Logo dominicosdominicos

Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

30
Abr
2015
Mendigos en las puertas de las Iglesias
6 comentarios

Una pareja concierta con el párroco los detalles de su boda. En un momento dado el párroco pregunta: ¿quieren ustedes la boda con mendigo o sin mendigo? Ante la sorpresa de los novios, el párroco explica que el mendigo que habitualmente pide en la puerta de la Iglesia, si hay una boda deja de acudir previo pago de 50 euros. Ya nadie se sorprende de ver a los mendigos en las puertas de la Iglesia. Algunos feligreses les conocen y les saludan con simpatía. Esos mendigos no aceptan comida, solo quieren dinero. Los que buscan comida van a buscarla a las puertas de los conventos. Es posible hacer muchas valoraciones de este fenómeno. Cierto, hay mucha necesidad en esta sociedad nuestra y casi todas esas personas que piden en las puertas de las Iglesias han encontrado un medio de vida, en el que se gana bastante dinero que no hay que declarar al fisco.

En esta sociedad capitalista la gente va a buscar el dinero allí donde está. Si hay personas marginadas que buscan dinero en las puertas de la Iglesia es porque la gente que allí entra tiene dinero. Esta reflexión tan obvia debería hacernos pensar. También la gente que entra en los bancos tiene dinero. Curiosamente, en las puertas de los bancos no hay mendigos. También esto debe hacernos pensar. Probablemente algunos de los que entran en la Iglesia son personas dispuestas a desprenderse, al menos de unas monedas, aunque sólo sea para que les dejen en paz. Hay otros que se desprenden buscando realizar un acto de caridad y de solidaridad. Los que entran en los bancos no están dispuestos a desprenderse. Porque si así fuera, no me cabe la menor duda de que las puertas de los bancos estarían llenas de pedigüeños.

Es muy posible que bastantes de los que entran en las Iglesias también entren en los bancos. Este dato podría llevarnos a pensar que la presencia o ausencia de mendigos no se debe tanto a las personas que entran (en la Iglesia o en el banco), sino a la amenaza latente que representa el banco. Los jefes del banco no pueden consentir que haya mendigos en las puertas de su establecimiento, porque eso sería un desdoro para la entidad. Los bancos no pueden consentir que el cliente sea molestado. Y aunque hay Iglesias en las que también hay guardianes de la puerta, en general los responsables de la Iglesia no ponen demasiados inconvenientes a la presencia de mendigos.

La gente va allí donde el dinero está, pero no basta que haya dinero para que la gente vaya. Se necesita una segunda condición: que ese dinero sea fácil de conseguir. A partir de ahí se pueden sacar algunas conclusiones sobre la presencia de mendigos en las puertas de nuestras Iglesias, incluyendo alguna reflexión sobre si nuestras Iglesias son de los pobres y para los pobres.

Ir al artículo

27
Abr
2015
Cadenas de oración por noticias falsas
3 comentarios

Si recibes un correo angustioso y te dicen que lo pases a todos tus contactos, no lo hagas. Posiblemente es mentira. A todos nos han engañado alguna vez. Cuando se tocan temas sensibles, las personas tenemos una mayor tendencia a aceptarlos como verdaderos. Pero precisamente cuando se trata de temas sensibles es más importante que nunca hacer una mínima comprobación antes de darlos como buenos y, sobre todo, antes de tomar decisiones basadas en esta supuesta bondad. Las cadenas de correos pidiendo oraciones ante supuestas barbaridades, y las hay de muchos tipos, no son nuevas. Hace un tiempo circulaban correos denunciando el inminente estreno de una película escandalosa sobre Jesús de Nazaret, titulada “Cuerpo de Cristo”, película que nunca existió. Eso sí, el correo servía para dejar caer que “con Mahoma nunca se atreverían a decir una cosa así”.

