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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

2
Nov
2020
Martín de Porres, el perro y el gato
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martindeporres

Martín, hijo del español Juan de Porres y de la panameña de raza negra Ana Velázquez, fue bautizado en Lima el mismo día de su nacimiento. Falleció en Lima, a los 60 años, el 3 de noviembre de 1639, lo que explica que su fiesta se celebre el 3 de noviembre, día de su entrada en el cielo. Ignoro el motivo por el que se le impuso el nombre de Martín. Este es el nombre del considerado primer confesor de la Iglesia, San Martín de Tours, o sea, el primer santo en ser venerado con culto litúrgico sin ser mártir.

Martín de Porres tampoco fue mártir, aunque sí fue religioso como el de Tours. Y ambos fueron dos ejemplos de cercanía a pobres y necesitados. El empeño que ponía Martín de Porres en socorrer a los enfermos, en procurar comida, vestido y medicinas a los pobres, su ayuda a los agricultores, negros y mulatos que por aquel tiempo eran tratados como esclavos de la más baja condición, le valió, por parte del pueblo, el apelativo de “Martín de la caridad”, como recordó Juan XXIII en la homilía de la canonización.

En las imágenes de los santos suelen aparecer símbolos que recuerdan atributos de su vida, como una cruz, una iglesia en la mano, un libro de teología, una biblia o una custodia. Los símbolos que aparecen en las pinturas de Martín de Porres son más humildes. Fundamentalmente estos tres: frascos de remedios, como buen enfermero que era; una escoba, como humilde servidor del convento; y un perro, un gato y un ratón, que recuerda uno de sus prodigios más raros y más sonados, a saber: el que los tres comieran en el mismo plato. Y es que, cuando uno reparte amor, logra unir y reconciliar lo que parece más opuesto.

Los títulos de las dos grandes encíclicas de Francisco, Laudato si’, sobre la ecología integral; y Fratelli tutti, sobre la fraternidad universal, están inspirados en la vida de san Francisco de Asís. Ambos aspectos, el cuidado de la naturaleza y el cuidado de los hermanos, también son propios de Martín de Porres. Los santos tienen muchos rasgos en común, porque santo es el que quiere identificar su vida con la de Cristo.

Martin de Porres se habría sentido cómodo con la última encíclica de Francisco. Fratelli tutti tiene aplicaciones en todos los grupos cristianos. También en la familia y en la vida religiosa, a la que tanto amó Martín de Porres. En nuestras comunidades decimos que todas y todos somos hermanos. ¿De verdad? ¿De verdad es este nuestro signo distintivo? Me temo que, a veces, nos comportamos unos con otros como el perro y el gato, que evoca la idea de dos personajes que se llevan mal por naturaleza. La imagen de Martín de Porres, logrando que el perro y el gato coman juntos en el mismo plato, haciendo posible que los distintos puedan estar en comunión, debería ser motivo de reflexión para tantas y tantos que se dicen hermanos. Para que este decir no sea una frase sino una realidad.

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30
Oct
2020
Ante la muerte, tristes pero esperanzados
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verjadejardín

“No os entristezcáis como los que no tienen esperanza”, decía San Pablo en su primera carta a los tesalonicenses. Esta carta es probablemente el texto más antiguo del Nuevo Testamento. Leyéndola queda claro que una de las cuestiones que desde el principio preocuparon a los cristianos es la de la resurrección de los muertos. Esta es una de las últimas preguntas que le hicieron a Jesús y una de las principales preocupaciones de la primera comunidad cristiana.

Los cristianos no se entristecen como los que no tienen esperanza. Esta frase se puede entender de dos maneras: 1) que, ante la muerte, los cristianos no se entristecen porque tienen esperanza; y 2) que hay dos modos de estar tristes: se puede estar tristes sin esperanza y estarlo con esperanza. Esta segunda lectura del texto a los tesalonicenses en probablemente más realista que la primera.

Ante la muerte los cristianos sentimos tristeza. Sí, y con toda razón, porque ninguna despedida es fácil, sobre todo las despedidas de las personas amadas. Pero también estamos esperanzados. El motivo de nuestra esperanza es nuestra fe en Cristo resucitado. Pues Cristo ha resucitado no sólo para él, sino como el primero de una larga lista de hermanos. Nuestra fe confiesa que Cristo ha resucitado y, como consecuencia, que, unidos a él, también nosotros resucitaremos.

