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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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22
Nov
2012
Qué hizo Jesús no es la buena pregunta
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A propósito de muchas cuestiones algunos apelan, para saber a qué atenernos, a lo que hizo Jesús o a lo que dice el Nuevo Testamento. Ahora bien, para entender bien a Jesús hay que situarlo en su tiempo y lugar. Hay asuntos sobre los que Jesús no se pronunció. Y si encontramos algún texto en el Nuevo Testamento que tenga alguna relación con tales asuntos, no debemos olvidar que el contexto histórico y social del tiempo de Jesús era muy distinto al nuestro. Por tanto, no podemos trasponer tal cual la respuesta de Jesús, sin conocer, por una parte, el contexto en el que esa respuesta se dio y, por otra parte, sin analizar la situación actual a la que queremos responder.
 

Para un cristiano, Jesús es una referencia ineludible a la hora de tomar decisiones. Pero no podemos pretender que la decisión que tomamos nosotros, sea la que Jesús tomaría hoy. La decisión es responsabilidad nuestra. Y es posible que otro cristiano, situado en la misma tesitura, tome otra decisión distinta, igualmente legítima y evangélica, debido a que ha hecho un análisis distinto de la situación. ¿Qué responde mejor al amor evangélico? ¿Dar una limosna al pobre, entregar esa cantidad a una institución como “Caritas”, exigir responsabilidades a los servicios sociales del ayuntamiento o votar en las próximas elecciones a otro partido? No se trata de actos incompatibles, pero cada uno pondrá el acento preferentemente en uno u otro según el análisis que haga de la situación social del pobre. La buena pregunta a propósito de muchas cuestiones en las que buscamos inspiración en la persona de Jesús no es: ¿qué hizo Jesús?, sino: ¿qué debemos hacer nosotros hoy inspirándonos en el espíritu de Jesús? Esta pregunta nos obliga a asumir responsabilidades y, por tanto, a responder de nuestros actos.
 

Este modo de proceder vale no sólo para asuntos personales, sino también para asuntos eclesiales. Cuando, por ejemplo, se apela a que los sacramentos provienen de Cristo, ya hace tiempo que se abandonó la pretensión de buscar en el Nuevo Testamento la realidad sacramental actual. El sacramento tiene una referencia a Cristo y una configuración eclesial. De modo que a la referencia al pasado de Cristo hay que añadir una referencia a la actualidad de Cristo, o sea, al Espíritu Santo. Los sacramentos tienen así una doble autoría, Cristo y el Espíritu, y la segunda autoría deja a la Iglesia la posibilidad de interpretar y regular, como así lo ha hecho a lo largo de la historia. No hay ritos y misales inmutables, como el de San Pío V. Antes de este venerable Papa ya se celebraba la eucaristía. Su Misa y su rito tienen una referencia apostólica, pero también se deben a una intervención humana y eclesial que la misma autoridad humana y eclesial puede cambiar.

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18
Nov
2012
Ser humano es responder a la llamada
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La palabra es plenamente humana; es una característica que nos distingue del resto de los animales. Ella es reflejo y motor de la humanización. Reflejo porque muestra la diferencia irreductible del humano con los otros animales. Y motor, porque la palabra produce y transmite cultura, y la cultura nos sitúa en relación a los demás y contribuye a la plena realización de lo humano. Para conocer a otro hay que escucharle; para ser conocido hay que hablar.

La palabra no es sólo un instrumento para intercambiar información. De hecho, los animales también emiten sonidos que ofrecen información a sus congéneres. La palabra es mucho más que un sonido. Indica relación con otro, es llamada y escucha. El humano es un ser que responde. Esta capacidad de escuchar y responder le hace responsable, no sólo en sentido moral y jurídico, sino más radicalmente aún, en sentido ontológico. La responsabilidad forma parte de nuestra estructura y de nuestra identidad. Ser humano es responder a la llamada de otro. Este otro tiene, en principio, el rostro de los padres y, por extensión, el rostro de todos aquellos con los que el niño se encuentra.

