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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

17
Ene
2022
Todo deseo es un deseo de Dios
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cupulasanpedro

El ser humano es un ser finito con capacidades infinitas. De ahí la insaciabilidad de su corazón. Se diría que el ser humano pretende tenerlo todo. La ambición humana es tan desmesurada que, aunque no lo sepa, ambiciona a Dios. Esta es la paradoja, la grandeza y la miseria del sujeto humano (todo junto): es un ser pequeño y limitado, pero insaciable, de modo que por mucho que se le dé y por mucho que consiga nunca acaba de llenarse.

Es posible interpretar de muchas maneras esta insatisfacción permanente del ser humano, esta inquietud nunca calmada, este deseo constante de ser más. Desde posiciones ateas no queda más remedio que aceptar que “el hombre es una pasión inútil” (como decía Jean Paul Sartre) porque, en definitiva, nunca logra saciar del todo sus apasionados anhelos. Para la fe cristiana esta pasión insaciable que anida en el sujeto humano, lejos de ser inútil, encuentra en Cristo su mejor iluminación. El vacío insaciable de cada persona es un reflejo de su capacidad de Dios; en Cristo se revela que esta capacidad puede ser satisfecha. El ser humano encuentra en Dios su plenitud. Dios responde a los mejores deseos de su corazón.

¿Por qué el proceso de la evolución, que ha generado organismos conformados y adaptados a sus respectivos entornos, no ha conseguido garantizar un ajuste parecido en el caso del homo sapiens? El homo sapiens está triste, no se conforma con lo que tiene, es un ser esencialmente inadaptado. ¿Cuál es el entorno propio del florecimiento de lo humano? Si nada de lo que el mundo ofrece nos satisface, ¿hay algún mundo que pueda satisfacernos? ¿Cuál es el verdadero entorno de lo humano? ¿Hay alguna realidad con la que el ser humano se sienta en armonía? ¿Cómo no recordar ahora las famosas palabras con las que san Agustín se dirigía a su Creador: “Nos has hecho Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”?

Todo deseo es un deseo de Dios. Pues en la medida en que buscamos lo mejor para nosotros, en esta misma medida, seamos o no conscientes de ello, estamos buscando a Dios. Dicho con palabras de Tomás de Aquino: “todos, en cuanto apetecen sus propias perfecciones, apetecen al mismo Dios”. En ningún terreno el ser humano se conforma con metas parciales e incompletas: “el hombre no es perfectamente bienaventurado mientras le queda algo que desear y buscar”, vuelve a decir Tomás de Aquino. Planteado así resulta claro que el ser humano es un deseo de Dios, el que “sacia de bienes tus anhelos” (Sal 103,5).

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13
Ene
2022
Cuando el Papa deja los papeles
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Papaaudiencia

El miércoles, 12 de enero, tuve ocasión de asistir en Roma a la audiencia del Papa y de escuchar una estupenda catequesis sobre san José y el mundo del trabajo. Los idiomas utilizados fueron, por este orden: italiano, francés, inglés, alemán, español, portugués, árabe y polaco. A los peregrinos de cada una de estas lenguas el Papa dirigió unas breves palabras para ellos. Y en cada uno de estos idiomas se hizo un resumen de la catequesis. Tras los resúmenes se cantó el padrenuestro en latín y el Papa impartió su bendición. Después el Papa se fue acercando a los asistentes y con algunos se hizo hasta fotos “individualizadas”, por decirlo de forma que se entienda.

En su catequesis, el Papa comenzó aclarando que el término “tekton” con el que los evangelistas califican el trabajo de san José, traducido por carpintero, es una calificación genérica que se refería a trabajadores relacionados con la construcción. Un oficio bastante duro que, desde el punto de vista económico, no aseguraba grandes ganancias. En relación a este dato biográfico, el Papa se refirió de forma particular a aquellos trabajadores que hacen trabajos duros en las minas y en ciertas fábricas, a aquellos que son explotados con el trabajo negro, a las víctimas del trabajo, a los niños que son obligados a trabajar y en aquellos que hurgan en los vertederos en busca de algo útil para intercambiar. Se notaba la emoción del Papa en el tono de voz al referirse a los niños obligados a trabajar como personas adultas, en vez de jugar, que es lo propio de los niños.

