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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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31
May
2024
Fiesta del "Corpus" y oración de Tomás de Aquino
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Santo Tomás de Aquino escribió una preciosa oración para prepararse a celebrar la Eucaristía, plagada de piedad y buena teología. Con motivo de la fiesta del “Corpus”, y como una buena preparación para celebrarla devotamente, copio aquí la oración de Tomás de Aquino, por si puede servir:

“Dios todopoderoso y eterno, me acerco al sacramento de tu unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Me acerco como un enfermo al médico de la vida, como un impuro a la fuente de la misericordia, como un ciego a la luz de la claridad eterna, como un pobre y necesitado al Señor de cielo y tierra.

Imploro la abundancia de tu infinita generosidad, para que te dignes curar mi enfermedad, lavar mi impureza, iluminar mi ceguera, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que me acerque a recibir el Pan de los ángeles, al Rey de reyes y Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y piedad, con tanta pureza y fe, y con tal propósito e intención como conviene a la salud de mi alma.

Concédeme recibir no sólo el sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor, sino la gracia y la virtud de ese sacramento. Oh Dios suavísimo, concédeme recibir el cuerpo de tu unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, nacido de la Virgen María, de tal modo que merezca ser incorporado a su cuerpo místico y contado entre sus miembros.

Oh Padre amantísimo, concédeme contemplar eternamente el rostro desvelado de tu querido Hijo, a quien, bajo el velo de la fe, me propongo recibir ahora. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amen.”

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27
May
2024
El Espíritu sostiene la esperanza y mueve a la acción
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La bula del Papa Francisco convocando el jubileo del año 2025, que ya comenté en un post anterior, me recuerda un texto de la Gaudium et Spes, que no se encuentra citado en la bula, pero que resume muy bien su línea argumental y su intención profunda: “Cristo obra por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no solo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra este fin”. O sea, Cristo, por medio de su Espíritu, despierta a la vez el anhelo de una vida eterna y mueve a trabajar por un mundo más justo y más humano.

Para un cristiano, esta doble línea es simultanea e indisociable. Por eso, la bula del Papa trata de una doble esperanza, o mejor, de la misma esperanza cristiana que se mueve en una doble dirección: la escatológica, el anhelo de un encuentro pleno y definitivo con Dios; y la mundana, y al mismo tiempo muy divina, de un mundo más justo en el que todo ser humano vea reconocida su dignidad y sea tratado como imagen de Dios. La esperanza, decía el texto de Gaudium et Spes ya citado, alienta allí donde no están, purifica allí donde se desvían y robustece allí donde están los propósitos de construir un mundo más justo y más fraterno. El Papa insiste sobre todo en el primero de los verbos, la primera de las tareas: alentar donde no están, porque en este mundo falta mucha esperanza, debido a que abundan por doquier múltiples actitudes y situaciones que mueven a la desesperación. Y para no quedarse en abstracciones y generalidades, el Papa citaba a enfermos, ancianos, presos, inmigrantes, víctimas de la guerra y del hambre, personas vulnerables y vulneradas.

Las dos dimensiones de la esperanza son indisociables: no vive auténticamente la esperanza cristiana aquel que solo piensa en la propia salvación. Porque no nos salvamos solos; la esperanza cristiana es comunitaria, eclesial, fraterna; el mejor modo de esperar para uno mismo, es esperando para y con los demás. Y además, porque la esperanza en la salvación definitiva debe ir acompañada de signos que la anticipen, de realidades que la preparen. Dicho de otra manera: de parábolas que apunten a aquello que se busca y se espera. Y si lo que se busca y espera es un mundo de paz y fraternidad, un mundo en el que Dios nos llene de amor y nos haga a todos hermanos, entonces este anhelo nos mueve a buscar ya, en la medida de nuestras fuerzas y posibilidades, eso que anhelamos y esperamos.

