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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

4
Nov
2021

Ejemplaridad

3 comentarios
ejemplaridad

Hay buenos y malos ejemplos. Los buenos invitan a la imitación. Los malos provocan rechazo. Los ejemplos remiten a las personas. Una persona es ejemplar cuando es digna de ser imitada, al menos en alguno de sus aspectos. Pero hay personas que son ejemplos de lo que no hay que hacer.

En todos los ámbitos de la sociedad hay personas notorias o públicas que ofrecen malos y buenos ejemplos. Hay políticos, periodistas, empresarios, profesores corruptos, que mienten o defraudan. Y también hay políticos preocupados por el bien del pueblo, periodistas que buscan la verdad, empresarios con sensibilidad social, profesores sacrificados que ayudan a sus alumnos. Cuando se trata de personajes públicos suele ocurrir que los malos ejemplos llegan muy lejos, y a los buenos, a veces, se les presta poca atención.

En el terreno religioso o eclesiástico ocurre algo parecido: los malos ejemplos tienen un alcance largo y hacen mucho ruido, con el agravante de que, más aún que del resto de actores sociales (políticos, empresarios, científicos), del eclesiástico se espera un plus de moralidad, buen hacer, bondad o sacrificio, incluso más allá del estricto cumplimiento de la ley. En los últimos años hemos conocido casos de fundadores de congregaciones religiosas que pregonaban la más estricta moralidad en sus intervenciones públicas y, en su vida privada, hacían todo lo contrario de lo que predicaban. También hemos conocido casos de clérigos y asimilados (varones y mujeres) acusados de abusar de su poder y de dañar a quienes debían cuidar. Digo hemos conocido, porque haber, debe haber más.

A esta tribu de personajes religiosos se les pueden aplicar esas palabras de san Pablo en Rm 2,24 (aunque sospecho que a ellos esa aplicación no les inmuta demasiado): “El nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones”. O sea, los pecados de aquellos que se presentan como “gente de Dios” y así los consideran erróneamente algunos, parece como si desprestigiaran a Dios, sobre todo ante los no creyentes, ante “las naciones”. En todo caso, no desprestigian a un Dios bien presentado y predicado, sino a un Dios mal presentado y, por tanto, un falso Dios.

En contraste con los malos ejemplos, los buenos, aparentemente, tienen un alcance corto, pero muy profundo y duradero, de modo que, a la larga, resulta más eficaz. Tienen un alcance corto porque el bien no hace ruido. Pero su influencia, al ser más cercana y personal, más de tú a tú, es más convincente. Los buenos ejemplos no se suelen encontrar donde hay publicidad, sino donde hay servicio desinteresado. Ahora bien, aquel que da “buen ejemplo” no actúa para dar ejemplo, actúa porque así se lo dicta su conciencia. Los buenos hacen el bien en toda circunstancia, aunque nadie se entere y nadie les vea. Al contrario del malo que puede hacer algo bueno para figurar, ser aplaudido o salir en la foto, el bueno no hace el bien para que le aplaudan, sino movido por su sentido del bien; dicho en términos religiosos, movido por el Espíritu Santo.

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M Pilar Melgar
4 de noviembre de 2021 a las 10:11

El ejemplo ciertamente arrastra, pero como muy bien matiza el P. Martín parece que la intención es distinta entre bueno y mal ejemplo, por este motivo pienso que hace más "ruido" la incoherencia entre lo que se aparenta ser y lo que demuestran los hechos. Ya lo dicen los Evangelios "haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que hacen"

Hormias
7 de noviembre de 2021 a las 08:58

Lis malos hacen más ruido.. La gente buens hace uma labor callada

Mardeli
9 de noviembre de 2021 a las 04:32

Considero que a veces nos falta considerar la trascendencia que tienen los buenos actos hacia un "otro" o hacia "otros". Toda persona a quien alcanza el buen actuar de un cristiano o no, no permanece oculta pues impacta directamente en el alma de esa persona. Creyente o no. Ilumina su vida, dándole otra perspectiva y un sentimiento de valoración hacia si mismo. Y cuando son recurrentes, más aún hasta siente la sugerencia en su interior de "hacer lo mismo" por los efectos que causa: hacer el bien es contagioso. De modo distinto ocurre con los malos actos que se comenten contra otro: dan origen al dolor, resentimiento, minusvalía y deseo de venganza. Moviliza en los otros los peores sentimientos y esto también es contagioso, sobre todo cuando el hecho circula entre conocidos. Para quien ejecuta esos malos ejemplos cada vez oscurece más su alma, se insensibiliza, le cuesta reconocer a los otros. En cambio para quien realiza los buenos actos deja vislumbrar un rayito de luz del amor de Dios. Y de esto, todos tenemos experiencia. Pidamos a Dios la gracia de no causar daño a nadie, y de hacer todo el esfuerzo posible como decía San Don Orione "haced el bien a todos, el mal nunca, a nadie" y esto causa mucha felicidad.

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