Pero “el otro” puede ser también el Dios de la Alianza. No se trata, pues, de un Dios solitario, encerrado en sí mismo, que no necesita de nada ni de nadie. Es un Dios que sale de sí mismo para hablar al ser humano y establecer con él, por medio de su palabra, una alianza de amor. Este Dios no es un señor dominador que, desde lo alto de su cielo, todo lo gobierna y dirige, sin que nada escape a su voluntad, sino un Dios respetuoso con el orden de la naturaleza y con las personas; un Dios que llama e invita, creando así un espacio de libertad. Y cuanto mejor se responde a su llamada, más crece la libertad. La cercanía de Dios, lejos de oprimir, libera. Es un Dios que nos llama a ser humanos, solidarios, responsables con nosotros y con los demás.

El Dios de la fe cristiana no es el del deísmo ni el del teísmo, no es un dios que un día puso en marcha el mundo y se alejó. El nuestro es un Dios personal, que se expresa en una relación de alianza. Este término, relación, es tan rico, que se emplea para expresar no sólo la alianza de Dios con el hombre, sino la vida misma de Dios. Dios se relaciona consigo mismo porque la Palabra forma parte de su ser más íntimo. Una Palabra que es el principio y el fin de toda vida.

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13
Nov
2012
Reuniones locales de fieles
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El domingo, 18 de noviembre, se celebra el día de la Iglesia diocesana. Con este motivo recuerdo que el Concilio puso de relieve la importancia de la “Iglesia particular”. Este concepto se aplica en primer lugar a la diócesis, “confiada al Obispo con la cooperación de sus sacerdotes” (Christus Dominus, 11). La cooperación consiste en trabajar en común, por un mismo objetivo, usando métodos comunes. Los Obispos son el principio y fundamento visible de la unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal (dice Lumen Gentium, 23). Parece importante esta precisión: la Iglesia particular está formada a imagen de la Iglesia universal. En la Iglesia universal (y por consiguiente en la particular) hay una diversidad de carismas, estados de vida, servicios y ministerios. Todos son necesarios porque entre todos construyen el único cuerpo de Cristo, unido en la diversidad de sus miembros. El Obispo respeta, estimula y favorece los distintos carismas y estados de vida. Y aplica el principio de subsidiariedad, confiando y delegando responsabilidades, pues las instancias locales forman parte de la estructura de la Iglesia y ellas son, en primera instancia, las que deben resolver los problemas que se presentan.

El concepto de Iglesia particular tiene otra aplicación más restringida, pero no menos importante. Según el número 26 de Lumen Gentium la Iglesia de Cristo está presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, unidos a sus pastores. La parroquia y los grupos cristianos, por tanto, también son Iglesia particular. En ambos casos estamos ante una realización plena de la Iglesia. Porque la Iglesia se realiza allí donde dos o tres están reunidos en el nombre de Jesús. Por esto el Concilio puede hablar de la familia como de una Iglesia doméstica. La realización de la Iglesia va más allá de lo jurídico, porque la Iglesia es ante todo un concepto teológico. Ella se realiza allí donde un grupo de cristianos se reúnen en nombre de Jesús para escuchar su Palabra, vivir la fraternidad, celebrar la eucaristía y compartir los bienes.

Este concepto más restringido de Iglesia local permite vivir mejor la fraternidad, facilitada por la cercanía y el conocimiento de los hermanos en la fe. En el caso del párroco, que en su parroquia es principio y fundamento de unidad, el conocimiento personal de los fieles hace que su labor sea más evangélica y eficaz. En la parroquia (y en las comunidades o grupos cristianos) eso de “conocer a las ovejas” (imagen bíblica que hay que entender en sentido totalmente positivo) no es una teoría, es algo real y concreto. Así se puede ayudar mejor.

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10
Nov
2012
El suicidio de Amaia
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Hay gente desesperada. Los extremos a los que estamos llegando denotan lo podrida que está la situación socio-económica que padecemos. Aunque, desgraciadamente, sospecho que mientras no vemos las “orejas del lobo”, o no nos enterarnos o miramos hacia otro lado. Las desgracias ajenas nos pillan un poco lejos. Estamos más preocupados por nuestros pequeños problemas. No nos damos cuenta de que lo que está sucediendo con los otros podría sucedernos a nosotros en el momento menos pensado. Cada vez hay más gente en el paro, cada vez hay más personas con dificultades para vivir con un mínimo de dignidad. Pero lo que ha sucedido con Amaia es tan grave que probablemente logrará lo que no han logrado las protestas y las palabras fuertes, a saber, que se apruebe cuanto antes una ley que permita (o que obligue) a una moratoria de dos años para los desahucios.

