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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

28
Abr
2021
Catalina de Sena: fortaleza y sabiduría
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Catalinasena

Fortaleza y sabiduría, dos dones del Espíritu santo, definen la personalidad de Santa Catalina de Sena. A los doce años dio la primera muestra de fortaleza y sabiduría, al oponerse al legítimo deseo de su familia de que contrajera matrimonio, pues ella tenía pensado otro matrimonio más interesante, el matrimonio espiritual con Jesús resucitado.

En sus biografías se dice que la santa no sabía leer. Este dato hay que situarlo en el contexto de su época, pues en el siglo XIV no debían ser muchas las mujeres, ni tampoco los varones, que supieran leer y escribir. Catalina no necesitó saber escribir para dictar unas reflexiones místicas de alto nivel, que le han valido el título de doctora de la Iglesia, como por ejemplo esta: el conocimiento de la bondad de Dios es el espejo que nos da a conocer “la dignidad y la indignidad propias”, a saber, la dignidad de saber que somos imágenes de Dios y la indignidad de saber lo mucho que nos falta para llegar a asemejarnos a él.

Buena muestra de sabiduría y fortaleza fue su atención a los enfermos. Su vocación orante se compaginaba perfectamente con su caridad. Sale a la calle para ocuparse de enfermos con enfermedades contagiosas, que nadie quiere atender y que sufren continua soledad. Su atención a pobres y a enfermos queda bien reflejada en una escena (algo legendaria) que cuenta su confesor y biógrafo Raimundo de Capua, y en la que compara a la santa con San Martín de Tours, que se desprendía de su capa para cubrir a los pobres, y cubriendo a los pobres era consciente de vestir al mismo Cristo. Pues bien, Catalina, a un pobre que le pedía limosna, no teniendo otra cosa que darle, le entregó una cruz de plata que llevaba colgada en el pecho. Por la noche tuvo una visión: Cristo mismo le devolvía la cruz.

Muestra de fortaleza y sabiduría fue el compromiso político y eclesial de Catalina. Una mujer de escasa cultura y mucha sabiduría habla ante las autoridades políticas y ante el mismo Papa, instándoles a cambiar de actitudes, preocupada como estaba por la paz social y por la unidad de la Iglesia. Algo inaudito para una mujer de 25 años, en el siglo XIV. Sería incluso posible hablar de la sensibilidad ecológica de una Catalina amante de la belleza de las flores y de la naturaleza.

En definitiva, Catalina es una mística con los ojos bien abiertos. Su unión con Dios la lleva a cuidar de los necesitados y a recriminar a los poderosos, incluidos los poderosos de la Iglesia, su falta de verdad y de amor. Desde este punto de vista se le podría aplicar el lema de Tomás de Aquino, que la orden de Predicadores, a la que ella perteneció, ha hecho suyo: contemplar y dar a conocer lo contemplado. Cuanto más seria es la oración, mejor es la predicación, más activa es la caridad y más decidido el compromiso profético para denunciar lo inaceptable del poder.

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25
Abr
2021
Política autorreferencial
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autorreferencial

La autorreferencialidad, o sea, el pensar y referirse a uno mismo (“primero yo, después yo, y finalmente yo”), es la permanente tentación del ser humano, que tiene repercusiones en todos los ámbitos. Uno de los ámbitos donde mejor y más se manifiesta la autorreferencialidad es el de la política. Algunos políticos parecen más preocupados por ellos mismos, por el poder y la espectacularidad, que por los proyectos o por el bien de los ciudadanos. El ejemplo más reciente de esta deriva autorreferencial de la política es el debate que el pasado viernes hubo en la cadena SER, entre los candidatos a ocupar la presidencia de la comunidad autónoma de Madrid, que terminó suspendido de mala manera. Algunos, unos con más descaro que otros, sólo hablaban del contrincante y de sí mismos, con modos groseros y poco ejemplares.

Me parece que, en algún sentido, el martirio debería ser asumido por la política. Por ejemplo, en el sentido de no responder a la violencia verbal con violencia. Cuando la violencia verbal se queda sin respuesta no consigue su objetivo. O en el sentido de testimonio. Testimonio de buenos modos, de discrepancia en el aprecio, de diferencia de proyecto sin descalificar el proyecto ajeno. Claro que para eso hay que comenzar por tener proyecto.

