Logo dominicosdominicos

Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

15
Dic
2023
Ver, amar, actuar
4 comentarios

veramar

El trinomio “ver, juzgar, actuar” surgió como una metodología pastoral, en el seno de la Juventud Obrera Cristiana (movimiento fundado por el Cardenal Joseph Cardijn en Bélgica), para llevar a la práctica los grandes principios de la doctrina social de la Iglesia y superar la separación entre fe y vida. Esta trilogía fue asumida por Juan XXIII en su encíclica Mater et Magistra: para llevar a la práctica la doctrina social de la Iglesia, decía el Papa, se requiere, en primer lugar, un examen completo del verdadero estado de la situación; segunda, valoración exacta de esta situación a la luz de los principios, y tercera, determinación de lo posible o de lo obligatorio para aplicar los principios de acuerdo con las circunstancias de tiempo y lugar. Son tres fases de un mismo proceso que suelen expresarse con estos tres verbos: ver, juzgar y obrar.

Antes la iglesia solía decir: ver, juzgar y actuar. Creo que el camino hoy sería: ver, amar y actuar. Cierto: juzgar, en el sentido no de condenar, sino de valorar las cosas, es inevitable. Cuando vemos algo que nos llama la atención, espontáneamente hacemos una serie de consideraciones sobre lo que vemos (es bello, es feo, parece bueno, parece falso) y, por tanto, estamos juzgando. Pero cuando estas consideraciones las hacemos sobre una persona, sería bueno que el amor las modulase. Solo desde una simpatía inicial es posible valorar adecuadamente a una persona. Por eso, si juicio hay, este juicio debe estar movido por el amor. De entrada, la tentación es condenar; pero antes conviene preguntarse si no hay elementos desconocidos que, de conocerlos, nos moverían no a condenar, sino a comprender.

El Papa actual, en alguna ocasión, ha puesto en guardia contra la murmuración, o sea, contra la tendencia a hablar de forma desfavorable contra una persona que no está presente. Con eso no ayudamos al ausente ni logramos corregirle. Para corregir hay que tener la honradez de mirarse primero a sí mismo y reconocer los propios defectos y pecados; luego hay que tener el valor de mirar al otro cara a cara, de escucharle primero, de preguntarle después, y si hay que corregirlo hacerlo con palabras de comprensión y de bondad. Es posible que el que murmura diga la verdad (porque si no dice la verdad está calumniando y dañando gratuita y gravemente a otro), pero se la dice a quién no debe, cuando no es oportuno y de malos modos.

En una de sus homilías, el Papa Francisco dijo que hay quién intenta justificar las críticas y maledicencias contra el hermano, diciendo: “se lo merece”. A estas personas el Papa dirigió una invitación precisa: “ve y reza por él. Ve y haz penitencia por ella. Y después, si es necesario, habla a esa persona que puede remediar el problema. Pero no se lo digas a todos”.

Ir al artículo

11
Dic
2023
La verdad, según quién la dice
3 comentarios

verdadsegun

Santo Tomás hace suya una frase que atribuye a San Ambrosio: “toda verdad, la diga quién la diga, procede del Espíritu Santo”. La verdad vale por sí misma, la diga quién la diga. Por eso no podemos sacrificarla a intereses personales o a lealtades institucionales. Solo si ponemos la verdad por encima de los intereses particulares es posible mantener un verdadero diálogo, llegar a entenderse y construir una democracia auténtica. Y, sin embargo, a veces uno tiene la impresión de que en nuestros días no importa la verdad, sino la defensa de determinados intereses, aunque estos intereses sean perjudiciales para muchos o se hagan a costa de la verdad. Pero como nadie podría defender como bueno algo que claramente fuera falso, esos intereses mueven a presentar la mentira como si fuera verdad. Y por eso, lo que importa es quién dice o defiende esa supuesta verdad que, en realidad, es una flagrante mentira.