Amaia era una mujer que había avalado con su piso la deuda de un familiar. En el momento mismo en que la comitiva judicial entraba en su casa para ejecutar la orden de desahucio, ella se suicidó. Hay que estar muy desesperado para hacer algo así. Es posible que el solo hecho del desahucio no sea suficiente para explicar lo sucedido. En todo caso, ha sido la gota que ha colmado el vaso. Ahora, todos, empezando por los políticos, reclaman soluciones que eviten que se repitan dramas como este. No olvidemos que, en este país nuestro, muchos abuelos han avalado con su vivienda, y de buena fe, a hijos y nietos. Y, de pronto, ellos, que son los más frágiles y los más inocentes, se encuentran con el riesgo de quedarse en la calle.

Resulta llamativo que haya dinero para “salvar” a los bancos y no lo haya para las necesidades educativas o sanitarias o para ayudar a personas en dificultades. Lo que denota el verbo “salvar” sólo tiene sentido si se aplica a las personas. Ellas son las únicas destinadas a la salvación, las únicas que merecen ser salvadas, así en la tierra como en el cielo, sea cual sea su situación. Sí, sí, sea cual sea. Sí, sí, salvadas en la tierra. Porque lo que Dios vaya a hacer con las personas que las circunstancias de este mundo conducen a situaciones irreversibles, no nos dispensa de ningún modo de trabajar por la salvación en la tierra.

Seguramente el suceso triste que ha provocado este post resulta lejano para muchos lectores. Pero el saber de la desgracia ajena debería invitarnos a pensar en las personas cercanas que necesitan de nuestra solidaridad. Teniendo, al menos, un pequeño gesto con ellas, nos solidarizamos también con la desgracia de los alejados.

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7
Nov
2012
Creación permanente
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La distinción entre origen y comienzo que hemos hecho en el post anterior, permite comprender mejor la compatibilidad entre fe cristiana y teoría de la evolución (teoría no quiere decir algo opinable o poco seguro, indica cómo los científicos entienden el conjunto de los datos disponibles hasta este momento). Pues bien, el comienzo tiene un tiempo. El origen es permanente. En este sentido cabe decir que la teoría de la evolución ayuda a entender mejor el espacio en el que se despliega la creación. Dios no sólo es creador en el comienzo. Se manifiesta como creador a lo largo de todo el proceso de la evolución. La evolución tiene un calendario; el acto creador es permanente. En el calendario están los comienzos, pero el origen de la humanidad no está en el calendario, sino en un permanente Amor.

Decía Tomás de Aquino que la acción divina no entra en conflicto con el dinamismo de la naturaleza. De modo que toda la realidad tiene una doble causa: Dios y los procesos naturales. Ambos intervienen directamente para dar origen a lo creado. Directamente, sí, pero no de la misma manera. Cuando un músico interpreta una pieza, todo es producido directamente por el músico y todo por el instrumento, y no es posible separar lo que es de uno y lo que es del otro. Dios no condiciona la naturaleza, ni corrige sus procesos, ni los interrumpe. Dios actúa a través de la libertad (la ciencia diría: a través de movimientos aleatorios y sin finalidad, en el sentido de que podrían haber producido otro resultado) de la naturaleza. Así se explica que se necesite tanto tiempo para que aparezca la vida y, sobre todo, la vida humana. Dios “no podía” haber creado desde un principio y en un solo instante a los seres humanos. Y sin embargo, él está presente, alentando con su espíritu todo el proceso, y sigue estando presente, sosteniendo con su espíritu, una vez que el proceso ha llegado a su cumplimiento.

Por tanto, la acción creadora de Dios no puede concebirse como una cooperación (sea continúa o sea sólo un impulso que pone en marcha un proceso), puesto que los que cooperan están en el mismo nivel. Dios no colabora con la naturaleza, se une a la acción de lo natural sin desnaturalizarlo. Porque Dios y la naturaleza están en distintos planos. La acción creadora está en un nivel de causalidad distinto de la acción transformadora de la evolución. La acción de Dios hace posible que el ser sea y que el ser se desarrolle. Por eso está presente a lo largo de todo el desarrollo, como el que lo hace posible.

