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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

8
Abr
2020
Alivio en la misericordia de Dios
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crufmarfil

En el viernes santo de este año 2020, en la que por primera vez muchos cristianos se verán impedidos de celebrar la liturgia de este día en sus parroquias y comunidades habituales, pero que será posible seguir por medios telemáticos, la liturgia añadirá a las tradicionales y solemnes preces de este día, una más. La monición dirá: “Oremos también por los afectados por la epidemia del coronavirus”. Y esta será la oración: “Dios Dios todopoderoso y eterno, singular protector de la enfermedad humana, mira compasivo la aflicción de tus hijos que padecen esta pandemia; alivia el dolor de los enfermos, da fuerza a quienes los cuidan, acoge en tu paz a los que han muerto y, mientras dura esta tribulación, haz que todos puedan encontrar alivio en tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amen”.

La oración a quién le hace bien es a nosotros. Y esta oración puede hacernos mucho bien. Nos hará cobrar conciencia de que Dios está muy presente en la aflicción de los que padecen la enfermedad. En la cruz, Dios parecía ausente y, sin embargo, estaba muy presente. Los evangelios de Mateo y Marcos han puesto en boca de Jesús crucificado unas dramáticas palabras, que son el comienzo del salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” No estamos ante un grito de desesperación, sino ante el comienzo de un salmo lleno de esperanza. El salmo presenta la figura de un inocente y perseguido, rodeado de adversarios que buscan su muerte. En esta situación, el inocente se dirige a Dios, que no responde y parece lejano. A pesar de todo, busca el contacto con este Dios, busca una relación que pueda darle consuelo y salvación.

El viernes santo, todos, desde nuestras casas, podemos unirnos sinceramente a la oración de la Iglesia y al grito de Jesús: mira Señor nuestra aflicción, alivia a los enfermos, da fuerza a quienes los cuidan, acoge a los difuntos y haz que todos encontremos alivio en tu misericordia. Aunque algunos piensen que tú no existes o que no te interesas por nosotros, los que creemos en ti sabemos bien que eres el Dios vivo de la historia y que tu principal interés es nuestro bien, aunque, a veces, también a nosotros nos resulte difícil comprender como se relaciona lo que sucede con tu inmensa bondad.

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5
Abr
2020
Sorprendente esperanza
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amanecer

En estos tiempos difíciles hay una ola de comunicación por medios no presenciales, que muestra la necesidad que tenemos de sentirnos acompañados. Y hay una ola de solidaridad, de apoyo y ayuda, que tiene su mejor expresión en la labor que hacen médicos y enfermeras. Pero también en otras manifestaciones mas sencillas, como cuando un amigo te pregunta sinceramente si puede hacer algo por ti. En muchos monasterios, las monjas, esas mujeres que cuando no se las conoce parece que están alejadas de la gente, resulta que dedican su tiempo a hacer mascarillas que luego reparten gratuitamente a instituciones y personas. Esta ola de solidaridad no sorprende demasiado, porque en el fondo todos tenemos un corazón sensible y vemos nuestra pena reflejada en la pena de los demás.

En estos difíciles momentos hay también una ola de fe en Dios, que se manifiesta, por ejemplo, en el seguimiento que tienen las muchas eucaristías virtuales, y también muchos rezos corales en los monasterios. O en las cadenas de oración, unas más acertadas que otras. Dice el refrán que la gente se acuerda de Santa Bárbara cuando truena, es decir, en caso de necesidad los creyentes buscan la ayuda de Dios, lo cual es una manera de reconocer la propia limitación. Nos creemos muy poderosos y, de pronto, descubrimos que no podemos con todo ni lo podemos todo. Tampoco, pues, resulta sorprendente este despertar de la fe en medio de las dificultades.

Pero lo que sí resulta sorprendente es la esperanza. Cada día ojeamos los periódicos, escuchamos la radio, buscamos en internet noticias positivas, datos que nos permitan pensar que eso que hoy va tan mal, mañana irá mejor. Sin esta esperanza los sanitarios no se esforzarían, las personas no tomarían precauciones. La esperanza es lo que nos mueve y nos sostiene. Pero resulta sorprendente que el presente no augure nada bueno y, sin embargo, estemos luchando por un mañana mejor. Hace falta una gracia increíble para convencerse de que después de cada noche viene un amanecer.

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1
Abr
2020
La gran pregunta
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soyparaotro

El ser humano, además de hacerse muchas preguntas, de un modo u otro, termina preguntando por sí mismo: ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? Estas preguntas nunca encuentran una respuesta definitiva. En muchas ocasiones, las respuestas terminan apelando a una “fe”: “creo” que vengo de Dios, o “creo” que no voy a ninguna parte, porque mi vida se acaba con la muerte.