Luego se refirió a aquellos que no tienen trabajo, heridos en su dignidad, precisamente por no encontrar trabajo. Hizo notar que, en estos tiempos de pandemia, muchos han perdido el trabajo. Añadió que el trabajo es un componente esencial de la vida humana y un camino de santificación. De pronto el Papa dejó de leer e improvisó unas palabras que quizás fueron las más emotivas e interesantes de su catequesis. Dijo que algunos que no tienen trabajo regresan a casa con un pan bajo el brazo porque se lo han dado en “Caritas”. Pues bien, dijo, la dignidad del trabajador y de la persona no está en traer pan a casa de esta forma. La dignidad del trabajador es ganarse el pan, sentirse útil. Por eso lo que le dignifica es tener un trabajo. Porque cuando no se tiene trabajo, a veces, se pierde también la esperanza.

En los resúmenes preparados de antemano para leer en las distintas lenguas que antes he mencionado, evidentemente no estaban las ideas que el Papa ofreció cuando dejó de leer los papeles. De ahí que no es lo mismo escuchar directamente al Papa, que leer los textos preparados para la publicación y tampoco los resúmenes que, de antemano, se preparan para que los distintos intérpretes los ofrezcan a los asistentes a la audiencia. Me ha parecido interesante notar este detalle y contar, para los lectores del blog, esta experiencia que he tenido de poder escuchar en directo esta catequesis sobre san José.  

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10
Ene
2022
El deseo humano es insaciable
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fallas2021

El humano es un ser de deseos. Quizás porque también es un ser carencias. Siempre nos falta algo: algo de saber, algo de belleza, algo de salud, algo de juventud. No hay ser humano que no desee algo y, sobre todo, que no desee, de una u otra manera, lo que es bueno para él. O al menos lo que él considera bueno. Todos nuestros deseos están movidos por la búsqueda de la felicidad. Hagamos lo que hagamos, siempre buscamos la felicidad. Incluso cuando hacemos cosas que al final nos perjudican, el motivo de hacerlas no ha sido el mal resultado final, sino la inicial pretensión de encontrar en ellas gozo, placer, alegría, en suma, felicidad. El que abusa del vino o de la droga, no pretende ponerse enfermo, lo que pretende es conseguir un momento de placer.

El problema es que nunca conseguimos una felicidad plena. En las “coplas por la muerte de su padre”, Jorque Manrique lamentaba “cuán presto se va el placer; cómo después de acordado, da dolor”. Unamuno lo decía de otra manera: “la satisfacción de todo anhelo, no es más que semilla de un anhelo más grande y más imperioso”. Ocurre que, una vez que hemos conseguido lo que decíamos o pensábamos querer, lo conseguido dura poco y nos sabe a poco. Por eso, seguimos buscando siempre más y más y mucho más. Ya se sabe: “el que tiene un beso, quiere tener dos; el que tiene veinte busca los cuarenta y el de los cincuenta quiere tener cien”. Lo bueno siempre nos sabe a poco. En el fondo somos insaciables.

El ser humano vive en una permanente insatisfacción. Decía George Sand que a las personas nos gusta viajar tanto porque no estamos contentos en ningún lugar. Bernardo de Claraval decía que los seres humanos, en lugar de agradecer lo que tenemos, nos pasamos la vida lamentando lo que no tenemos, pues la ambición humana es insaciable. El codicioso nunca se harta de dinero, dice el libro del Eclesiastés (5,9). Por eso los ricos no suelen ser generosos, porque todo lo que tienen les parece poco. No es sólo que den lo que les sobra, como dice la historia de esa viuda del evangelio que dio todo lo que necesitaba para vivir; es que no les sobra nada y siempre quieren más.