Hay dos motivos muy serios que sostienen nuestra esperanza. El primero, Dios es misericordioso y nos ama, nos ama como no se puede amar más, nos ama en nuestra debilidad, nos ama en nuestra realidad, no nos trata como merecen nuestros pecados, nos trata según su gran amor. Y los que se aman quieren estar juntos. Por eso, Dios que nos ama, quiere estar siempre con nosotros, no nos abandona nunca. En el momento de la dificultad está más presente que nunca. En el momento de la muerte allí está él.

El segundo motivo que sostiene nuestra esperanza es el poder de Dios: Dios tiene poder para resucitar muertos; del mismo modo que Dios nos ha dado la vida, por el mismo poder nos la sostiene; y por el mismo poder transformará nuestra vida en una vida gloriosa cuando llegue el momento de dejar este mundo.

Dios que nos ama, Dios que es todopoderoso, he aquí las razones de nuestra esperanza. Este amor y este poder se manifestaron en la resurrección de Cristo y se manifestarán en la resurrección de todos los que son Cristo.

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26
Oct
2020
Testigos antes que maestros
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testigos

Buscando buenos métodos pastorales, quizás nos hemos olvidado del mejor. Decía Pablo VI que el mundo, antes que maestros, necesita testigos; y que si escucha a los maestros es porque primero son testigos. Testigo es el que tiene un conocimiento experiencial de aquello que dice; es alguien que primero ha vivido lo que expone; alguien que ha hecho en sí mismo la prueba de la bondad de lo que propone a los demás. Y lo dice, propone y expone sin ningún interés personal. Por eso, si lo que dice o propone es rechazado, él no se siente ofendido ni fracasado. Si acaso, un poco dolido porque el otro se ha perdido algo que él considera fundamental.

Algo parecido recomendaba Jesús a aquellos que enviaba a proclamar la cercanía del Reino de Dios: lo primero de todo, saludar a la gente, o sea, interesarse por ella, conocerla; después, curar enfermos, o sea, sanar heridas, ayudar en lo que se puede; luego, no aprovecharse de la gente, no pedir dinero. “Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras”, marcharse tranquilamente “sacudiendo el polvo de vuestros pies” (Mt 10,14). No se trata de un desprecio ni de un acto de reproche; se trata de no dejarnos dañar, ni de rebelarnos contra nadie; de no cargar con el problema ajeno, de no depender de quienes no nos comprenden.

Este curso está marcado por una doble crisis sanitaria y económica. Parece que el virus tardará en irse. La economía se recuperará lentamente. Pero con virus o sin él, con economía boyante o precaria, siempre habrá necesidad y pobreza, enfermedad y muerte; personas tristes y solas, en busca de amor y de sentido. Los hospitales de campaña de los que habla el Papa Francisco seguirán siendo una necesidad permanente. Los cristianos, todos y cada uno, deberíamos ser trabajadores voluntarios de estos hospitales de campaña. La invitación a ser voluntarios de hospital es una muestra más de ese tenor de vida admirable del que hablaba el discurso a Diogneto (al que me referí en un post anterior).

Alguna vez he oído: “tenemos un producto maravilloso, pero no sabemos venderlo”. Grave error: nosotros no somos vendedores de ningún producto, sino personas que vivimos con un cierto estilo. Si este estilo aparece, aunque sea mínimamente, el anuncio del nombre de Jesús, el único nombre que puede salvar, vendrá casi de forma espontánea, pues la gente nos preguntará: ¿por qué vives de esa manera? Nuestra respuesta podría ser: porque pienso de otra manera, tengo otra mentalidad, otro espíritu. Y así provocaremos la pregunta: ¿de qué modo piensas y por qué piensas así, qué clase de espíritu es este? Ahí es donde aparece el nombre de Jesucristo.

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22
Oct
2020
Un Papa soñador
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sueños

El sustantivo sueño y el verbo soñar aparecen, al menos, 18 veces en Fratelli tutti. El Papa habla de sueños, como también allá por el año 1963 otro pastor, citado por el Papa en su encíclica, Martín Luther King dijo que tenía un sueño. Ni entonces con Luther King, ni ahora con Francisco el sueño tiene que ver con vanas ilusiones. Se trata de fuertes deseos, que alientan grandes esperanzas. Unas esperanzas que están bien fundamentadas y pueden convertirse en realidades si se cumplen ciertas condiciones.

Luther King soñaba con un futuro en el cual la gente de raza negra y blanca pudiesen coexistir armoniosamente y como iguales. “Ahora, decía, es el tiempo de elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el iluminado camino de la justicia racial”. Francisco concluye su carta con una oración al Creador en la que le suplica que nos inspire “un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz”. Este sueño es importante porque vivimos en un mundo de desencuentros, de monólogos, de injusticia y de guerra.