Las cadenas actuales se dedican a pedir oraciones ante masacres de cristianos, recientes o inminentes, de las que curiosamente la prensa no informa. Cierto que se han cometido asesinatos inaceptables por parte de grupos radicales, de los que ha informado puntualmente la prensa. Pero no hace falta añadir a esos tristes hechos reales otros imaginarios. Anoche recibí un correo que pedía “oración urgente” porque un grupo islámico radical estaba decapitando a hombres, mujeres y niños cristianos en una ciudad de Irak. El correo añadía: “pasa el mensaje a todos tus contactos”. Para finalizar diciendo que la noticia le acababa “de llegar de la Nunciatura”. Hace una semana recibí un correo similar, en el que se decía que la noticia provenía de un fraile dominico presente sobre el terreno. Puedo asegurar al cien por cien, o al mil por mil si prefieren, que la Nunciatura en Madrid no tiene nada que ver con ese correo y esa noticia. Y el dominico me imagino que tampoco, aunque no he hecho al respecto ninguna comprobación.

Para invitar a orar no hay que buscar motivos falsos. Y para denunciar la maldad de los grupos radicales, tampoco hay que atribuirles hechos falsos. Al dar difusión a lo falso desprestigiamos la oración y, en vez de favorecer la concordia, contribuimos a nuestra propia radicalización. Por otra parte, si se recibe una noticia a través del correo electrónico de la que los medios de difusión no dicen nada, probablemente es falsa y, por tanto, lo que hay que hacer es no difundirla. Más aún, invitar al que ha enviado ese correo a informarse bien y a calmarse un poco. Porque una cosa es estar contra la violencia, otra ser buena persona y otra ser un ingenuo o un crédulo.

Ir al artículo

23
Abr
2015
Misericordia, viga maestra que sostiene a la Iglesia
4 comentarios

El Papa acaba de publicar una bula convocando para el año 2016 a un jubileo extraordinario de la misericordia. Precisamente ahí, en el anuncio de la misericordia de Dios y en la vivencia de las obras de misericordia, se juega la Iglesia su credibilidad, o sea, el ser escuchada y respetada. Pues la misericordia es “la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”. En la misericordia, y no en la ley o en la justicia, está la clave para entender el Evangelio de Jesús. Lo que movía a Jesús, en todas las circunstancias, era la misericordia. En ella se refleja el modo de obrar del Padre y ella es criterio para saber quienes son realmente sus hijos.

Subrayo tres de las muchas ideas que pueden encontrarse en la carta de Francisco. La primera es la relación entre el jubileo de la misericordia y el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento, con el que ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Y de hacer siempre reales las palabras de Juan XXIII en su discurso inaugural del Concilio: la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad.

El segundo subrayado se refiere a una idea de Tomás de Aquino, recogida también por la liturgia: donde Dios manifiesta de verdad su omnipotencia es cuando usa de misericordia. La misericordia, lejos de ser un signo de debilidad, es un signo del poder de Dios. ¿Cómo es esto posible? Vale la pena recordar la explicación que ofrece Santo Tomás: “la manera de demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonando libremente los pecados… porque perdonando y apiadándose conduce a los hombres a la participación del bien infinito, que es el máximo efecto del poder divino”. En otras palabras: tiene poder el que logra lo que se propone. Lo que Dios quiere para todos y cada uno de sus hijos es la salvación. Perdonando los pecados consigue ese fin. Luego su poder se manifiesta cuando perdona y tiene misericordia.

Al final de la carta hay una pequeña sorpresa. La misericordia puede favorecer el diálogo interreligioso. Ella posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. En primer lugar, porque es una ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano. Por tanto, puede ser un buen lugar de encuentro con todo ser humano. Pero también porque las grandes religiones monoteístas, como el judaísmo y el islam, la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios. Por eso, el Papa desea que este año jubilar de la misericordia “nos haga más abiertos al diálogo” para conocer esas nobles tradiciones religiosas y permita que todos los creyentes en el único Dios nos comprendamos mejor. Más aún: el Papa desea que la vivencia de la misericordia “elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación”.

