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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

14
Abr
2023
Felices los que crean sin haber visto
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creersinver

En el evangelio del segundo domingo de Pascua encontramos la última bienaventuranza con la que se cierran los evangelios, que es también la primera que aparece: la bienaventuranza de la fe. El evangelista Lucas ve esa bienaventuranza realizada en María: ella es feliz, porque ha creído en la Palabra del Señor (Lc 1,45). Y el cuarto evangelio repite la bienaventuranza de la fe, pero la extiende a todos los creyentes en Jesús resucitado (Jn 20,29). Creer en la Palabra del Señor de forma incondicional, sin necesidad de más apoyo que la propia Palabra. Creer sin necesidad de signos es lo propio de la fe cristiana, que contrasta con el modo judío de creer, pues los judíos, para creer piden signos (1 Cor 1,22). No es extraño que a Jesús los judíos le estén continuamente pidiendo signos: ¿qué signos haces tú, para que viéndolos creamos en ti? (Jn 6,30). Incluso en el momento de la cruz siguen pidiendo signos: que baje de la cruz (¡qué mejor signo!) y creeremos en él (Mt 27,42).

Un aspecto importante de la fe que aparece en este evangelio es su dimensión eclesial. Sólo unido al grupo de los discípulos puede Tomás ver a Jesús resucitado. En la Iglesia, en la comunidad de los creyentes, se cobra conciencia del nuevo modo de presencia del resucitado: por medio de la eucaristía y de su Palabra. Cierto, también está presente fuera de la Iglesia, en el prójimo enfermo y necesitado, pero solo en la Iglesia es posible discernir esa presencia, solo la Iglesia ofrece las claves para encontrarle en todas partes.

Tomás, como muchos de nosotros, necesita ver y tocar, busca pruebas de la resurrección. Se trata de un estadio de la fe que hay que superar. Hay que dejar de creer a base de signos (como los judíos) para creer incondicionalmente. La resurrección no se prueba, se cree. Lo interesante es que Tomás termina por creer en la divinidad del resucitado sin necesidad de ver ni tocar. Jesús le invita a tocar, pero Tomás, sin tocar, confiesa: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28), confesión que va más allá de cualquier manifestación corporal o humana. En los tocamientos humanos solo aparece lo humano. Con María, modelo de la bienaventuranza de la fe, ocurre algo parecido: ante sus dudas y preguntas, el mensajero divino le ofrece una señal: Isabel, la estéril, está embarazada. Y María, antes de comprobar el embarazo, antes de ver el signo, acepta incondicionalmente la Palabra: aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra (Lc 1,36-38).

Esa es la fe que Jesús pide: creer sin ver signos. Jesús proclama dichosos a los que le aceptan incondicionalmente, a los que se fían de su Palabra. Esta confianza solo es posible en un clima de amor, porque sólo el amor hace que uno crea en el amado, a pesar de las dudas, las apariencias o las habladurías de los enemigos. “Creo en ti”, te creo a pesar de todo, con signos o sin ellos, a pesar de lo duro que es tu lenguaje (Jn 6,60), porque sólo tú tienes palabas de vida eterna (Jn 6,68).

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12
Abr
2023
La Palabra de Dios corre
2 comentarios

pedroyjuan

En el post anterior me refería al evangelio que se leyó en la vigilia pascual. En este quiero referirme al evangelio que se lee el día de Pascua, a saber, Jn 20,1-9. Es un texto en el que todos los personajes corren. María Magdalena, que acude al sepulcro con la buena intención de honrar a su amado, cuando ve la piedra quitada del sepulcro, echó a correr y fue a informar de lo visto a Simón Pedro y al “otro discípulo a quien Jesús quería”. Entonces Pedro y el otro discípulo fueron corriendo al sepulcro. El evangelio dice que el otro discípulo iba más rápido que Pedro y llegó primero al sepulcro. ¿Llegó primero porque era más joven y corría más? Sería posible otra lectura en línea con el motivo que da Tomás de Aquino para explicar porque Jesús se apareció primero a las mujeres. Se apareció primero a ellas porque le habían amado más. El otro discípulo “a quién Jesús amaba” llegó el primero porque amaba más. El amor facilita y hace posible todo encuentro.