No hace falta fijarse en la gente ambiciosa para constatar que el deseo es algo propio de todo ser humano. En la mayoría de las personas se trata de deseos limpios y honrados. Todos deseamos, con toda razón, tener buena salud, encontrar buenos amigos, triunfar en la vida. También ahí los buenos deseos nos abren a deseos mayores. El ser humano siempre está en búsqueda, nunca está satisfecho con lo que tiene. Esta es una característica que nos distingue de los animales. En los animales, el hambre de alimento, de compañero, de protección, cesa tan pronto ha sido satisfecha. No ocurre así con el ser humano. Es un ser pequeño, pero con deseos tan grandes que la naturaleza nunca logra saciar. (Continuará)

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7
Ene
2022
¿Bautismo para el que no tiene pecado?
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basilicasanvicente

El ciclo litúrgico del tiempo de Navidad concluye presentando a un Jesús adulto. Después de 30 años de silencio, el primer acto público de Jesús es ir a bautizarse por Juan en el río Jordán, en el lugar más profundo de la tierra. La geografía podría ser un buen símbolo espiritual: Jesús se coloca al lado de los que están más abajo.

Bien pensado, el bautismo de Jesús por Juan, que administraba un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, resulta un tanto sorprendente, porque Jesús es aquel que no ha cometido pecado. No es extraño, por tanto, que un evangelio apócrifo niegue explícitamente que Jesús fuera bautizado por Juan, apelando precisamente a la ausencia de pecado en Jesús. Pero en el momento en que Jesús es bautizado por Juan una voz del cielo deja claro que él no es un pecador más, aunque se ponga en la cola de los pecadores, sino el “Hijo amado del Padre”.

Si Jesús se pone en la cola de los pecadores no es porque tenga ningún pecado personal, sino porque, habiéndose unido con su encarnación a todo hombre, se solidariza con todos los humanos, que son pecadores. Si confesión de pecados hay en el bautismo de Jesús, no se trata de los de Jesús, sino de los pecados de la humanidad, que Jesús carga sobre sí para perdonarlos, y ser así “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Jesús no nos salva por medio de un acto de fuerza, sino viniendo a nuestro encuentro, poniéndose a nuestro nivel y tomando consigo nuestros pecados.

Cuando Jesús va a bautizarse lo maravilloso no ocurre durante el rito bautismal, sino una vez terminado el rito. Al salir del agua, después del rito, Jesús se puso a orar; entonces bajó sobre él el Espíritu Santo y se oyó la voz del cielo que le declaraba Hijo de Dios.

El bautismo de Juan disponía a hacer penitencia, pero no aportaba nada. Porque no aportaba nada, cuando Jesús es bautizado se acaba el bautismo de Juan, tal como el mismo Juan anuncia: detrás de mi viene uno que os bautizará “con Espíritu Santo”. El bautismo cristiano es un bautismo con Espíritu Santo. El Espíritu nos hace hijos de Dios, hermanos de Cristo y herederos de la gloria. El Espíritu nos hace vivir con más plenitud, es prenda de la vida eterna. Lo decisivo no es la penitencia, sino la filiación divina.

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3
Ene
2022
Unos magos algo despistados
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reyes03

Los Magos iba bien orientados, pero también estaban algo despistados. Iban bien orientados por una estrella que les conducía a un niño al que querían adorar y ofrecerle unos dones: oro, incienso y mirra. Eso de adorar es una cosa muy seria. Si pensaban adorar a un niño es porque estaban convencidos de que era de naturaleza divina. Sin duda es posible equivocarse de divinidad y adorar a los ídolos, pero no parece que ese fuera el caso de los Magos, sobre todo si la buena estrella que les guiaba era la luz del Espíritu Santo, que siempre nos orienta hacia el bien y la verdad. Por otra parte, los dones que traían podrían muy bien referirse a distintos momentos o aspectos de la vida del niño: el incienso era un aroma que se ofrecía a la divinidad; el oro era un regalo destinado a los reyes y podría simbolizar el poder de Dios; la mirra es el aroma de la espiritualidad y con ella se embalsamaba a los muertos; podría, pues, ser un signo de la verdadera humanidad del Hijo de Dios.

