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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

12
Nov
2023
Alberto Magno, maestro de Tomás de Aquino
3 comentarios

albertoobipo

San Alberto Magno (cuya fiesta se celebra el 15 de noviembre) es conocido por haber sido el maestro de Santo Tomás de Aquino. Pero el discípulo no debe hacernos olvidar la grandeza del maestro. A propósito de la relación entre estas dos figuras hay un dato poco conocido, pero muy interesante. La primera cátedra de teología que Tomás de Aquino ostentó en la Universidad de Paris, en 1252, fue debida a la recomendación e influencia de Alberto Magno. Los frailes predicadores tenían derecho a ocupar dos de las cátedras de teología de la Universidad. Habiendo quedado vacante una, el maestro de la Orden, Juan el Teutónico, consultó a Alberto Magno sobre el fraile más apropiado para ocupar un puesto tan prestigioso y comprometido. Ante la sorpresa del Maestro de la Orden, Alberto recomienda a su discípulo preferido, fray Tomás, que sólo tiene 27 años.

Otra muestra de aprecio del maestro al discípulo ocurrió cuando en el tercer aniversario de la muerte de Sto. Tomás, el arzobispo de Paris, Esteban Tempier, condena 219 proposiciones, entre las cuales unas doce se refieren a la doctrina de Sto. Tomás. Alberto, a pesar de la edad avanzada y sus achaques, se pone en camino desde Colonia a París para defender a su discípulo. A pesar de la gran impresión que causó su llegada, no consiguió que se retiraran las proposiciones condenadas.

Alberto Magno fue un hombre discutido, que gozaba de gran prestigio. No escondía sus propósitos: hacer inteligible a los latinos la ciencia y la razón griegas, personificadas por Aristóteles, cuya enseñanza estaba prohibida. En este sentido puede ser un predecesor del diálogo de la fe con la ciencia. En su comentario a las “Sentencias” de Pedro Lombardo dejó escrito: “en materia de fe y costumbres es preciso seguir no a cualquier filósofo, sino a Agustín; pero si hablamos de medicina hay que acudir a Galeno o a Hipócrates; si se trata de ciencias naturales es a Aristóteles a quién hay que dirigirse o a cualquier experto en la materia”. La razón de Alberto es clara: Agustín no conocía bien los temas de la naturaleza. Los incondicionales de Agustín no podían aceptar que se limitase al campo de la teología la autoridad de tan gran maestro.

El escándalo que provocó este intento de dialogar con la ciencia tiene en Alberto esta respuesta: “se dan algunos que, siendo ciertamente ignorantes, se atreven, con todos los medios a su alcance, a impugnar el uso de la filosofía. Éstos se dan también entre los Frailes Predicadores, y nadie se les opone, Todos ellos son como brutos animales que se atreven a blasfemar de aquello que ignoran”. Evidentemente, la cosmología, la física y la biología que conocía Alberto tienen sus límites. Hoy, en el diálogo de la teología con la ciencia, no se puede utilizar la biología de entonces, sino la lección de Alberto de conocer la opinión de los expertos en ciencias humanas antes de hacer cualquier reflexión sobre temas que afectan a la teología o a la moral católica.

Me permito ofrecer un enlace a una entrevista sobre San Alberto Magno, que hace ocho años me hicieron en un canal panameño de televisión: https://youtu.be/ViPPUgo2AqI

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8
Nov
2023
¿Qué hará el dueño de la viña?
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uvas

Hay una parábola de Jesús, dirigida a los dirigentes del pueblo judío (Mc 12,1-12), que es una profecía de lo que estos dirigentes harán con Jesús, a saber, rechazarlo y crucificarlo. Se trata de la parábola de un propietario que arrendó su viña a unos labradores. Cuando el dueño mandó a sus criados para recoger la parte correspondiente del fruto de la viña, los labradores maltrataron a los criados y los despidieron con las manos vacías. Al final, el dueño de la viña envió a su propio hijo, pensando en que, al menos a éste lo respetarían. Pero los labradores mataron al hijo, pensando así quedarse con la viña.

