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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

14
Dic
2021
Encarnación, mediación de una carne perecedera
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belen21.1

Los sacramentos son la consecuencia extrema del misterio de la Encarnación. Ellos son la prolongación de la humanidad de Cristo en la vida del creyente. La salvación cristiana pasa por la carne. En primer lugar, por la carne de Cristo, y luego por la prolongación de esta carne en los sacramentos.

El Creador nos ha dotado de todo lo necesario para llegar a lo esencial, a saber: cuerpo, ojos, mano, boca. Si la telefonía móvil hubiera sido más adecuada para llegar a lo esencial nos hubiera dotado del poder de telepatía. Pero no, únicamente nuestros brazos son apropiados para abrazar al hermano, nuestras palmas para acariciar y nuestras bocas sin megáfono ni teléfono para besar. Por eso, los sacramentos operan desde la proximidad corporal, desde el contacto físico. En el bautismo el sacerdote nos sumerge en la piscina bautismal, pone las manos sobre nuestra cabeza para infundirnos el Espíritu Santo, hace entrar a Cristo en nuestra boca para que lo mastiquemos. Es imposible confesarse por messenger o comulgar por webcam.

Los dones supremos del Eterno reclaman la mediación de esta carne perecedera. A partir de ahí se comprende el sentido que tiene el sacerdocio. Un hombre ordinario, un pobre pecador, puede ser intermediario de la misericordia divina con solo darnos la absolución. Fabrice Hadjadj, a propósito del pobre sacerdote que con una simple fórmula nos devuelve la gracia, hace notar que el demonio no lo soporta, porque ahí es donde se siente más humillado. Y añade algo que viene bien recordar en este tiempo de adviento: según Grignion de Monfort el demonio temía más a María que a Dios mismo, porque le resultaba más humillante ser aplastado por una joven que por el Todopoderoso. Se comprende: si quién vence al campeón de la liga española de futbol es el campeón de Europa, la cosa es soportable para el aficionado; lo que resulta del todo inaceptable es que le derrote un equipo de tercera división.

Al demonio, sigue diciendo Fabrice Hadjadj, le encantaría que el cristianismo fuera una ideología, una serie de dogmas ideales, un cuerpo de doctrina sin “cuerpo palpable”. Y que lo que nos uniera y reuniera fueran una serie de ideas. Pero no, el signo de la unidad de los fieles católicos es un hombre de carne y hueso, el Vicario de Cristo, que tiene una cara que a unos no les gusta, una serie de tics que caen mal a otros y lo hacen caricaturizable. Esta carnalidad que nos congrega nos impide vivir en la abstracción y nos obliga a que la relación con el Evangelio se haga a través de un pobre hombre como nosotros, vicario del Verbo que se ha hecho uno de nosotros.

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10
Dic
2021
¿Por qué decimos Padre nuestro que estás en el cielo?
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cielodeDios

Ahora que se acerca la fiesta de Navidad, en la que celebramos el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, puede resultar interesante preguntarnos por qué decimos, en la oración que Jesús nos enseñó, que el Padre “está en el cielo”. Puede ser interesante porque esta expresión nos remite a la doble dimensión de la divinidad que implica el misterio de la Encarnación, a saber, que Dios es a la vez trascendente e inmanente. Dicho de otra manera: Dios es “el totalmente otro”, el que supera todo lo que podemos decir e imaginar, el que está “en otra dimensión”; y a la vez, es cercano, próximo, hasta el punto de que se hace uno de nosotros. Su inmanencia no anula su trascendencia, y su trascendencia no impide su inmanencia. Vamos, pues con el significa que tiene la afirmación del Padre nuestro “que estás en el cielo”. La explicación que ofrezco a continuación no sólo está directamente inspirada en Tomás de Aquino, sino que utiliza en gran parte sus palabras literales.

Por parte, decimos “que estás en el cielo” contra los que, al orar, se representan y elaboran de Dios toda suerte de fantasías materiales. Por eso se dice que está en el cielo, porque como está muy por encima de las cosas sensibles, muestra así la grandeza de Dios que todo lo supera, incluso la inteligencia y los anhelos de los hombres; así, todo lo que se puede pensar o desear queda por debajo de Dios. Por lo cual se dice en Job: “Sí, Dios es grande y no lo comprendemos” (36,26); en los Salmos: “El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo” (112,4); y en Isaías: “¿Con quién asemejaréis a Dios?” (40,16).