Ir al artículo

20
Abr
2015
En el cielo no hay templos
9 comentarios

Distinguimos entre sagrado y profano. Dentro del templo está lo sagrado, Dios y las realidades que se relacionan con Dios. Fuera del templo está lo profano, identificado muchas veces no sólo como lo que no es sagrado, sino como lo que se opone a lo sagrado. Curiosamente, la última página de la Biblia afirma que en la Jerusalén celeste, o sea, en el cielo, “no se ve ningún templo” (Ap 21,22). Si fuera cierto que dentro del templo está Dios, y fuera del templo no está, este texto del Apocalipsis nos llevaría a la absurda conclusión de que en el cielo, ese lugar dónde Dios todo lo determina, porque es “todo en todas las cosas”, no hay lugar para Él porque no hay templo.

La Escritura nos obliga a revisar nuestros criterios habituales. Es evidente que en el cielo no hay templo porque todo el cielo es un templo. En el cielo, Dios no necesita de ningún lugar especial porque ocupa todo el lugar. ¿Qué ocurre en la tierra, este espacio nuestro en el que sí hay templos? ¿Acaso Dios los necesita porque se le expulsa de los lugares profanos? ¿No será más bien que no se le reconoce? Dios está en todas partes, su presencia es onmiabarcante. No hay nada que no esté determinado por Dios. El ruido de la calle es tan eco de Dios como el silencio del monasterio. Pretender expulsar a Dios de nuestra realidad es pretender lo imposible. Son nuestros ojos cegados los que no alcanzan a ver a Dios en ella.

Unos no ven, otros no quieren ver. Las personas no religiosas no ven la presencia de Dios en la realidad. Pero, la gran desgracia es que los que se consideran creyentes tampoco ven o, mejor, no quieren ver la presencia de Dios en tantos lugares “profanos” en los que Dios está. Los que se consideran religiosos parece que sólo quieren ver a Dios en determinados espacios, en sus iglesias y en sus devociones. Pero Dios está también en tanta gente pobre, necesitada, en las realidades profanas en las que hay amor, aunque quizás no haya ritos o manifestaciones pietistas. Eso de que en el cielo no hay templo nos invita a discernir la presencia de Dios en las realidades mundanas, en lo concreto de la vida, en el trabajo de los hombres, en las protestas de los oprimidos, en las búsquedas y balbuceos de muchas personas, en el ansia de amor que algunos expresan con formas poco convencionales.

A veces pensamos el cielo como un gran templo que debería ocupar todo el espacio. El Apocalipsis dice que en el cielo no hay templo. En consecuencia, el espacio que ocupa Dios no es el sagrado, sino el profano. En el cielo todo lo profano es divino. ¿Será esta imagen del futuro una crítica del presente, de esta separación entre lugares donde pensamos que está Dios y lugares donde pensamos que no está? Jesús dijo que a Dios ya no se le iba a adorar en ningún templo, sino en espíritu y verdad. Allí donde hay espíritu, donde hay verdad, allí está Dios. Este mundo no necesita templos, sino espíritu y verdad.

Ir al artículo

17
Abr
2015
Cuando la religión multiplica la desgracia
5 comentarios

En una patera que desde las costas africanas ha llegado a Italia ha ocurrido una tragedia con tintes novedosos y espantosos, una más de las muchas tragedias que provocan la pobreza, el hambre y también la religión. Quince africanos, de confesión musulmana, lanzaron al agua a doce compañeros de travesía, por el hecho de ser cristianos, reconocidos como tales cuando se pusieron a rezar a su “Dios cristiano”. Musulmanes, pero sobre todo, una pobre gente. A ninguno se le ocurrió pensar que se dirigían a tierras de cristianos.

