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Para que tú sigas naciendo
2 comentariosEl pasado año felicité las fiestas de Navidad a los benévolos lectores con unos versos que traducidos suenan así: “Aunque naciera mil veces en Belén / sin nacer entre tú yo / nunca le veríamos crecer”. He recordado estos versos porque me han enviado el enlace de un video sobre el adviento. El video, tras indicar que el adviento es tiempo de esperanza y no de espera, entra a reflexionar sobre el nacimiento de Jesús y lo hace desde un doble nivel que va precedido de un doble estribillo: “para que tú nacieras” y “para que tú sigas naciendo”.
Para que Jesús naciera fue creado el universo y fue creado el ser humano. Es una idea teológicamente correcta, pues la creación del ser humano a imagen de Dios es el presupuesto de la Encarnación: Dios puede hacerse hombre porque en el hombre hay capacidad de acoger lo divino; la Encarnación es la consecuencia última y la mejor realización de la imagen de Dios en la persona humana; en la Encarnación queda claro que el ser humano “es” en la medida en que se entrega a Dios. Por este motivo, Jesús, perfecta imagen de Dios, es la plenitud de lo humano. Igualmente para que Jesús naciera, Dios trabajó la sensibilidad religiosa de un pueblo e hizo con él una historia de salvación, buscando las mínimas condiciones culturales y espirituales para que su Hijo pudiera ser acogido.
Pero para vivir cristianamente el misterio de la Encarnación no basta con referirse a Jesús de Nazaret. Pues con la encarnación, Dios se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano, incluso cuando el ser humano no es consciente de ello. Por eso es necesario que “Jesús siga naciendo”. ¿Cómo sigue naciendo? En la medida en que nosotros nos transformamos con mayor perfección en imagen de Cristo y vivimos, aplicados y traducidos a nuestra circunstancia, los valores evangélicos. Para que Jesús siga naciendo es necesario que los cristianos anunciemos la Palabra de la verdad y la vivamos con amor; es necesario que la Palabra siga haciéndose carne de toda carne humana. El adviento nos prepara nos solo a contemplar el misterio del nacimiento (“para que tú nacieras”), sino a dejar crecer hoy en nosotros este misterio (“para que tú sigas naciendo”).