Por otra, la familiaridad de Dios se nos muestra si por “cielo” entendemos “los santos”. Como a causa de su sublimidad algunos dijeron que no se ocupa de las cosas humanas, conviene considerar su proximidad, aún más, su intimidad con nosotros; por esto se dice que está en el cielo, es decir, en los santos, que es lo que significa, como aparece en los Salmos: “El cielo proclama la gloria de Dios” (18,2) y en Jeremías: “Tú estás entre nosotros, Señor” (14,9).

Resumo con otras palabras la doble explicación de Tomás de Aquino. El cielo indica la trascendencia de Dios, la imposibilidad de representarlo con nada material ni terreno. Y el cielo significa la santidad, la limpieza de corazón en la que Dios se hace presente. El Dios que es superior a todo, es también más íntimo que nuestra intimidad; y aquellos que viven una vida santa pueden experimentar, aunque sea pobremente, que Dios les acompaña en su vida porque en sus corazones se derrama el Espíritu Santo. Ellos son el cielo en el que Dios habita.

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7
Dic
2021
La Inmaculada, una buena patrona
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virgenvalencia

La Inmaculada es la patrona de España y de numerosos pueblos y países, sobre todo latinoamericanos; es patrona de algunas instituciones y colectivos, por ejemplo, de los farmacéuticos.

La palabra patrón tiene distintos significados: patrón o patrona es el amo, la dueña, el propietario, el que manda, el que tiene criados o trabajadores. O sea, el que está por encima. Cuando se está por encima se corre el peligro de abusar o maltratar a los inferiores. En este sentido, el patrón tiene poco de evangélico: en el mundo las cosas funcionan así, dice Jesús, pero entre vosotros nada de eso; el que quiera ser el primero entre vosotros, que se haga el último de todos y el servidor de todos.

Patrón tiene otros sentidos más positivos: patrón puede ser el protector, el defensor. Por eso, los pueblos o las congregaciones religiosas suelen buscarse buenos defensores, buenos intercesores. La Virgen María es la mejor intercesora. Ella, por su santidad de vida, está cerca de Dios. Y está muy cerca de nosotros. Por eso, en la Salve, la aclamamos “abogada nuestra”, la mejor abogada, la que intercede ahora en el cielo ante su Hijo, como lo hizo durante su vida mortal: “no tienen vino”. Hoy seguimos necesitando el vino de la alegría, porque la vida no es fácil y en demasiadas ocasiones nos abruma. Los que vivimos en este valle de lágrimas (como decimos en la Salve), aclamamos a María (en las letanías a ella dedicadas) como “causa de nuestra alegría”. Ella nos consuela en nuestras penas, nos sostiene cuando estamos decaídos.

Finalmente, patrón es el modelo del que se sirve un artesano para sacar otra cosa igual. Aplicado a María: ella es el mejor patrón, o la mejor patrona de vida cristiana; mirándola a ella tenemos una buena orientación para vivir evangélicamente. El Vaticano II dice que María es el modelo y el ejemplar más acabado de la fe y del amor cristianos. María es el mejor modelo de fe que encontramos en el Nuevo Testamento. Las primeras palabras que los evangelistas ponen en su boca son la constante de toda su vida: “hágase en mí según tu Palabra”, o sea, que se cumpla en mi vida la voluntad de Dios. Son palabras parecidas a otras que Jesús dice refiriéndose directa o indirectamente a María: mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios. Estas palabras sobre el cumplimiento de la voluntad de Dios se aplican en primer lugar a ella, modelo de creyente, virgen fiel, ideal de santidad.