Cuando lo que importa es “quién lo dice” y no “lo que dice”, la verdad queda desvinculada del bien y de la realidad, y pasa a depender del deseo del dictador de turno. O sea, del que tiene el poder para servirse a sí mismo. De modo que la verdad se define en función del interés: verdad es aquello que me interesa que sea verdad. Aparecen así narraciones que buscan justificar comportamientos inmorales, intereses egoístas, abusos de poder o decisiones despóticas. En los parlamentos de las naciones asistimos con demasiada frecuencia a una lucha de “verdades” que niegan o maquillan la realidad de los hechos. La verdad es lo que “los míos” defienden.

La política, que debería estar al servicio del bien común, de la fraternidad social y de la paz universal, se convierte muchas veces en una pura búsqueda del poder. Y, como para conseguir el poder de una forma presentable es necesario tener el mayor número votos, los candidatos prometen cosas que ellos y sus propios votantes saben que no podrán realizar. Estos votantes están dispuestos a aceptar todas las mentiras con tal de que vengan “de los míos”, de los que me resultan más simpáticos y cercanos. El criterio del voto no es la verdad, sino la emoción o el sentimiento, a veces el sentimiento favorable que me produce el destinatario de mi voto o el desagradable que me produce aquel al que no voto. Tomás de Aquino advierte, con toda razón, que los argumentos son válidos “no a causa de la autoridad de quienes lo dicen, sino a causa de la razón de lo dicho”. Pues de lo que se trata no es de saber quién dice las cosas, “sino en qué consiste la verdad de las cosas”.

Antonio Machado dejó esta reflexión: "Tu verdad no, la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela". La fuerza de esta sentencia está en el “ven conmigo a buscarla”. Este es el buen camino para encontrar la verdad: escuchar al otro, ir más allá de mis propios pensamientos, de mi pequeño horizonte, de mis intereses inmediatos. Cuando estoy dispuesto a escuchar al otro, cuando estoy en condiciones de dialogar y no de imponer, voy por buen camino hacia la verdad.

Ir al artículo

9
Dic
2023
¿Qué hacer si este mundo se va a desintegrar?
2 comentarios

segundoadviento

Las lecturas de este segundo domingo de adviento recalcan el sentido que tienen esos primeros días de adviento: no se trata de mirar al pasado, a algo que aconteció, a alguien que vino, sino de mirar al futuro, a lo que todavía no ha sucedido, al que vendrá. El que vendrá es el Señor glorioso, revestido de poder, para juzgar a los vivos y a los muertos, o sea, para poner a cada uno en su sitio, aunque, sin duda, lo hará con mucho amor, mucha misericordia y muy consciente de nuestra fragilidad. A lo mejor el sitio de cada uno, aunque no lo sepa, es un espacio lleno de amor.

La segunda lectura de este domingo está tomada de la segunda carta del apóstol Pedro. En ella escucharemos algo muy importante: si todo este mundo se va a desintegrar, si este mundo tiene un final, porque es pasajero, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra conducta! Ese no es el discurso que se escucha en el mundo. Lo que se oye por ahí es que, puesto que este mundo se acaba, ¡comamos y bebamos que mañana moriremos! O sea, ¡a vivir que son dos días! Y vivir en este caso significa pasarlo en grande sin pensar en las malas consecuencias que, para uno mismo o para los demás, puede acarrear este “pasarlo en grande”.

La carta de Pedro dice todo lo contrario: puesto que somos peregrinos en este mundo, puesto que este mundo es provisional, no perdamos el tiempo con juergas y borracheras, sino dediquémonos a preparar caminos al Señor que viene a nuestro encuentro. Viene si nosotros vamos hacia él. Porque si el Señor viene, pero nosotros no vamos, no hay encuentro. ¿Y cómo se preparan caminos? La primera lectura del profeta Isaías lo dice por medio de estas imágenes: “que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”. O sea: no aprovecharse del otro, no pisotear ni oprimir al hermano. Y si alguien está arriba o tiene mucho, que se abaje para compartir. Y quién vive desordenada o torcidamente, que ponga orden en su vida.

Preparar el camino al Señor, es también, dice el profeta, consuelo para el pueblo. Porque el consuelo no viene ni de los políticos, ni de los superiores, ni de las estructuras, ni de las leyes. El consuelo viene de Dios. Y Dios viene donde abrimos resquicios a la verdad, la justicia, la paz, el bien, el perdón, la misericordia. Por ahí entra Dios en nuestras vidas, aunque no lo sepamos.

