiago (2,24) nos encontramos con la antítesis de Pablo: “el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente”. Analizadas bien las cosas, resulta que los dos autores dicen lo mismo, a saber, que nos salva la fe en Jesucristo. Santiago escribe en el contexto de una teología de los pobres, y se plantea esta pregunta: ¿de qué hablamos cuando hablamos de fe? “¿Tú tienes fe?”, pregunta a esos que dicen tenerla y no ayudan a los pobres. Pues bien, “muéstrame esa fe sin obras y yo, por mis obras, te mostraré mi fe” (2,14-18). Nuestra actitud con el hermano prueba la calidad de nuestra relación con Dios y, por tanto, la seriedad de nuestra fe.

Además, la palabra obra (“ergon” en griego) tiene diferente significado cuando se utiliza en diferentes contextos y al enfrentarse a diferentes falsas doctrinas. Ergon significa para Santiago obra del amor, y para Pablo (que se enfrentaba a una teología farisaica que pensaba que cumpliendo la ley estaba uno salvado) obra de la ley. Una pura coincidencia verbal puede esconder una diferencia esencial.

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21
Abr
2023
El triste camino de Emaús
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emaus

El camino que va hacia Emaús, tantas veces idealizado, en realidad es un camino triste (Lc 24,17). Los que van hacia Emaús se alejan de Jerusalén. En Jerusalén está la comunidad de los discípulos. Alejándose de ella se camina cabizbajo, perdido, sin comprender nada de Jesucristo. No es ocioso preguntarse por qué esos dos que caminan hacia Emaús han abandonado la comunidad. ¡Cuántos han dejado la Iglesia porque allí no encontraban a Jesucristo, o porque no entendían nada, o porque entendían lo que nunca debieron entender y quizás no por culpa suya, o porque estaban escandalizados por la cruz! Todos ellos necesitan reencontrarse con una Iglesia renovada, más transparente, más fiel.

Camino de Emaús la gente va desencantada. Unos hablan de sus decepciones, otros de sus falsas ilusiones. Todos esperan. Cada uno lo expresa como puede: “Nosotros esperábamos… pero, con todas estas cosas…” (Lc 24,21). Unos buscan la respuesta en la política, en la liberación de Israel (Lc 24,21); otros en el afecto, en el trabajo, en el arte, en la diversión… Todos esperan, sin saberlo quizás, la felicidad, la salvación. Todos desean encontrar: las mujeres van al sepulcro, pero no encontraron el cuerpo (Lc 24,3); Pedro también va al sepulcro, pero no encontró más que lienzos (Lc 24,12). Los discípulos que van hacia Emaús, Cleofás y su compañero, están al corriente de estas búsquedas y saben que “a él no le vieron” (Lc 24,24). Entrar en el camino adecuado para un auténtico encuentro requiere descubrir y escuchar qué quiere encontrar cada uno. Es importante saber también dónde está la dificultad para el encuentro, dónde la ceguera (Lc 24,16), dónde el miedo, dónde la duda (Lc 24,37-38).

El episodio de los dos discípulos que van hacia Emaús acontece cuando Jesús ya ha resucitado, o sea, en el tiempo de la Iglesia. La situación que narra es similar a la nuestra. En el tiempo de la Iglesia el Señor ya no es visible. Y, sin embargo, el invisible está presente en la Iglesia. Allí se le puede encontrar y seguir. Cuando ella toma el pan, pronuncia la bendición, explica las Escrituras, vive la fraternidad, da testimonio de él, Jesús sigue presente y operante entre los suyos. Al repetir estos gestos nos estamos uniendo a él, identificando con él, siguiéndole.

Jesús resucitado se hace presente en la escucha de la Palabra y en la fracción del pan. La escucha de la Palabra y el sacramento son dos dimensiones de una misma realidad que nos introduce en el misterio de Cristo. Ambas se complementan y se apoyan mutuamente. La comprensión de la Escritura y la participación en el sacramento producen una conversión, una nueva comprensión de Jesucristo resucitado. Ya no se trata de lo útil que nos puede ser Jesús, de lo que nos puede aportar, de lo que podemos ganar o perder. Jesucristo empieza a ser deseable por sí mismo: “Quédate con nosotros” (Lc 24,39), aunque su presencia siempre se nos escapa: cuando los ojos se abren, él desaparece (Lc 24,31). Queda un vacío lleno de esperanza.

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17
Abr
2023
¿Bromas de mal gusto o burlas ofensivas?
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cielorojo

Ahora que han pasado unos días, voy a referirme a dos acontecimientos directamente sociales e indirectamente religiosos, porque está claro que la religión es otra cosa muy distinta, que han llamado la atención, han sido muy comentados, y han sido calificados de broma por sus protagonistas, el Dalai Lama y el equipo del programa “Està passant” de TV3.

Resumo los hechos, sin entrar en detalles: el Dalai Lama, líder espiritual del budismo tibetano, a un niño que quiso abrazarlo, le pidió que le besará en la boca y que le chupara la lengua. El hecho ha provocado una catarata de comentarios, la mayoría negativos. La oficina del Dalai Lama ha pedido perdón al niño, a su familia, y ha explicado que se trataba de una broma más de las muchas que suele hacer el líder budista. Sea lo que sea, a mi la foto que se ha publicado no me ha gustado nada. Y lo ocurrido me parece totalmente impropio de un personaje público, que además tiene fama de ser muy espiritual, como es el Dalai Lama.

El otro hecho ha ocurrido en un programa de humor de TV3. Los dos presentadores, junto con una actriz, disfrazada de Virgen del Rocío, han pretendido decir cosas graciosas, no sé si con mucha gracia, pero sí desafortunadas, pues podían interpretarse como una burla a la religión católica y a la Virgen María. Hacer bromas sobre una figura como la Virgen es siempre delicado, porque son muchas las personas que se sienten ofendidas o, al menos, muy molestas. El humor, cuando busca reír con el otro es sano; cuando se ríe del otro es insano. El humor puede degenerar en burla y herir a las personas. Hay un humor corrosivo, agresivo, injurioso, muy extendido en nuestra sociedad. El humor nunca puede ser ofensivo ni utilizarse para descalificar a nadie. El humor no es burla, tampoco es ridiculizar a los débiles. Cuando esto ocurre se convierte en algo zafio y barato. El humor es inteligente.

Otro asunto, que me interesa tanto o más que los anteriores, del que no se han hecho tanto eco ni los medios ni las redes sociales, y que se puede calificar de broma de mal gusto, pero en un sentido distinto a los dos hechos anteriores, es la reciente expulsión, por parte de la pareja dictatorial nicaragüense, primero de dos, y 24 horas después de una tercera, hermanas dominicas de la Anunciata, que se dedicaban a atender a los ancianos. Se ve que el bien es siempre molesto a los ojos del mal y que el mal es insaciable.

Ni los dos primeros hechos tienen nada de humorísticos, ni el tercero tiene nada de broma. Calificándolo de broma de mal gusto me he quedado corto. Más allá de calificaciones insuficientes, bien se puede aplicar a estas tres hermanas dominicas de la Anunciata eso que dice la primera carta de Pedro (4,16): “si uno sufre por ser cristiano, que no se avergüence, que dé gloria a Dios por este nombre”.

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