3
Sep2013La alegría de la fe
9 comentarios
Sep
Jesús, en su último discurso, en sus palabras de despedida, relaciona el mandamiento nuevo del amor entre los hermanos con la paz y la alegría. Jesús se va, pero los discípulos no pueden estar tristes (Jn 16,20-22). Eso sí, la alegría que Jesús propone no es como la del mundo. Es una alegría que brota de la acogida del amor que Dios nos tiene y del amor que transmitimos a los hermanos. No puede confundirse con el placer del que todo lo centra en uno mismo y todo lo quiere para sí. No nace de la búsqueda egoísta del propio bienestar, sino del gozo que produce el contemplar con gratitud y sin envidia el bien de los demás. Solo el que trabaja por el bien de los demás, trabaja por su propia felicidad.
La fe, por la que el creyente se une a Cristo, adhiriéndose incondicionalmente a su persona y a su mensaje, es una estupenda noticia que produce una gran alegría. La gran alegría que los ángeles anunciaron en Belén a los pastores. Cuando el Salvador nace, y nace cada vez que una persona lo acoge en la fe, se produce la gran alegría para todo el pueblo. Y como hay estados de ánimo que resultan contagiosos, también los mensajeros del Evangelio, cuando ven los frutos que produce la predicación, se llenan de alegría. Así se explica que, cuando Bernabé se percató de la acción de la gracia de Dios en Antioquía por la que “una considerable multitud se agregó al Señor”, “se alegró mucho de ello” (Hech 11,23-24).
Si la vida cristiana es una vida triste, y si el anuncio del Evangelio es una cosa seria, algo va mal en esta vida y en este anuncio. En este sentido el gozo y la alegría, resultado de la actuación del Señor en nuestras vidas, puede ser un buen baremo para medir el grado de acogida del Espíritu Santo y la calidad de nuestro testimonio. El cristiano debe alejar de sí toda amargura (Ef 4,31), para acoger “el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz” (Gal 5,22).
que la gente les mirase con tan buenos ojos? Entre otras cosas la alegría con la que vivían. Esta alegría se manifestaba, fundamentalmente, en el momento en el que compartían el pan, el que alimenta la vida temporal y el que alimenta la vida espiritual. En la primera comunidad cristiana todos los creyentes estaban de acuerdo y compartían lo que tenían, de modo que nadie pasaba necesidad. Este compartir tenía dos momentos muy significativos y relacionados: la celebración de la Eucaristía y la comida en común. Compartían el pan del cuerpo y el pan del espíritu. Su vida se organizaba en torno a una mesa. En esta mesa se realiza la unión de los creyentes con Cristo, por la eucaristía, y la unión de los hermanos entre ellos, por el pan partido, repartido y compartido. En una mesa así se anticipa la alegría del Reino de los cielos.
Resulta interesante la comparación que establece el número 1605 del Catecismo de la Iglesia Católica entre la mujer como “auxilio” del varón (según dice Gen 2,18) y Dios, que según el Salmo 121,2 es nuestro “auxilio”. El Catecismo añade que Dios mismo entrega la mujer al varón como “auxilio”, para que “así represente a Dios”. Digo que resulta interesante porque este es un caso más de cómo tanto el varón como la mujer pueden representar a Dios ante los demás en igualdad de condiciones. E incluso en algunos casos la mujer representa mejor a Dios que el varón.
Estaba públicamente razonando de esta guisa: la Iglesia debe ofrecer el pan de la Eucaristía y el pan de la Palabra de Dios. Pero para que los seres humanos puedan convencerse de que este es el único pan necesario, a veces, será preciso llenarles antes del pan material. Y así, cuando hayan visto por propia experiencia que este pan no les llena y que, tras comerlo, siguen teniendo hambre, tendrá sentido decirles: “lo ves, ya te lo decía yo, este pan material no te llena, por eso te invito a que pruebes otro que sacia, llena la vida de alegría y sentido, y cuando se ha probado nunca más se pasa hambre”. Y en eso, uno de mis oyentes dijo: el llenar los estómagos de pan, no garantiza que vayan a pedir el pan de Dios.
Una buena libertad debe estar adjetivada. Pero los adjetivos calificativos no deben negar el sustantivo. La libertad calificada no es una falsa libertad, una libertad mentirosa, maquillada, vigilada, algo así como ser libre mientras no me salgo de los cauces establecidos por otro. El bien es el mejor calificativo de la libertad. Otro buen calificativo es la responsabilidad. No conviene olvidar que siempre estamos condicionados y condicionamos a otros, siempre dependo de otros y otros dependen de mí. Por eso, debemos responder mutuamente los unos ante los otros. La independencia absoluta es imposible y, además, inmoral. La cuestión que debemos plantearnos es: ¿de quién queremos depender? Y ¿a quién queremos servir? Porque hay dependencias que oprimen y dependencias liberadoras.
Alrededor del 15 de agosto se instalan en casi todas las Iglesias de Mallorca los catafalcos y lechos que representan la Asunción de la Virgen María. Estas escenografías, juntamente con algunas procesiones, novenas, canciones y otras manifestaciones populares son los restos de un ritual que conoció, en la época del Barroco, su máximo esplendor. La imagen de María yacente, que velan los ángeles y los apóstoles, recuerda la tradición, declarada dogma de fe por la Iglesia, que dice que la mujer que dio a luz a Cristo subió al cielo en cuerpo y alma, después de su muerte, imitando así el episodio de la muerte y la resurrección de su Hijo.
Las palabras de Juan Pablo II quieren servir de introducción y justificación a la poesía que les ofrezco. Una poesía que utiliza una imagen que en otras ocasiones ha sido empleada de forma grosera para escandalizar y falsificar la humanidad de Cristo. Me refiero a su sexualidad. No hace falta poner ejemplos del mal uso de esta realidad propia de lo humano y, por tanto, de Jesús de Nazaret. Miguel de Unamuno, en un poema valiente y lleno de delicadeza, se fija en el miembro viril del Crucificado, el órgano con el que engendramos, y ve en él como un sacramento del nacimiento que interesa:
A las reflexiones que, en otros momentos, he ofrecido sobre el problema del mal, añado ahora una idea sugerida por la lectura de unas páginas de Juan A. Estrada. El mal forma parte de la creación. Ahora bien, para conocer a fondo la creación, sería necesario conocer su causa última, a saber, Dios mismo. Pero Dios, por su propia naturaleza, nos es desconocido. Dios no es parte de la experiencia y la razón no alcanza a conocer lo que está más allá de la experiencia. En este sentido, el mal forma parte del misterio de la creación. Ahora bien, el universo está inacabado, todavía está en proceso (afirmación, por cierto, coherente con los datos que nos ofrece la ciencia: el universo está en expansión). No sabemos hacia dónde va ni si tiene una finalidad última.
Con las ventanas del papamóvil abiertas de par en par, los gestos (abrazar a toxicómanos, por ejemplo) y palabras del Papa Francisco en Brasil han sido sorprendentes. Y una vez más han gustado a la mayoría de los creyentes y a muchos no creyentes. Hay también quienes con su silencio, con su modo de interpretar lo que el Papa dice, con su modo de subrayar o de apostillar, expresan, de forma más o menos solapada, disgusto, malestar o desacuerdo. Lo sorprendente es que algunas de esas personas que tienen sus reservas, se consideren “más papistas que el Papa”, para decirlo con una expresión coloquial que todos entienden. Es muy fácil ser papista cuando el Papa está de acuerdo conmigo.