He escrito “Dios cristiano” entre comillas porque Dios no hay más que uno, que es el Creador de todos y a todos los humanos ama como a hijos. Las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam, confiesan su fe en “un solo Dios”. Este solo y único Dios, al que esos fieles se refieren, debería unirles. Pero desgraciadamente, en muchos casos, no es así. Lo que hasta ahora no habíamos oído es que, en una desgracia compartida, cuando precisamente los humanos deberíamos olvidar cualquier otra diferencia para unirnos frente a la desgracia, otras cuestiones ideológicas tuvieran más peso que la tragedia que une, y estas cuestiones nos enfrentasen aumentando tragedia a tragedia. ¿Qué tendrán las religiones que producen tanto odio, tanto rechazo, tanta descalificación, tanto fanatismo y tanta locura?

Se diría que algunos prefieren el infierno con los de su grupo monolítico y monocorde, al cielo compartido. Precisamente eso es el infierno: uno mismo. Y cuando uno solo está con los que son como él, sigue siendo uno mismo. El cielo es todo lo contrario: es la comunión. Y la comunión supone la diferencia, que enriquece. La comunión permite que personas con lenguas, culturas, religiones, pensamientos, razas diferentes, podamos entendernos, encontrar puentes para compartir lo distinto y así formar un hermoso arco iris, que es el signo del amor de Dios a los humanos.

Cierto, no son las religiones las que separan, sino su mala comprensión y la mala manera de vivirlas. Pero aún así hay que reconocer que, si en las religiones está la fuente de la bondad suprema, también hay en ellas algo que puede corromper esa suprema bondad y convertirla en maldad suprema. Hay un refrán latino que dice algo así: cuando lo bueno se corrompe aparece lo peor. En este terreno los principales responsables (de la buena y mala comprensión) son los líderes religiosos y, a su modo, los “publicistas” y “escritores” de tema religioso; o sea, todos los que tienen alguna influencia para formar conciencias.

El Papa Francisco acaba de publicar un escrito sobre la misericordia como pilar fundamental de la fe cristiana. La misericordia es un modo concreto de amar, precisamente al hermano necesitado, al hermano que padece alguna miseria. Porque la verdadera pregunta frente a una persona que lo pasa mal, no es si es culpable o inocente. La verdadera cuestión es que sufre y Dios no quiere que sufra. Quiere que sea feliz.

Ir al artículo

15
Abr
2015
Un Papa que dice estupideces
7 comentarios

El titular es una clara alusión a la irritación que al presidente de Turquía le ha producido el uso del término "genocidio" por el Papa, en una homilía pronunciada el pasado lunes en la Basílica de San Pedro, al conmemorar el centenario del martirio armenio por parte de turcos otomanos durante la Primera Guerra Mundial. En efecto, el presidente Erdogan ha dicho: "Cuando los políticos y los religiosos asumen el trabajo de historiadores, no dicen verdades, sino estupideces". Como el presidente turco es un político se le puede aplicar su propio diagnóstico, pues también él hace de historiador rebajando las cifras que otros dan de un millón y medio de armenios muertos. Por otra parte, los calificativos insultantes y las amenazas (“condeno al Papa y quiero advertirle” dijo también Erdogan) suelen ser el recurso del que no tiene argumentos.

Las palabras de los políticos acostumbran a ser “políticamente correctas”, que es un modo de utilizar circunloquios para decir una cosa queriendo decir otra. El presidente turco hubiera podido predicar con el ejemplo y utilizar el lenguaje “políticamente correcto” que le hubiera gustado que utilizase el Papa. Hubiera podido responder, por ejemplo, que el asunto del que habla el Papa es antiguo, tan antiguo que no vive ninguno de los que entonces participaron o fueron testigos. Y que al tratarse de un asunto antiguo lo más conveniente es olvidarlo. Claro que los que quieren olvidar la historia, muchas veces la repiten. De ahí el interés de la memoria, precisamente como acicate para no repetir determinadas historias. Hay recuerdos que resultan peligrosos. Si lo ocurrido con los armenios no fuera una historia peligrosa, no habría motivo para irritarse cuando alguien la recuerda.