En nuestras sociedades hay muchas necesidades que, al menos a nivel global, sólo pueden resolverse con una buena política. Quizás a nivel individual es posible encontrar soluciones cuando uno tiene apoyos familiares. Pero a nivel global necesitamos buena política. La buena política requiere buenos políticos. Eso ha quedado muy claro con la epidemia provocada por el covid-19. Aunque la gestión sea mejorable a nivel nacional, y no digamos a nivel mundial, no cabe duda de que la producción y administración de vacunas sólo es posible desde una adecuada gestión política. Es penoso que en temas tan sensibles, en donde parecería que los acuerdos deben ser fáciles, cada grupo haga propuestas, no complementarias, sino contrarias a las del adversario, no buscando el bien de las personas, sino la descalificación del adversario.

Sin duda la mayoría de las personas que se dedican a la política actúan de buena fe y con buenas intenciones. Desgraciadamente, unos pocos, que hacen mucho ruido, desprestigian tan noble y necesario oficio. Por eso es importante que hagamos oír nuestra voz reclamando una política al servicio del bien común. En los asuntos de este mundo es normal y hasta conveniente que haya distintas posiciones. Y es necesario que estas posiciones puedan contrastarse. Si el contraste de pareceres se hace de forma sosegada entonces se apela a la razón. Si en vez de contraste de pareceres hay descalificación y falta de respeto, llegando a veces al insulto, entonces se apela a la pasión. Y con la pasión no se resuelve nada.

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23
Abr
2021
El amor da el conocimiento verdadero
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pastorovejas

Conocer, al menos en el sentido en que la Biblia utiliza este verbo, no es sólo tener buena información. En la Biblia, conocer es tener relaciones íntimas y personales, que suponen una entrega sin reservas: “conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín” (Gen 4,1). Así se comprende la respuesta de María cuando el ángel le anuncia que va a dar a luz un hijo: “¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1,34). María no ha tenido relaciones conyugales con José, por eso todavía no le “conoce”. ¿Y qué decir del sentido profundo de la frase de Jn 10,14-15, que aparece en el evangelio del cuarto domingo de Pascua: “conozco mis ovejas, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre” y, por eso, “doy mi vida por las ovejas”?

Jesús nos ama con un amor similar al que tiene por el Padre, por tanto, con un amor indescriptible, puro, profundo, incondicional, seguro. El mismo amor que Jesús tiene por el Padre y el Padre por Jesús, es el que tiene por cada uno de los que le siguen. Es imposible describir un amor más grande. Un amor así está siempre dispuesto a dar la vida por el amado. Y, en lo que se refiere a nuestro conocimiento de Jesús resucitado, hay que decir claramente que sólo desde el amor podemos conocerle; y sólo si le amamos, se nos da a conocer: “me daré a conocer al que me ama” (Jn 14,21). Solo el amor da el conocimiento verdadero.

Al texto de Jn 10,15, San Gregorio Magno le saca un partido complementario, pues entiende la caridad de Jesús para con las ovejas como la mejor prueba y manifestación de su amor al Padre: “Dice el Señor: igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: la prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir: en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre”.

En la segunda lectura de la Eucaristía de este domingo también aparece el verbo conocer: el mundo no conoce a los creyentes porque no ha conocido al Padre. En efecto, conocer a los creyentes es saber que son hijos de Dios. Y sólo conociendo al Padre se conoce a los hijos. Por eso, el mundo que no conoce a Dios no está en condiciones de conocer la realidad más profunda y constituyente de los hijos de Dios. Sólo puede conocerlos superficialmente. En el mejor de los casos puede pensar que “esos creyentes, esos que van a la Iglesia, parecen buenas personas”. Pero sólo conociendo la razón profunda de la bondad se conoce bien a la persona bondadosa. Y la razón de la bondad de los creyentes es que han recibido el mismo Espíritu del Amor que los hace hijos de Dios, que es Amor.

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19
Abr
2021
Todo es política, y no toda es buena
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politica

La política es algo muy importante y laudable, si por política entendemos el cuidado de la ciudad y la preocupación por el bienestar de los ciudadanos. Aunque, a veces, no seamos conscientes, todos hacemos política. Porque nuestras acciones tienen repercusiones en los demás, para bien o para mal. Incluso el que dice que no hace política, la está haciendo, porque su “no hacer” también tiene repercusiones y consecuencias. Cierto, la palabra tiene un sentido más estricto cuando se reserva a la labor que hacen los responsables máximos de la organización de las ciudades y de los estados. A estas personas se las denomina “los políticos”.

