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Dic2011Omnipotencia sin ser capricho
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Dic
Dios, el Creador, es esencialmente poderoso. Puede cuanto quiere, pero sólo quiere lo que por su esencia tiene que querer. Su esencia es Amor. Por eso el acto creador es libre, sin ser arbitrario ni caprichoso. Un Dios que no crease libremente sería un Dios menesteroso, un artista que satisface en la creación una necesidad de su naturaleza o se libera de una carga interior. Igualmente sería menesteroso un Dios que crea porque anhela o añora el amor. En realidad, el Dios judeo-cristiano crea porque rebosa de amor. Un mundo y un hombre producto de la menesterosidad de Dios no podrían ser nunca mundo libre o un hombre con capacidad de plantarle cara a Dios y decirle que no o que sí.
Pero la libertad divina no es capricho. El Dios bíblico no se comporta como un déspota, que en su actuar se atiene sólo al humor del momento, y al que le resulta indiferente el derecho o la injusticia, la vida o la muerte, el hacer u omitir un acto. No es un Dios para el que es lo mismo crear y aniquilar, un Dios que exige de sus fieles que le adoren, o mejor que le teman por igual en uno y otro momento. Produciendo y ejecutando el derecho y la justicia es como se acredita el poder propio del Creador, el poder que realiza lo necesario. La omnipotencia del Dios bíblico es Sabiduría permanente, no ocurrencia momentánea o capricho arbitrario.
El Dios bíblico es el que traza en el cielo el arco iris, como señal que le obliga a no dejar que se acabe la vida mientras haya tierra. El Dios que da su alimento al ganado y se ocupa y preocupa de los cabellos de la cabeza del hombre. No con la ocupación del que siempre está encima y agobia, sino con una providencia universal que deja que la realidad funcione y madure por sí misma. Este modo de actuar del Dios bíblico (en contraste con otros dioses de los que hablé en un post anterior) es la que permite entender al hombre como hijo de Dios. Hijo es más que criatura. Hijo es incompatible con ser súbdito. Los hijos no están sometidos.