Me interesa la pregunta que Jesús hace a sus interlocutores: ¿Qué hará el dueño de la viña con esos labradores? Los jefes judíos responden: “hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros”. O sea, los jefes religiosos responden diciendo que el dueño hará lo que ellos hubieran hecho. No es Jesús quién atribuye este modo de actuar al dueño de viña, sino sus interlocutores, que piensan que Dios (ese es el dueño de la viña y todos lo entienden perfectamente) actuaría castigando a los labradores. Al pensar así atribuyen a Dios lo que en realidad harían ellos, y justifican la vengativa respuesta que darían. En el fondo, los jefes religiosos judíos, en vez de pensar (como bien dice su propia Escritura) que son imágenes de Dios, piensan en un Dios castigador, hecho a su imagen. Son unos ignorantes, que conciben la realidad a la medida de sus deseos.

La pregunta da qué pensar: ¿qué hará el dueño de la viña? La pregunta es aplicable no solo a los jefes religiosos judíos, sino a todo el que se considera jefe. Muchas veces justificamos nuestros sentimientos de venganza como si fueran expresión de la justicia de Dios. ¿Qué hará el superior con su súbdito que le ha plantado cara? (¡extraño lenguaje, porque en la Iglesia no debería haber superiores ni súbditos, sino sólo hermanos!). ¿Qué haré yo cuando me maltratan, quizás injustamente? El castigo, la venganza, el responder con la misma moneda es lo que nos nace. Seguramente nuestra respuesta sería muy distinta si nos preguntamos qué hará el dueño de la viña.

El dueño de la viña, o sea, el Padre del cielo, cuando los hombres maltratan y matan a su hijo, no responde enviando su ejército para que aniquile a los asesinos. Al contrario: hace caso a la oración del Hijo que pide que perdone a los que le matan (“porque no saben lo que hacen”) y, al perdonarlos crea puentes de amistad, caminos de reconciliación. No responde al mal con el mal, sino con el bien. La pregunta qué hará el dueño de la viña deberíamos planteárnosla cada vez que tengamos que tomar una decisión con relación a un hermano. Porque seguro que el dueño de la viña no haría lo que espontáneamente tenemos ganas de hacer. El dueño de la viña nos invita a corregir nuestras perversas intenciones y nuestras malas decisiones.

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3
Nov
2023
No hay guerra justa
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noguerrajusta

En un reciente post, un amable lector comentaba que “la guerra puede ser justificable desde el punto de vista cristiano bajo ciertas condiciones”. Y exponía la doctrina clásica de los teólogos medievales al respecto. Otro comentador, por el contrario, afirmaba que “una guerra jamás es justa, justificable ni oportuna”. No pretendo responder a nadie, sino aprovechar el interés que tiene esa cuestión para hacer algunas observaciones.

Tomás de Aquino, tras afirmar que la guerra es un pecado contra la caridad, se refiere a las condiciones que legitimarían una guerra defensiva. Hay que tener en cuenta el contexto social en el que los autores medievales hacían este tipo de reflexiones, pues entonces no existían las armas de destrucción masiva de las que hoy disponemos, y las guerras no tenían las enormes repercusiones que hoy tienen sobre las personas que no participan directamente en ellas. No es extraño, pues, que las modernas posiciones del Magisterio de la Iglesia van en línea de una prohibición absoluta de la guerra. Pablo VI afirmó que, en el Evangelio, se encuentran “los cánones de una Paz, que podríamos llamar renunciataria”. Juan Pablo II dijo que “los riesgos espantosos de las armas de destrucción masiva deben conducir a la elaboración de procesos de cooperación y de desarme que hagan la guerra prácticamente inconcebible”. Más aún, nuestra meta, dijo, es “hacer de la paz un imperativo absoluto”.

Por su parte, el Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, califica la guerra de respuesta falsa que no resuelve los problemas que pretende superar. Constata, con una expresión que ha repetido en distintas ocasiones, que la guerra no es algo del pasado. Más bien estamos ante “una guerra mundial a pedazos”, pues lo que ocurre en un lugar del planeta, afecta a todo el planeta y puede desencadenar una cadena de violencia. Añade que, si en otros tiempos la guerra defensiva pudo considerarse justificada, siempre que se cumplieran determinadas condiciones morales, hoy la guerra resulta totalmente injustificable, entre otros motivos porque la capacidad de destrucción es tal que escapa a nuestro control y afecta a muchas personas inocentes. Los riesgos de la guerra siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya.