No se trata de decir que Pedro amaba menos. Pero Pedro representa a la institución. Y las instituciones, las autoridades, abrumadas a veces con muchas preocupaciones, van más lentas que el amor. El amor llega siempre antes. Pero precisamente porque el otro discípulo ama no entra inmediatamente al sepulcro, sino que espera la llegada de Pedro, para que se convierta así en el primer testigo de lo sucedido. El fin de la carrera es el mismo en los dos: encontrarse con el amado. El encuentro les conduce a ellos y también a todos los que después se han encontrado con el Resucitado a dar testimonio. La carrera de Pedro, que llegará hasta la capital del imperio, hasta Roma, no conocerá ningún descanso.

La carrera de Pedro y del otro discípulo es la de todo creyente, llamado a dar testimonio de la resurrección. Los creyentes de ayer y de hoy estamos llamados a correr y dar testimonio del resucitado en todos los lugares. El apóstol Pablo (Fil 3,10-14) dice que una vez conocido el poder de la resurrección de Cristo se lanza a una carrera sin fin, cuya meta es alcanzar a Cristo. Alcanzarlo para invitar a otros a alcanzarle también. En este sentido, la constitución del Vaticano II sobre la divina revelación termina con estas palabras, que son una cita de la segunda carta a los tesalonicenses: “la palabra de Dios corre y es glorificada”. ¿Cómo corre la Palabra de Dios que es Cristo mismo, del que dan testimonio las Escrituras? Mediante la predicación de la Iglesia que, al difundir la Palabra, “llena cada vez más los corazones de los hombres”.

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8
Abr
2023
Con miedo y gran alegría
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pascuaflorida

Este año, en la Vigilia pascual, se ha proclamado el relato de la resurrección según el evangelio de Mateo (28,1-10). El evangelista contrapone dos temores: el de los guardias que custodian el sepulcro que, cuando la piedra se abre por el poder el ángel del Señor, aterrorizados, se pusieron a temblar; y el miedo de las mujeres que, cuando iban a inspeccionar el sepulcro y lo encontraron abierto, “partieron con miedo y gran alegría, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos”. El miedo de las mujeres es un temor sagrado, lleno de respeto, asombro y admiración, que manifiesta el carácter trascendente del acontecimiento presenciado. Se trata, pues, de un temor exultante y, en cierto modo evoca la inmensa alegría de los Magos al ver la estrella (Mt 2,10). El evangelio de Mateo (dice Luís Sánchez Navarro) “transita desde la gran alegría del nacimiento de Jesús a la alegría, mayor si cabe, de su resurrección”. Los misterios de la Encarnación y de la Pascua son los que dan sentido a toda la vida de Jesús y a toda la vida del cristiano.

Es un ángel el que anuncia la resurrección a las mujeres. O sea, la resurrección es, en primer lugar, un acontecimiento revelado más que comprobado. Entre otras cosas porque la resurrección acontece en la intimidad del misterio del Padre. Pero el ángel, además de anunciar la resurrección, les da un importante encargo, que tiene dos momentos: anunciar la noticia a sus discípulos y decirles que vayan a Galilea, con un matiz importante: Jesús irá por delante de ellos. El resucitado convoca a sus discípulos al lugar donde recibieron la primera llamada y donde vieron los primeros signos del reino de Dios.

No se trata de volver a Galilea para evocar el pasado, sino para comenzar una gran misión. Pero no solos, sino con el Señor que va por delante y le sigue acompañando. También hoy la acogida de Cristo resucitado por parte de los cristianos, pide que esta acogida sea transmitida en las distintas Galileas del mundo, allí donde la gente sufre, trabaja, llora y goza. La acogida de la resurrección nos convierte en testigos de la resurrección. Con miedo quizás, porque a lo mejor somos rechazados, pero también con convicción y gran alegría.

“Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana”. Así comienza este evangelio de Mateo. Pasado el sábado, superado el momento de la muerte y del sin sentido, nace un nuevo día, ocurre algo totalmente nuevo: la muerte ha sido vencida. La vida de Jesús no acabó en un oscuro sepulcro. La noche de la muerte no le venció. Dios Padre le resucitó. Acoger este anuncio es vivir en continúo proceso de conversión y convertirse en testigos de la buena noticia que puede llenar el corazón de todo ser humano.

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4
Abr
2023
El rostro esperanzado del Crucificado
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rostroesperanzado

El sufrimiento físico de Jesús fue grande. Pero en aquella cruz se dio un sufrimiento todavía mayor. Jesús fue rechazado por los hombres. He aquí un primer nivel de sufrimiento. Jesús fue abandonado por sus discípulos. He aquí un segundo nivel en su dolor. Y finalmente, y he aquí lo que sin duda fue el mayor de los sufrimientos, Jesús se sintió abandonado por Dios mismo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Los evangelios de Marcos y Mateo nos transmiten estas palabras que no hay que dulcificar. Nadie se hubiera atrevido a inventarse una cosa así, tanto más cuanto que el aban­dono de Jesús por Dios representaba un serio problema teológico.

En este dramático grito hay un princi­pio de esperanza. Estas palabras son el comienzo del salmo 22. Para los antiguos lectores, el comienzo de un salmo evocaba su continuación. Y el salmo 22 es un salmo de esperanza: el desgraciado que muere, se apoya en Dios, a pesar de todas las apariencias contrarias. El evan­gelista no nos está diciendo que Jesús, al morir, recitara este salmo. Pero sí nos dice que muere con los sentimientos que se expresan en este salmo.

Me parece interesante notar que la carta a los Hebreos pone este mismo salmo en boca de Cristo resucitado. Pero mientras Cristo crucificado pronuncia las primeras palabras del salmo, que denotan toda la agonía del mo­mento, el Cristo resucitado de la carta a los Hebreos pronuncia las últimas palabras del salmo, que se refieren al triunfo del desgraciado, resultado de haber puesto toda su confianza en Dios. De ahí que Cristo resucitado pronuncia el versículo 23 del salmo 22: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré” (Heb 2,12). Cristo resucitado, en medio de la asamblea, en medio de la Iglesia, anuncia a todos los hermanos la grandeza y la bondad de Dios, que acoge a los suyos y no les abandona en los momentos decisivos.

Pero volvamos a la esperanza con la que muere Jesús. El evangelista Lucas, al relatar la misma escena de la muerte de Jesús, subraya directamente su esperanza, y por eso pone en su boca las palabras de otro salmo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46). Y Juan interpreta la muerte de Jesús como el momento de la glorificación: la cruz es un trono de gloria “y cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacía mí” (Jn 12,32). Alzado en la cruz, Jesús aparecerá a los ojos de todos como Salvador del mundo (cf. Jn 19,37).

Los cuatro evangelistas presentan distintas interpretaciones del modo como muere Jesús. Todas son buenas y complementarias. Hay que tenerlas todas en cuenta, sin privilegiar ninguna de ellas.

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31
Mar
2023
Los dos Jesuses: ¿con cuál nos quedamos?
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jesusybarrabas

Aunque las traducciones litúrgicas que se leerán el domingo de Ramos no lo indican, en la pasión según San Mateo aparecen dos jesuses, dos personajes que llevan el nombre de Jesús. Está Jesús el nazareno; y sorprendentemente está Jesús, el Barrabás. Otra sorpresa a propósito de estos dos jesuses: los prisioneros llamados Jesús son ambos “hijo del Padre”. Pues Barrabás significa “hijo de Abbas”, posiblemente hijo de padre desconocido. Jesús también invoca a Dios como “Abba”, padre querido, porque Jesús sí que lo conoce y tiene con él una intimidad sin igual. Jesús Barrabas, según el evangelista, es “famoso”, seguramente por la crueldad de sus fechorías. Jesús el nazareno también es famoso, pero su fama procede de las buenas obras que realiza.