Si nuestra vida concreta no es ya en este mundo una parábola del mundo de Dios, entonces nuestra esperanza es vana. No es esperanza cristiana, es un deseo vacío. La esperanza cristiana mueve a la acción. “La espera de una tierra nueva, dice Gaudium et Spes, no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo”.

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23
May
2024
Jornada "pro orantibus": los que rezan
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El domingo de la Santísima Trinidad la Iglesia nos invita a rezar por aquellos y aquellas que rezan. Se celebra “la jornada pro orantibus”. Sin duda, todo buen cristiano reza, porque la oración es una actitud vital y fundamental de su vida. Pero en la Iglesia hay un carisma, una vocación, una llamada a entregar la vida al Señor haciendo de la oración el eje fundamental de la vida. Este carisma es propio de monjas y monjes. Todo lo que ocurre dentro de los muros de un monasterio está en función de la oración y de la contemplación. Mientras los horarios de la mayoría las personas están en función de sus obligaciones laborales, que determinan las horas de las comidas, del descanso, y la organización de toda la jornada; los horarios en los monasterios están en función de la santificación del día por medio de una serie de momentos de oración que recorren la jornada, desde su inicio hasta el final, y en función de esas horas de oración (llamadas canónicas) se organizan las demás cosas: comidas, trabajo, tiempo de descanso.

La vida monástica no es para todos. Cada uno tiene su vocación y su modo de seguir a Cristo. El matrimonio o el sacerdocio también son vocaciones y un modo de seguir a Cristo. Todas las vocaciones son buenas, respetables y necesarias. Pero cada una tiene sus características propias, y esas características son un recordatorio, un signo para los que viven su cristianismo de otra manera. Un recordatorio de algo que también es suyo, pero que no lo pueden vivir con la intensidad con la que lo viven los que tienen el carisma o la vocación. Monjas y monjes nos recuerdan que la vida cristiana es una continúa oración, nos recuerdan esta recomendación de Jesús de “orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1).

Para la mayoría de los cristianos el orar continuamente no puede hacerse “en acto”, sino como un estado de ánimo, como una conciencia difusa, aunque constante, de estar siempre en presencia de Dios. Eso sí, todo cristiano reserva algunos momentos del día para hacer de esta conciencia difusa una conciencia consciente, para hacer de esta presencia de Dios un acto explícito. Es lo que se llama oración. Pues bien, monjas y monjas nos recuerdan esta dimensión propia de la vida cristiana y ellos lo hacen insistiendo en momentos de oración más frecuentes y permanentes. Ese es su carisma. La Iglesia nos invita a dar gracias por su vida y a solidarizarnos con sus necesidades.

El salmista preguntaba a Dios: “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?”. Sí, ¿quien soy yo para que Dios me tenga permanentemente en su memoria? Monjes y monjas nos recuerdan que la buena actitud ante un Dios que siempre nos tiene en su memoria, es teniendo nosotros a Dios en la nuestra. En la memoria solo están los muy queridos, los muy cercanos, los que me seducen, los que me enamoran, los que me atan con cuerdas de amor, los que nunca me dejan. El carisma de la vida contemplativa nos recuerda que la buena respuesta ante un Dios que siempre se acuerda de nosotros, es acordarnos nosotros siempre de él.

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19
May
2024
María, madre de la Iglesia
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mariamadreiglesia

El lunes siguiente a la solemnidad de Pentecostés, la Iglesia celebra la fiesta de la Virgen María, Madre de la Iglesia. Esta fiesta fue creada por el Papa Francisco, aunque fue Pablo VI el que al terminar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, proclamó solemnemente a María como madre de la Iglesia.