La causa del despiste fue haber pensado la realeza del niño en términos mundanos. Si buscaban al “rey de los judíos”, recién nacido, era lógico que se presentaran en Jerusalén, donde estaba al palacio del rey Herodes. Ahí les traicionó su sabiduría mundana, pues la realeza del nacido no admitía comparación alguna con las realezas de este mundo. El poder del nuevo rey iba a ser totalmente diferente a los poderes de los reyes (jefes, gobernadores, presidentes) de este mundo. En este mundo el poder se mantiene a base de opresión y mentira. El de Cristo es el poder del amor, que se ejerce sirviendo y ocupando el último puesto. Cuando Pilato le pregunta a Jesús si es rey, Jesús deja claro que su poder real no tiene nada que ver con el “poder de Poncio Pilato”, que con su poder mandó crucificarle. El reino de Jesús es un reino de verdad y amor, de justicia y de paz.

Los magos se dieron cuenta de su error cuando, al dejarse guiar de nuevo por la sabiduría divina que resplandecía en la estrella, “entraron en la casa y vieron al niño con su madre”. Un rey que nace en una casa humilde, en un lugar pobre, tiene que ser necesariamente el rey de los pobres, de los humildes y sencillos. Sin duda los magos experimentaron una fuerte experiencia de contraste que les movió a conversión: buscaban la grandeza y encontraron la fuerza que se realiza en la debilidad.  Así se explica que “se retiraran a su tierra por otro camino”. Ya no volvieron a Jerusalén, lugar donde estaba la fuerza bruta, el poder opresor y mentiroso. Aquel no era un buen lugar. Buscaron otro camino, el camino que les había sugerido la visión del niño Jesús, este mismo que cuando fue adulto dejo claro que él era “el Camino”. Los que siguen ese camino van por la verdad hacia la vida.

 

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31
Dic
2021
Diálogo, educación y trabajo, instrumentos para la paz
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palomadelapaz

Decía en mi post anterior que el año 2021 ha acabado mal por culpa de la nueva variante del virus. Es de esperar que esta ola se supere como se superaron las anteriores. Y, sobre todo, es de esperar que alguna, quizás esta, sea la definitiva. Si así fuera muchos recuperaríamos la calma. La calma no es lo mismo que la paz. Digo esto porque, este año, como viene ocurriendo desde 1968, la Iglesia nos invita a celebrar el uno de enero la Jornada Mundial de la Paz.

La calma es un estado de ánimo. La paz es algo más serio y profundo. Se puede mantener una cierta calma en medio de discusiones, enemistades y guerras, pero no la paz. La paz es fruto del amor, exige una implicación personal y es una tarea permanente. El Papa Francisco, en su mensaje del uno de enero, ha propuesto tres instrumentos para construir una paz duradera: diálogo entre generaciones, la educación y el trabajo.

El diálogo requiere una confianza básica entre los interlocutores, significa escucharse y caminar juntos. Resuenan en estas palabras los ecos de la sinodalidad, una de las preocupaciones de este pontificado. En el mensaje se trata de caminar juntos, de aliarse, de darse la mano las jóvenes generaciones y las más mayores: “por un lado, dice el Papa, los jóvenes necesitan la experiencia existencial, sapiencial y espiritual de los mayores; por el otro, los mayores necesitan el apoyo, el afecto, la creatividad y el dinamismo de los jóvenes”.

Por mi parte añado que este diálogo me parece necesario a todos los niveles. En ocasiones es más fácil entenderse nietos y abuelos que padres e hijos, o que los hermanos entre sí. Quizás porque entre los que son más iguales hay mayor rivalidad, más competencia. En todas las sociedades, también en los grupos y comunidades eclesiales, las diferencias no ocurren tanto entre distintas generaciones sino entre distintas maneras de pensar. Ahí, más que nunca, es necesaria la escucha, la comprensión, el ponerse en la piel del otro, la capacidad de perdón, el no pensar siempre que la culpa es del otro.