Francisco invita a mirar la realidad de la guerra con los ojos de las víctimas inocentes y a escuchar sus relatos con el corazón abierto. Propone la eliminación total de las armas nucleares y a que, con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, se constituya un fondo mundial para acabar con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna.

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30
Oct
2023
La santidad, imperfecta en este mundo
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puenterio

La santidad en el ser humano es una participación de la santidad de Dios. Tal participación se concretiza y ex­presa en una vida de fe, esperanza y amor. En estas tres actitudes o virtudes consiste la santidad del cristiano. Tales actitudes son la manera como se expresa la gracia del Espíritu Santo, que habita en el corazón del creyente; son el modo humano de vivir divinamente.

Pues bien, en este mundo, tanto la gracia como las virtudes que brotan de ella, se viven, al menos bajo algún aspecto, con una cierta imperfección. Siguiendo a Tomás de Aquino, cuando hablamos de imperfección no estamos pensando principalmente en el pecado (aunque también es cierto que en este mundo siempre estamos acosados por el pecado); queremos referirnos sobre todo al hecho de que solo Dios puede ser calificado de “perfecto” y que, en comparación con la perfección divina, todo lo bueno que hay en el ser humano debe ser calificado de imperfecto: “el alma participa de la bondad divina de manera imperfecta”, afirma Tomás de Aquino. Por este motivo las tres virtudes teologales están marcadas por la imperfección.

La imperfección de la fe y de la es­peranza proviene de la falta de visión de Dios en nuestra situación terrena. A pro­pósito de la caridad, plenitud de la vida cristiana y perfección de toda santidad, To­más de Aquino escribe: “en el estado presente, la caridad es imperfecta; pero se per­feccionará en la patria”. En efecto, actualmente nuestra comunión con Dios no es plena. Nunca, en este mundo, nuestro amor a Dios se entrega con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el ser. Si la santidad se vive en las condi­ciones limitadas de este mundo se comprende que encuentre su perfección en la escatología, en la gloria celeste, pues sólo entonces nuestra participación de Dios alcanzará su perfección: “cuando Dios se ma­nifieste, seremos semejantes a él, porque le vere­mos tal cual es” (1 Jn 3,2; cf. 1 Co 13,12).

Esta teología ha sido confirmada por el Vaticano II que, al referirse a la santidad, que es el otro nombre de la vida teologal, dice lo siguiente: “La Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera santidad, aunque todavía imperfecta… La Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, pertenecientes a este tiempo, la imagen de este siglo que pasa”. La santidad es imperfecta en este mundo y alcanzará su consumación en la gloria celeste, porque así ocurre con la fe, la esperanza y la caridad.

Así queda claro que, cuando la Iglesia canoniza a una persona y la presenta como modelo de santidad, la mirada del creyente no debe dirigirse al santo “acabado”, tal como está ahora en el cielo, sino al modelo terreno, al que vivió aquí en la tierra, con sus dificultades, sus defectos, su necesidad de superación. El modelo acabado es actualmente un buen intercesor, es una referencia de la meta a la que todos aspiramos, pero no hay que mirarlo como ejemplo de vida. El ejemplo es el santo “imperfecto”. Que sea así resulta un estímulo y un consuelo, y se evitan fáciles desilusiones del que siente que no llega y falsos perfeccionismo del que se imagina haber llegado.

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26
Oct
2023
Derivar hacia Jerusalén, como un río, la paz
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río

El libro de Isaías (66,12) anuncia proféticamente que el Señor hará derivar hacia Jerusalén, como un río, la paz. En estos momentos parece que ocurre todo lo contrario. Más que la paz, lo que ocurre en Jerusalén es una inundación, un torrente de guerra. ¿Acaso la profecía miente? La Escritura no miente, pero hay que saber leerla. La Escritura siempre ha requerido exégesis.