Una de las novedades del Concilio Vaticano II fue situar a María dentro de la Iglesia, como su miembro más eminente, como verdadero modelo de santidad, fe y amor para cada uno de los cristianos. Pero hay más. Pues ella, dentro de la Iglesia tiene un papel preeminente. Es madre de la Iglesia. La madre no está por encima de la familia, sino muy dentro de ella, pero en ella, la madre tiene un papel singular, de cuidado, amor, ternura, comprensión y acompañamiento. Si María es madre de Cristo, y Cristo es el primogénito entre muchos hermanos, el primero de una larga lista de hermanos que somos los cristianos, entonces María es madre de los hermanos de Cristo, que somos nosotros. Más aún, si como dice san Pablo, los cristianos somos “el cuerpo” de Cristo, Cristo es la cabeza del cuerpo y nosotros sus miembros, entonces María es madre de todo el cuerpo, no solo de la cabeza, sino también de sus miembros.

Los buenos hijos no sólo se sienten queridos y acompañados por la madre, sino que ella es para los hijos una referencia constante. Los hijos se fijan en lo que hace la madre, y quieren imitarla. Quieren imitarla porque la admiran, pero también porque está cerca de ellos. Las dos cosas son necesarias: si solo nos quedamos con la admiración porque está lejos de nosotros, entonces María deja de ser una referencia para nuestra vida. Por eso, el Papa Pablo VI, insiste en que “María está muy próxima a nosotros”. Y añade: “Hija de Adán como nosotros y, por tanto, hermana nuestra con los lazos de la naturaleza. En su vida terrena realizó la perfecta figura del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes, y encarnó las bienaventuranzas evangélicas proclamadas por Cristo. Por lo cual, toda la Iglesia, en su incomparable variedad de vida y obras, encuentra en ella la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo”.

El evangelio de la eucaristía de este día recuerda las palabras que Jesús crucificado dirige a su madre y al discípulo amado. “Ahí tienes a tu hijo”, dice a la madre, señalando al discípulo; y “ahí tienes a tu madre”, dice al discípulo señalando a la madre. En esta escena podemos ver a María como una buena representación de lo que es la Iglesia y al discípulo amado como una buena representación de lo que somos todos y cada uno de los cristianos. La Iglesia es una comunidad en la que el amor entre los discípulos es lo determinante. Esta escena de María y el discípulo al pie de la cruz es el icono de una Iglesia materna y fraterna en la que solo caben relaciones de amor.

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17
May
2024
Documento vaticano sobre fenómenos sobrenaturales
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El Dicasterio para la doctrina de la fe ha publicado un oportuno y hasta necesario documento sobre la necesidad de discernir con mucho cuidado los presuntos fenómenos o mensajes sobrenaturales.

Lo primero que hay que dejar claro es que, en Jesucristo, Dios ha dicho todo lo que tiene que decir. Y por tanto que no hay nuevas revelaciones públicas antes de la definitiva manifestación del Señor al final de los tiempos. Lo que sí puede darse son fenómenos o experiencias que ayudan a profundizar la fe, a orar con más intensidad, o incluso a comprender mejor determinados aspectos del Evangelio. Algunos de estos fenómenos o experiencias pueden ser atribuidos, por quienes los han vivido, a una acción sobrenatural. No hay que olvidar que Dios interviene continuamente en la historia y en la vida de las personas, pero hay situaciones o experiencias que nos hacen caer en la cuenta de esta realidad de la presencia de Dios que, habitualmente, es percibida de forma difusa o vivida sin tener conciencia explicita de ella. Algunos de estos fenómenos pueden llamar la atención de otras personas y suscitar movimientos populares, como peregrinaciones a lugares precisos, devociones a determinadas imágenes o advocaciones que ayudan a vivir mejor un determinado aspecto de la fe.

¿Se trata de intervenciones especiales, puntuales y mas intensas de Dios? Así pueden vivirse. Pero esta vivencia puede ser ambigua o falsa. Por eso, la Iglesia, a veces, se pronuncia negativamente, cuando entiende que hay abusos, mal entendidos, desviaciones doctrinales, afán de lucro o de notoriedad. Incluso en experiencias auténticas, que pueden hacer bien, pueden mezclarse elementos humanos que hay que purificar. La iglesia se pronuncia negativamente cuando el fenómeno no está nada claro o el mensaje contiene doctrina notoriamente falsa, aunque contenga alguna afirmación verdadera.