Y María es modelo de amor: después de haber acogido la Palabra que el ángel en la anunciación le dice de parte de Dios, en vez de complacerse en sí misma, se dirige a un pueblo de Judá, donde estaba su parienta Isabel, y allí canta que Dios hace maravillas con los que se ocupan y preocupan de los pobres y de los humildes. Unas maravillas muy distintas de las que el mundo proclama. El mundo busca poder; María proclama que Dios derriba a los poderosos. El mundo busca grandeza; María proclama que Dios enaltece a los humildes. El mundo busca riqueza. María proclama que hay que llenar de bienes a los hambrientos. El mundo favorece la guerra; María proclama la misericordia y el perdón de Dios.

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2
Dic
2021
Concebida sin pecado original
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virgenenredondo

Algunos grandes teólogos, nada sospechosos de no amar a la Virgen María, no estaban convencidos de que hubiera sido concebida sin pecado original. Entre estos grandes el más citado es Tomás de Aquino. Pero San Anselmo, San Bernardo y San Buenaventura pensaban lo mismo.

El amor no se manifiesta a base de adjetivos. Se manifiesta respetando la verdad y ofreciendo motivos por los que uno piensa o actúa de una determinada manera. ¿Cuáles eran las razones que tenía Tomás de Aquino para pensar que María, como todos los humanos, fue concebida en pecado original? No es cuestión ahora de entrar en la problemática del pecado original que desencadenó San Agustín. Vamos a fijarnos solo en su aplicación a la concepción de María. Tampoco es cuestión de entrar en la agitada prehistoria que condujo a la proclamación del dogma.

Las razones que tenían los teólogos medievales eran, fundamentalmente, estas dos: si, según san Agustín, el pecado original se transmite por el placer sexual del momento de la concepción, entonces es evidente que María “fue engendrada con la intervención de los dos sexos, que no puede ser sin pasión” (Tomás de Aquino). El segundo motivo partía de otro prejuicio, a saber, que quién no ha incurrido en pecado no puede ser beneficiario de la salvación de Cristo. Hoy la teología no funciona con esos presupuestos: ni el pecado original se transmite por el acto sexual, ni la necesidad de Cristo está condicionada por el pecado. Con pecado o sin pecado todos necesitamos de Cristo; su acción es eminentemente salvífica y elevante, no sólo sanante.

Los medievales afirmaban la eminente santidad de María. Más aún, “que pese a ser concebida con pecado original, fue purificada de él de un modo especial. Algunos son lavados del pecado original una vez nacidos, como los que son santificados por el bautismo… María fue santificada en el mismo vientre materno, antes de nacer”. Por eso, nació toda santa: “la bienaventurada Virgen María fue santificada con tal abundancia de gracia que ya quedó inmune, desde el seno materno, a todo pecado, no sólo mortal, sino incluso venial” (Tomás de Aquino).

Escoto dio un giro copernicano a la discusión de si el pecado condicionaba la necesidad que María tenía de Cristo. Pues si admitimos que la Madre del Señor fue santificada desde el primer instante, exenta de pecado, no solo no atentamos contra la universalidad y eficacia de la cruz de Cristo, sino que solo entonces reconocemos a Cristo como el sobreabundante y eminentísimo Redentor. Cristo redime a María con la más perfecta de las redenciones: con gracia previniente y elevante, de forma más “eminente”, (Lumen Gentium, 53), más plena. ¿Cómo comprender esa mayor necesidad de Cristo cuanto mayor es la santidad? Porque cuanto más se avanza en el camino de la santidad, cuanto más se conoce al Señor, más se comprende la necesidad que de él tenemos y tanto menos dispuestos estamos a dejarle. Cuanto más conocemos a Dios, más le deseamos.

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28
Nov
2021
Adviento: esperas y esperanzas
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advientoflores

Lo de todos los años. Ya ha llegado la Navidad en los grandes almacenes y en casi todos los comercios. Las lucecitas, los árboles iluminados, los muñecos de papá Noel y toda la parafernalia de una fiesta superficial. En estos últimos días hasta he tenido la impresión de que en algunos comercios la Navidad comienza con el “black friday”. Esta es una batalla perdida. Por eso, lo único que cabe hacer para ganarla es reírse de ella, de la batalla y de los consumidores compulsivos que se dejan arrastrar por la falsa verdad de una pequeña esperanza engañosa.

