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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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3
Mar
2023
¿Radicalidad evangélica? ¡Según y cómo!
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florradicalidad

Si calificamos la radicalidad de evangélica vamos bien orientados y damos un sentido positivo al término radicalidad. Pues la palabrita puede tener dos sentidos que, en cierto modo, parecen incompatibles. Según el diccionario de la Real Academia Española radicalidad puede significar una realidad fundamental, o algo extremoso e intransigente.

En efecto, radical es una palabra que proviene del latín “radix”, que significa raíz. En este sentido, radical es lo fundamental, lo que está en la base, lo que sostiene. Una de las principales asignaturas del currículo teológico es la “teología fundamental”, que se ocupa de reflexionar precisamente sobre lo que está en la base y hace posible toda la fe cristiana, a saber, que Dios se ha revelado, se nos ha dado a conocer en Jesucristo.

El problema de las grandes palabras es que pueden corromperse, no tanto por la firmeza con que se defienden, sino cuando se utilizan para atacar o descalificar a otros. Hay verdades fundamentales, con las que toda persona de buena voluntad debería estar de acuerdo. Pero cuando esas verdades se convierten en armas arrojadizas contra otros, entonces se corrompen. Defender las verdades fundamentales de la fe cristiana es muy necesario. Defenderlas atacando o descalificando a otros, puede terminar no sólo por corromper esa verdad, sino por hacerle decir lo contrario de lo que en realidad dice.

Hay quienes hablan de principios innegociables. La vida, sin duda, me parece innegociable, pues no tiene precio y, por eso, es sagrada e inviolable. Ahora bien, si se trata de cuestiones religiosas, la negociación o no negociación no me parece el terreno adecuado para tratar esos temas. La escucha, el diálogo, el testimonio y, a veces, el silencio, me parecen terrenos más favorables.

La Iglesia está llamada a favorecer encuentros, a acoger al diferente. Y de este modo, enriquecer lo que hay abriéndolo a lo que viene. Esto es ser radical, estar bien fundamentado. Desde estas raíces pueden brotar árboles con excelentes frutos.

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28
Feb
2023
La fe une, la ideología divide
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cruzfe

Los seres humanos somos iguales en lo fundamental, pero diferentes en muchas cosas y esta diferencia es expresión de riqueza, de belleza, de comunión. Es una riqueza para compartir, no para oponernos.

Desgraciadamente, si miramos al conjunto de la Iglesia, a veces tengo la impresión de que hay grupos o personas que crean división por motivos ideológicos, que en ocasiones confunden con la fe. La fe es una cosa: es adhesión a Jesucristo. Sus expresiones son múltiples. Las explicaciones de las grandes verdades de la fe cristiana se expresan en lenguajes y culturas diferentes. Hay quién confunde una expresión cultural con la única posible expresión de la fe. Y entonces aparecen personas que, en vez de esforzarse en entender y comprender, condenan sin entender o, al menos, sin buscar puntos de encuentro o el lado bueno que puede haber en la postura del otro. Comenzar por reconocer el lado bueno del otro es un primer paso importante para encontrarse. Recalcar lo malo que hay en el otro es el mejor (o el peor) modo de alejarse y separarse. Y la vocación cristiana siempre es vocación de encuentro.

Todavía más lamentable, si miramos al conjunto de la Iglesia, son las descalificaciones que se hacen del Papa Francisco. Cada Papa y cada Obispo tiene su estilo, su modo de expresarse, sus preferencias pastorales. Pero esto no es motivo para no respetar al Papa o el Obispo, y no reconocer su autoridad en cuestiones pastorales, disciplinares o litúrgicas. Eso dejando aparte que el problema no es el desacuerdo en estos terrenos, porque ahí hay mucha libertad, sino la crítica sin matices y la manifestación pública de un desacuerdo que se expresa como condena y descalificación.

Los gustos litúrgicos son importantes; las opciones pastorales son importantes. Pero el aceptarse en la diferencia es todavía más importante. Si la liturgia se convierte en un arma descalificatoria, es dudoso que sea una buena liturgia, o sea, un buen culto a Dios. Porque Dios siempre nos llama al entendimiento y el perdón. Las dificultades y tensiones que puedan aparecer en la comunidad eclesial se resolverán, no con medidas de poder o de prepotencia, sino de acogida y, como está de moda decir ahora, de sinodalidad, o sea, de escucha mutua.