Cuando la Iglesia se pronuncia en positivo, lo hace con prudencia: se trata de un “presunto” fenómeno sobrenatural. La Iglesia no ofrece un aval al carácter sobrenatural del fenómeno. En el mejor de los casos, afirma que allí no hay nada contrario a la fe, o que se constatan buenos frutos pastorales o espirituales de este fenómeno o mensaje, de la visita a tal lugar o de la práctica de tal devoción. Lo que dice en positivo la Iglesia es que el mensaje que transmite el vidente no contiene nada que vaya contra la fe y las buenas costumbres. Eso no quita que, según cual sea la evolución de los acontecimientos, la Iglesia pueda cambiar de opinión a propósito del fenómeno o mensaje.

En los casos en que la iglesia se pronuncia positivamente los fieles pueden dar su asentimiento al acontecimiento de forma prudente, pero no es obligatorio darla. El documento del Dicasterio deja muy claro que “la mayor parte de los Santuarios, que hoy son lugares privilegiados de la piedad popular del Pueblo de Dios, no han tenido jamás, en el curso de la devoción que allí se expresa, una declaración de sobrenaturalidad de los hechos que dieron lugar al origen de aquella devoción”. Uno puede pensar que allí no hay nada que tenga relevancia para su fe personal. La única obligación de fe que tiene el creyente es a la persona de nuestro Señor Jesucristo y a su Evangelio. La fe está muy bien condensada en el “Credo” que proclamamos en cada eucaristía dominical. Todo lo que sirve para adherirnos con más fuerza a este Credo es bien venido. Y lo que no sirve, puede ser respetable o, en casos extremos, rechazable.

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16
May
2024
El Espíritu abre caminos
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pajaroenraman

Cristo se hace hoy presente por el Espíritu. De modo que el Espíritu no es una compensación por la ausencia de Cristo, sino el modo como Cristo se hace hoy presente. Gracias al Espíritu continúa la actividad salvífica de Cristo. Gracias al Espíritu las palabras de Cristo se hacen nuevas, actualiza­das, presentes: “recibirá de lo mío y os lo comunicará”. Pero abriéndonos al futuro. Cierto que Cristo siempre es el mismo, pero no lo es de la misma manera. El Espíritu es el que hace po­sibles esas nuevas maneras, pues anun­cia e interpreta lo que ha de venir, es decir, hace nuevas las palabras de Cristo (Jn 16,12-15).

El Espíritu siempre toma de lo de Cristo (Jn 16,14), pero no queda atado a un pasado arqueológico, tiene capacidad de ir más allá: "el que crea en mi, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún". La razón de este hacer obras mayores es: "porque yo voy al Padre" (Jn 14,12); o sea, porque Jesús ya no estará en este mundo y aparecen nuevos tiempos, nuevas situa­ciones, siendo el Espíritu quién nos conduce en "lo que ha de venir" (Jn 16,13). De este modo el Espíritu ilumina el futuro, nos conduce hacia el porvenir, abre caminos a la esperanza, sus­cita nuevas utopías, clarifica qué cosa es seguir a Jesús y qué cosa es arqueología.

El Concilio Vaticano II se ha mostrado sensible a esta ac­ción del Espíritu que abre caminos en la historia: "El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y re­nueva la faz de la tierra, no es ajeno a la evolu­ción histó­rica". El Espíritu "no sólo despierta el anhelo del siglo fu­turo, sino alienta, purifica y robustece también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia hu­mana in­tenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin".

