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Vicente Ferrer, predicador de los misterios de Cristo
3 comentariosEl próximo lunes se celebra en Valencia la fiesta de San Vicente Ferrer, patrono de la Comunidad valenciana. Muchas cosas podrían decirse de san Vicente Ferrer. Voy a fijarme en uno de los principales aspectos de su vida, su faceta de predicador. San Vicente, más que un predicador apocalíptico, es un predicador de los misterios de Cristo. Del Cristo que ha venido, y también del Cristo que vendrá para juzgar a vivos y muertos. Pero este juicio no es una mala noticia. Porque el juicio, como todo en la vida de Cristo, estará modulado por la misericordia. Y el criterio del juicio será el amor, nuestra actitud para con el prójimo.
Para explicar la vida de Cristo, el santo valenciano se sirve de ejemplos que sus oyentes entendían. Como estamos en tiempo pascual me parece oportuno fijarme en uno de sus sermones, en el que explica que después de su resurrección, Cristo se presentó a sus discípulos bajo tres figuras o imágenes, como peregrino, como jardinero y como mercader, mostrando así las tres formas de vida que había tenido en el mundo. Observación de una gran importancia teológica esa que hace el santo: el resucitado muestra la forma de vida del Crucificado; sin la referencia a la vida de Jesús no hay modo de comprender su resurrección.
Las tres imágenes que retratan esa vida y que muestra el resucitado son: fue peregrino durante su vida en esta tierra, donde no tenía casa ni sitio donde reposar su cabeza; fue jardinero por su predicación, pues el jardinero desarraiga las malas hierbas y planta las buenas, como Cristo hacía por medio de su palabra; y fue mercader, porque su muerte fue el precio de nuestra redención.
Añade el santo que nosotros, en el seguimiento de Cristo, estamos llamados a ser peregrinos, o sea, a vivir moderadamente y como quién no tiene su morada en este mundo, pues los cristianos tenemos otra ciudad, la celestial, por eso somos huéspedes y peregrinos sobre la tierra. Estamos llamados a ser jardineros, pues cada uno debemos desarraigar de nuestra vida las malas hierbas, o sea, soberbias y vicios, y plantar en su lugar la humildad y demás virtudes. Y estamos llamados a ser mercaderes, perseverando en una vida santa, para que al término de nuestro viaje podamos recibir el premio del cielo.