El gobernador romano, que ha percibido que los dirigentes judíos le han entregado a Jesús “por envidia”, pretende liberar a Jesús mediante el recurso a Barrabás, siguiendo la costumbre de indultar por Pascua a un prisionero a voluntad del pueblo. El gobernador debía pensar que su jugaba era magistral, ya que la mala fama de Barrabás movería al pueblo a pedir que soltara al Nazareno. Y por eso pregunta: “¿a quién queréis que os suelte, a Jesús Barrabás o a Jesús a quien llaman el mesías?”. Con esta última palabra pretende atraer hacia Jesús el favor popular. El pueblo debe elegir con qué Jesús quiere quedarse.

La jugada le salió mal gobernador, aunque cuando el pueblo pidió la liberación de Barrabás, hizo un último intento para hacerles entrar en razón: “¿qué hago con Jesús, llamado el Mesías?”, pregunta. Y todos contestaron: “sea crucificado”. El gobernador insiste: “¿pues qué mal ha hecho?”. Como no son capaces de contestar a la pregunta, “gritan fuertemente: sea crucificado”. Es lo propio de los que no tienen razón: sustituyen su falta de razones con gritos enfurecidos. De esto también tenemos ejemplos actualmente. El que tiene razón no necesita levantar la voz ni enfurecerse. Por eso, el evangelio hay que anunciarlo siempre con buenos modos y respeto.

La pregunta de Pilato exige tomar partido. Estos dos jesuses representan dos salvaciones: la que viene de parte de los hombres y la que viene de parte de Dios. El pueblo entonces eligió la primera. Pero la pregunta de Pilato sigue siendo actual, porque también hoy nosotros estamos llamados a elegir. Elegir a Jesús, el nazareno, supone estar dispuesto a jugarse la vida por él, hasta el punto de acompañarlo en la cruz, si fuera necesario. Pero los que se juegan la vida por Jesús deben recordar siempre esta palabra: el que pierda la vida por mi, la encontrará. Acompañar al nazareno en su muerte es también resucitar con él.

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27
Mar
2023
La eficacia de la evangelización
2 comentarios

solporventana

Cuando preguntamos por la eficacia de la evangelización no podemos pensar en resul­tados inmediatos o deslumbrantes. Los resultados pueden venir a corto o largo plazo. Pero lo lógico es que sean a largo plazo, porque la auténtica conversión requiere tiempo, implica desprenderse de muchas ideas y actitudes, es un cambio radical de vida. La fe cristiana necesita tiempo para madurar. Jesús nos pone en guardia contra nuestras impaciencias. No quiere que se arranque la cizaña antes de hora, como pretenden sus discípulos. Hay que dar tiempo al crecimiento. Solo en la hora final será posible la siega y la separación (cf. Mt 13,24-30). Por eso, los frutos de su trabajo puede recogerlos el predicador o puede no ver la cosecha. Uno es el sembrador y otro el segador (Jn 4,37).

Como muy bien dice el Papa Francisco no debemos obsesionarnos por los resultados inmediatos. Tenemos que estar prestos a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Pero hay más: tenemos que saber que Dios puede actuar en medio de aparentes fracasos. La fecundidad es muchas veces invisible, “no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo... A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos”.

La tarea del misionero es anunciar el Evangelio con sus mejores disposiciones, sin cansarse nunca de hacer el bien. La conversión es responsabilidad de cada uno. Sin duda, como dice San Gregorio Magno, el Señor viene detrás de sus predicadores, pero la acogida del Señor ya no depende del predica­dor. Santo Tomás de Aquino constataba con perspicacia que, viendo el mismo milagro y oyendo la misma predicación, unos creen y otros no creen. Para que se suscite la fe, la pre­dicación es necesaria, pero no suficiente, porque el creer es un acto libre. Lo que sí depende del predicador es anunciar el Evangelio de forma elocuente e inteligible. Esa es su tarea inelu­dible y es la mejor manifestación de su amor al Señor del que da testimonio.