El Espíritu, teniendo en cuenta los nuevos tiempos y las necesidades nuevas que van surgiendo, pone en boca de los predi­cadores las palabras oportunas para que el Evangelio sea mejor comprendido y aceptado; mueve a hombres y mujeres, dentro y fuera de las Iglesias, en la creación de instituciones adecuadas para hacer operante el Evangelio, incluso aunque no pretendan referirse explícitamente a él: "tuve hambre y me disteis de co­mer... ¿Cuándo te vimos hambriento?... Cada vez que lo hicisteis con los pequeños" (Mt 25,35 ss). El Espíritu suscita profetas que disciernen la presencia de Dios en los acontecimientos y denuncian aquellas realidades que se oponen a la presencia del Reino. De este modo avanza la historia y se van elaborando pro­yectos de futuro. El Espíritu ilumina así el camino a seguir y proyecta hacia la plenitud por la que suspira la creación en­tera.

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13
May
2024
Cristo se hace presente por medio de su Espíritu
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virgenespaldas

Dios actúa y se hace presente en el mundo, en la historia y en nuestras vidas por medio de su Espíritu. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo es el modo como hoy Cristo resucitado sigue estando presente en su Iglesia.

¿Cómo explicar y entender esta presencia y esta acción del Espíritu? El Espíritu actúa uniéndose a nuestro espíritu (Rm 8,16), o sea, iluminando nuestra inteligencia y cambiando nuestro corazón. El Espíritu ilumina nuestra inteligencia para que actuemos con los mismos sentimientos, con el talante de Cristo. Y el Espíritu cambia nuestro corazón para que amemos como Cristo ama y nos ama. El Espíritu cambia nuestro modo de pensar: ya no pensamos como piensa el mundo, con criterios egoístas, sino que pensamos y actuamos según los criterios de Cristo. El Espíritu cambia nuestro corazón y nos hace capaces de amar sin condiciones a todas las personas, nos mueve a perdonar a los que nos han ofendido, nos impulsa a ayudar a los más necesitados, a ser generosos con todos.

¿Y cómo podemos dejar actuar al Espíritu, como dejarle invadir nuestra inteligencia y llenar nuestro corazón? Pues conociendo más a Jesús, que era el que de verdad estaba lleno del Espíritu Santo, porque a medida que conocemos mejor a alguien con más facilidad nos identificamos con él y con más facilidad sabemos cómo piensa y cómo actúa. ¿Y cómo conocer mejor a Jesús? Pues acercándonos a su palabra, leyendo y escuchando con atención las Escrituras, sobre todo los evangelios; acudiendo con frecuencia a los sacramentos, sobre todo a la Eucaristía, donde se proclama y explica la palabra de Dios y recibimos sacramentalmente a Cristo, que se hace uno con nosotros; dedicando algún tiempo a la oración, pues allí nos disponemos a recibir buenas inspiraciones y hacer buenos propósitos; y amando al prójimo, pues al amar actuamos como lo hacía Jesús y asimilamos su Espíritu, el modo de ser y de obrar de Jesús.

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10
May
2024
Jubileo 2025: la esperanza no defrauda
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Con el significativo título, tomado de Rm 5,5: “la esperanza no defrauda”, el Papa ha publicado la bula de convocación del jubileo del año 2025. El mensaje central de este año jubilar es la esperanza, una esperanza que no engaña ni defrauda porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios.

No cabe duda de que estamos en un mundo falto de esperanza. ¿Qué esperanza puede haber para los que sufren los horrores de la guerra o las calamidades del hambre y la pobreza? Igualmente, en el mundo capitalista y consumista estamos faltos de esperanza. Los consumidores no esperan; viven en el presente del consumo y solo tienen deseos y necesidades que satisfacer. Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi, afirmó que estamos ante una “crisis de esperanza”. Y Francisco, en la Fratelli tutti, habla de las sombras de un mundo cerrado y pasa revista a las heridas y atropellos que están maltratando la sociedad de nuestro tiempo, que más que a la esperanza parecen conducir a la desesperación.