Frente a la pequeña esperanza, la fe cristiana propone la gran esperanza, la que no falla. En este tiempo de adviento esta esperanza tiene dos direcciones, una que mira al pasado, pero que en realidad no es motivo de nostalgia, sino de agradecimiento admirativo, y otra que mira al futuro, que no es motivo de temor, sino de gran alegría, la alegría de encontrarnos con el mismo Amor que en Jesús se encarnó. Dicho con otras palabras, en adviento celebramos dos importantes artículos del Credo de la fe cristiana. La primera parte del adviento celebra que el Señor resucitado “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. En la segunda parte nos preparamos a celebrar este otro artículo de la fe: el Verbo, que está en el seno del Padre, “se encarnó de María, la virgen, y se hizo hombre”.

Los dos artículos tienen como punto de unión el amor de Dios. El amor de Dios que quiso manifestarse en Jesús, y el amor de Dios que vendrá al final de los tiempos y al final de cada vida humana, para recibirnos con misericordia en sus brazos amorosos. La esperanza cristiana se dirige, sobre todo, a este último acontecimiento. Es la gran esperanza. Si no vivimos de esta gran esperanza, la vida carece de sentido y todas nuestras pequeñas esperas terminan defraudando. Desde luego la espera de la lotería es la más tonta de todas las esperas, porque bien sabemos que las posibilidades de que toque algo bueno son mínimas. Pero incluso si, por casualidad sonase la flauta y algo cayera, lo que nos toque no nos salvará la vida. A lo sumo provocará un momento de euforia y luego nuestra vida seguirá tan vacía o más que antes del toque.

La verdadera, la gran esperanza del ser humano que resiste a pesar de todas las desilusiones solo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y nos sigue amando hasta el extremo (Jn 13,19).

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23
Nov
2021
Flores de las espinas
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¿Hay alguien en la Iglesia que no tenga alguna queja? Si respondemos sinceramente, lo bueno que vivimos es superior a lo que nos molesta. Eso no quita que a muchos les gustaría que algunas cosas cambiasen en la Iglesia. Hay personas, sobre todo mujeres, e incluso mujeres consagradas, que desearían sentirse más integradas en las instancias eclesiales o parroquiales; hay matrimonios en situación irregular, que no acaban de encontrar su sitio en la comunidad cristiana; hay personas que practican la fe, calificadas de disfuncionales, palabra que indica conflictividad; hay clérigos y religiosos que se sienten marginados; hay cristianos que quisieran ver mayor compromiso contra la guerra o la pobreza.

¿Cómo lograr que esas y otras personas se sientan más representadas, más escuchadas, más comprendidas, más integradas en la comunidad cristiana? Digo bien: “se sientan”. Porque el problema está ahí: no en lo que piensan los cristianos integrados, normales, sin problemas, sino en lo que sienten algunos. La convocatoria del Sínodo de la Iglesia universal por el Papa Francisco es una buena oportunidad para que todos podamos expresarnos con libertad y con verdad. Aunque nadie se lo pida, todas y todos tienen la oportunidad de entregar, bien en las parroquias, bien en el Obispado, sus propias respuestas a las preguntas formuladas en el documento preparatorio del Sínodo; o sus propias propuestas; o sus quejas.

Si quejas y desánimos se integran dentro de un diálogo que, por una parte, los amortigüe y, por otra, las transforme en motivo de autocrítica o, al menos, de reflexión por parte de los responsables eclesiales, lo que parecen cardos o espinas podrían convertirse en flores. El florecer sería facilitado si lográsemos crear un clima de comprensión, confianza, cercanía, acompañado de una apertura mental, que nos permitiera comprender lo bueno que puede haber en las perspectivas y posiciones distintas a las propias.

A mí me llamó la atención que, en su libro sobre Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger-Benedicto XVI citase a la bestia negra de la teología católica de hace unos años, a saber, Rudolf Bultmann. Cuando está en desacuerdo con la teología de Bultmann lo hace de forma respetuosa y razonada; y si lo cita, estando en desacuerdo, es porque considera que la posición de Bultmann es tan seria que merece ser considerada y escuchada. Lo sorprendente es que, en otras ocasiones, muestra su acuerdo con lo que dice Bultmann. Este es un buen ejemplo de cómo movernos en la Iglesia. Con apertura de mente, respetando al otro, escuchándolo, razonando antes de condenar, y acogiendo lo bueno que puede tener. Así lograremos que la Iglesia sea un hermoso jardín. Hagamos magia, hagamos que broten flores entre las espinas, mejor aún, convirtamos las espinas en flores.