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24
Mar
2023
La mala y la buena pregunta sobre Lázaro
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Lázaro

El quinto domingo de cuaresma se leerá, en la liturgia dominical, el evangelio conocido como “la resurrección de Lázaro”, aunque el evangelista, en ningún momento utiliza el término “resurrección” aplicado a Lázaro. De él se dice que estaba muerto y enterrado. Y cuando se habla de resurrección se trata de la resurrección en “el último día” o de una sorprendente resurrección en primera persona del presente de indicativo que se aplica a Jesús: “Yo soy la resurrección”. También aparece otra sorpresa aplicada a la muerte, o mejor, al “no morir jamás”: “el que cree en mi (o sea, en Jesús que es la resurrección) no morirá jamás”.

Hay una mala pregunta que no ayuda para nada a comprender este episodio, una pregunta que se centra en Lázaro y cuya pésima formulación sería: “¿resucitó o no resucitó?, ¿estaba muerto o no estaba muerto?”. Desde luego resulta muy extraño que alguien muera dos veces. Porque morir, lo que se dice morir, solo ocurre una vez, ya que este triste acontecimiento es definitivo. Y si no es definitivo, entonces no hay muerte. Hay vivificación. Se conocen algunos casos de personas que han creído morir y han sido vivificadas. Y luego han contado su experiencia. Al Lázaro que ha vuelto a la vida no le han solucionado el problema de la muerte. Ese problema solo se soluciona con la entrada en la vida eterna. El Lázaro que vuelve a la vida no ha sido resucitado (porque eso es la entrada definitiva en el mundo de Dios), sino vivificado. Esta vivificación es un signo de la verdadera resurrección, de la única que importa.

La buena pregunta para entender este evangelio es: ¿qué mensaje quiere transmitir el evangelista? El mensaje es claro: Jesús es la resurrección y la vida; el que cree en él no morirá jamás. O sea, unidos a Cristo resucitado podemos esperar la resurrección de los muertos, porque Cristo ha resucitado como el primero de una larga lista de hermanos. Esta es la esperanza cristiana y lo que quiere transmitir el evangelista con este signo tan llamativo que tiene como protagonista a Lázaro.

El texto que leeremos este domingo dice que muchos judíos, al ver lo que Jesús había hecho, creyeron en él. Y ahí se para la lectura. Pero la historia, tal como la cuenta el evangelista no acaba así. Acaba diciendo que otros, a pesar de lo que habían visto, no creyeron. Y que los sumos sacerdotes y los fariseos, visto lo visto, decidieron dar muerte a Jesús. Siempre cabe preguntarse qué es lo que vieron unos y qué es lo que vieron otros. Porque mirando lo mismo, a lo mejor no se ve lo mismo. Por mucho milagro que se vea, la fe siempre depende de la decisión personal. No hay milagro que la imponga.

Para los que celebraremos la eucaristía en este último domingo de cuaresma, en vísperas de la semana santa, este relato nos introduce en el misterio pascual. El misterio por el que Cristo ha vencido a la muerte. El misterio que es la respuesta definitiva a todas las preguntas de los seres humanos.

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20
Mar
2023
Anunciación: jornada por la vida
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jornadavida

El 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor, la Iglesia celebra la Jornada por la vida. Resulta oportuno recordar la importancia de la vida en esta fiesta litúrgica.

El 25 de diciembre la Iglesia celebra el nacimiento de Jesús. Evidentemente se trata de una fecha litúrgica, porque no sabemos exactamente el día en que Jesús nació. Hace dos mil años no había los registros y controles que hay hoy. Aunque la fecha sea imprecisa, atribuir una fecha al nacimiento de Jesús es un modo de dejar claro que nació en un determinado momento y lugar, que su nacimiento es realmente histórico. Pues bien, si celebramos su nacimiento el 25 de diciembre, resulta lógico decir que un 25 de marzo tuvo lugar su concepción. Precisamente porque estamos hablando de un personaje histórico, hay que afirmar que su gestación duró unos nueve meses, como ocurre con todos los humanos que vienen a este mundo.