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24
Feb
2023
Inteligencia artificial escribe una homilía
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inteligenciaartifial

La noticia la he leído en el semanario de la diócesis de Madrid “Alfa y Omega”. Alguien solicitó a un programa de inteligencia artificial que escribiera una homilía para el miércoles de ceniza, y el texto resultante decía cosas generales, pero no estaba nada mal. Hace tiempo que con métodos parecidos se pueden hacer trabajos de clase y hasta tesis doctorales. Por tanto, lo de la homilía es un asunto fácil y menor. Basta que el programa recopile algunas frases más o menos selectas y acertadas sobre el tema, y ya tenemos la homilía hecha. ¿Es esto una homilía? A pesar del titular del semanario, eso no es una homilía. Eso es un subsidio, una ayuda para el que debe hacer la homilía. Cada semana, desde diferentes instancias, se ofrecen modelos de homilías que están al alcance de todos. En esta misma página de dominicos, uno de los lugares que más visitas recibe es la sección de los comentarios a los evangelios de cada día y especialmente de los domingos.

Todos estos materiales son de gran ayuda. Pero son eso, una ayuda. Del mismo modo que al médico le es de gran ayuda el análisis que le ofrecen los distintos aparatos de los que se sirve para examinar al paciente. Pero el aparato no tiene subjetividad y, por tanto, es el médico el que debe tomar la decisión última sobre el medicamento que debe tomar el enfermo. La máquina no puede tomar decisiones de forma completamente autónoma, aunque puede ayudar al ser humano a tomar buenas decisiones. La máquina no sustituye al médico, pero ayuda a salvar vidas dando su opinión cuando el médico se la solicita. Análogamente, los materiales, las reflexiones, las ideas que el predicador encuentra en sus distintas lecturas, pueden ayudarle a preparar una buena homilía, pero la homilía tiene que tener muy en cuenta el público al que se dirige el predicador, sus inquietudes, sus preocupaciones, sus necesidades, sus demandas. Y eso requiere cercanía y un conocimiento de las personas que sólo puede tener el predicador.

Más aún, una homilía se prepara no solo con buenos materiales y buena teología, sino con una buena asimilación personal de los textos litúrgicos, y el mejor clima para esta asimilación es la oración. Por otra parte, la homilía tiene que ser acogida por el oyente. Lo mismo puede decirse de una buena lectura espiritual. La predicación o la lectura espiritual sirven en la medida en que ayudan al oyente o lector a cambiar su corazón, a acercar su mente y su vida a Dios. La homilía no es un discurso, es una exhortación, en la que el primer afectado por lo que en ella se dice es el predicador. Lo que busca la homilía es una mejor asimilación de la Palabra de Dios y una aplicación a la vida del creyente, aplicación que tiene consecuencias personales y sociales. No confundamos las cosas. Las máquinas, los libros, los profesores son importantes. Pero la acogida del oyente es lo decisivo. Y cada uno acoge a su manera, una manera que ni la máquina, ni el libro pueden conocer.

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23
Feb
2023
El pan de la Palabra de Dios
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pan

Hay justificaciones del ayuno cuaresmal, bien intencionadas y necesarias, que apelan a comportamientos que no tienen nada que ver con los alimentos: ayuno de fumar, de murmurar, de quejarse, de deprimirse, de ver la televisión, etc. Todo eso son cosas buenas. Pero no deberían hacernos olvidar un asunto de más calado que, al menos de forma implícita, se encuentra en el ayuno del que habla la Iglesia, a saber, la abstención de tomar alimentos. Hoy, este ayuno, no evoca precisamente comportamientos religiosos, sino dos situaciones deplorables: una es la anorexia y/o la bulimia, nueva enfermedad de nuestros países ricos. Otra es el hambre, que abruma a casi mil millones de personas en el mundo.

Una palabra iluminadora del ayuno de alimentos la tenemos en la respuesta de Jesús al tentador: “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. El ayuno de pan no vale por sí mismo, vale en la medida en que nos dirige al verdadero alimento, el de la Palabra de Dios. Palabra que ilumina las dos situaciones a las que antes me referí. Por una parte, a la luz del evangelio estamos invitados a cuidar de nuestro cuerpo, destinado a la salvación, templo del Espíritu e imagen de Dios. Cuidar del cuerpo no es sólo alimentarlo bien, sino controlar sus desajustes y tendencias perversas; a este control puede ayudar la sobriedad en la comida y en la bebida. Por otra parte, a la luz del evangelio estamos llamados a solidarizarnos con tantos que no tiene para comer, con tantos que se juegan la vida para llegar a nuestro continente porque en el suyo ya no tienen nada que perder. Llamados a un uso responsable de nuestras riquezas, que en realidad no son nuestras, sino de todos.