La profecía de Isaías sobre estos ríos de paz que corren hacia Jerusalén evidentemente no describe la realidad presente, sino la realidad que desea el Señor para Jerusalén y para todos los pueblos. Por eso, en nuestro caso, conviene entender la Escritura como si fuera un espejo. Pero el espejo de la Escritura no es como los otros espejos, que se limitan a mostrar la realidad, sino que es un espejo que nos muestra la realidad tal como debería ser y, por tanto, se convierte en elemento de contraste con la realidad tal como es. Pero este contraste no está ahí para desanimarnos o para condenarnos; ni siquiera está ahí para dejar claro lo malos que somos. Está ahí como una llamada para que cambiemos la realidad y la adaptemos a lo que exige el espejo.

Esta referencia a los ríos de paz que el Señor quiere que vayan hacia Jerusalén, es una llamada a los ríos de guerra para que se cambien en ríos de paz. En esta línea el mismo profeta Isaías (2,4) hablaba de que la Palabra de Yahveh busca convertir las espadas en rejas de arado, o sea convertir las armas de guerra en instrumentos para producir alimentos, de modo que ninguna nación levante la espada contra otra nación, ni se ejerciten más para la guerra. Sus ejercicios deben ser de amor y de paz.

Ya desde los comienzos de la historia, el ser humano, creado a imagen de Dios, se ha desviado en muchas ocasiones de lo que debe ser según el modelo con el que ha sido creado. Por eso, la historia de la humanidad es una historia de luchas y enfrentamientos fratricidas, que nunca han conducido a nada bueno. La historia de Caín y Abel, historia de envidia que conduce a la muerte, se ha repetido demasiadas veces. Por eso es necesario recordar el gran error de Caín. Cuando Yahveh le pregunta: ¿dónde está tu hermano?, Caín responde que no es el guardián de su hermano. Ese fue su gran error, su inmenso error, porque Caín es el “guardián de su hermano”, su pastor, su cuidador.

Todos los humanos estamos hechos para el amor, y por eso estamos llamados a amarnos los unos a los otros para así llegar a ser aquello que somos. Porque lo que somos no es algo pasivo y estático, sino activo y dinámico, que debemos realizar en cada momento. De ahí la necesidad de ser lo que somos, hijos de Dios llamados a vivir en fraternidad.

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23
Oct
2023
La paz, un imperativo absoluto
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guerra

En las guerras, como en casi todo, hay uno que empieza y otro que responde. Siempre hay un agredido y un agresor y, en este sentido, no se pueden equiparar responsabilidades. Pero no es menos cierto que las guerras no surgen por generación espontánea. Hay siempre unos elementos previos que la favorecen y la desencadenan. Y una vez desencadenada la guerra, no todo es lícito entre los beligerantes (Gaudium et Spes, 79). Al final, todos terminan perdiendo, aunque aparentemente parezca que gana uno. Lo más serio, lo más condenable, lo menos justificable, es la pérdida de vidas humanas inocentes (niños y enfermos incluidos), que se encuentran implicadas en el conflicto sin haberlo buscado ni deseado. Aunque sólo fuera por esas vidas la guerra es condenable e inaceptable.

Una guerra resulta tanto más odiosa cuando los mezquinos intereses humanos pretenden justificarse con argumentos religiosos. Apelar a Dios, tenga el nombre que tenga, para matar, es una profanación de su nombre, una blasfemia y un insulto a la inteligencia. Porque un dios que justifica la guerra es un diablo disfrazado. Ya la Escritura cristiana dice que Satanás se disfraza como ángel de luz (2 Cor 11,14). El mal siempre trata de justificarse presentándose en forma de bien. Y el mal absoluto apela a valores absolutos, unos religiosos y otros no religiosos (defensa de la patria, de la democracia, de la civilización).

Las guerras tienen consecuencias más allá de los contendientes directos en litigio. Las consecuencias económicas de la guerra en Ucrania están afectando a los países más pobres, debido al encarecimiento de los alimentos y de productos básicos. Hay consecuencias todavía peores, que van más allá de los países en guerra, como ha quedado claro con los asesinatos a personas inocentes en lugares alejados de Israel. Las guerras ajenas despiertan en algunos sentimientos de odio, actitudes fanáticas y pérdida de sentido de la medida y del juicio.