En el momento de la concepción ocurre algo maravilloso, a saber, de pronto empieza una nueva vida, distinta de la vida materna que la hace posible. Esa vida concebida no es una prolongación del cuerpo de la madre, sino una vida distinta que ha sido encomendada el cuidado de la madre. Por ser distinta, debería tener los mismos derechos que cualquier otra vida. Y el primer derecho que tiene uno, fuente de todos los demás, es el de vivir, el que le dejen vivir. Hoy eso de dejar vivir no está nada claro, porque son muchos los atentados contra la vida de los humanos. Quién pretende matar o mata a otra persona, atenta contra la vida. Quién lleva a un joven a la guerra, atenta contra la vida. Quién no procura a un enfermo los cuidados necesarios, atenta contra la vida. Y quién no deja que una persona no nacida nazca, atenta contra la vida.

Estos atentados son modos de aborrecer o de odiar al otro. El odio puede llegar a esos extremos, pero incluso cuando no llega a tales extremos también mata. Hay muchos modos de matar. El más grave, evidentemente, es impedir o quitar la vida. Pero dificultar la vida, poner a otro en situación desesperada, desear que el otro desaparezca de mi vista, son modos de atentar contra la vida. La Escritura dice que quien aborrece a su hermano es un homicida. En eso del homicidio también hay grados y maneras.

La Iglesia se cargará tanto más de razón en la defensa de la vida de los no nacidos, siempre que deje claro que está a favor de todas las vidas de los nacidos. También de la buena vida de la madre desesperada o necesitada, que merece ser acogida y ayudada. Por eso, en esta jornada de la vida no convendría quedarnos en la defensa de un solo tipo de vidas, porque todas son importantes.

¿Hay alguien que desee que le quiten la vida? Incluso los que piden que les ayuden a suicidarse, lo que desean no es que les quiten la vida, sino que les quiten lo insoportable de la vida. Precisamente porque nadie desea que le quiten la vida, nadie debería quitar a otro la vida. No hagas al otro lo que no quieras que te hagan a ti.

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17
Mar
2023
Amar no es cuestión de palabras
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amarpalabras

¿Por qué hay tantos fracasos en el amor? Porque, en el fondo, muchos sólo se buscan a sí mismos. Y, por encima del otro, colocan el propio éxito, enriquecimiento, triunfo o poder. Pero la verdad del amor no está en el sentimiento, ni en que el otro me resulte agradable. La verdad del amor está en amar. Antes de ser un sentimiento que me provoca lo externo a mi, es una actitud mía, es un don de mi vida y de mi persona, es un acercarme y entregarme. Es una capacidad, es poner en práctica mi capacidad de amar. Más que una cuestión de objeto (de realidad externa que me gusta), el amor es una actitud, una orientación del carácter, un ejercitar una facultad, una expresión de mi vida.

Sin duda, cuando yo amo, puede ocurrir la maravilla de despertar en el otro el amor, y de ser yo también amado. Hay un lazo muy estrecho entre el desarrollo de mi capacidad de amar y el desarrollo del amor en el amado. Así ocurre en el caso ideal, en el amor de la madre por el hijo. El niño es ante todo objeto de un amor gratuito. Él es, en primer lugar, amado. Y amado incondicionalmente. Pero, poco a poco, este amor primero e incondicional, despierta en el niño la capacidad de amar, de responder al amor primero de la madre. Y de pasar de una primera etapa en la que la madre es amada por la necesidad que el niño tiene de ella, a una etapa más madura en la que el niño trata de complacer a su madre y de “ganarse” su amor.

