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Oct2013¿Una vergüenza? Sí, y mucho más
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Oct
No me ha gustado nada, pero nada de nada, lo que he leído: que el primer ministro de Italia, Enrico Letta, ha anunciado que todos los fallecidos en el naufragio de Lampedusa recibirán la nacionalidad italiana. Y, al mismo tiempo, que los adultos rescatados pueden ser castigados con una multa de hasta cinco mil euros y la expulsión del país. Nacionalidad para los muertos y multa para los vivos ¿Pero qué clase de broma macabra es esta? ¿Es que no se dan cuenta de lo que dicen? ¿O es que dicen lo que piensan? Lo que podía haber hecho el primer ministro, y de paso podrían haber apoyado los líderes europeos, es el anuncio de la revocación inmediata de esa ley que equipara la inmigración al terrorismo y, por eso, considera como delito de cooperación con terroristas la ayuda de los pescadores a los inmigrantes que buscan llegar a Europa a través del mar, jugándose la vida. La mala vida en Europa vale más que la buena vida en sus países. Porque esa es otra.
Tampoco me ha gustado nada, pero nada de nada, el video de los dirigentes europeos en Lampedusa, desfilando con sus maravillosos y estupendos coches para, supuestamente, solidarizarse con las víctimas. ¡Menuda solidaridad! Uno se pregunta por qué, habiendo ocurrido la tragedia hace ya una semana, los líderes europeos se han hecho presentes este miércoles, día 9 de octubre. ¿Acaso es que no habían llegado a la isla los coches en los que se han desplazado? No es extraño que la gente les haya abucheado, utilizando la misma palabra que el Papa empleó para calificar la tragedia: una vergüenza. Una vergüenza y un asesinato en la medida en que acontecimientos como este se pueden evitar y no se ponen las medidas para hacerlo.
¿Y qué decir de esas leyes que salen de nuestros parlamentos? Comprendo que tanto parlamento, europeo, nacional, regional y local, tenga que buscar el modo de estar ocupado. Y así se dedican a regular todo lo regulable, incluido el si podemos o no ayudar a personas en situación de extrema necesidad. Santo Tomás dejo bien sentado que el “amor al enemigo” (y ¡atención!, los inmigrantes no son enemigos, sino una pobre gente, unos hermanos nuestros, hijos de Dios), exige auxiliarle en toda situación de necesidad, cuando nadie más puede hacerlo. Los pescadores, a los que la ley podría acusar de auxilio al terrorismo, tienen en esta doctrina un buen apoyo para quebrantar la ley.
Pero no hacen falta apoyos doctrinales, pues todo ser humano que se encuentra frente a otro ser humano en necesidad debe (es un deber de humanidad) desobedecer todas las leyes que impiden prestarle auxilio. Porque la ley de leyes es la de la conciencia y la dignidad humana. Para los que creen en Dios esta ley es además divina.
El domingo, 13 de octubre, tendrá lugar en Tarragona la beatificación de 522 mártires. De ellos más del 80 por ciento eran religiosos y religiosas que, durante la última contienda civil en España, murieron porque pensaron que era más importante mantener la fe y la vocación religiosa que salvar la vida.
En alguna ocasión he escuchado al presidente de la Eucaristía hacer un pequeño cambio en la fórmula “el Señor esté con vosotros”, que aparece repetidamente en la liturgia, y decir: “el Señor está con vosotros”, subrayando con especial énfasis el “está”. En mi opinión este cambio no es bueno. Pero es necesario explicar el motivo, porque de lo contrario estos detalles que son importantes, dejan de serlo cuando no se comprende su sentido y su razón. Si no se conoce la diferencia entre decir “esté” o “está”, da lo mismo decir una cosa que otra y hasta alguno podría pensar que hacer alguna vez un cambio ayuda a abrir el oído para que los fieles, o sea, en este caso los oyentes, se despierten de la somnolencia que produce la monotonía de las repeticiones.