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3
Nov
2012
Distinguir el origen del comienzo del mundo
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Distinguir entre origen y comienzo puede ayudar a profundizar algunos aspectos importantes de la fe cristiana. El “comienzo” de una cosa se sitúa entre un antes y un después. Aunque no es fácil decir cuándo comienza una cosa (¿en qué momento comienza la noche?), sí que una vez aparecida claramente una realidad, es posible decir que antes no estaba. La ciencia se ocupa de buscar los comienzos de toda realidad y de describir las consecuencias que de estos comienzos han resultado. Hablar de origen es situarnos en un plano distinto del de la ciencia. El origen es la condición que hace posible los acontecimientos y, por esta razón, les afecta a todos pero no es reducible a ninguno. No es un acontecimiento más dentro de la serie, no es el primero de los acontecimientos (esto sería el comienzo), sino la causa de todos ellos.

La ciencia no puede determinar el origen del mundo. A veces, buscando un concordismo fácil entre ciencia y fe, se ha confundido el “punto cero” del modelo cosmológico conocido como Big Bang con el “hágase la luz” del libro del Génesis, con lo que se comete un doble error científico y teológico. La ciencia explica la evolución del mundo, pero el por qué o razón de la evolución es una pregunta filosófica y religiosa. Es posible, desde el punto de vista filosófico, responder que la vida es autosuficiente, que tiene en sí misma su razón de ser. Pero también es posible considerar que la vida debe su ser a un absoluto trascendente, que los creyentes llaman Dios. Ya notaba Tomás de Aquino que, desde el punto de vista filosófico no era posible ni afirmar ni negar que el mundo “siempre ha estado ahí”. Sólo la fe establece que el mundo tiene un comienzo, pero esto no se puede demostrar. Pero lo importante para la fe no es el comienzo (temporal), sino el origen (divino), pues para la fe sería concebible que Dios y el mundo existan “desde siempre”, si afirmamos que desde siempre Dios ha hecho el mundo.

La distinción entre comienzo y origen puede servir también para aclarar y ampliar el concepto de pecado “original”. Una cosa es el primero de los pecados, con el que comienza el pecado, y que tiene importancia teológica (pues es un modo de decir que el pecado no tiene su origen en Dios, ni en una naturaleza que estaría mal hecha) y otra preguntarse cuál es la causa, el origen que hace posible el pecado. El origen, que se repite en cada pecado, es la desconfianza en Dios, no fiarse de su palabra. Esto ocurrió en el pecado de los comienzos, en el primero. Y en este sentido, este primer pecado es paradigmático, porque en él podemos ver la clave de todo pecado.

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30
Oct
2012
El que muere queda libre del pecado
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El amor cristiano elimina todas las fronteras. Está abierto a todos los seres humanos. Es un amor universal, sin límites y sin discriminaciones. Cierto, el cristiano no tiene la misma relación con aquellos que comparten su misma fe que con los que no la comparten. Los que comparten la fe se saben y se sienten más unidos, más cercanos unos de otros, puesto que tienen en común algo esencial, que les da la vida. Pero esta cercanía a los “de dentro” no nos cierra hacia los “de fuera”. En la carta a los colosenses (6,10) se dice algo muy equilibrado, que probablemente refleja el pensamiento mayoritario de la Iglesia primitiva: “mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe”. El “especialmente” no anula el “a todos”, más bien lo confirma y lo integra.

Esta universalidad del amor cristiano se manifiesta también en las plegarias por los difuntos. En cada Eucaristía la Iglesia ora “por nuestros hermanos que durmieron con la esperanza de la resurrección”, pero inmediatamente después completa la oración, pidiendo a Dios que admita a contemplar la luz de su rostro “a todos los difuntos”. La oración por los hermanos en la fe es importante, pero sin olvidar a todos los demás difuntos. Como la oración es el lenguaje de la esperanza, al pedir de este modo, la Iglesia manifiesta su esperanza de que llegará un día en que la “humanidad entera” entrará en el descanso de Dios (tal como dice uno de los prefacios de la liturgia eucarística).