Una prolongación de las anteriores preguntas sería: ¿para qué estoy aquí? ¿Estoy aquí para aprovecharme de la vida propia y de la vida ajena, estoy aquí para sufrir, o quizás estoy aquí para hacer de mi vida un servicio a la justicia, a la verdad, al bien, a la belleza? Sería bueno profundizar aún más y preguntarnos para quién estamos aquí. Las preguntas por el quién soy y para qué estoy pueden terminar desembocando en uno mismo. Son preguntas que no nos sacan de nosotros mismos. Pero la pregunta: ¿para quién estoy aquí?, necesariamente me reenvía más allá de mi mismo, me orienta al encuentro con el otro, con los otros. Me hace caer en la cuenta de que yo no soy único, más aún, que hay otros que reclaman ayuda, una ayuda que yo estoy en condiciones de dar. Estoy en condiciones, sí, pero ¿estoy dispuesto a darla?

El Papa Francisco, en su carta Christus vivit (286) ha afirmado: “Quiero recordar cuál es la gran pregunta. Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy yo?”. Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros”. La respuesta a la pregunta para quién soy yo, nos obliga a tomar postura: ¿no soy para nadie, soy solo para mi mismo, o soy para otros? La fe cristiana, nos invita a responder que somos para Dios. Y ser para Dios es ser para otros, es ser para amar a los hermanos.

También desde posiciones humanistas es posible responder que somos para otros. Un buen padre o una buena madre, aunque no sean creyentes, pueden pensar que su vida es para educar y proteger a sus hijos, y actuar en consecuencia con su convicción. Por mi parte, estoy convencido de que vivir “para los demás” es un signo de la presencia del Espíritu Santo en la vida de quién así vive, aunque no pueda ni demostrarlo y, muchos menos, forzar a nadie a que se lo crea. Porque la buena fe es respetuosa con las convicciones de los otros y se alegra cuando estás convicciones coinciden con la propia buena fe.

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29
Mar
2020
Virus tóxico y otros venenos
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virustoxico

Están circulando estos días, en boca de personajes políticos y en otras bocas, algunos asertos y malas recetas. Calificar el virus de “gripecita” como ha hecho el presidente del Brasil es una irresponsabilidad, indigna de alguien que debe actuar con mucha responsabilidad. ¿Y qué pensar de esos dirigentes estadounidenses que supeditan la salud y la vida de los abuelos a la economía? Los políticos, a veces, piensan con poca perspectiva, incluidos algunos de los nuestros que, estando bien informados de la gravedad del virus, tomaron las decisiones un poco tarde por intereses políticos más que sanitarios.

Hay opiniones sobre el virus que sería mejor evitar. A veces son exageraciones, otras veces son bulos, en todo caso noticias no confirmadas. No hace falta exagerar nada, porque la realidad es por sí misma bastante seria. Necesitamos la verdad, sí, y también necesitamos algún rayo de esperanza. Exagerar las cosas o difundir mentiras es muy grave. Una de las mentiras difundidas (a través de WhatsApp) es la de una persona, con voz compungida, que pedía que le enviasen (a una dirección de correo electrónico) cartas de solidaridad para ancianos enfermos. Se trataba de un hacker que pretendía hacerse con nuestros correos. Para ser justos hay que decir que otras personas (sanitarios desde hospitales) de buena fe, y sin engaño, están pidiendo cartas para enfermos por correo electrónico.

Tampoco es de recibo atribuir la pandemia a la voluntad castigadora de Dios por nuestros muchos pecados, aunque a los difusores de esta tesis parece que sólo les interesan los pecados que tienen que ver con la sexualidad o el aborto. Pecados y males de todo tipo han existido desde el comienzo de la historia, aunque ahora tengan características propias. Hablando de males y de malos, los malos son esos jóvenes desalmados que en La Línea han apedreado una furgoneta con ancianos enfermos.

El Dios cristiano es el Dios de la esperanza, que ama a todos por igual. A todos por igual. Con todo su infinito amor. Sin duda, no es fácil mantener la esperanza en circunstancias difíciles. A los cristianos se nos exhorta a “esperar contra toda esperanza” (Rm 4,18). Como bien ha dicho el Papa, vamos todos en la misma barca en medio de una tempestad. Y, aunque parezca dormido, en esta barca está Cristo. Unidos a él, es necesario que nos apoyemos mutuamente.