Toda sociedad necesita organizarse. Y la organización requiere personas responsables que orienten, dirijan y tomen decisiones. Hoy la palabra política está desprestigiada, a causa de los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. No es menos cierto, como reconoce el Papa (Fratelli tutti, 176) que el mundo no puede funcionar sin política, que no puede haber fraternidad universal y paz social sin una buena política. Eso sí, el Papa lamenta que la política esté supeditada a la economía y que, muchas veces, los políticos se queden en inmediatismos, sobre todo cuando, en vez de pensar en el bien común a largo plazo, se guían por las encuestas de intención de voto.

Desgraciadamente, en nuestro mundo, la política no sólo está supeditada a la economía, sino que para algunos se ha convertido en un negocio o, al menos, en un medio de vida, más que en un servicio al bien común. En plena campaña electoral, en la que se jugaba la presidencia de una comunidad autónoma española, uno de los candidatos prometió que, si ocupaba el cargo, se reduciría el sueldo un 30%. Me informé de cuánto cobra este presidente: más de 150.000 euros. Pienso: “150.000 euros al año, con todos los gastos pagados, no es un mal sueldo, pero bueno, se comprende que algunos tengan una alta remuneración”. Después de tanta ingenuidad me doy cuenta de que los 150.000 euros son mensuales. Ya ni me preocupa si cobra por 12, por 14 o por 15 mensualidades. En todo caso, parece poco presentable.

Algunos políticos no solo han convertido la política en un medio de vida, sino en un camino para obtener privilegios que no les corresponden. Lo que ha ocurrido con algunos alcaldes y otros altos cargos (no me olvido de que también ahí se pueden incluir unos pocos eclesiásticos), “colándose” para vacunarse contra el covid-19, no es muy ejemplar. El político debe no sólo dar ejemplo, sino sacrificarse en bien de los demás. Son pocos los que lo hacen. Comparado con otros abusos, este asunto de la vacuna me parece menor. La corrupción llega a extremos escandalosos cuando está en juego el acumular grandes sumas de dinero por procedimientos ilícitos e inmorales. Porque el dinero nos vuelve locos a todos. Menos mal que, como al final todo se sabe, unos y otros terminan denunciando las corruptelas ajenas.

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16
Abr
2021
Resucitado comiendo pescado: ¡qué raro!
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jesuscomiendo

El evangelio del tercer domingo de Pascua resulta sorprendente y paradójico. Por una parte, los discípulos, ante la presencia de Jesús resucitado, “estaban aterrorizados, llenos de miedo, pues creían ver un espíritu”. Por otra, Jesús les muestra sus manos y sus pies. Extraño espíritu ese que tiene manos y pies. Se comprende, pues, que estuvieran llenos de dudas. Jesús quiere convencer a los discípulos y, por añadidura, a nosotros, de que el Resucitado es el mismo que fue Crucificado. Pero ya no está en las mismas condiciones, pues mientras el crucificado pertenece a este mundo, el resucitado pertenece al mundo de Dios. Y desde el mundo de Dios se aparece a los suyos. De ahí la dificultad de describir su modo de presencia.

Quizás el dato más sorprendente de este evangelio sea la escena de Jesús resucitado comienzo pescado. Resulta extraño que un resucitado se ponga a comer pescado. No parece que en el cielo vayamos a alimentarnos con pescado sino con amor. Una persona celestial (y eso es un resucitado) comiendo pescado, no parece algo muy normal. Pues bien, hablando del pescado que compartió con sus apóstoles Jesús resucitado, dice Tomás de Aquino: “Jesús comió para manifestar que podía, y no por necesidad. La tierra sedienta absorbe el agua de un modo distinto a como la absorbe el sol ardiente: la primera por necesidad, el segundo por potencia”.

Es una comparación muy sugerente la que hace santo Tomás: la tierra reseca necesita el agua y por eso se la traga; el sol no necesita el agua, por eso no la traga, el agua no entra dentro del sol. Igualmente, nuestros cuerpos terrenos necesitan alimento y por eso se lo tragan. Un cuerpo resucitado no necesita ningún alimento, porque ya no está en las condiciones de este mundo. Si por hipótesis lo toma, no es porque lo necesite, sino para manifestar el poder de una vida nueva.