En la carta dirigida al director de La Repubblica, a la que aludía en un post anterior, el Papa se refiere a la actitud que debemos adoptar con aquellos que no comparten nuestra fe en Jesús. En primer lugar con el pueblo judío. A partir del Vaticano II hemos descubierto, dice Francisco, “que el pueblo judío sigue siendo para nosotros la raíz santa de la que germinó Jesús”. De ahí la importancia de cultivar la amistad con nuestros hermanos judíos, pues Dios sigue siendo fiel a la alianza con Israel; más aún, a través de terribles pruebas, los judíos han conservado su fe en Dios. “Y por esto, dice Francisco, con ellos nunca seremos lo suficientemente agradecidos como Iglesia, y también como humanidad”. Ellos invitan a los cristianos a vivir siempre como peregrinos, esperando el regreso del Señor.
Y con los que no creen en Dios y no buscan la fe, ¿cuál debe ser nuestra actitud? Responde el Papa: teniendo en cuenta que la misericordia de Dios no tiene límites, la cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia. En concreto, esto significa decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. En esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones. En esta línea se había pronunciado ya el Vaticano II: los que no creen en Dios, pero siguen los dictados de su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.
El pasado 11 de septiembre, el Papa Francisco escribió una carta al director del diario La Repubblica, respondiendo a algunas preguntas que el director, un no creyente, le había formulado desde las páginas del mismo diario. De esta carta me han interesado las dos razones, por las que según el Papa, el diálogo sincero y riguroso con los no creyentes es “un deber y algo valioso” para la Iglesia.
No todos los tiempos son iguales. Una cosa es el tiempo del reloj, el inexorable discurrir de los momentos, todos idénticos; y otra cosa es la vivencia humana del tiempo: hay momentos en que el tiempo se nos hace largo y otros en que se nos hace corto. Más aún, el tiempo puede vivirse como una experiencia opresiva y limitadora o como una experiencia de plenitud. Mis errores, mis pecados, los males que he causado forman parte de mí y me acompañan toda la vida, a veces en forma de fantasmas que me oprimen; mis proyectos e ilusiones de futuro están marcados por la fragilidad y el miedo al fracaso. Este modo de vivir el tiempo influye negativamente en mi vida. Pero yo puedo recordar el pasado de unos padres que me acogieron con amor, me sostuvieron en mi debilidad, y esta vivencia puede acompañarme toda mi vida como una experiencia sanante, que me asegura un futuro prometedor. Las manos amorosas que me crearon pueden llenar de alegría mi presente y mostrarse como promesa de futuro. Cuando vivo el tiempo como una oportunidad de acoger el amor, de abrirme al amor y de ofrecer amor, realizo una experiencia positiva del tiempo.
Es una buena pregunta: ¿cuánto tenían previsto invertir en los Juegos Olímpicos de Madrid 2020? 1.900 millones de euros parece. No es una mala cifra. ¿Qué van a hacer con ese dinero? Seguro que los responsables de administrarlo serán gente honrada y no se embolsarán ni un euro. Algunos se preguntan si no sería posible invertir ese dinero en sanidad, educación y políticas activas de empleo. Me imagino la respuesta: del dinero invertido en las Olimpiadas se esperan unos beneficios cuatro veces superiores. No está mal. ¿Y cuántos beneficios se esperan de lo invertido en sanidad, en educación y en políticas de empleo? A largo plazo, probablemente más. Pero aunque fuera bastante menos, convendría recordar que la política está al servicio del ser humano, sobre todo de los seres humanos más necesitados, y no está para lucimiento y prestigio de los políticos: “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana”, dejó dicho, y bien dicho, el Concilio Vaticano II.
“Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”, canta la Virgen María tras recibir el anuncio del ángel. Y, sin embargo, parece que los que creemos en Dios tenemos más bien motivos para estar tristes ya que, como dice Tomás de Aquino, “la ausencia de la realidad amada produce más tristeza que gozo”. Y mientras vivimos en este mundo, estamos lejos del Señor, según 2Co 5,6. Ahora bien, añade Santo Tomás, del amor proceden el gozo y la tristeza, aunque por motivos opuestos. El gozo lo causa la presencia del amado o también el hecho de saber que la persona amada se encuentra sana, feliz y contenta. Saber que el amigo está bien, aunque esté lejos, es motivo de alegría. Por el contrario, del amor nace la tristeza bien por la ausencia o lejanía del amado, o bien porque aquel a quien queremos sufre algún mal.