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18
Nov
2021
Humor y cristianismo
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El cristianismo es compatible con todo lo humano, con todo lo que dignifica a la persona. Hay un proverbio latino que Pablo VI utilizó en alguna ocasión: “soy hombre, nada humano me es ajeno”. El humor es un rasgo propiamente humano que facilita la comunicación y la buena relación entre las personas y expresa una característica propia de todo ser humano, a saber, que estamos hechos para la alegría y la felicidad. San Pablo recomendaba a los cristianos que, sobre todo con los no cristianos, nuestra “conversación fuera siempre agradable”. Y añadía: “con su pizca de sal”. O sea, con un poco de humor y hasta de ironía.

Posiblemente Jesús de Nazaret debía reírse de las ocurrencias que tenían los comensales con los que compartía la mesa. Él también debía contar allí cosas graciosas. A Jesús le encantaba compartir la mesa. Y eso solo se hace con los amigos y la gente de confianza. Y entre amigos siempre reina el buen humor. Eso sí, si buscamos en los evangelios alguna palabra chistosa es posible que no la encontremos. Pero si nos fijamos bien, veremos que Jesús empleaba la ironía y tenía giros y expresiones que, sin duda, sorprendían y posiblemente despertaban más de una sonrisa. Por ejemplo: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de los cielos. Y cuando llamaba a Herodes zorro seguramente más de un oyente, que se debía sentir molesto y oprimido por Herodes, debía reírse interiormente y a lo mejor hasta aplaudir exteriormente.

Recuerdo algunos ejemplos de la vida y escritos de Santo Tomás de Aquino, del que seguramente muchos se hacen una imagen de gran seriedad. Un día los compañeros de Santo Tomás, para reírse de él, le dijeron: Fray Tomás, acérquese a la ventana, porque hay un burro volando. Cuando el santo se acercó hubo una risotada general. Lo que no se esperaban era la reacción de Tomás, que está llena de humor: entre que un burro vuele y un religioso mienta, me parece más imposible lo segundo que lo primero.

Otro rasgo de humor: cuando santo Tomás comenta el artículo sobre la vida eterna, dice que allí quedarán saciados todos nuestros deseos y pone el siguiente ejemplo: todos deseamos honores y así los sacerdotes desean ser obispos y los hombres corrientes desean ser reyes. Pues ambas cosas se conseguirán allí. Si eso no es humor (sobre todo eso de que los sacerdotes en el cielo serán obispos), debe ser algo muy parecido.

Santo Tomás dice que la tristeza es lo que más daña al cuerpo. Por tanto, habrá que concluir que la alegría es lo que más le favorece. En otro lugar dice: del mismo modo que el cuerpo necesita descanso, también el alma la necesita. Y añade: el alma encuentra el descanso en la diversión. Dice también: el juego es necesario para llevar una vida humana.

Y una cosita a propósito de los límites morales. El humor nunca puede ser ofensivo ni utilizarse para descalificar a nadie. El humor no es burla, tampoco es ridiculizar a los débiles. Cuando esto ocurre se convierte en algo zafio y barato. El humor es inteligente. No hay nada más serio que el buen humor.

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13
Nov
2021
¿Contemplar? ¡Para lo que hay que ver!
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contemplar

Todos vemos y nos enteramos de muchas cosas. Algunas nos gustan y otras nos disgustan. Unas nos afectan más de cerca y otras ocurren lejos de nosotros. De las que ocurren “lejos” (tanto en sentido geográfico como personal) nos solemos enterar por los medios de comunicación. La pluralidad de esos medios ayuda a hacernos una idea más exacta de la realidad. Pero como una de las finalidades de esos medios es vender y hacer negocio, suelen informar de aquello que resulta más llamativo. Y lo más llamativo casi siempre está relacionado con el mal.