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26
Mar
2020
Eucaristía virtual por coronavirus
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eucristiavirtual

La próxima semana santa será extraña. Muchos ciudadanos notarán a faltar las típicas procesiones que, además de ser un evento religioso, se han convertido en eventos culturales, que atraen turismo. Lo más importante: muchos católicos lamentarán no poder acudir presencialmente a los Oficios del jueves y viernes santo, y a la vigilia pascual. Las procesiones no, pero los oficios sí que podrán seguirse y verse por televisión o por redes sociales. Pero no es lo mismo, porque un elemento fundamental de las celebraciones es la comunidad. La Eucaristía requiere presencia de pueblo, porque es celebración de la Iglesia que hace Iglesia.

También es verdad que es posible estar unidos sin estar juntos. Y estas celebraciones virtuales pueden servir para sentirnos unidos sin estar juntos en un mismo lugar. El tiempo de confinamiento que vivimos pone en valor la comunión de los santos, más allá de la presencia física. De hecho, las generaciones jóvenes viven lo virtual como real, la no presencia física no hace que la relación y comunicación entre ellos sea menos real.

Lo que va a ocurrir en semana santa y lo que está ocurriendo ya estos días, con bastantes sacerdotes retransmitiendo la Eucaristía por internet, va a provocar, cuando acabe esta crisis, algún que otro estudio y discusión sobre “lo presencial” y “lo real” en las celebraciones, no sólo a propósito de la Eucaristía, sino también a propósito de la confesión. Se han dado ya intentos, tanteos, permisos y rectificaciones a propósito de si es o no legítima y válida la confesión por teléfono o por videoconferencia.

Como se suele decir “más vale eso que nada”. Pero, sobre todo, en buena teología y doctrina eclesial hay que recordar un gran principio de Tomás de Aquino: “Dios no ha ligado su poder a los sacramentos, hasta el extremo de no poder conferir sin ellos el efecto sacramental”. Inspirado en tal doctrina, el Catecismo de la Iglesia Católica ha hecho esta aplicación al sacramento de la reconciliación: la llamada contrición perfecta (o sea, el arrepentimiento sincero) obtiene el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto como sea posible a la confesión sacramental. 

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22
Mar
2020
Clausura por virus y clausura monástica
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claurusa

En estos difíciles tiempos, en los que, prácticamente en el mundo entero, se recomienda vehementemente que permanezcamos en casa, a algunos les resulta tentador comparar la clausura monástica con la clausura provocada por el coronarirus.

Clausura no es cárcel. Los que viven en clausura tienen la llave de su casa y pueden abrir la puerta y salir cuando quieran. Otra cosa es que haya peligros no deseados al salir. Pero la clausura no es algo impuesto ni forzoso. Los que están en una cárcel desean salir, y no pueden. Los que están en clausura no salen porque no quieren. Es una diferencia muy seria.

Ahora bien, entre la clausura monástica y la que en estos días estamos invitados a guardar los ciudadanos hay una diferencia fundamental. El motivo de estar clausurados en casa es temporal; esta clausura sólo durará un tiempo más o menos largo; cuando el motivo sanitario desaparezca, ya no habrá clausura casera. La clausura monástica es por motivos religiosos y no depende de ninguna otra circunstancia.

Establecidas las diferencias, los cristianos podemos sacar una gran lección de la clausura. Porque, cristianamente hablando, la clausura no es algo propio de monjas y monjes. No es algo negativo, sino muy positivo. Corresponde al principio paulino de no conformarse a la mentalidad de este mundo (Rm 12,2). Clausura es cerrar la puerta a todo aquello que pueda separarnos de Dios. Y, por extensión, a todo aquello que pueda dañarnos, como es el caso del virus. En este sentido, la clausura es algo propio de todo cristiano, e incluso de todo ser humano digno de este nombre: sería un símbolo de las rejas que hay que colocar ante el mal, para evitar encontrarnos con él.

Los cristianos, en la actual situación que nos obliga a permanecer recluidos en casa, podríamos recordar estas palabras de Jesús: “cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. En la vida de todo creyente hay un espacio reservado y separado, que está en función del encuentro con Dios y con Cristo. La clausura anuncia una posibilidad ofrecida a cada persona y a toda la humanidad de vivir únicamente para Dios, en Jesucristo.

