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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

1
Nov
2010

Cuando todo se para

5 comentarios

Hace un tiempo, acompañé a una comunidad de hermanas dominicas en unos días de retiro espiritual. El penúltimo día del retiro, cuando me dirigía al comedor de las hermanas para desayunar, me di cuenta de que había un cierto revuelo. Habían llamado al médico de urgencia. Las hermanas se dirigían hacia la enfermería, donde una hermana de casi 100 años se estaba muriendo. Yo le di la absolución. Las hermanas cantaron la Salve y rodearon su cama. Una estaba en la cabecera besando a la enferma. Yo le dije a la Superiora que, pasara lo que pasara, mis meditaciones estaban de sobra. Porque hay momentos en que el silencio es la mejor de las palabras.

Salí a la terraza. Al fondo, las montañas. Más cerca, los edificios de la ciudad, esos que construimos los seres humanos y que muchas veces nos sobreviven. ¿Sobreviven? ¡Pero si son piedras muertas! Se oía el trinar de los pájaros. Todo parecía silencioso. No pensaba en nada. Mi pulso estaba normal, quizás un poquito acelerado, pero no creo que llegase a las 85 pulsaciones por minuto. A mi edad tampoco está mal. De vez en cuando me asomaba a la habitación de la enferma. Allí estaban las hermanas, alrededor de su cama, la acariciaban, le decían palabras cariñosas. Parecía que la enferma quería decir algo, pero solo gemía. En aquella habitación había amor. Amor fraterno y amor de Dios, manifestado a través del amor fraterno.

Cuando llegó una enfermera seglar y se quedó con la enferma, las hermanas me pidieron que celebrase la Eucaristía. No hice homilía. Tras leer el evangelio dije: Hay momentos en los que solo cabe confesar la fe en la resurrección de Cristo y, fiados en su Palabra, avivar nuestra esperanza. No dije más. No hacía falta. De pronto todo quedó parado. La muerte deja un profundo vacío. Pero para los que creen en Cristo se trata de un vacío lleno de Dios. A la muerte no hay que temerla, porque no hay que tenerle miedo a Dios.

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Marrisadd
1 de noviembre de 2010 a las 17:05

Mi experiencia de unos años a esta parte,cuando algún familiar o persona conocida y querida fallece, es la del silencio.Me veo sumergida en un profundo silencio, el silencio ante el misterio de la vida , ante el misterio que es Dios.Entrar en el silencio es entrar en Dios ,en la eternidad y ante El,solo cabe callar guardar silencio porque sólo en el esta la respuesta al interrogante de la vida y la muerte.No tenemos unDios de muertyos sino de vivos y esperamos con fe atravesar la puerta que nos separa de este mundo al futuro,de esta vida a la eterna.Feliz dia de todos los santos,de los que yá gozan de la visión de Dios.

lola
1 de noviembre de 2010 a las 18:23

Que diferencia!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Puedo poner mil ejemplos, pero simplemente dire el de ayer. fallecio una mujer y fui a certificar, estaba sola, alli nadie cantaba la Salve, seguramente nadie le habia dado la uncion de enfermos ni le habrian hablado del Amor de Dios. Me recibio un hombre, que debia ser familiar, me dijo simplemente ha muerto esta señora, la cuidaba una mujer que parecia de la Europa del Este y no se veia afectada. Aunque eso tampoco se puede saber, yo lo estaba y nadie lo imaginaria.
Silencio si habia mucho.
Realmente estaba muerta, ya tenia signos y le habian puesto el pañuelo para que no se descolgara el maxilar inferior. Yo si la acaricie y pedi al Señor Misericordia,No se si alguien celebraria una Eucaristia por ella, por eso, por si acaso, esta mañana me he acordado en la que yo he ido. Ojala todos muriesemos como esa hermana que cuenta, asi nadie temeria a la muerte. Pero es una paradoja, ayer miles de jovenes hacian una fiesta a la muerte y sin embargo la temen mas que nadie , aunque prefieren vivir como si esta nunca fuese a tener lugar, pero sin duda no sera asi, pues todos moriremos. ¿Como lo haremos? Como la hermana del P Martin o como mi señora.

Milón
2 de noviembre de 2010 a las 00:47

¡Precioso testimonio! El predicador cediendo paso al sacerdote, éste al creyente y, finalmente, el último, a Dios. Magnífica armonía, como la de muerte-vida que aquí describes.

Desiderio
2 de noviembre de 2010 a las 14:11

Vaya Martín, muchas gracias por compartir este momento. En la soledad, en el silencio,... cuando todo se para, ¿se para de verdad? ¿No es acaso cuando realmente la vida funciona a toda máquina?

Bernardo
2 de noviembre de 2010 a las 18:15

Recuerdo el año pasado algo parecido, cuando murió mi abuela. Lo que más me sobrecogió fue el silencio del cuerpo, ya sin vida, de ella. Aunque su vejez y la enfermedad nos habían acostumbrado a casi no escucharla, su cuerpo seguía allí, recabando cuidados y cariño. Una vez que la muerte aparece, el silencio lo cubre todo, un silencio que puede dañar, pero que nos hace ser conscientes de la realidad humana, de nuestra finitud y de lo verdaderamente importante. En ese momento, todo se llena de recuerdos y de una necesidad abismal de presencia, justo cuando la ausencia llena la realidad.

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