José María Rovira Belloso dice a propósito del comentario de Tomás de Aquino: “decir que Jesús comía por potencia y no por necesidad es una elegante manera de decir que, teológicamente, no nos está permitido interrogarnos sobre las leyes fisiológicas de esta comida. Jesús tiene un cuerpo, un cuerpo glorioso y espiritual, pero no el cuerpo corruptible y renovable de los seres humanos terrenos”.

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14
Abr
2021
La corporalidad de Jesús resucitado y la nuestra
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corporalidadresucitado

Los primeros testigos indican reiteradamente que en el Resucitado se encuentran las señales humanas del Crucificado; en el Resucitado, aunque de manera nueva y distinta, se encuentran todos los signos de la corporalidad, pues es aquella corporalidad la que ha entrado en el mundo definitivo de Dios. Las llagas de Cristo resucitado son expresión de su identidad, o sea, pertenecen a su nuevo modo de resucitado. Dicho de otro modo: Jesús, vencedor de la muerte, no abandona lo caduco de su existencia mortal. La debilidad de la carne mortal ha sido asumida en la gloria del cuerpo resucitado. A Jesús y a nosotros, el Padre nos acoge con toda nuestra realidad, purificada y transformada, pero no por eso menos nuestra y menos real.

La corporalidad de Jesús resucitado se prolonga en todos los cuerpos humanos, que deben ser respetados y cuidados, primero porque son imagen de Dios y después porque Dios ama la carne y, por eso, la resucita, como decía Tertuliano. Y si Dios ama la carne, debe ser respetada y cuidada. Dios no puede estar contento cuando se mancilla o se maltrata aquello que ama. Al respecto decía en su Catequesis XVIII Cirilo de Jerusalén: “Todo el que cree en la resurrección, cuida bien de sí mismo; pero el que no cree en ella se entrega a la perdición. El que cree que a su cuerpo le espera la resurrección, respeta este vestido sin mancharlo con fornicaciones; pero quien no cree en ella se entrega a la fornicación y abusa de su cuerpo como si fuera ajeno”.

De la fe en la resurrección de la carne se deduce el respeto que merecen los cuerpos de los demás, o sea, toda vida humana, también la de los ancianos, o la de personas con necesidades especiales. En todas estas carnes hay un halo de eternidad, está la carne de Cristo, la carne de Dios (cf. Mt 25,31 ss.). Todo lo que Dios ha hecho es bueno, muy bueno (Gen 1,31; 1 Tim 4,4). Por eso merece ser respetado, cuidado y conservado.

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11
Abr
2021
Oración de San Vicente Ferrer contra la peste
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San Vicente Ferrer vivió en tiempos complicados y difíciles. En su tiempo, en Valencia, hubo una grave epidemia que durante unos meses provocó unos 300 muertos por día y dejó a la población completamente diezmada. La peste afectó directamente a San Vicente Ferrer. Mató a bastantes de sus sobrinos, a 9 de los 11 hijos de su hermano Bonifacio, que después de la catástrofe entro en la Cartuja. Un testimonio de la implicación directa de san Vicente en la lucha contra esta peste se encuentra en un cuadro del museo de Seborge, donde aparece San Vicente Ferrer realizando una curación milagrosa en un monasterio de frailes de la Orden de San Bernardo, todos afectados por la peste y todos curados por el santo.

Estas desgracias son tan antiguas como la historia. ¿Cómo situarnos ante ellas? Pues desplegando mucha prudencia, mucho cuidado, mucha solidaridad, no haciendo ni diciendo tonterías, y confiando en Dios que nos ama. Lo que me parece del todo improcedente es decir que las desgracias que nos ocurren son un castigo de Dios. ¿Acaso era un castigo de Dios lo que le ocurrió al justo Job? ¿O acaso era un castigo de Dios lo que le ocurrió a Jesús de Nazaret? Juan Pablo II, en su carta sobre el sentido cristiano del sufrimiento, tras referirse a lo ocurrido con el “inocente” Job, dice taxativamente: “no es verdad que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo”.

El sufrimiento es una realidad natural, debida en primer lugar a la limitación del ser humano y a la limitación de nuestro mundo. No somos dioses. Somos vulnerables. Nos habíamos creído omnipotentes y un microorganismo nos ha hecho temblar y, de paso, hemos adquirido un baño de realismo. Por otra parte, la pandemia es una llamada a la solidaridad. Cuando las cosas van mal dadas a veces nos preguntamos dónde está Dios, y quizás la buena pregunta sea: ¿dónde estoy yo? ¿Dónde estoy cuando veo sufrir a los demás?