Ir al artículo

5
Dic
2023
Alcance ecuménico de la devoción a la Virgen María
4 comentarios

inmaculada2023

Ofrezco algunos datos sobre el amor a María en las Iglesias cristianas no católicas. El capítulo octavo de la Lumen Gentium concluye con una petición de intercesión a María por la unidad de los cristianos y por la unidad de todos los seres humanos. Que ella, desde el cielo interceda ante su Hijo para que todos los pueblos, todos los seres humanos, sean cristianos o no, puedan vivir en paz y concordia en el único Pueblo de Dios. Este texto del último número de la Lumen Gentium comienza así: “este sagrado sínodo experimenta gran alegría y consuelo porque también entre los hermanos separados haya quienes dan el honor debido a la Madre del Señor y Salvador, sobre todo entre los Orientales, que rivalizan en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios llenos de fervor y devoción”.

Sin duda los cristianos ortodoxos, los orientales, profesan una gran devoción a la Virgen, igual de grande, si no más, que los católicos occidentales. Pero también en el protestantismo se profesa respeto y devoción a la Virgen. Calvino y Lutero han reconocido a María el título y la prerrogativa de Madre, también en el sentido de madre nuestra y madre de la salvación. En una predicación del día de Navidad, Lutero decía: “esta es la consolación y la desbordante bondad de Dios: que el hombre, cuando cree, pueda gloriarse de un bien tan precioso, que María sea su verdadera madre, Cristo su hermano y Dios su Padre. Si crees así, te sientas verdaderamente en el vientre de la virgen María y eres su niño querido”. Lutero, hasta el final de su vida honró a María, santificó sus fiestas y cantó cada día el magnificat.

Hay muchos textos de Lutero que hablan de María como figura de la Iglesia, madre de Jesús y madre de todos. Lutero hace una lectura libre de algunas figuras del Evangelio relacionadas con María. Por ejemplo, dice que mientras su parienta Isabel representa a la sinagoga, o sea, al judaísmo, a la antigua alianza, María representa al pueblo cristiano surgido después de la sinagoga. Recuerdo la lectura que Lutero hace del evangelio de la fiesta de la presentación del Señor en el templo. Simeón dice que una espada atravesará el alma de María. Lutero se pregunta por qué Simeón se dirige a María y no a José. Esto significa que la Iglesia cristiana se identifica con la Virgen María, y que ella nunca será destruida, aunque sus predicadores y el evangelio sean perseguidos. José morirá, pero María quedará, quedará viuda y por eso una espada atravesará su alma. Así la Iglesia, como María, es una viuda, con el corazón traspasado, con el evangelio perseguido, pero ella durará siempre hasta el final de los tiempos.

María lejos de separar, debería unir a los cristianos en una común veneración, diversa en sus formas, pero concorde en reconocer en ella a la madre de Dios y a la madre de los creyentes.

Ir al artículo

1
Dic
2023
Adviento: de nuevo vendrá
3 comentarios

adviento2023

Un año más comenzamos el adviento, ese tiempo litúrgico anterior al tiempo de Navidad, que tiene dos partes claramente diferenciadas. En la primera parte del adviento, la liturgia nos orienta hacia la última y definitiva venida del Señor. En la segunda parte, la liturgia nos prepara a celebrar el misterio de la Encarnación. Hay un artículo del Credo que, aunque se refiera expresamente a la segunda venida, podría recapitular todos los sentidos que tiene el adviento. Después de proclamar la muerte y la resurrección de Jesús, así como su ascensión al cielo, el Credo afirma: “de nuevo vendrá con gloria”. El “de nuevo vendrá” supone que, al menos, ya ha venido una vez, porque si no hubiera sido así no tendría sentido decir “de nuevo”; habría que afirmar solamente que vendrá.