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20
Feb
2023
Cuaresma, tiempo de misericordia
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cuaresma2023

Casi sin darnos cuenta hemos llegado a la cuaresma. Parece que el año litúrgico es como una rueda que va dando vueltas y siempre volvemos al mismo sitio. No es así, la mejor imagen de la liturgia es una espiral, que también da vueltas, pero avanza hacia arriba. En nuestro caso, avanza hacia la meta de la esperanza, la meta de la vida cristiana, el Reino de Dios. Precisamente porque esperamos ansiosos este Reino, queremos ya anticiparlo. Por eso, la esperanza, lejos de evadirnos de nuestras responsabilidades terrenas, es un motivo más, un acicate para vivir ya en cada momento los valores del Reino.

En este tiempo de cuaresma sería bueno fijarnos en las obras de misericordia. La misericordia inspira toda la conducta de Jesús. En este mundo en guerra; donde muchas personas sufren a causa de catástrofes naturales, como el terremoto que ha afectado a Turquía y a Siria; en este mundo injusto, como ha denunciado el Papa en su reciente viaje por África; en un mundo donde cada uno va a la suya, las obras de misericordia nos recuerdan cuál es la verdadera penitencia que Dios quiere. El profeta Isaías cuenta una historia significativa. El pueblo, para que Yahvé perdone sus pecados, decide hacer penitencia, y en concreto un ayuno. El profeta entonces recuerda cuál es el ayuno que Dios quiere: “soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo” (Is 58,6-7).

El ayuno que Dios quiere, el culto con el que prefiere ser alabado, la liturgia que le agrada es la de aquellos que viven como hijos suyos. Vivir como hijos del Padre de todos los hombres, es reconocer a los demás como hermanos. Tratar a los demás como hermanos es ver en el otro a mi misma carne y, por tanto, comportarme con él como si fuera otro yo. Sin eso no hay culto, ni penitencia, ni ayuno que valga nada.

En Jesús, en su vida, muerte y resurrección, se revela el rostro misericordioso de Dios. Cristo es el signo legible de Dios, que es amor. Al respecto se pueden recordar tres pará­bolas en las que Jesús se refiere a la misericordia de Dios: la del hijo pródigo (Lc 15,11-32), la del samaritano misericordioso (Lc 10,30-37), y como contraste la del siervo inicuo (Mt 18,23-35). En esta última queda muy claro que el siervo con el que el rey se ha comportado misericordiosamente perdonándole una inmensa deuda, no ha sido capaz de acoger la misericordia, pues esta se acoge cuando uno la transmite. Y este siervo ha sido incapaz de transmitirla a su compañero que le debía una pequeña cantidad. Queda claro así que no se trata de que Dios no tenga misericordia, sino de que, a veces, somos tan ingratos y desagradecidos, que somos incapaces de acogerla.

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16
Feb
2023
Del enemigo, cuanto más lejos, mejor
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enemigolejos

La clave del sermón de la montaña, que hemos estado escuchando en estos últimos domingos, está en su final: “sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Los discípulos de Jesús están llamados a ser imitadores de Dios, a parecerse al Padre del cielo. Así se comprende la última de las contraposiciones del sermón de la montaña, esa que dice que amar a los amigos está muy bien, pero que los cristianos están llamados a amar a sus enemigos. Exactamente eso es lo que hace el Padre celestial: ama sin condiciones; por tanto su amor no está supeditado al que nosotros tenemos hacia él. Por eso ama a sus enemigos. Porque si dejara de amar dejaría de ser Dios. Él “es” amor. Nosotros tenemos amor, pero no somos amor. Dios “es” amor y, por eso, no puede hacer otra cosa más que amar.

El caso límite de un amor sin condiciones es el amor al enemigo. Todos conocemos a personas que nos caen mal o que nos han hecho alguna mala jugada. Son enemigos menores. El enemigo del que habla Jesús es algo más serio: es aquel que te desea mal, en definitiva, aquel que desea lo peor para ti y por eso puede llegar a desear tu muerte. ¿Cómo amar a alguien así? Parece imposible. Espontáneamente uno diría que “del enemigo, cuanto más lejos mejor”. Si hablamos del enemigo por excelencia, del diablo, del que nos separa de Dios, entonces está claro: cuanto más lejos, mejor. A ese no hay que amarle. El precepto del amor al enemigo no se refiere al diablo, sino a esas personas que desean tu mal. Pues de esas personas, también conviene alejarse. Porque amarlas no es acercarse a ellas, y mucho menos, recibirlas en casa.