Es fundamental, dice Francisco, que ese anhelo de fraternidad lo soñemos juntos, porque “solos se corre el riesgo de tener espejismos”. Es muy difícil, añade, proyectar algo grande, si no se logra que esto se convierta en un sueño colectivo. Piénsese, por ejemplo, que las grandes obras de una comunidad (nacional, municipal y también religiosa) han tenido éxito cuando todos sus miembros estaban ilusionados en un proyecto común, porque era de todos, y cada uno lo asumía como propio.

Desgraciadamente ahora parece que los sueños de la humanidad no son de fraternidad: “el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera la indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos juntos en la misma barca”. Y cuando en la misma barca cada uno rema hacia un lado distinto, la barca se hunde.

Alguno pensará que estos sueños del Papa son utópicos en el sentido negativo que a veces damos a la palabra: algo hermoso, pero imposible de conseguir. Pero en su sentido más noble la utopía no es lo irrealizable, sino lo que es posible conseguir siempre que se pongan las condiciones requeridas para ello. También las bienaventuranzas de Jesús parecen un sueño utópico. El “anhelo de un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos”, para emplear palabras de Francisco, es el sueño al que nos invita el Evangelio.

Si soñamos cosas buenas a lo mejor las obtendremos. Si pensamos que son imposibles, nos quedaremos pasivos, con los brazos cruzados. Al respecto decía Miguel de Unamuno: cuando el hombre se cruza de brazos, Dios se echa a dormir. Pongámonos a la tarea, y en ella nos encontraremos a un Dios bien despierto que nos acompaña y nos estimula.

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18
Oct
2020
Avisos para navegantes en la encíclica
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cuidadito

En la encíclica Fratelli tutti encontramos algunos avisos para navegantes cristianos, a los que vale la pena prestar atención, por si alguno de ellos pudiera interesarnos.

Uno de estos avisos ya lo indiqué en un post anterior, al tratar de las redes sociales. Lo repito y lo resumo: la agresividad, insultos y fanatismos que aparecen en las redes sociales, a veces, por desgracia, están protagonizados por católicos. Incluso a veces, pretendiendo defender la verdad, lo que hacemos es emborronarla cuando lo hacemos con agresividad y olvidamos que el amor es lo propio y característico del cristiano.

Otro aviso aparece cuando el Papa habla de los migrantes y de las ideologías economicistas que abogan por no dejarles entrar en nuestros países ricos o dificultan su presencia. En este contexto, el Papa advierte que hay cristianos que comparten “esta mentalidad y estas actitudes (negativas), haciendo prevalecer sus preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno”.

Un tercer aviso se encuentra cuando el Papa comenta la parábola del samaritano misericordioso y nota que quienes pasan de largo ante el herido son personas religiosas. Dice Francisco: “el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás”. El aviso continúa, desde otra perspectiva, después de lamentar que a la Iglesia le haya costado tanto tiempo condenar la esclavitud y diversas formas de violencia: “todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes”.

Un nuevo aviso aparece al hablar de los líderes religiosos. Porque el problema no está en los libros sagrados de las religiones, sino en aquellos que los interpretan. Francisco constata que algunas interpretaciones de esos líderes pueden conducir a la violencia fundamentalista. Y hablando en primera persona dice: “los líderes religiosos estamos llamados a ser auténticos dialogantes, a ser artesanos de paz, uniendo y no dividiendo, abriendo sendas y no levantando nuevos muros”.

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14
Oct
2020
Lo afectivo y lo institucional en "Fratelli tutti"
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banco

En la encíclica aparecen citados algunos autores contemporáneos. El Papa se deja acompañar de pensadores que le ayudan a comprender y expresar la verdad, y a traducir el mensaje evangélico en función de las necesidades de nuestro tiempo. Uno de los citados es un autor protestante francés, que ha escrito cosas interesantes sobre temas que interesan a la teología. Se trata de Paul Ricoeur. Inspirándose en este autor, Francisco dice que la caridad debe integrar dos dimensiones que provocan dos tipos de lazos o de relaciones: la dimensión personal o cercanía afectiva al otro, y la dimensión institucional. ¿Cómo comprender esto?

Nuestro mundo está cada vez más estructurado y burocratizado. Muchas relaciones de solidaridad han dejado de ser personales y se dan a través de instituciones y mediaciones sociales. Mi ayuda a las víctimas de un terremoto no la entrego personalmente, sino a través de una ONG o de una institución eclesial o estatal. Para que llegue la medicina al herido que está lejos necesito de los servicios de correos. Caridad es la ayuda que yo presto para que un anciano pueda cruzar un río, pero también es caridad lo que hace el político que construye el puente.  En realidad, la relación personal con el prójimo y la institucional son las dos caras de la misma caridad. Y ambas son necesarias.