Cuando uno solo escucha a los de “su cuerda”, en realidad se escucha a sí mismo. Lo serio, lo fraterno, lo religioso es escuchar a los que tienen visiones u opiniones distintas a las mías. Lo serio, lo fraterno, lo religioso es pensar que quizás el otro tiene parte de razón y parte de verdad. Y si tiene parte de razón y de verdad, el amante de la verdad y la razón debería estar muy interesado en escucharle, en darle la mano, en caminar a su lado.

A propósito del segundo instrumento, la educación, destaco una idea: se trata de invertir muchos más recursos financieros en educación y muchos menos en armamento. Y a propósito del tercero, subrayo lo siguiente: la respuesta a la violencia y a la criminalidad “sólo puede venir a través de una mayor oferta de las oportunidades de trabajo digno”. Sea bienvenido este mensaje, que nos invita a ser, durante todos los días del año, constructores de paz.

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28
Dic
2021
El bien ajeno es mi propio bien
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virusomicron

No hemos acabado bien el año. Lo peor no es el estratosférico precio de la luz. Lo más peligroso es la nueva variante del virus. Ómicron cada día supera los niveles de contagio del día anterior; como primera consecuencia cada día hay más bajas laborales. Lo que cada vez resulta más claro es que las vacunas contribuyen a aminorar los malos efectos del virus. Si sigue propagándose es fundamentalmente porque hay todavía muchas personas sin vacunar. Y cuando digo muchas personas sin vacunar no pienso únicamente en España, en donde en comparación con las cifras mundiales estamos mucho mejor que otros. Estoy pensando en el mundo entero, porque este virus no conoce fronteras y mientras no esté vacunada la mayor parte de la población mundial, el peligro sigue estando ahí para todos.

Con este virus ha quedado muy claro que el bien ajeno es mi propio bien. En la medida en que haya más vacunados, los que ya lo estamos estaremos más seguros. Para eso es necesario dejar de pensar en términos de beneficios para pensar en clave de solidaridad. Digo eso porque mientras no se permita que las fórmulas de las vacunas estén a disposición de todos, las farmacéuticas seguirán enriqueciéndose a costa del sufrimiento de los más pobres y del peligro de todos los demás.

Nos cuesta pensar en clave de solidaridad. El egoísmo nos ciega. Nos hace incapaces de ver que la desgracia ajena es mi propia desgracia y el bien ajeno es mi propio bien. O nos salvamos todos juntos o todos juntos seguiremos en peligro. Aunque solo fuera por motivos egoístas habría que desear el bien de todos. Pero el egoísmo corto, contagiado por el dinero, nos incapacita para ver las bondades propias del bienestar ajeno.

Solemos quedarnos siempre en la superficie, en lo inmediato, en la apariencia. Para ver el bien hay que ir más allá de lo superficial e inmediato, hay que mirar con los ojos del amor. Hay bienes, los buenos y verdaderos, que nos parecen malos porque los miramos desde nuestra concupiscencia. Cuando se habla de concupiscencia muchos piensan en la de la carne. Hay una bastante peor: la jactancia de las riquezas, el orgullo que resulta de la posesión del dinero (1 Jn 2,16).

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25
Dic
2021
Sagrada Familia: ¿mujer sometida?
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belenfamilia

Este año 2021, la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia se celebra el día siguiente a la Navidad. La segunda lectura de la liturgia dominical dice así: “Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas”. Una pésima lectura de esta sorprendente afirmación para los oídos actuales: “mujeres, sed sumisas a vuestros maridos”, sería aislar estas palabras del conjunto de la frase, y entenderlas además sin tener en cuenta el contexto socio-histórico-cultural en el que se escribieron.