Siguen siendo actuales y más necesarias que nunca estas palabras del Concilio Vaticano II: “debemos procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra”. Y añadía un camino para ello: “todos han de trabajar para que la carrera de armamentos cese finalmente” (Gaudium et Spes, 82), pues “la carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable” (Gaudium et Spes, 81). Se trata de hacer de la paz un imperativo absoluto, como decía Juan Pablo II.

Ya sé que lo que acabo de decir es una utopía, o sea, algo deseable, pero de muy difícil realización. Pero la utopía no sólo es algo difícil, es también posible si se ponen determinadas condiciones. Lo malo es que estas condiciones que harían posible la utopía no interesan a los poderosos. Porque el negocio de las armas y el negocio de la guerra da mucho dinero a unos pocos y, como contrapartida, empobrece a muchos.

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20
Oct
2023
Domingo mundial de las misiones 2023
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domund2023

Con el lema: “corazones ardientes, pies en camino”, el domingo 22 de octubre se celebra el día mundial de las misiones.

La misión no es algo opcional, pues ella es consustancial a la fe. La fe exige un testimonio. Hasta el punto de que quién no confiesa su fe es sencillamente porque no cree o, dicho de forma más suave, porque tiene una fe muy débil, en el fondo, una falsa fe. Pero cuando hablamos de misiones no nos estamos refiriendo solo a esta necesidad de proclamar la fe. Estamos pensando en el testimonio que dan algunos (no sólo miembros de la vida consagrada o sacerdotes, sino también matrimonios y otros seglares) en lugares donde el Evangelio no ha sido escuchado; o donde los pocos o muchos cristianos que hay tienen necesidad de ayuda para fortalecer y consolidar su fe o sencillamente para vivir. Ocurre que hace unos 60 años estos lugares de misión parecían estar lejos de Europa. Hoy también Europa tiene necesidad de buenos misioneros.

En 1943 dos capellanes franceses de la Juventud Obrera Católica (Henri Godin e Yves Daniel) publicaron un libro que fue todo un aldabonazo: “Francia, país de misión”. Ellos constataron que las condiciones socio-culturales de la supuestamente católica Francia (“la fille ainée de l’Eglise”: la hija primogénita de la Iglesia) la convertían (al menos, en muchos de sus sectores) en un país de misión. Hoy la misión ya no es algo propio de tierras a las que nunca ha llegado la Iglesia, sino algo propio de los seis continentes, cosa que ya anunciaban proféticamente los autores del libro citado.

Los ciudadanos de España y de Europa viven en un ambiente claramente secularizado. Secularizado no es lo mismo que antireligioso. La secularización hoy se manifiesta como indiferencia ante lo religioso. Incluso parece que para muchos creyentes la fe tiene poca repercusión práctica en su vida. Las personas de nuestro mundo “desarrollado” viven bastante satisfechas con las cosas de este mundo. No necesitan nada más. O más exactamente: necesitan más y mejores cosas, pero mundanas. La vida de la mayoría de las personas (incluidos muchos creyentes) está organizada prescindiendo de Dios. Parece que a Dios ni se le ve, ni se le espera, ni se le necesita.

Por eso el lema propuesto para este domingo mundial de las misiones es de suma actualidad: todos los creyentes estamos llamados a ponernos en camino hacia todas las personas con las que nos encontremos para comunicarles que nuestra vida y nuestro corazón ha cambiado gracias a Jesucristo. Y hacerlo con buenos modos y respeto, como un amigo se dirige a otro amigo y comparte con él lo mejor que le ha ocurrido en su vida.

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17
Oct
2023
Unidad eclesial no suprime diferencias
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unidadflor

El Nuevo Testamento es un claro testimonio de las diferencias que había en la Iglesia primitiva. ¿Qué hay detrás de apelaciones como esta: en Cristo Jesús “ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ni bárbaro ni escita” (Gal 4,28 con Col 3,11)? Unidos a Jesucristo desaparecen las diferencias culturales, sociales, sexuales, nacionales y raciales. Sin embargo, el varón sigue siendo varón, la mujer sigue siendo mujer, y el griego sigue hablando griego. Y lo que es más llamativo: sabemos muy bien que no desapareció la esclavitud entre los primeros cristianos. Y que, al menos visto con ojos de hoy, las mujeres estaban postergadas en la Iglesia. Según San Pablo debían guardar silencio en las asambleas; así es seguro que no se escuchaba ninguna queja; ya no es tan seguro que no las hubiera.