En la carta a los romanos (6,7) hay una afirmación que resulta altamente consoladora: “el que muere ha quedado absuelto del pecado”. “El que muere”, sin adjetivos. El hecho mismo de morir hace que uno quede liberado del pecado. “Del pecado”, en singular, o sea, de la raíz de todo pecado, de lo que hace posible todos los pecados, de todo lo que nos separa de Dios. ¿Cómo puede ser posible? Porque el que muere se encuentra cara a cara con Cristo resucitado, se encuentra con el rostro amoroso, acogedor y misericordioso de Cristo, que comprende; y como comprende, perdona. Donde hay perdón, ya no hay pecado. Más aún: cuando uno se encuentra con Cristo, su vida y todo lo real le resulta completamente claro. No hay dudas, sabe bien lo que le conviene. Al darse cuenta de dónde está su verdadero bien, ya no quiere dejarlo nunca. Ya no es posible (porque no quiere) apartarse de Dios.

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26
Oct
2012
Evangelización, tarea permanente
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No es fácil resumir en pocas líneas el mensaje final del Sínodo sobre la nueva evangelización, pero sí es posible invitar a su lectura y destacar algunos aspectos del mensaje. Me imagino que los medios resaltarán lo que dice sobre la imposibilidad de acceso a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía de “las parejas que conviven sin el vínculo sacramental del matrimonio”. Evidentemente, el Sínodo no iba a resolver este problema pero, al haberlo nombrado, los Obispos se arriesgan a que se preste atención a un tema que probablemente no sea el más urgente ni el más importante de los desafíos que hoy se le presentan al anuncio del Evangelio. Más importante es, por ejemplo, la situación de precariedad humana y económica en la que viven muchas personas.

El mensaje puede parecer generalista. Trata un poco de todo y no quiere olvidarse de nadie. Aparecen referencias a la vida consagrada y contemplativa, a las parroquias, a los nuevos movimientos, a los políticos católicos, a la familia, a los jóvenes, y a los cristianos no católicos, con una precisión interesante: ellos también evangelizan. Por otra parte, el documento alude a todos o casi todos los campos de la evangelización: las religiones no cristianas (“si evangelizamos es porque estamos convencidos de la verdad de Cristo, y no porque estemos contra nadie”), el diálogo con la cultura y la ciencia, la alianza entre fe y razón, la pobreza, la justicia en el mundo, la vía de la belleza (arte), y la situación en los cinco continentes. No aporta grandes novedades. Quizás porque sobre este tema está casi todo dicho, aunque queda mucho por hacer, ya que la evangelización es la tarea permanente de la Iglesia, nunca terminada, que siempre hay que empezar con renovada ilusión.

Destaco dos cosas: 1) es necesario, dice el mensaje, “constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa, con experiencias concretas de comunión”. ¡La Iglesia casa de los marginados! ¿Seguro? Entonces ocurrirá lo que dicen los Hechos de los Apóstoles que pasaba con la primera comunidad cristiana: suscitaban una preguntan en quienes les veían. Y 2) la necesidad de convertirnos primero nosotros para poder evangelizar; y en este contexto una autocrítica: “la miseria y las debilidades” (entiendo: los escándalos) de Obispos y clérigos repercuten negativamente en la credibilidad de la misión. De ellos siempre se espera un “plus” de excelencia, aunque sean tan débiles como el que más.

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24
Oct
2012
Violación y voluntad de Dios
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El pasado martes, el político republicano de los Estados Unidos, Richard Mourdock, ha vinculado el embarazo de la mujer violada con la voluntad de Dios. Tras alguna pequeña comprobación, ofrezco lo que parecen ser sus palabras exactas: “la vida es un don de Dios, y creo que incluso cuando la vida comienza en esa situación horrible de una violación, es algo que Dios quiere que suceda”. Estas palabras del candidato a Senador por Indianápolis, merecen, al menos, una primera aclaración: ¿qué es lo que Dios quiere que suceda, la violación, el embarazo o el nacimiento resultado del embarazo?