El autor de la carta a los colosenses habla de una sumisión “en el Señor”. Pues bien, en el Señor quedan suprimidas todas las diferencias sexuales, sociales, raciales, culturales y nacionales. En el Señor ya no hay hombre ni mujer, ni esclavo ni libre, ni judío ni griego, ni bárbaro ni escita. En el Señor todos somos “uno”. Y si somos uno es porque nos pertenecemos los unos a los otros. Si esto es así, el adjetivo “sumisión” no puede aplicarse en un solo sentido, sino en sentido mutuo: “sed sumisos los unos a los otros”, las mujeres a los maridos y los maridos a las mujeres.

En segundo lugar, después de aplicar el adjetivo sumisión a las mujeres, el autor de la carta indica imperativamente que los maridos deben amar a sus mujeres. El amor es mucho más difícil y exigente que la sumisión. El que se somete puede aborrecer a quién le somete; y siempre puede fingir y disimular. El amor no admite disimulos, supone decisión personal por parte del que ama, entrega al otro, deseo de bien hacia el amado, búsqueda de lo mejor para él aún a costa de la propia comodidad. La sumisión crea siempre superioridades e inferioridades; el amor anula todas las diferencias, iguala al amante con el amado.

Entendida en el contexto de hoy, la palabra sumisión es totalmente incompatible con el amor. Por eso la frase de san Pablo debe entenderse en el contexto de una cultura machista y misógina, en la que se consideraba que las mujeres eran propiedad del marido. En este contexto socio-cultural, la exhortación del apóstol a los maridos para que amen a sus mujeres es totalmente revolucionaria, contra-cultural, rompedora. El apóstol empieza utilizando el lenguaje de la época, pero enseguida pone una apostilla que anula totalmente la perversidad del lenguaje: sumisas, quizás, pero “en el Señor”. Y tras la apostilla que anula la perversidad de la sumisión (tal como hoy la entendemos), viene lo revolucionario (siempre situándonos en el contexto del siglo primero): maridos, amad a vuestras mujeres.

La Biblia es histórica y utiliza, en ocasiones, imágenes propias de una época que hoy ya no resultan adecuadas ni significativas. Por eso, más allá del lenguaje, debemos quedarnos con el fondo del mensaje y no con sus expresiones muy mejorables: mujeres, maridos, hijas e hijos; lo que importa en una familia, en definitiva, es el amor mutuo, el respeto mutuo, la ayuda mutua. Mutuo, eso es lo decisivo en el evangelio de Jesús: amaos los unos a los otros. Unos a otros y otros a unos. Amor recíproco, ese es el amor cristiano en la familia y en todo tipo de relaciones humanas.

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24
Dic
2021
El Verbo se hizo judío
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judio

La clave de toda la fe cristiana es Jesucristo. Este nombre es un compuesto de otros dos: Jesús y Cristo. Jesús de Nazaret, un judío del siglo primero, hijo de José y de María, es confesado como el Cristo, el Mesías, el enviado definitivo de Dios. Por tanto, sólo puede decirse con toda propiedad “Jesucristo” desde la fe. El nombre de Jesús puede decirse desde la no fe, y por esto, el hombre cuyo nombre es Jesús es objeto de la investigación histórica y su vida y obra puede recibir distintas interpretaciones. Cuando decimos “Jesucristo” estamos optando por una de las posibles interpretaciones de Jesús.

El calificativo de Cristo, que atribuimos a Jesús, si lo entendemos como el enviado por Dios, el que proviene de Dios, termina orientando al misterio mismo de Dios. Es enviado por Dios, porque procede de Dios. Según nuestra fe, procede de Dios porque antes de nacer de María era “la Palabra que estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). La explicación cristiana de este estar en Dios, por una parte, y ser Dios, por otra parte, utiliza la analogía de la palabra concebida en nuestra mente: “nada hay tan semejante al Hijo de Dios como la palabra concebida en nuestra mente” (Tomás de Aquino). Ahora bien, mientras está en la mente, la Palabra sólo la conoce el que la ha concebido. Pero si quiere ser oída y manifestarse al exterior debe hacerlo de forma comprensible, debe ser dicha y oída. En lo que se refiere a la Palabra de Dios eso significa que “la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14).