El Papa Francisco, en su encuentro con los jóvenes en Lisboa, puso un especial énfasis en un hecho fundamental, a saber, en la Iglesia caben “todos, todos, todos”. Otra cosa es que todos necesitemos convertirnos. Pero la Iglesia no es un lugar para un grupo de escogidos, sino la casa de todos los creyentes en Cristo. En las sectas no caben todos, solo caben los que comparten sin rechistar la ideología del líder; en un partido político tampoco caben todos, sólo caben lo que comparten un determinado programa o una determinada manera de entender cómo debe organizarse la sociedad. Por eso es un “partido”, porque en vez de unir parte, separa. Los que no están de acuerdo con el programa del partido deben irse a otro partido. Todos partidos.

Pero la Iglesia no es una secta, porque en ella tienen sitio los pecadores; más aún, los fieles de la Iglesia no se consideran a sí mismos puros y justos (como los adeptos de la secta), sino que se reconocen pecadores y necesitados de conversión; por eso, en el fondo, son humildes y están en la verdad. Tampoco es un partido, porque en ella caben “griegos y judíos, esclavos y libres, bárbaros y escitas”, ricos y pobres, votantes de uno y de otro partido, trabajadores y empresarios, solteros y casados, personas en búsqueda y personas que han encontrado, teólogos de uno y otro signo, amantes de una u otra forma de hablar la misma lengua.

La gran pregunta que en la Iglesia deberíamos hacernos para encontrar esa unidad esencial que no suprime las diferencias es: ¿nos amamos? La gran cuestión no es si celebramos en latín o en griego; no es si pensamos que las formulaciones dogmáticas pueden mejorarse (que sí pueden, porque todas son limitadas y deudoras de un momento cultural). La gran cuestión es si amo a mis hermanos y hermanas. San Francisco de Así tiene una frase que deberíamos meditar cada día, tanto al amanecer para que sea un criterio de nuestro actuar durante el día, como al anochecer, para que sea una valoración de lo que hemos hecho a lo largo de la jornada: “que no haya nadie en el mundo que se aleje de ti sin haber visto en tus ojos misericordia”.

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13
Oct
2023
Talante sinodal
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talntesinodal

Las distintas sensibilidades y distintos puntos de vista que hay en la Iglesia hay que asumirlos desde la fraternidad y, por tanto, evitando radicalismos que suelen conducir a enfrentamientos. Dicho de otra manera: se trata de buscar la unidad eclesial en la legítima diversidad de posiciones. Cosa nada fácil. Y, sin embargo, muy en consonancia con la Iglesia sinodal que promueve el Papa Francisco. Porque sinodalidad no quiere decir uniformidad, sino caminar juntos en la legítima diversidad, de modo que esa diversidad resulte enriquecedora.

Caminar juntos supone que hay un acuerdo de fondo, que hay una realidad profunda que nos une más allá de las diferencias. En la familia cristiana, como en todas las familias, esta es la común paternidad que nos hace hermanos y nos une en el amor. Esta común paternidad, en el caso de la familia cristiana, nos ha sido dada a conocer por Jesucristo que es, al mismo tiempo, la cabeza del cuerpo que es la Iglesia en su diversidad de miembros. Como hay diversidad de miembros hay diversidad de operaciones; y como ocurre en toda familia, cada hermano tiene sus propias peculiaridades que, a veces, chocan con las peculiaridades de los otros hermanos. Pero el buen padre y la buena madre siempre buscan que el amor sea más fuerte que las diferencias; más aún, que esas diferencias sean no solo respetadas, sino aceptadas, comprendidas y hasta amadas.

Por eso, caminar juntos en la legítima diversidad significa capacidad de escucha de aquellos que no coinciden conmigo, pero esta no coincidencia, lejos de separar, me permite a mí mejorar mis propias posiciones, puesto que la posición del otro me estimula a formular mejor la mía propia, o a corregir aquellos aspectos que no son esenciales a la misma y que pueden prestarse a malentendidos.