La caridad, como bien dice el Papa, pasa también por “las instituciones, el derecho, la técnica, la experiencia, los aportes profesionales, el análisis científico, los procedimientos administrativos… La verdadera caridad es capaz de incorporar todo esto, y si debe expresarse en el encuentro persona a persona, también es capaz de llegar a una hermana o a un hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de generar”.

“El buen samaritano necesitó de una posada que le permitiera resolver lo que él solo, en aquel momento, no estaba en condiciones de asegurar. El amor al prójimo es realista y no desperdicia nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a los últimos. De otro modo, a veces se tienen ideologías de izquierda o pensamientos sociales, junto con hábitos individualistas y procedimientos ineficaces que sólo llegan a unos pocos. Mientras tanto, la multitud de los abandonados queda a merced de la posible buena voluntad de algunos. Esto hace ver que es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres”.

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11
Oct
2020
Las redes sociales en la encíclica del Papa
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rueda

Entre los muchos temas que aparecen en la encíclica Fratelli tutti está el de las redes sociales y el uso de internet. Como todo lo humano, internet es ambiguo. Puede servir para hacer el bien y utilizarse para hacer el mal. Destaco algunas de las cosas que el Papa dice. Como en el post anterior utilizo con abundancia las propias palabras de la encíclica.

Por una parte, tanta comunicación puede redundar en una pérdida de intimidad. Todo se convierte en espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo, y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, o ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo.

Más aún, a veces imaginamos tener muchos amigos a través de estos medios. Es posible que esas amistades sean una ilusión y estemos más solos de lo que pensamos. Los medios nos pueden hacer perder el contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas. La buena comunicación no puede darse por medio de una pantalla. “Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana. La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad”.

Voy con lo que me parece más grave. Parece que, de pronto, estamos todos muy comunicados, pero en esta super comunicación provoca mucha separación y distanciamiento, a base de insultos, agresividad y actitudes intolerantes, muchas veces anónimos. Esto sería imposible en el contacto cuerpo a cuerpo, porque terminaríamos destruyéndonos entre todos.

Por desgracia, los fanatismos que llevan a destruir a otros son protagonizados también por personas religiosas, sin excluir a los cristianos, que “pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital. Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda ética y respeto por la fama ajena. ¿Qué se aporta así a la fraternidad que el Padre común nos propone?”

El criterio para valorar positiva o negativamente la vida humana es el amor.  Sin embargo, nota el Papa, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13).

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8
Oct
2020
Covid-19 y encíclica del Papa
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covidyenciclia

En su reciente encíclica, Francisco entra de lleno en la situación provocada por el covid-19 y saca algunas buenas consecuencias. Destaco, casi con las mismas palabras de la encíclica, los tres aspectos más importantes que, en mi opinión, preocupan al Papa.

Uno: todos estamos en la misma barca. Por eso, o nos salvamos todos juntos o no se salva nadie. La técnica, la ciencia, el progreso nos han hecho pensar que somos todopoderosos, que el ser humano es capaz de todo y tienes soluciones para todo. El virus nos ha hecho caer en la cuenta de que el individualismo es perjudicial porque todo está conectado e interrelacionado. Por otra parte, ha puesto ante nuestros ojos lo frágiles que somos. De ahí que “el dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestra sociedad y sobre todo el sentido de nuestra existencia”.

Dos: una advertencia para la post-pandemia (¡esperemos que sea pronto!): Pasada la crisis sanitaria, “la peor reacción sería volver a caer en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. No deberíamos olvidarnos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado… Además, no se debería ignorar ingenuamente que la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca”. El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia.

Y tres: importa leer las semillas de bien que se han manifestado durante esta pandemia, semillas que son el modo como Dios actúa en este mundo. A pesar de las sombras que no conviene ignorar, hemos visto también caminos de esperanza. “Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas... comprendieron que nadie se salva solo”.

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4
Oct
2020
Encíclica del Papa: hermanas y hermanos todos
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Sí, todos hijos del mismo Padre. Todos hermanas y hermanos. Con diferencias que nos enriquecen. Y, a veces, son causa de distanciamiento. Por eso importa recordar que lo que nos une e iguala es más importante y fundamental que lo que nos distingue. Precisamente por eso es posible ver en el otro a “otro yo”, que tiene mis mismas necesidades y mis mismas ilusiones. Por eso también es posible el perdón y la reconciliación porque, al reconciliarme con el otro, me estoy reencontrando conmigo mismo.