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20
Mar
2020
Haz el bien porque no sabes a dónde llega
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vidrieradomingo

El bien es difusivo, se expande, se contagia. También el mal, desgraciadamente. Como el mal hace más ruido parece que se contagia más. Pero seguramente no es así, porque el bien, por silencioso que sea, tiene más fuerza que el mal. Cierto, a veces es más fácil saber a dónde llega el mal que a dónde llega el bien. Pero eso no es motivo para dejar de hacer el bien. A veces no sabemos a dónde llega, pero puede llegar muy lejos. La influencia de las clases de teología que he dado a lo largo de mi vida se ha multiplicado gracias a mis buenos alumnos, que se han aprovechado de ellas para sus catequesis, sus homilías, sus reflexiones, que han oído muchas personas que no conozco ni conoceré.

No pretendía hablar de mi. Pido perdón. Pretendía hablar de un alumno mío que, gracias a sus méritos propios, se ha convertido en un excelente artista, un pintor modernista, cuyos cuadros de tipo religioso se pueden encontrar ya desperdigados por el mundo entero. Estoy hablando de Félix Hernández Mariano, fraile dominico. Supongo que no te importa que te cite y utilice el género literario de dirigirme a ti. Me he llevado una sorpresa mayúscula y agradable cuando he visto que, en una parroquia de Santo Domingo, en la República dominicana, diez de las vidrieras de la Iglesia son “tuyas”, o mejor, están decoradas con tus pinturas. Debajo de cada vidriera, además de poner el motivo del cuadro, pone tu nombre. Es un ejemplo más de como tu influencia artística, pero también tu influencia catequética a través del arte, ha llegado muy lejos.

Vivimos tiempos difíciles a causa de este virus peligroso que se contagia con relativa facilidad. Es otro ejemplo de cómo el cuidado que podamos tener, las precauciones que debemos tomar, van a llegar más allá de lo que podamos imaginar. Quizás nunca lo sabremos, pero el gesto sencillo de lavarnos las manos o de taparnos con el brazo al estornudar, han evitado que otro se contagiase. Quizás nunca lo sabremos, pero el bien estará hecho, sin darnos cuenta. Porque lo importante no es que nos demos cuenta o que nos den las gracias. Lo importante es hacer el bien.

La foto que acompaña a este post la he tomado yo. Se trata de una de las vidrieras de las que antes he hablado, titulada “Santo Domingo de Guzmán”.

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17
Mar
2020
Solidaridad y ayuno eucarístico en tiempo de virus
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eucaritia03

Los cristianos creemos que hay una solidaridad debida a la acción del Espíritu Santo, de tal modo que la oración que uno hace, repercute para bien en los demás. Una manifestación de esta solidaridad espiritual es el recordatorio que se ha hecho a los sacerdotes de que, aunque no puedan celebrar Misas en público, sí pueden y deben seguir celebrando la Eucaristía en privado, y en esta celebración deben elevar peticiones para la erradicación de la pandemia, por los fallecidos, los enfermos y los profesionales sanitarios. Otra muestra de solidaridad, también muy espiritual, es la oferta que ha hecho el Arzobispo de Valencia de poner las casas de ejercicios y los templos que fuesen necesarios a disposición de las autoridades civiles para la asistencia sanitaria que se requiera.

Por otra parte, podríamos considerar como un inesperado y paradójico ayuno cuaresmal la supresión de las celebraciones de la Eucaristía con participación de fieles que, en bastantes diócesis españolas, hubo este pasado domingo. Bien podríamos decir que este ayuno es muy fácil materialmente. Se trata de no hacer nada, de no movernos de casa, de no acudir a la Iglesia. Sin duda, a algunos este ayuno le resultará existencialmente difícil de aceptar. Porque se trata de “ayunar” de la celebración eucarística y de la recepción del sacramento. Este ayuno puede compensarse con una práctica tradicional que ahora resulta oportuno recuperar: la comunión espiritual.

Lo voy a decir bien claro: los efectos de una buena comunión espiritual pueden ser tan eficaces como los de una comunión sacramental. En estas circunstancias cobran especial relevancia y actualidad estas palabras de Tomás de Aquino: “Dios no ha ligado su poder a los sacramentos, hasta el extremo de no poder conferir sin ellos el efecto sacramental”. Dios no está atado a nada, ni siquiera a los sacramentos, y su gracia actúa con una total libertad, en los sacramentos y fuera de ellos.

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13
Mar
2020
Tiempo de virus, momento de rezar
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cruzmoderna

Estoy de acuerdo con el Arzobispo de Valencia: es un momento para orar. Todos los momentos son buenos para rezar. Orar es cobrar conciencia de que toda nuestra vida, con sus preocupaciones, inquietudes y necesidades, está en manos de Dios. Por eso, en la oración explicitamos aquellas preocupaciones del momento presente. Y en estos momentos, la preocupación dominante de muchos creyentes (y no creyentes) se llama “coronavirus”. Por eso, es bueno, es necesario orar por los infectados, por sus familias, por las autoridades sanitarias y, en general, por todos aquellos que pueden colaborar a frenar esta pandemia.