Para empezar, amar al enemigo es no hacerle mal. O sea, no devolver mal por mal. No hacerle mal porque el cristiano está en el más completo desacuerdo con el mal. Amar al enemigo, en positivo, es desearle bien. Y desearle bien, como dice el texto evangélico, es orar por él. Orar para que deje de hacer el mal, para que se convierta. Si deseamos que deje de hacer el mal, le estamos deseando lo mejor y, por tanto, le estamos amando. Visto así, el amor al enemigo deja de ser algo imposible, para convertirse en un asunto de voluntad: ¿cómo no desear que mi enemigo deje de hacerme daño? Incluso podría darse la paradoja de que, amando al enemigo, me amara a mí mismo. Pues si amar es desear que mi enemigo deje de hacer el mal y orar para que así sea, si deja de hacer el mal, eso me favorece a mí. Ya no tengo que esconderme de él, puesto que ha dejado de hacer el mal.

Es importante aclarar este precepto para que, por una parte, deje de parecer algo imposible e irreal. Y, por otra, seamos conscientes de que el precepto no es para héroes o personas excepcionales. Es para santos, siempre que tengamos claro que todos estamos llamados a ser santos. No solo llamados, ya somos santos en la medida en que buscamos parecernos al Padre celestial.

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13
Feb
2023
Dios ¿presente en Turquía y en Siria?
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terromototurquía

Cada vez que ocurre una desgracia provocada por los elementos de la naturaleza surge, de una u otra forma, la pregunta por el papel de Dios en la catástrofe. No es tan frecuente que aparezcan preguntas similares cuando se trata de desgracias todavía mayores, aunque quizás menos llamativas, provocadas por la ambición de los seres humanos. Pienso en las víctimas que producen las guerras. Detrás de las guerras hay grandes intereses económicos: si con el dinero destinado a fabricar armas se produjeran alimentos se acabaría el problema del hambre en el mundo. Sin olvidarnos de las víctimas del hambre. No faltan alimentos. Falta solidaridad.

Pero no quiero desviarme de la pregunta sobre el modo cómo interviene Dios en la historia. Dios siempre interviene a través de los seres humanos. ¿Cómo se hace presente en Turquía y en Siria? Por medio de la solidaridad de tantas personas que entregan su saber, su tiempo, su esfuerzo y su dinero para paliar los efectos inevitables de la catástrofe. No está de más recordar que en esta tarea paliativa las instituciones y personas cristianas ocupan un puesto de preferencia. Cierto: si hay que intervenir es porque antes ha habido una catástrofe. ¿Y cómo es que Dios no la evita, siendo el poderoso dueño del universo? Porque no puede evitarla. Porque este mundo es finito, imperfecto, frágil. O es finito o no es. El precio de la existencia es la finitud.

Todas las preguntas son válidas, también la de por qué Dios no evita los terremotos. Pero, aunque no caigamos en la cuenta, es similar a la pregunta de por qué nos morimos. Se pueden dar explicaciones de tipo científico: el movimiento de las placas tectónicas juega un papel esencial para regular la temperatura y reciclar el carbono; dicho de otra manera: todo está relacionado y todo contribuye a que la vida pueda continuar. O explicaciones sociales, pues el modo de construir las viviendas puede paliar los efectos negativos de una catástrofe y, precisamente, son siempre los pobres los que disponen de peores viviendas. Se pueden hacer consideraciones morales o teológicas. Pero esto no consuela a los que sufren. Ni están en condiciones de escucharlo. Son explicaciones que buscamos precisamente los que no estamos afectados por la desgracia, no sé si para sentirnos tranquilos o para justificar nuestra buena suerte. Los que sufren no buscan explicaciones, sino sentirse acompañados.

Desde la fe sabemos que en la mano que nos tienden los hermanos está Dios acompañándonos. También está en nuestras protestas y preguntas, en nuestras lágrimas, lamentos y tristezas. Está presente en la vida y en la muerte, en la alegría y en el dolor. Pero su presencia es empíricamente indetectable. Es un Dios silencioso. Ante este silencio, que resuena clamoroso en estas catástrofes, necesitamos motivos para seguir creyendo. Pero como la fe es individual e intransferible, puede ocurrir que mientras unos reafirman su fe, otros afirmen que Dios no está presente o que nos ha abandonado. Jesús de Nazaret se planteaba algo similar.