Lo interesante de la precisión “de nuevo” es que permite que en este artículo de fe queden recapituladas tres venidas del Señor. La primera tuvo lugar en el pasado, en Belén, hace más de dos mil años, cuando el Verbo se hizo carne naciendo de la Virgen María. Su última venida tendrá lugar en el futuro, todavía la esperamos; a esta última venida se refiere el artículo del Credo citado, que precisa que esta venida al final de los tiempos será “con gloria”. Eso contrasta con la primera venida que tuvo lugar en la humildad de nuestra carne. Como la última será con gloria quedará claro y patente para todos lo que en su primera venida sólo alcanzaron a comprender unos pocos. De esta última venida se dice además que vendrá “para juzgar a vivos y muertos”. El juicio es un discernimiento que distingue el bien del mal, lo verdadero de lo falso. Pues bien, en esta última venida con gloria y majestad quedará clara la verdad de todas las cosas, quedará patente que sólo el amor conduce a la vida, que sólo la bondad tiene futuro.

¿Y esta tercera venida a la que antes he aludido? Es también una venida en humildad y pobreza, por eso es posible no captarla. Es la permanente venida del Señor a nuestras vidas a través de los muchos signos actuales de su presencia. Por ejemplo, en los sacramentos de la Iglesia. Pero sobre todo en el prójimo hambriento y necesitado, en el anciano pobre y solitario, en el injustamente tratado. Porque allí se hace presente el Señor de la gloria, presente realmente, aunque esta realidad esté escondida en la humildad y la pobreza. Esta es la venida que debería importarnos. Porque si no encontramos al Señor en esta permanente venida, su primera venida habrá sido inútil y su última venida dejará claro que no supimos acogerle. Esta venida presente es la que debería preocuparnos todos los días del adviento y todos los días de nuestra vida. Sin acogerle en el presente, la primera venida no tiene sentido y la última podría ser terrible.

Ir al artículo

27
Nov
2023
Acabando el año litúrgico
6 comentarios

cruzzconluces

Estamos acabando el año litúrgico, este año que se cierra con la fiesta de Cristo rey y se abre con el primer domingo de adviento. El domingo de Cristo rey nos ha recordado algo fundamental, a saber, la actitud que debe tener el cristiano con Jesucristo. Si Jesucristo es el rey, eso significa que reina en mi vida. Reina el que orienta bien, el que ofrece decisiones acertadas; su reinado se hace efectivo cuando se cumple su voluntad, cuando se le obedece y se le sigue. Hay una diferencia entre la manera de gobernar de Jesús y los modos de mandar en este mundo: mientras los que gobiernan en este mundo se aprovechan de los suyos y los explotan, Jesús solo quiere nuestro bien y, en vez de aprovecharse, hace de su vida un constante servicio.

A propósito del adviento he notado varias veces que su primera quincena no se refiere a un acontecimiento del pasado, sino a un acontecimiento que aún está por venir. En estos primeros días de adviento celebramos un importante artículo del credo, ese que dice que Jesucristo “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”. Interesa notar el criterio de su juicio y los modos del juicio. El criterio del juicio es el amor: según cual haya sido nuestro comportamiento con el hermano, así seremos valorados. En coherencia con este criterio, el Señor nos juzgará con misericordia.

Todo esto enlaza con lo que dice el evangelio del miércoles de esta última semana del año litúrgico. El evangelio de este miércoles nos ofrece una dosis de realismo y una palabra de consuelo. La dosis de realismo es que, a veces, los cristianos, vamos a contracorriente, porque funcionamos con criterios que no son los habituales en este mundo. Es posible que entonces seamos objeto de burla o de descalificación. La palabra de consuelo: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Con vuestra perseverancia, o sea, si os mantenéis firmes, si a pesar de todo seguís confiando en mi, si a pesar de todo os acogéis a mis criterios de amor y justicia. Dicho con una palabra final: el evangelio no es fácil, pero hace feliz. Y eso es lo que importa, que hace feliz, que da la verdadera felicidad, la que el mundo no puede dar y nadie te puede quitar.

Ir al artículo

23
Nov
2023
Pasar del lamento a la acción
2 comentarios

lamentoflor

Añorar el pasado que uno no ha vivido y que sólo existe en su imaginación es una constante tentación. Hay grupos y personas que no han conocido la situación anterior al Concilio Vaticano II y que, sin embargo, la idealizan con el evidente objetivo de criticar el presente eclesial. Sin duda, en la Iglesia de hoy hay muchas cosas mejorables. Pero eso es una constante: todos los presentes son mejorables. Ya San Agustín, en el siglo IV, decía: “Es verdad que encuentras hombres que protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían. En realidad, juzgas que estos tiempos pasados son buenos, porque no son los suyos… Tenemos más motivos para alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos de él”. Pensar en lo santos que eran los creyentes del pasado está muy bien, pero lo importante es lo santos que debemos ser los creyentes de hoy.