El exceso de información no ayuda a sensibilizarnos ante la desgracia ajena y la injusticia. Estamos tan acostumbrados a este tipo de noticias que casi no nos afectan. Y hay muchos motivos para que nos afecten, porque todo lo que tiene que ver con el prójimo necesitado debería despertar nuestros deseos de ayudar. Una prueba de que lo que vemos a lo lejos nos afecta, es nuestra actitud con lo que ocurre cerca de nosotros. Llegamos donde podemos, pero donde podamos llegar hay que actuar.

En este sentido tener los ojos bien abiertos ante la realidad es una actitud contemplativa en el sentido más religioso de la palabra. Si por contemplación se entiende la oración y la escucha de la Palabra de Dios, la contemplación es fundamental en la vida de todo cristiano. Pero la oración y la escucha de la Palabra se realizan en un determinado contexto vital, histórico, social y cultural. Este contexto condiciona nuestro modo de entender y de escuchar. Más aún, si la oración y la Palabra de Dios no tienen repercusiones en nuestro modo de situarnos en la realidad, son una oración y una escucha vanas.

La oración influye en nuestras actitudes vitales y nuestras actitudes influyen en nuestro modo de orar. Oración y vida se condicionan mutuamente. La Palabra de Dios está destinada a dar fruto. Para dar fruto es necesario conocer la tierra en la que cae la semilla de la Palabra. Y el crecimiento de la semilla está condicionado por la tierra en la que se siembra. La Palabra de Dios remueve la tierra que es la vida de cada persona; y la tierra, la vida de cada persona, modela el fruto que da la semilla de la Palabra. No sólo oración y vida, sino también Palabra de Dios y vida se condicionan mutuamente.

Se atribuye a Karl Rahner (aunque hay quién dice que es de André Malraux) la frase de que el cristiano del siglo XXI o será místico o no será. En todo caso, un buen cristiano es un místico con los ojos bien abiertos. O sea, una persona que busca siempre el rostro de Dios, pero consciente de que este rostro también se encuentra en la imagen de Dios, que es todo ser humano. En este sentido una verdadera vida contemplativa está siempre muy atenta a la Palabra de Dios y a los signos de los tiempos, a aquellos acontecimientos históricos en los que está en juego el bien de las personas.

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9
Nov
2021
Ser ejemplar por añadidura
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Todo creyente está llamado a dar buen ejemplo. Pero sólo puede dar buen ejemplo si previamente ha sido seducido por otro ejemplo que está más allá de él, de modo que su buen ejemplo es el reflejo de una bondad que le supera. San Pablo, supongo que con mucha humildad y mucho temblor, se presentaba como modelo para ser imitado, pero en realidad invitaba a imitar al modelo supremo a quién él imitaba: “sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1 Cor 11,1). Al imitar a Cristo, el creyente imita a Dios, pues Cristo es el modelo humano, la mejor realización humana de lo que Dios es y de lo que Dios quiere: “sed imitadores de Dios” (Ef 5,1), dice Pablo, y para que no vayamos a las nubes irreales de nuestra imaginación, nos hace descender a lo concreto de la tierra y aclara enseguida donde se realiza la imitación de Dios: en vivir en el amor como Cristo nos amó.

La vida cristiana no consiste en dar ejemplo, en salir en la foto, sino en seguir el ejemplo de Cristo. Si seguimos a Cristo, seguramente no saldremos en la foto, pero daremos buen ejemplo, provocaremos preguntas, llamaremos la atención. No una atención notoria, llamativa, sino una atención cercana y callada. El ejemplo del cristiano es capilar, de persona a persona. Desde este punto de vista, el cristiano no tiene “vida privada”. Más aún, es posible que sus buenos ejemplos no todos los interpreten como suscitados por el Espíritu Santo. La explicación viene más tarde, lo importante es que vean la “buena obra”.