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10
Feb
2023
Las muchas maneras de matar
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cementariocartujano

En el evangelio de este próximo domingo encontramos una sentencia de Jesús que da mucho que pensar. Es la primera de la larga lista de contraposiciones del sermón de la montaña: “habéis oído que se dijo: no matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado”. Con estas contraposiciones Jesús no solo equipara su autoridad a la de la Palabra de Dios contenida en el Antiguo Testamento, sino que va incluso más allá. El “pero yo os digo” no es una equivalencia con lo que se había dicho anteriormente, sino una superioridad: por el contrario, yo os digo. Lo mío, viene a decir Jesús, se sitúa en otro nivel. Otro nivel de exigencia, otro nivel de ser.

Para un judío, cumplir la ley equivalía a cumplir la voluntad de Dios. Pues bien, se puede cumplir la ley y estar alejado de Dios. Se puede cumplir externamente con el precepto y estar en el más completo desacuerdo. Suele ocurrir con algunas las leyes de los Estados: estamos obligados a pagar impuestos, pero a muchos no nos gusta nada el modo como se emplea el dinero recaudado. A mi, por ejemplo, me gustaría que se dedicara más dinero a la enseñanza, la sanidad, la defensa de la vida y la ayuda a las personas desfavorecidas, y menos dinero a la fabricación de armas.

Vuelvo a la contraposición del sermón de la montaña entre el “no matarás” y el “dejarse llevar de la cólera”. No se trata de dos actitudes incompatibles. Se trata de profundizar en el sentido del “no matar”. Pues hay muchas maneras de matar a alguien. Se puede matar a uno porque se le clava un cuchillo. Pero también porque no se le atiende debidamente en su enfermedad, porque se le mete en una mala vivienda, porque se le quita el trabajo o porque se le obliga a realizar trabajos penosos, porque lo llevan a la guerra. Desgraciadamente muy pocas -yo diría que ninguna- de esas cosas están prohibidas en nuestros Estados.

Un terrible terremoto ha matado a muchas personas en Turquía y en Siria. Quizás podríamos pensar que otra manera de matar es no ayudar a los que han sobrevivido. Aunque estén lejos, en la medida de nuestras posibilidades, estamos obligados a hacernos cargo de la vida de esos hermanos, bien favoreciendo a los voluntarios y las instituciones que están ayudándoles, bien creando un ambiente favorable a la ayuda internacional.

Los ejemplos podrían multiplicarse. Hoy hay demasiadas actitudes coléricas (ese es el ejemplo explícito que pone Jesús), incluso en la Iglesia, que se manifiestan en forma de descalificaciones a los que tienen otros gustos litúrgicos o pastorales. Estas descalificaciones, a veces, se dirigen al mismo Papa. Las palabras también matan. Como dice la carta de Santiago (3,6), con ellas se puede hacer mucho daño: “la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad”.

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7
Feb
2023
La dignidad humana, valor previo y superior
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dignidadvalorprevio

El ser humano tiene dignidad. Eso significa que vale por sí mismo, que no es intercambiable con nada ni con nadie, que tiene un valor absoluto. Solo si el hombre es sagrado para el hombre podemos confiar los unos en los otros y vivir en paz. No hay ningún cálculo, ningún objetivo que justifique tratar al humano como un material para otros fines supuestamente más altos. El reconocimiento de la dignidad de la persona debería inspirar todas las leyes y disposiciones de los Estados. Hay unos derechos y valores fundamentales que no son creados ni otorgados por el legislador, sino que son propios de cada uno. Por eso, el legislador debe respetarlos siempre, porque son dados con anterioridad a todas las leyes y están ahí desde siempre. Para el creyente estos valores son dados por el Creador, que creo al ser humano a su imagen. Pero el no creyente también debe reconocer esos valores que se imponen por sí mismos. El más evidente es el derecho a la vida.