Las lecturas del pasado y del presente están muy condicionadas por los ojos con que miramos. Ramón de Campoamor decía que “en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Es posible hacer una lectura positiva del presente: en los últimos cien años han mejorado muchas cosas gracias a la medicina y a la técnica, ha aumentado considerablemente la esperanza de vida, el hambre en el mundo sigue siendo un problema, pero no tan grave como hace cincuenta años. También es posible hacer una lectura negativa: si no hacemos algo para cambiar los malos usos que están conduciendo a un desastre ecológico, bien pudiera ocurrir que el crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, cree una situación de extrema gravedad, si tenemos en cuenta que la cuarta parte de la población mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las mega ciudades están situadas en zonas costeras.

Muchas veces nos quedamos en lecturas, diagnósticos o lamentos. Importa pasar del lamento a la acción. Aunque sea poco lo que podemos hacer. Pero con este poco, al menos, damos una respuesta. Cada uno es responsable de su respuesta. Más aún, nuestros actos, nuestras respuestas, pueden ser un estímulo para los demás. Lo que otros ven en nosotros, en forma de buenos o malos ejemplos, tiene más repercusiones de lo que imaginamos. Por eso importa vivir bien el presente. Lamentarse por el pasado, si eso no conduce a cambiar nuestro presente, es inútil. Soñar con futuros que no dependen de nosotros es otro ejercicio inútil.

Importa vivir bien hoy, pues lo que hacemos tiene un valor no sólo para nosotros, sino también para muchas otras personas. En esta línea el salmo 94 exhorta a los creyentes a “escuchar hoy la voz del Señor”. El salmo recuerda que, en tiempos pasados, Israel no fue fiel y endureció su corazón, no obedeciendo los mandatos divinos. Pero si al orante se le recuerda este pasado no es para que se entretenga en él, sino para estimularle a vivir bien el presente que, en realidad, es lo único que importa.

“Esto es lo que hay”, se dice a veces en plan conformista. Pero lo que hay no es para que nos conformemos o resignemos. Lo que hay es la vida que tenemos. Y no tenemos otra. Demos gracias a Dios por la vida que nos ha dado, y aprovechémosla. La mirada de Dios, tal como nos recuerda el profeta Isaías, es ver los brotes de esperanza que nos rodean y decidirnos a colaborar con ellos para su crecimiento y mejora: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo” (Is 43,18-19).

Ir al artículo

19
Nov
2023
Del conocimiento al acto de amar
5 comentarios

actoamar

“El desafío de la vida religiosa es el paso del conocimiento del amor al acto de amar” (François Bustillo). Este desafío que el obispo de Ajaccio detecta en la vida religiosa se podría ampliar a todas las comunidades cristianas, pero cada uno lo vive, lo siente y lo lamenta en aquella comunidad en la que se siente inserto. Al ser franciscano conventual el autor de la frase, es lógico que hable de las comunidades religiosas.

En la Iglesia se escribe, se habla y se predica mucho sobre el amor. Y se hacen grandes proclamas sobre la importancia que el amor tiene en la vida de sus miembros. Desgraciadamente, en la mayoría de las ocasiones, estas proclamas se quedan en un plano abstracto, conceptual o teórico. Incluso, a veces, en un plano poético. Un camino para pasar del plano del conocimiento al plano del acto sería el de la encarnación. Del mismo modo que Jesús se metió de lleno en nuestra frágil humanidad, aportando su divinidad, así nosotros hemos de ser indulgentes con nuestra frágil humanidad y con la humanidad de los demás. Y del mismo modo que Jesús no se refería a la “persona en general” cuando hablaba del amor, sino al preso, al inmigrante, al enfermo, al desnudo y al hambriento, así nosotros debemos amar no a las personas en general, porque así no amamos a nadie, sino al desnudo, al pobre, al necesitado. Y amarlo de verdad es comprenderlo y atenderlo en su necesidad.