Ahora bien, si se hizo carne, si se hizo “hombre como nosotros”, entonces no podemos comprenderlo desde la abstracción de lo humano. Porque lo humano no existe, solo existen individuos, solo existen personas concretas, de una altura, una raza, una lengua, unas características propias y únicas de cada uno. Por eso, decir que el Verbo se hizo judío es un modo de decir que se hizo verdaderamente humano con una humanidad concreta. La humanidad “ideal” es abstracta, no es de ningún lugar. O sea, no existe. Existen seres humanos, cada uno de un lugar, de una raza, de un sexo, de un tiempo. Decir que el Verbo se hizo judío es recalcar la verdad de la Encarnación.

“La salvación viene de los judíos” (Jn 4,22). Lo dijo un judío hace dos mil años, el mismo judío al que sus seguidores proclamaron Hijo de Dios y resucitado de entre los muertos. La salvación viene de los judíos, sí, pero no de los judíos en general o en abstracto. Viene de un judío concreto, de un judío eterno: Jesús, el hijo de María.

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19
Dic
2021
Embarazo de alto riesgo
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joseymariaabelen

El colorido y la alegría espontánea de las fiestas navideñas, no deben hacernos olvidar las dificultades históricas de aquel nacimiento. Por otra parte, desde la perspectiva teológica, a veces insistimos en la obra salvadora del Jesús adulto, en su crucifixión y resurrección, y olvidamos la aceptación divina de la vulnerabilidad, que se manifiesta en la encarnación: no retuvo su categoría de Dios, se hizo uno de tantos, compartió la naturaleza humana común a todos, dice san Pablo a los filipenses (2,6-7). Si se hizo uno de tantos, en una situación histórica y geográfica concreta, debió pasar por todas las dificultades y riesgos que pasaban los recién nacidos en aquella sociedad. Una pregunta: ¿cuál era la tasa de mortalidad infantil en la Galilea del siglo primero? No he encontrado los datos, pero seguro que era muy alta. Ese era el primer riesgo que corrían todos los nacidos entonces.

La buena nueva liberadora de la encarnación divina no comienza en el ministerio de Jesús como adulto. “Por el contrario, dice Elizabeth O’Donell Gandolfo, comienza con un embarazo de alto riesgo social; con un parto humilde, desordenado y doloroso, y con el cuerpo natal de un niño chillón, dependiente y vulnerable”. Lo de alto riesgo social, además de las implicaciones que antes he notado sobre la mortalidad infantil y, por supuesto, la falta de comadrona durante el parto, tiene una implicación socio-familiar muy significativa. “No tenían sitio en el alojamiento” dice el evangelista (Lc 2,6).

El término griego traducido por alojamiento, “katályma”, designa una sala de aquellas casas de campesinos de la época, donde albergaban a los huéspedes. Lo lógico es que José, al llegar a Belén, pidiera alojamiento en casa de sus parientes. Pero ellos no le recibieron: “vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11), les enviaron a un pesebre, comedero del ganado, que sin duda se hallaba instalado en la pared de su pobre casa. ¿Cómo es posible que la propia familia de José no quisiera recibirles? Probablemente estaban escandalizados de un embarazo no previsto, tan no previsto que el nacimiento estaba a punto de producirse a los pocos meses -bastantes menos de nueve- de matrimonio. Un auténtico escándalo para gentes religiosas y bien pensantes.

El amor divino, en la Encarnación, comienza por enfrentarse a una inevitable vulnerabilidad. Fijarnos en el vulnerable niño Jesús y recordar la dependencia de todo niño de sus cuidadores, nos recuerda que la vulnerabilidad es una dimensión de toda vida humana. Siempre dependemos de alguien y siempre estamos enfrentados a la amenaza del dolor, del sufrimiento, de la marginación, de la maledicencia y de la muerte. La respuesta a la vulnerabilidad es el cuidado. El cuidado que tuvieron José y María del niño Jesús, y el cuidado que debemos tener los unos de los otros.

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