La bula de Francisco hace una serie de llamamientos a la esperanza, citando personas, colectivos y lugares donde es más necesaria la esperanza: llamando a los países ricos a condonar la deuda de los países pobres que no pueden pagarla; pidiendo que cese la tragedia de la guerra; llenando cunas vacías, superando la crisis de natalidad, para que haya vida y futuro; ofreciendo oportunidades para los jóvenes; suplicando amnistía para los presos, cuidado para los enfermos y ancianos, seguridad para los inmigrantes. La bula recuerda que la base fundamental de la esperanza cristiana es la fe en la vida eterna y en la resurrección de los muertos.

Al tratarse de un año jubilar, la bula invita a recurrir al sacramento de la penitencia, que nos asegura que Dios, bondadoso, compasivo y misericordioso, perdona nuestros pecados. Y añade algo importante: la experiencia del perdón debe abrir nuestro corazón y nuestra mente a perdonar. Perdonar no cambia el pasado, pero puede permitir que cambie el futuro y se viva de manera diferente, sin rencor, sin ira ni venganza.

Francisco recuerda que el testimonio más convincente de la esperanza lo ofrecen los mártires, firmes en la fe en Cristo resucitado. Mártires que pertenecen a diversas tradiciones cristianas. Por eso el Papa expresa su vivo deseo de que haya una celebración ecuménica donde se ponga de manifiesta el testimonio de la riqueza de estos mártires. Finalmente, la bula tiene unas estupendas reflexiones sobre María como madre de la esperanza.

Según la carta a los hebreos (6,19) la esperanza es como un ancla firme y segura de nuestra alma. “La imagen del ancla, dice el Papa, es sugestiva para comprender la estabilidad y la seguridad que poseemos si nos encomendamos al Señor Jesús, aun en medio de las aguas agitadas de la vida. Las tempestades nunca podrán prevalecer, porque estamos anclados en la esperanza de la gracia”.

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7
May
2024
Los cuatro sentidos de la Escritura
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EscrituraSagrada

Un viejo pareado, reproducido por el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 118), que tiene su origen en la Edad Media (atribuido al dominico Agustín de Dacia), resume la significación de los cuatro sentidos de la Escritura. Dice así:

 

"Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia"
(La letra enseña los hechos,
la alegoría lo que has de creer,
la moral lo que has de hacer,
la anagogía a dónde has de tender).

La letra enseña los hechos. La Escritura narra hechos, acontecimientos, cosas que sucedieron. No es una exposición de doctrina ni una colección de mitos. Dios se revela a través de una historia, la historia de Israel y la historia de Jesús de Nazaret. Esta historia es la raíz y el fundamento de los tres sentidos posteriores. En primer lugar, de la alegoría, pues las palabras y la historia nos orientan hacia un misterio, es decir, a un conjunto de verdades sobre Dios, Cristo y su Iglesia. La alegoría revela el sentido oculto de la historia, se refiere a aquello que hay que creer.

Tras la alegoría, viene el sentido moral. Pero no se trata de una moral cualquiera, sino de una moral que es consecuencia directa de la doctrina, que indica por dónde debe caminar el cristiano si quiere seguir a Cristo y actuar según la voluntad de Dios. El misterio de Dios ilumina lo que es el ser humano y en Cristo encontramos el modelo más acabado de humanidad. Por eso, creer en Cristo implica un cambio de vida, una vida nueva. Finalmente, el sentido anagógico: se trata de las realidades celestiales, del misterio plenamente desvelado, de aquello que nos espera, de la vida eterna en la que serán colmadas todos nuestros deseos. La vida eterna es Dios mismo, gozo del corazón humano y plenitud total de todas sus aspiraciones.