Amar significa saber escuchar, estar atento a las necesidades del otro, tomar en serio lo que el otro me dice. Amar, sobre todo, exige confianza en el otro. Esta confianza puede aumentar o disminuir en función del conocimiento del otro. Pero siempre es condición del amor. Confiar es dejar ser al otro y, sobre todo, dejarle libre. Cuando quieres apoderarse del amigo, controlarle para estar más seguro de él, manifiestas tu desconfianza y destruyes la amistad. En la esfera de las relaciones humanas, la fe es una cualidad indispensable de la fraternidad y de todo amor verdadero. Tener fe en otra persona es estar seguro de la fidelidad e inalterabilidad de sus actitudes fundamentales.

Una última observación. El amor verdadero excluye toda ética de buenos sentimientos. Es un amor “realista”: “si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabras y con la boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn 3,17-18). En este texto bíblico aparece claro que el amor no es cuestión de palabras o de sentimientos. Es efectivo y eficaz. Está atento a las necesidades del prójimo y responde de forma concreta a esas necesidades. De esta forma, además, es un reflejo del amor que es Dios y del amor que Dios nos tiene. Porque allí donde hay amor auténtico, allí está Dios. Y donde el prójimo es ignorado, allí no está Dios.

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13
Mar
2023
Malentendidos sobre el amor
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velaamor

Amor es una de las palabras más ambiguas y gastadas que existen. Se trata, además, de una palabra que abarca un amplio campo semántico, o sea, que puede utilizarse en muchos sentidos. Su significado puede ir de lo sexual a lo espiritual, de lo interesado a lo desinteresado. La fuerza del amor puede derivar en codicia o en caridad. Con este término se designa la atracción física o psicológica que alguien –o algo- produce en mí. O el de­seo de poseer lo que me agrada, pero no tengo. Pero puede designar también la com­pasión que siento hacia el débil o el necesitado. O la entrega de mi tiempo, de mis bienes e incluso de mi persona a una causa justa o a una persona explotada, perse­guida o maltratada. O también el perdón que otorgo a quién me ha ofendido.

En suma, con la palabra amor designamos actitudes y comportamientos no sólo bien distintos, sino, a veces, incluso incompatibles (amor al dinero, amor al pobre). El amor abarca un campo tan amplio como el que va del interés al desinterés. De ahí que, según cual sea la idea que uno se hace del amor, puede considerar que la idea que otros tienen es bien una profana­ción, bien una mistificación irreal del amor.

Hay quién confunde el amor con una experiencia sexual y, a veces, se limita lo sexual a una experiencia genital. No cabe duda de que la experiencia sexual es buena y hasta necesaria. Pero hay muchas maneras de vivirla. Puede vivirse como resultado del amor, como un componente más del amor; o puede vivirse como sustitutiva del amor, como un mal sucedáneo del amor. El acto sexual, sin amor, solo alcanza por un breve instante a satisfacer a la persona.

Muchos entienden que el amor es un mero sentimiento. Sin duda lo es. Pero es también mucho más. Pues el amor abarca la totalidad de la persona, con sus dimensiones ricas y variadas. El amor como sentimiento es muy restrictivo. Los que “no me caen bien” no pueden ser objeto de mi amor. Sin embargo, el evangelio habla de un amor universal. Si es universal tiene que ser posible amar a los que no me gustan. Ahora bien, si el amor es un gusto, o una sensación agradable y placentera, está claro que no puedo amar a quién no me gusta. El amor como sentimiento es limitado. En el amor como sentimiento deja de ser verdad eso de que el amor todo lo puede.

Otro malentendido frecuente sobre el amor es pensar que se trata de encontrar la persona adecuada, atrayente, deseable. Esta concepción descansa sobre una premisa: la de que en el amor lo importante es ser amado. Y así se busca desesperadamente alguien que me ame. La cuestión entonces se reduce a cómo ser amable, cómo lograr que alguien me quiera. Aunque sea a costa de mentir. Cosa que sucede con frecuencia: trato de aparentar lo que pienso que puede agradar al otro. Casi dejo de ser yo para ser amado. El amor así entendido es una variante de nuestro deseo de poseer, de nuestra ambición de tener. (Continuará)

 

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