Estos derechos y valores fundamentales son igualmente válidos para todos los humanos. También para el ser humano que sufre, minusválido o no nacido. Desgraciadamente hoy se está imponiendo un concepto de moral en el que parece que es legítimo y hasta recomendable todo lo que es posible, o lo que favorece determinados objetivos ideológicos. No hay cosas buenas o malas en sí mismas. Todo depende de las consecuencias que puede tener una acción concreta. Pero no todo lo que se puede hacer se debe hacer. De lo contrario, viviremos en un mundo inseguro: ¿acaso son convenientes todo tipo de manipulaciones genéticas o la creación de bombas atómicas? ¿No deberían determinados experimentos estar sometidos a un control? Sin duda, la exclusión de Dios de la conciencia pública ha hecho que desaparezcan determinados valores que estaban profundamente arraigados en la conciencia de las personas, bien por propia convicción o bien por influencia social.

Hoy es necesario que los cristianos demos un buen testimonio y seamos promotores de esos valores fundamentales que son consustanciales a la dignidad de la persona. Y lo seamos, en primer lugar, con nuestra vida y nuestro ejemplo. Pero es igualmente necesario que entremos en el debate público y ofrezcamos razones de tales valores que, con fe o sin fe en Dios, brotan de la esencia de la vida y de la naturaleza. No hacer al otro lo que no quieras que te hagan a ti, ese es el principio regulador de toda relación humana. Por tanto, como no quiero que me roben, yo no debo robar a los ladrones; como no quiero que me maten, no debo matar a los que asesinan. Ese es el mínimo humano. Sin que eso excluya la posibilidad de defenderse y de controlar a quienes hacen el mal.

El cristiano va más allá. No se trata sólo de tratar a los demás como quiero que ellos me traten, sino de devolver bien por mal. El precepto en negativo es racional y humano: no matar, no privar a nadie de lo suyo. En cristiano el precepto se convierte en positivo: dar vida, ayudar a que surja la vida, compartir los bienes con los que no tienen, ser generoso con todos, incluso con los que no se lo merecen.

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3
Feb
2023
Días para todos los gustos y usos
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Acabamos de celebrar la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este mismo mes de febrero nos encontramos con otros tres “días de” o “jornadas de”. El cuatro de febrero es el día internacional de la fraternidad humana; el 8 de febrero la jornada mundial de oración y reflexión contra la trata de personas; y el 11, fiesta de la Virgen de Lourdes, es la jornada mundial del enfermo.

Hay días y jornadas para todos los gustos, algunas patrocinadas por instituciones tan serias como las Naciones Unidas o la Iglesia: defensa de los animales, defensa de la naturaleza, contra la pobreza o el hambre, contra todo tipo de enfermedades y necesidades, mujer trabajadora, paz. Hay algunos bastantes sorprendentes. Por ejemplo: el 19 de noviembre, promovido por las Naciones Unidas, es el día mundial del retrete. No se trata de una broma, pues el 60 por ciento de la población mundial carece de inodoro.

¿Sirven para algo estos días o jornadas? Para sensibilizar ante una necesidad, sin duda. ¿Y a cuánta gente llega el anuncio del “día de”? Es verdad que hay instituciones que hacen mucho ruido y logran que las portadas de los periódicos se ocupen de sus días. Pero en general, se enteran de su “día” los interesados, y no todos. ¿Cuántos de los lectores de nuestra página de dominicos sabían lo que se celebra el cuatro, el ocho o el once de febrero? Se trata de asuntos importantes, a los que, sin duda, nuestros lectores son muy sensibles: la fraternidad, más necesaria que nunca en esta sociedad donde prima la ambición y el propio interés; la trata de personas, una de las más lamentables lacras de nuestro mundo; y el cuidado de los enfermos, en una sociedad que desprecia lo débil y margina lo que no es sano, bello, eficaz, robusto.

Pero los asuntos importantes no necesitan su día. Porque todos los días son días de fraternidad, del cuidado del enfermo o del rechazo a la trata de personas. Bien está hacer un poco de ruido con asuntos como estos. Pero si la fraternidad, las personas abusadas, o los enfermos no son nuestra preocupación diaria, dedicarles un día a decir que son cuestiones importantes no sirve para nada. Y hasta puede parecer una burla. Los días o jornadas “de” son, en muchas ocasiones, una palmaria confesión de que algo va mal en esos terrenos. Dígase lo mismo de la petición de oraciones por una determinada intención o necesidad. El día que desaparezca esa necesidad no habrá que pedir oraciones. Y el día que se acaban las guerras, podremos prescindir perfectamente de la jornada mundial de la paz. Y de mantenerla, su sentido sería el de recordar a dónde no hay que volver nunca. En cierto modo no está mal recordar algunas cosas, porque la condición humana es frágil y olvidadiza.

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