El amor todo lo soporta, todo lo cree, todo lo excusa, decía san Pablo. A veces oímos estas reflexiones. La pregunta que debemos hacernos y no nos hacemos es si todo lo soportamos, todo lo creemos y todo lo disculpamos con los hermanos y hermanas que tengo. En realidad, la mayoría de nuestros amores son selectivos. Soportamos a los que nos caen bien, o a aquellos de los que pensamos aprovecharnos. La exhortación de san Pablo nos invita a salir de las fronteras naturales del amor. Porque el amor natural no lo soporta todo, no lo cree todo y no lo excusa todo.

No estaría mal que el gran tema de nuestras reuniones, capítulos o asambleas eclesiales, no fueran asuntos organizativos o la redacción de documentos que pocos leen, sino la gran cuestión de si nos amamos. En esta sociedad que se las da de tolerante y que, en realidad, no tolera más que a los que están de acuerdo con la ideología de turno, no estaría mal que fuéramos tolerantes con los que no piensan como nosotros. En esta sociedad donde abunda el chismorreo, uno de los males que el Papa Francisco ha denunciado como una carcoma que mata la vida de comunidad, y que es una buena manifestación de que precisamente no abunda el perdón, no estaría mal que nos preguntásemos si nuestros perdones llegan al nivel de la “encarnación”.

Y cuando se toma una decisión que afecta a un hermano, no estaría mal, antes de pensar en la institución o en el prestigio de la autoridad, pensar en las consecuencias que nuestra decisión tendrá en la vida del hermano. En resumen, pasar del conocimiento al acto de amor, es pasar del discurso tranquilizador y auto justificante al acto de amar.

Ir al artículo

16
Nov
2023
60 años de la "Lumen Gentium"
5 comentarios

lumen

La constitución Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, fue promulgada el 21 de noviembre de 1964. Van a cumplirse 60 años de este importante texto dedicado a la Iglesia. Ahora bien, las palabras con las que comienza el texto y le dan título no se refieren a la Iglesia, sino a Cristo: “Cristo es la luz de los pueblos”. La Iglesia es el sacramento de Cristo. Esta fue la primera originalidad de la constitución conciliar, considerar a la Iglesia como sacramento, o sea, como signo (porque señala) e instrumento (porque realiza) de dos unidades: la unión de los hombres con Dios y la unidad de todo el género humano. Al unirnos con Cristo, nos unimos con los hermanos. La Iglesia señala y, en cierto modo, anticipa (por eso es instrumento) la voluntad de Dios sobre toda la humanidad, a saber, que todos vivamos como auténticos hermanos y hermanas, que se acogen, se quieren, se respetan, se reconocen, se ayudan.

Si preguntamos: ¿Quién es este sacramento-Iglesia? La respuesta es: el pueblo de Dios, todos los bautizados. Es muy importante que la constitución anteponga el tema del pueblo de Dios (cap. II) al de la jerarquía (cap. III). El bautismo nos hace miembros de la Iglesia, y esto es más importante que todas las distinciones posteriores, aunque también sean necesarias. Pero la necesidad del ministerio es una necesidad de servicio, mientras que la necesidad del bautismo es de dignidad y de unión con Cristo. Toda la Iglesia, todos los bautizados, forman el pueblo de Dios, el único pueblo de seguidores de Cristo. En este pueblo hay diferentes carismas, ministerios y estilos de vida, pero todos colaboran a su crecimiento y desarrollo.

Igual de importante fue anteponer la llamada universal a la santidad (cap. V) al tema de la vida consagrada (cap. VI). Durante muchos siglos la santidad parecía reservada a quienes optaban por un determinado género de vida (la religiosa) y no a todo el pueblo de Dios. El matrimonio, la vida secular, parecía incluso un impedimento para la santidad. El Vaticano II dejo claro que todos estamos llamados a la misma santidad y a la perfección de la caridad. Y que el matrimonio es tan santo como cualquier otro estado de vida. El acto matrimonial es un sacramento. Y lo que hacen los esposos es santísimo y castísimo. Pues la castidad no es ausencia de sexualidad, sino vivencia de la sexualidad en el amor.