Reproduzco la oración que san Vicente compuso contra la peste: “Cristo vence, Cristo reina, Cristo manda, Cristo de todo mal nos defienda. Jesús Nazareno Rey de los judíos, tened misericordia de nosotros. Por la señal de la Santa Cruz, y por los méritos de la gloriosa y siempre Virgen María vuestra Madre y Señora nuestra, y de vuestros Mártires y Confesores Fabián, Sebastián, Nicasio, Anastasia, Martin, Roque Cosme y Damián; libradnos Jesucristo Dios nuestro, de nuestros enemigos y de toda peste, mal contagioso, y de muerte repentina y eterna. Dios Santo, Dios Fuerte, Santo Inmortal y misericordioso Salvador nuestro habed misericordia de nosotros. Y se encarnó por obra del espíritu Santo de la Virgen María, y se hizo hombre.”

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10
Abr
2021
Vicente Ferrer, predicador de los misterios de Cristo
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sanvicenteferrer

El próximo lunes se celebra en Valencia la fiesta de San Vicente Ferrer, patrono de la Comunidad valenciana. Muchas cosas podrían decirse de san Vicente Ferrer. Voy a fijarme en uno de los principales aspectos de su vida, su faceta de predicador. San Vicente, más que un predicador apocalíptico, es un predicador de los misterios de Cristo. Del Cristo que ha venido, y también del Cristo que vendrá para juzgar a vivos y muertos. Pero este juicio no es una mala noticia. Porque el juicio, como todo en la vida de Cristo, estará modulado por la misericordia. Y el criterio del juicio será el amor, nuestra actitud para con el prójimo.

Para explicar la vida de Cristo, el santo valenciano se sirve de ejemplos que sus oyentes entendían. Como estamos en tiempo pascual me parece oportuno fijarme en uno de sus sermones, en el que explica que después de su resurrección, Cristo se presentó a sus discípulos bajo tres figuras o imágenes, como peregrino, como jardinero y como mercader, mostrando así las tres formas de vida que había tenido en el mundo. Observación de una gran importancia teológica esa que hace el santo: el resucitado muestra la forma de vida del Crucificado; sin la referencia a la vida de Jesús no hay modo de comprender su resurrección.

Las tres imágenes que retratan esa vida y que muestra el resucitado son: fue peregrino durante su vida en esta tierra, donde no tenía casa ni sitio donde reposar su cabeza; fue jardinero por su predicación, pues el jardinero desarraiga las malas hierbas y planta las buenas, como Cristo hacía por medio de su palabra; y fue mercader, porque su muerte fue el precio de nuestra redención.

Añade el santo que nosotros, en el seguimiento de Cristo, estamos llamados a ser peregrinos, o sea, a vivir moderadamente y como quién no tiene su morada en este mundo, pues los cristianos tenemos otra ciudad, la celestial, por eso somos huéspedes y peregrinos sobre la tierra. Estamos llamados a ser jardineros, pues cada uno debemos desarraigar de nuestra vida las malas hierbas, o sea, soberbias y vicios, y plantar en su lugar la humildad y demás virtudes. Y estamos llamados a ser mercaderes, perseverando en una vida santa, para que al término de nuestro viaje podamos recibir el premio del cielo.

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8
Abr
2021
Cuando los que sirven son servidos
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lavatorio

La palabra de Jesús es clara: “el que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir” (Mc 10,43-44). Esta actitud, de la que Jesús se presenta como modelo, contrasta con lo que ocurre en el mundo: “los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos, y sus grandes las oprimen con su poder” (Mc 41-42). Tras la constatación de lo que ocurre en el mundo, Jesús dice a sus discípulos: “No ha de ser así entre vosotros”.

Todo parece claro, pero puede mal interpretarse. Por eso importa pasar de la teoría a la práctica, de las palabras al ejemplo. El mejor ejemplo del servicio al que Jesús nos llama se encuentra en el episodio del lavatorio de los pies. Lavando los pies a sus discípulos, Jesús realiza algo inaudito para “el Maestro y el Señor” (Jn 13,13-14), pues un gesto así sólo podían hacerlo los esclavos de inferior categoría, los últimos entre los últimos. Jesús obra como un servidor, lo que provoca el desconcierto de Pedro. Pero él y nosotros debemos comprender que mientras nuestro servicio no llegue a tal extremo, no podremos “tener parte” con el Señor (Jn 13,8). Ahora bien, el relato deja claro que el servicio no va en una sola dirección. Es siempre recíproco: “si yo, el Señor y el Maestro os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14). Unos a otros. El servicio al que están llamados los cristianos en sus comunidades es recíproco.