Lo cierto es que el pluralismo da miedo a muchos. ¿Por qué? El pluralismo parece ser el lugar de lo poco seguro. El hecho de que haya otras opiniones, da a entender que las mías pudieran no ser las mejores y, en consecuencia, parece que mis seguridades se tambalean. Sólo la persona madura puede vivir en la pluralidad. La mentalidad infantil se desorienta. Los maduros saben ver en cada acontecimiento y persona los aspectos positivos y negativos. Para el niño, en cambio, sólo existe lo bueno y lo malo. No hay medias tintas. Ante una película, ¿no preguntan los niños quiénes son los buenos y quiénes son los malos? Cuando estos dos grupos no están claros, tienen dificultades para entender la película. Pues bien, los fundamentalistas también dividen así la realidad. Tienen miedo de perder su identidad y, por tanto, marcan claramente dónde comienza lo mío y lo del otro, lo bueno y lo malo. De este modo, toda pedagogía que deja claro que yo no acabo en mí mismo, sino que para ser yo, debo abrirme a los otros, es una pedagogía pacificadora.

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9
Oct
2023
Virgen del Pilar: evangelio y fraternidad
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Virgenpilar

La advocación del Pilar, aplicada a la Virgen María, resulta muy significativa porque orienta directamente al misterio de Cristo. Y eso desde tres puntos de vista. En primer lugar, porque la Virgen del Pilar está estrechamente ligada a la primera evangelización de España. Según cuenta la tradición, allá por el año 40, el apóstol Santiago, junto con unos compañeros, en las orillas de río Ebro, desanimados por las grandes dificultades que estaban atravesando en su tarea evangelizadora, vieron aparecer a la Virgen sobre un pilar de mármol, quién les animó a seguir adelante a pesar de las dificultades. El anuncio del Evangelio, ya desde sus inicios, tuvo que superar muchos obstáculos, pues, como dice san Pablo, a unos les parece una locura y a otros una tontería. No es de extrañar que muchos oyentes se muestren indiferentes ante la predicación o la rechacen. Rechazo o indiferencia que los creyentes debemos respetar, pero que no tienen que ser óbice para seguir dando testimonio de Cristo.

Por otra parte, el pilar o la columna sobre la que se apareció la Virgen es un símbolo de firmeza. En nuestro caso de la firmeza y de la fuerza de la fe. Se comprende así que la oración propia del día del Pilar pida a Dios, por intercesión de la Virgen, “fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”. Esta oración nos remite a las tres actitudes fundamentales de la vida cristiana. Cada una va acompañada de un calificativo muy apropiado, pues la fe, a pesar de las muchas preguntas que el creyente se plantea, es firme. El creyente, a veces, tiene pocas cosas claras, pero está seguro del camino. Es como un ciego que tiene un excelente guía: no ve, pero anda seguro. La esperanza es segura, pues como dice san Pablo, no falla porque se apoya en el amor de Dios, que nunca nos abandona. Finalmente, la oración pide que nuestro amor a Dios sea constante, o sea, que nunca nos apartemos de él.

Finalmente, la Virgen del Pilar es la virgen de la hermandad, recordando que un 12 de octubre un grupo de españoles divisaron por primera vez tierras americanas. Esta hermandad entre los pueblos de España y de América, bajo el manto de la Virgen del Pilar, encuentra un hermoso símbolo en las muchas banderas americanas que se encuentran en la capilla de la Virgen en Zaragoza. En este sentido la Virgen del Pilar vuelve a orientar a Cristo, que une a los pueblos. Según la carta a los efesios (2,14) Cristo es nuestra paz, porque derriba los muros que separan a los pueblos. La Virgen del Pilar invocada en España y en América nos llama, como buena madre, a vivir como hermanos y a acogernos. En la primera mitad del siglo pasado muchos españoles fueron acogidos en América. Hoy muchos americanos quieren ser acogidos en España. Hagamos de nuestras tierras, tierras de acogida y sólo así serán tierras de Dios, bajo la mirada complacida de María.

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