Otro asunto importante que dejó claro la constitución fue situar a María dentro de todo el pueblo de Dios, mostrando su unión con la Iglesia, de la que ella es miembro. Se trata de recuperar a la madre del Señor como próxima, como hermana y, por eso, se habla de ella como “peregrina de la fe”. Y se la presenta como modelo de vida cristiana en la fe y en el amor.

La Lumen Gentium quiso responder a una pregunta de Pablo VI: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”. Quizás hoy habría que ampliar la pregunta: Iglesia, ¿qué tienes que decir a las personas de nuestro tiempo?, ¿cómo ser un vivo testimonio de verdad y libertad, de paz y de justicia, para que todos los humanos se animen con una nueva esperanza?

Ir al artículo

12
Nov
2023
Alberto Magno, maestro de Tomás de Aquino
3 comentarios

albertoobipo

San Alberto Magno (cuya fiesta se celebra el 15 de noviembre) es conocido por haber sido el maestro de Santo Tomás de Aquino. Pero el discípulo no debe hacernos olvidar la grandeza del maestro. A propósito de la relación entre estas dos figuras hay un dato poco conocido, pero muy interesante. La primera cátedra de teología que Tomás de Aquino ostentó en la Universidad de Paris, en 1252, fue debida a la recomendación e influencia de Alberto Magno. Los frailes predicadores tenían derecho a ocupar dos de las cátedras de teología de la Universidad. Habiendo quedado vacante una, el maestro de la Orden, Juan el Teutónico, consultó a Alberto Magno sobre el fraile más apropiado para ocupar un puesto tan prestigioso y comprometido. Ante la sorpresa del Maestro de la Orden, Alberto recomienda a su discípulo preferido, fray Tomás, que sólo tiene 27 años.

Otra muestra de aprecio del maestro al discípulo ocurrió cuando en el tercer aniversario de la muerte de Sto. Tomás, el arzobispo de Paris, Esteban Tempier, condena 219 proposiciones, entre las cuales unas doce se refieren a la doctrina de Sto. Tomás. Alberto, a pesar de la edad avanzada y sus achaques, se pone en camino desde Colonia a París para defender a su discípulo. A pesar de la gran impresión que causó su llegada, no consiguió que se retiraran las proposiciones condenadas.

Alberto Magno fue un hombre discutido, que gozaba de gran prestigio. No escondía sus propósitos: hacer inteligible a los latinos la ciencia y la razón griegas, personificadas por Aristóteles, cuya enseñanza estaba prohibida. En este sentido puede ser un predecesor del diálogo de la fe con la ciencia. En su comentario a las “Sentencias” de Pedro Lombardo dejó escrito: “en materia de fe y costumbres es preciso seguir no a cualquier filósofo, sino a Agustín; pero si hablamos de medicina hay que acudir a Galeno o a Hipócrates; si se trata de ciencias naturales es a Aristóteles a quién hay que dirigirse o a cualquier experto en la materia”. La razón de Alberto es clara: Agustín no conocía bien los temas de la naturaleza. Los incondicionales de Agustín no podían aceptar que se limitase al campo de la teología la autoridad de tan gran maestro.

El escándalo que provocó este intento de dialogar con la ciencia tiene en Alberto esta respuesta: “se dan algunos que, siendo ciertamente ignorantes, se atreven, con todos los medios a su alcance, a impugnar el uso de la filosofía. Éstos se dan también entre los Frailes Predicadores, y nadie se les opone, Todos ellos son como brutos animales que se atreven a blasfemar de aquello que ignoran”. Evidentemente, la cosmología, la física y la biología que conocía Alberto tienen sus límites. Hoy, en el diálogo de la teología con la ciencia, no se puede utilizar la biología de entonces, sino la lección de Alberto de conocer la opinión de los expertos en ciencias humanas antes de hacer cualquier reflexión sobre temas que afectan a la teología o a la moral católica.

Me permito ofrecer un enlace a una entrevista sobre San Alberto Magno, que hace ocho años me hicieron en un canal panameño de televisión: https://youtu.be/ViPPUgo2AqI

Ir al artículo

Posteriores Anteriores


Logo dominicos dominicos