San Pablo exhortaba a los cristianos a “orad continuamente”, en todo tiempo y momento, en los buenos y en los malos. Es verdad, lo humanos somos así de egoístas, y nos acordamos de Dios cuando las cosas van mal. Pero más vale acordarse de Dios en la necesidad, confiando en su bondad y misericordia, que maldecirle y protestar. La pandemia no viene de Dios, viene de la naturaleza finita y, quizás de la libertad humana. Y la actuación de Dios para que desaparezca el virus pasa a través de la mediación humana, de la medicina, de las precauciones que debemos tomar, del mutuo cuidado que debemos darnos.

¿Hay que ver en este desgraciado acontecimiento algún signo divino? Es mejor no entrar en este juego. Dios siempre quiere nuestro bien. La voluntad de Dios en esta pandemia, que es una más de las muchas desgracias naturales que a lo largo de la historia han asolado a la humanidad, es clara: debemos cuidar de los enfermos y cuidarnos a nosotros, solidarizarnos con los más afectados, tomar las medidas adecuadas para no contaminarnos y no contaminar. No es tiempo de fundamentalismos baratos ni de discusiones sobre si la comunión en la lengua es más santa que la comunión en la mano. Eso son cosas nuestras. A Dios lo único que le importa es que respetemos al prójimo y nos amemos los unos a los otros.

Quizás sea un buen momento para recordar que todos somos solidarios, que dependemos los unos de los otros; el otro depende de mí y yo dependo del otro. Eso que ahora parece muy claro, es la ley del universo: todo está relacionado; lo que daña a uno, daña a todos; lo que perjudica a la naturaleza, perjudica al ser humano; lo que hacemos o dejamos de hacer tiene repercusiones. Evitemos, pues, las repercusiones malas y favorezcamos las buenas.

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11
Mar
2020
Estructuras de gracia
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ramo

A la luz de lo dicho en el post sobre las estructuras de pecado, resulta de suma importancia crear estructuras de gracia y de misericordia. Muchas santas y santos han creado tales estructuras, que han tenido un alcance más allá de su vida. Si una persona promueve comedores sociales o residencias sanitarias de bajo coste para personas con pocos recursos, está creando estructuras de gracia, que pueden incitar a otros a seguir su ejemplo. Las estructuras de gracia, como las de pecado, pueden reforzarse, multiplicarse e ir más allá de lo que quizás imaginaron sus primeros promotores.

No debemos minusvalorar la importancia de las estructuras, porque ellas pueden tener mayor influencia que las acciones individuales en promover el bien y evitar el mal. Otro ejemplo, podría ser el caso del aborto. Es cierto que hoy hay estructuras legislativas y sociales que parecen favorecerlo. Pues bien, la contrapartida no es solo la condena de tales estructuras, sino la creación de otras que ayuden a las mujeres que se encuentran en situaciones de extrema dificultad. Las ayudas individuales pueden no ser suficientes. Sin duda, son más eficaces las ayudas estructurales, la creación de redes de ayuda a las mujeres y de acogida segura de los niños.

Las peores perversiones son las que se esconden bajo capa de piedad. Estas perversiones se han dado siempre, aunque sólo últimamente, debido a la nueva sensibilidad social y a la difusión universal de la información, se hayan conocido más allá del lugar y espacio concreto donde ocurrieron. Las barreras religiosas son las más difíciles de atravesar. Por eso es bueno que hoy los responsables de las instituciones religiosas, además de condenar lo condenable, creen fondos de solidaridad efectiva con las víctimas y comités que funcionen “de oficio” para prevenir todos los casos inaceptables. Y, por supuesto, para buscar la verdad, porque cuando el río anda revuelto aparecen pescadores que quieren pescar donde no hay.

Hoy se ha ampliado la gama de calificaciones del pecado: crímenes contra la humanidad, pecado estructural, pecado ecológico, pecados que claman al cielo, pecado colectivo, pecado cibernético. Más allá de las palabras, de lo que se trata siempre es de identificar todo aquello que puede conducir al bien y apartarnos del mal. La situación de desarrollo y progreso a la que hoy hemos llegado ha creado nuevas posibilidades para el pecado. Eso no se soluciona con lamentos ni negando los bienes que también han aportado el progreso, la técnica, la medicina, internet y los medios de comunicación. Se soluciona introduciendo en ellos elementos de gracia. Por eso, el anuncio del Evangelio es más urgente y necesario que nunca.

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