Insisto: el cristiano lo que pretende es imitar a Cristo, vivir evangélicamente. Si esta vida llama la atención y suscita preguntas, la atención y las preguntas vienen por añadidura, como un segundo momento, como una consecuencia de lo verdaderamente importante. Viviendo de esta forma los cristianos son (por decirlo con palabras de un autor del siglo II) “el alma del mundo”. En este mundo donde abunda el mal, abunda todavía más el bien. La diferencia es que el mal se nota y el bien no se nota. Pero, aunque no se note, el mundo se mantiene y sigue adelante gracias al bien silencioso de los buenos. Si no hubiera más bien que mal, este mundo sería una selva en la que no se podría vivir, en la que nos devoraríamos unos a otros.

Dígase lo mismo de la Iglesia y de nuestras instituciones religiosas. En ellas hay imperfección, porque están formadas por humanos; desgraciadamente, a veces, hay mal, y se nota. Por suerte, con imperfecciones y todo, hay más bien que mal. Y, a veces, no se nota tanto. Nuestras instituciones religiosas en particular y nuestra Iglesia en general, se mantienen vivas, siguen adelante gracias al trabajo sacrificado de los buenos. De esos que son verdaderos ejemplares, aunque su actuación no tenga como primera pretensión dar lecciones a nadie. Las lecciones vienen por añadidura.

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4
Nov
2021
Ejemplaridad
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ejemplaridad

Hay buenos y malos ejemplos. Los buenos invitan a la imitación. Los malos provocan rechazo. Los ejemplos remiten a las personas. Una persona es ejemplar cuando es digna de ser imitada, al menos en alguno de sus aspectos. Pero hay personas que son ejemplos de lo que no hay que hacer.

En todos los ámbitos de la sociedad hay personas notorias o públicas que ofrecen malos y buenos ejemplos. Hay políticos, periodistas, empresarios, profesores corruptos, que mienten o defraudan. Y también hay políticos preocupados por el bien del pueblo, periodistas que buscan la verdad, empresarios con sensibilidad social, profesores sacrificados que ayudan a sus alumnos. Cuando se trata de personajes públicos suele ocurrir que los malos ejemplos llegan muy lejos, y a los buenos, a veces, se les presta poca atención.

En el terreno religioso o eclesiástico ocurre algo parecido: los malos ejemplos tienen un alcance largo y hacen mucho ruido, con el agravante de que, más aún que del resto de actores sociales (políticos, empresarios, científicos), del eclesiástico se espera un plus de moralidad, buen hacer, bondad o sacrificio, incluso más allá del estricto cumplimiento de la ley. En los últimos años hemos conocido casos de fundadores de congregaciones religiosas que pregonaban la más estricta moralidad en sus intervenciones públicas y, en su vida privada, hacían todo lo contrario de lo que predicaban. También hemos conocido casos de clérigos y asimilados (varones y mujeres) acusados de abusar de su poder y de dañar a quienes debían cuidar. Digo hemos conocido, porque haber, debe haber más.

A esta tribu de personajes religiosos se les pueden aplicar esas palabras de san Pablo en Rm 2,24 (aunque sospecho que a ellos esa aplicación no les inmuta demasiado): “El nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones”. O sea, los pecados de aquellos que se presentan como “gente de Dios” y así los consideran erróneamente algunos, parece como si desprestigiaran a Dios, sobre todo ante los no creyentes, ante “las naciones”. En todo caso, no desprestigian a un Dios bien presentado y predicado, sino a un Dios mal presentado y, por tanto, un falso Dios.

En contraste con los malos ejemplos, los buenos, aparentemente, tienen un alcance corto, pero muy profundo y duradero, de modo que, a la larga, resulta más eficaz. Tienen un alcance corto porque el bien no hace ruido. Pero su influencia, al ser más cercana y personal, más de tú a tú, es más convincente. Los buenos ejemplos no se suelen encontrar donde hay publicidad, sino donde hay servicio desinteresado. Ahora bien, aquel que da “buen ejemplo” no actúa para dar ejemplo, actúa porque así se lo dicta su conciencia. Los buenos hacen el bien en toda circunstancia, aunque nadie se entere y nadie les vea. Al contrario del malo que puede hacer algo bueno para figurar, ser aplaudido o salir en la foto, el bueno no hace el bien para que le aplaudan, sino movido por su sentido del bien; dicho en términos religiosos, movido por el Espíritu Santo.

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