Mucha gente confunde la voluntad de Dios con “lo que sucede”. Si tengo un accidente es porque Dios lo quiere; si hay un terremoto, que causa muertos, es porque Dios así lo tenía previsto. Incluso hay quien se permite ver en algunos de esos acontecimientos el justo castigo de Dios por los pecados de las personas del lugar en el que acontecen las desgracias naturales. Por eso, algunas personas religiosas, cuando les sucede algo desagradable o perjudicial, se dirigen a Dios pidiéndole cuentas: “¿por qué ha tenido que tocarme a mí eso, Dios mío?”. En vez de preguntarle a Dios, a quién hay que preguntar, en bastantes ocasiones, es a uno mismo o al entorno.

Los acontecimientos humanos son responsabilidad nuestra. Dios nos ha creado libres y ha puesto el mundo en nuestras manos. No siempre realizamos la voluntad de Dios. En concreto, y refiriéndome a las palabras del político estadounidense, hay que distinguir entre violación, embarazo y aborto. Y decir claramente que la violación es totalmente contraria a la voluntad de Dios. Tenemos aquí un caso en el que “lo que sucede” no se corresponde con lo que Dios quiere. El embarazo es resultado de un proceso natural, previsto por Dios, y querido por él en términos generales. Pero en términos particulares, o sea, que se quede o no tal mujer embarazada, eso ya depende de la voluntad de los seres humanos, del buen o mal uso que hacemos de la sexualidad. Otra cosa son las responsabilidades personales que se derivan de realidades con las que me encuentro en contra de mi voluntad. Y ahí es donde sí podemos decir que la madre embarazada, incluso en contra de su voluntad, tiene una responsabilidad con la vida de la que es custodia y portadora, no dueña. Porque el único dueño de la vida es Dios.

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21
Oct
2012
No esperan igual los pobres que los ricos
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Sto. Tomás dice que la experiencia influye en la esperanza, pues ella nos convence de que algo que antes considerábamos imposible, es posible; y a la inversa, que algo que creíamos posible, no lo es. En este sentido, la experiencia es causa de esperanza o de desesperanza. Lo mismo ocurre con la situación vital. Los jóvenes tienen más esperanza que los ancianos, por tres motivos: porque tienen mucho futuro y poco pasado, porque su vitalidad hace que se les ensanche el corazón, y porque al haber sufrido pocos reveses y experimentado pocos obstáculos, juzgan con facilidad que todo es posible.

Explicando estas ideas en un ambiente social de pobreza y necesidad, me preguntaba cómo aplicarlas y traducirlas. Si no esperan igual los jóvenes que los mayores, igualmente podemos decir que no esperan del mismo modo los pobres que los ricos, los hambrientos que los saciados. Dado que la experiencia y la situación vital influyen en la esperanza, lo primero que habrá que hacer para posibilitar la esperanza será crear condiciones que no conduzcan a la desesperación. Si queremos que los pobres comprendan y acojan la buena noticia del Evangelio, habrá que proporcionarles pan y, a partir de ahí, abrirles a la esperanza. Lejos, por tanto, de considerar que la promoción humana y el anuncio del Reino son indiferentes la una al otro, hay que decir que son confluyentes.

El Evangelio puede y debe anunciarse en cualquier situación, pero eso no quita que haya momentos y lugares que dificultan su anuncio, porque ponen a las personas en disposición de no poder escuchar, ya que sus preocupaciones y necesidades inmediatas, sus urgencias, les impiden o, al menos, les dificultan atender a cualquier otra consideración. Ahora bien, no me parece que de lo anterior debamos concluir que el estado de bienestar favorece la acogida del anuncio evangélico. El estado de bienestar puede dificultar la penetración del evangelio tanto o más que la miseria. El rico ya está satisfecho con lo que tiene y no necesita ni busca nada más. Cree, además, que con el dinero se consigue todo, incluida la salvación eterna.

¿Cuál será pues la situación para que nazca la esperanza? No es fácil decir dónde está el punto adecuado para la escucha del Evangelio. La idea esencial es que tal escucha requiere unos mínimos de humanidad, de sobriedad, de inquietud, de generosidad. Estos mínimos de humanidad en cada persona tienen matices e insistencias diferentes. Lo que debemos tener claro es que los extremos son malos, y que en eso como en tantas otras cosas, la virtud está en el justo medio. Cada uno debe discernir cuál es este punto medio para él, y los predicadores y catequistas deben tener la perspicacia suficiente para favorecerlo.

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