La encíclica que acaba de publicar el Papa es una llamada a la fraternidad universal. Comienza recordando el encuentro de san Francisco de Asís con el sultán Al Kamil, al que visitó sin más armas que la Paz, el Bien, el respeto. El Papa confiesa que se ha “sentido especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con quien se encontró en Abu Dabi para recordar que Dios ha creado todos los seres humanos, iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos”. La encíclica tiene un alcance ecuménico e interreligioso, más aún, un alcance universal, porque todos cabemos dentro del corazón de un Dios que no sabe de límites ni fronteras.

Es imposible resumir la encíclica en un post. Solo cabe invitar a su lectura. Son muchos los temas que, a lo largo de su páginas, van apareciendo: la irrupción de la pandemia del Covid-19 que ha manifestado nuestra incapacidad para actuar conjuntamente; las causas que no favorecen el desarrollo de la fraternidad; el olvido de los demás; el pensar solo en los propios intereses; el rechazo y miedo al inmigrante; el descarte de las personas “no productivas” que, sin embargo, son únicas e irrepetibles; las redes que nos empachan de conexiones, favorecen el insulto y obstaculizan el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas; la injusticia de la guerra o la inadmisibilidad de la pena de muerte; las causas estructurales de la pobreza o el destino común de los bienes creados.

Comentando la parábola del samaritano misericordioso, Francisco plantea una pregunta fundamental: y tú, ¿con cuál de los personajes de la parábola te identificas, con los salteadores, con las personas religiosas, que se desentendieron del herido y pasan de largo, o con el que, sin conocerlo, lo consideró digno de dedicarle su tiempo? Son muy buenas las reflexiones sobre el amor, que nos pone en tensión hacía la comunión universal. Un amor que no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en las relaciones sociales, económicas y políticas. Resultan de sumo interés las consideraciones sobre la paz, el diálogo entre personas y pueblos, o el perdón, que no significa olvido.

La encíclica acaba recordando que las religiones están al servicio de la fraternidad. Afirma que “la violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas fundamentales, sino en sus deformaciones”. Y también “el amor de Dios es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo es el mismo amor”.

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1
Oct
2020
Muestras de un tenor de vida admirable
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faro

El conocido como “Discurso a Diogneto” es un escrito del siglo II que un cristiano culto dirige a un alto personaje de la sociedad romana. Desconocemos el nombre del autor y el del destinatario, pero eso resulta secundario, pues lo importante es la descripción que el autor del escrito hace de la vida de los cristianos. Son gente muy normal, dice. No se distinguen de las demás personas por su modo de comer, de vestir o de hablar. Aceptan las costumbres de los lugares en los que viven. Son buenos ciudadanos: obedecen las leyes de la ciudad. Y, sin embargo (añade el autor) “dan muestras de un tenor de vida admirable”.

Los cristianos viven como los demás, pero no son como los demás. El autor del “discurso” ofrece una serie de llamativas paradojas para explicar el admirable tenor de vida de los cristianos. Cito libremente algunas: se casan y engendran hijos como todos, pero no practican el aborto; comparten la comida, pero no el lecho; son pobres y enriquecen a muchos, carecen de todo y abundan en todo (eso solo es posible porque comparten lo que tienen y, por eso, entre ellos nadie pasa necesidad); son maldecidos y bendicen (o sea, devuelven bien por mal); viven en el mundo, pero no son del mundo; aman a su patria, pero no hasta el punto de perder la cabeza por ella, pues saben que solo hay una patria verdadera de la que todos somos ciudadanos y, por eso, tratan a todos (a todos: incluso a quienes les desprecian) como hermanos.

Este escrito plantea un aspecto fundamental de la vida de los primeros cristianos. Para seguir a Jesús no hace falta vivir de forma extraña, ni hacer cosas raras. Es posible santificarse en medio del mundo e iluminar todas las cosas con la luz de Cristo. Lo importante no es solo lo que hacemos, sino el modo como lo hacemos. Es posible vendar fríamente una herida; es posible vendar la herida e interesarse por el herido. Si nos interesamos por el herido, probablemente el herido se interese por nosotros; y, al entablar conversación, podemos terminar compartiendo lo que somos, nuestros intereses, esperanzas e ilusiones. En este compartir puede aparecer el nombre de Jesús.

Lo que muchos discursos y documentos, bien trabados y pensados, no logran, lo puede lograr la manera de vendar una herida. El “tú a tú”, la cercanía amistosa, en ocasiones es el mejor camino de evangelización. Y la cercanía implica interesarse por el otro desinteresadamente, sin buscar sacarle algo, sin proselitismos baratos, sin segundas intenciones. Antes de ofrecer respuestas, hay que conocer las preguntas que el otro plantea; antes de dar catequesis hay que conocer al otro.

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