El cristiano debe siempre vivir en actitud de servicio, allí donde se encuentre y con quién se encuentre. Pero hay dos tipos de servicio: el unidireccional, que el cristiano presta a otra persona; y el bidireccional, el servicio mutuo, recíproco, que los cristianos se prestan unos a otros. Este es el servicio de las comunidades de Jesús, pues lo propio de esas comunidades es el amor mutuo: “amaos los unos a los otros” (Jn 13,34). Si el servicio no es mutuo estamos ante otro tipo de amor, cuyo caso extremo es el amor al enemigo, pero ya no describimos la vida de la comunidad de Jesús.

En las comunidades cristianas hay que ir con mucho cuidado para no convertir el servicio en unidireccional. Porque entonces no edificamos la comunidad de Jesús. En las comunidades cristianas es tentador abusar de la bondad de las personas, convirtiéndolas en servidoras de los que no sirven, de los que quieren ser servidos, y en el colmo de la desfachatez, sermonearlas diciendo que ese servicio es el que Jesús quiere. En realidad, Jesús advierta a los suyos sobre el peligro de relaciones basadas en la desigualdad: no llaméis a nadie padre o maestro, porque todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8-10). Los buenos hermanos (digo buenos, porque los hay malos), siendo distintos, se relacionan en un plano de igualdad. En la comunidad cristiana sólo hay verdadero servicio cuando los que sirven son servidos.

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4
Abr
2021
Pascua, acontecimiento salvífico
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rayossol

Pascua es el acontecimiento salvífico por excelencia. La muerte de Cristo es salvífica en la medida en que desemboca en la resurrección. Por ella misma, la muerte no es salvífica, pues “si Cristo no ha resucitado vacía es nuestra predicación e inútil nuestra fe” (1 Cor 15,14). De ahí esta proclamación tan clara y directa del Nuevo Testamento: “si tus labios confiesan que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, alcanzarás la salvación” (Rm 10,9). Precisamente porque es el acontecimiento salvífico fundamental, la resurrección de Cristo es el dato de fe más importante, la clave para interpretar toda la vida de Cristo y de la Iglesia. Como es un dato de fe, la resurrección no puede ser demostrada, solo puede ser acogida. No es un milagro destinado a justificar o reforzar la fe, sino un milagro objeto de fe.

Cristo resucitado no está en las condiciones de este mundo. Su corporalidad no pertenece a la esfera del tiempo y del espacio, no es física ni química, es escatológica; su realidad es propia del mundo nuevo, del mundo de la resurrección, ese mundo en el que ya no se muere más, un mundo en el que la muerte ha perdido todo su poder. La resurrección de Cristo no es como la de Lázaro, o como la del hijo de la viuda de Naim. Estos dos personajes, a lo sumo, tuvieron un tiempo de vida un poco más largo de lo esperable, pero, al final, como todos, se murieron para nunca más volver. La resurrección de Cristo es otra cosa, es la entrada en el mundo definitivo de Dios, donde la muerte ya no tiene dominio. Su vida ya no es mortal, sino inmortal.

Hablando de la resurrección de Cristo ante el rey Agripa, san Pablo fue brutalmente interrumpido por el gobernador Festo, que le dijo: “estas loco, Pablo” (Hech 26,24). Y cuando habló en Atenas, aquella gente culta e instruida le escucharon con agrado hablar de un Dios que no habita en templos construidos por hombres, pero en cuanto habló de Cristo resucitado se rieron literalmente de él, se levantaron de sus asientos y no quisieron seguir escuchando lo que para ellos era una tontería y una ridiculez.

Los filósofos de Atenas y las autoridades romanas se reían de Pablo cuando anunciaba la resurrección. Para los cristianos, la resurrección no es algo risible, sino un dato real y un motivo de gran esperanza. A nosotros nos toca manifestar la seriedad de la resurrección, para que nuestros oyentes encuentren motivos para vivir y motivos para esperar. Y si no podemos convencer con nuestras explicaciones (que también debemos darlas), al menos que nuestra vida sea una vida coherente con eso que anunciamos, una vida nueva, en la que resplandezca la paz y la alegría, una vida que encarne el testamento de Jesús, que no es otro que el servicio y la fraternidad.

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