Estos cuatro sentidos forman el edificio de la vida cristiana. San Jerónimo decía que en el sentido histórico o literal encontramos los cimientos del edificio; la alegoría sería comparable a los muros; la tropología aseguraría la decoración interior, el buen orden de la casa; y, finalmente la anagogía lo completaría todo a modo de techo. La comparación es buena, pero siempre que no nos lleve a separar un sentido del otro. No se trata de cuatro partes de un mismo todo, sino de una misma realidad vista bajo distintos aspectos inseparables, estrechamente interconectados y relacionados. La alegoría o doctrina expone el sentido de la historia o de la letra; la moral es la doctrina hecha vida del creyente, es Cristo acogido en el alma y el corazón; y la anagogía o escatología no es simplemente la recompensa, es la realidad del dogma, no solo vivido, sino realizado y triunfante.

La Sagrada Escritura, bien leída e interpretada, está en la base de toda vida cristiana, porque ella nos conduce al misterio de Cristo. San Jerónimo decía que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo. Por eso es importante que todo cristiano conozca la Palabra de Dios que se nos entrega en la sagrada Escritura.

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3
May
2024
Los ateos también son creyentes
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En el fondo, todos somos creyentes: o bien creemos que Dios existe o creemos que no existe. Y, a partir de este presupuesto, de este pre-juicio, de esto que “creemos”, leemos toda la realidad, seamos o no conscientes de ello.

Viendo el mismo cielo, el primer astronauta ruso que salió al espacio, Yuri Gagarin, al regresar a la tierra pudo decir: me he paseado por el cielo y no he visto a Dios en ninguna parte. Se le puede responder que a Dios no se le ve, porque es inmaterial. Pero cabe replicar que lo que no se puede ver de ningún modo, probablemente no existe. Se puede seguir contra argumentando: ¿por qué la realidad tiene que terminar allí donde alcanzan nuestros sentidos y nuestra inteligencia? Y viendo el mismo cielo, el salmista puede decir: “los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos”. No cabe duda de que la contemplación del universo tan maravilloso que nos hemos encontrado todos al nacer y que seguirá ahí después de nuestra muerte, plantea muchas preguntas. Pero decir que los cielos proclaman la gloria de Dios, solo puede decirlo el creyente. El no creyente puede argumentar que los cielos nada proclaman, porque están en completo silencio.

Para unos y otros, los que se proclaman creyentes y los que dicen no creer en Dios, la fe termina siendo el motor último de su vida y el presupuesto desde el que interpretan toda la realidad. El uno y el otro creen en la coherencia y sentido de sus posiciones, pero no pueden demostrarlas apodícticamente, no pueden alcanzar seguridad total y absoluta objetividad. El increyente, por más justificación que quiera encontrar a su actitud, no puede probar que el positivismo es la verdad. Lo cree. No puede demostrar de forma concluyente que este universo sensible, que él afirma ser el Todo, constituye verdaderamente todo lo real. Tampoco el creyente puede ofrecer una prueba matemática de Dios y de su Reino. Quizás pueda encontrar argumentos más o menos convincentes, pero nunca concluyentes. Ante los hechos y los acontecimientos, creyentes y no creyentes realizan una interpretación, ofrecen una lectura diferente de la misma realidad. En este sentido su conocimiento, más aún, su vida toda se basa en una fe.

En el fondo, todos basamos nuestras certezas religiosas (positivas o negativas) en convicciones no demostradas. Por eso pudo decir Tomás de Aquino que en toda fe, hay un aspecto equiparable a la duda. Quizás podríamos encontrar ahí un punto de partida común para comenzar el diálogo y llegar a la conclusión de que las grandes cuestiones sobre Dios, el universo, la vida, la muerte, terminan planteando una pregunta que nos abre al misterio, el misterio del ser y quizás el misterio del Ser: ¿por qué hay vida, por qué hay algo y no nada, cómo es posible que un ser como el humano con tantas posibilidades y potencialidades no pueda desarrollar sino una milésima parte de ellas en su corto espacio de vida? Más aún: ¿del mismo modo que, sin saber cómo, nos hemos encontrado con la vida, no podríamos, sin saber cómo, encontrarnos de nuevo con ella?

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