Cada gran cultura, cada pueblo, cada religión tienen sus mártires. Desgraciadamente sigue habiendo mártires. ¿Es oportuno, es conveniente recordarlos? Sí, siempre que no se trate de un recuerdo reivindicativo, sino de un recuerdo que busca la paz y la reconciliación entre las personas y los pueblos. Si se cuentan historias de mártires es precisamente para no repetirlas. Me parece que este fue el contexto y la intención de las palabras del Papa sobre lo ocurrido con los armenios. La homilía papal empezó así: “Desgraciadamente todavía hoy oímos el grito angustiado y desamparado de muchos hermanos y hermanas indefensos, que a causa de su fe en Cristo o de su etnia son pública y cruelmente asesinados –decapitados, crucificados, quemados vivos–, o bien obligados a abandonar su tierra”.

Ese es el problema: todavía hoy. Si calificar al pasado de otra manera sirve para que hoy deje de oírse el grito angustiado y desamparado de tantos indefensos, bien venidos sean los calificativos “de otra manera”. Pero si calificamos “de otra manera” sin preocuparnos del “todavía hoy”, entonces la guerra de calificativos es una burda manera de despreocuparnos de lo verdaderamente importante: el “todavía hoy”.

Ir al artículo

13
Abr
2015
Salvación universal, posibilidad real
4 comentarios

“Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,3-4). Esta proclamación del Nuevo Testamento tiene que tener bastantes posibilidades reales de realizarse, para no ser una pura declaración retórica. Ahora bien, la salvación cristiana se logra al acoger el amor que Dios ofrece a todo ser humano. El amor se acoge dando amor. En el amor, no basta con que uno ame, es necesario que amen los dos. Por tanto, la salvación depende (al menos hasta un cierto punto) también del ser humano. No hay amor a la fuerza. En el amor se requiere que los dos libremente se acojan.

Pero pudiera darse el caso de que el amante amase con más fuerza y con más conocimiento que el amado. Es posible que el amado no sepa hasta qué punto es amado. Incluso pudiera ocurrir que el amado no supiese que es amado. O lo supiera muy vagamente. En este caso, la libertad de respuesta estaría muy condicionada por el grado de percepción del amor del amante por parte del amado. Eso no impide que el amante siga amando igual, más aún, que el amante sufra al ver las dificultades del amado para conocer su amor.

Pudiera ser que el amado, debido a su limitación o a las dificultades de comprensión, interpretase erróneamente los gestos de amor del amante, y reaccionase en contra de este amor mal interpretado, o interpretado incluso como no amor. ¿Qué hará en este caso el amante? Si es un buen amante, solo puede sufrir y perdonar. El amante sabe bien que el amado “no sabe lo que hace”. Por eso, no solo perdona y mantiene con toda su fuerza el amor, sino que busca cualquier posibilidad, momento, oportunidad o resquicio para que el amado se entere de su amor.

Por otra parte, las reacciones que dependen de la libertad son muy complejas, a veces son desconcertantes. Puede darse el caso de una respuesta aparentemente negativa que, en realidad es positiva, o a la inversa. Es el caso del padre que tenía dos hijos y les mandó a trabajar en su viña. Uno dijo que no iba, pero fue; otro dijo que iba, pero no fue. Para conocer las reacciones del amado no basta una mirada superficial sobre el amado. Los “sies” y los “noes” pueden tener muchas caras, darse de muchas maneras y significar muchas cosas, incluso lo opuesto de lo que a primera vista parecen.

¿A dónde quiero llegar con esas pobres reflexiones? Pues a decir que el amor de Dios es más fuerte de que todos nuestros desamores. Más aún, que muchos de nuestros desamores son sólo aparentes, o se deben a nuestra ignorancia o a nuestra mala comprensión del Evangelio. Dios quiere que todos se salven. Pero, de hecho, ¿se salvarán todos? No lo sabemos, pero la Iglesia debe confiar seriamente en ello cuando en la plegaria eucarística no deja a nadie fuera de su oración.

Ir al artículo

10
Abr
2015
El amor siempre es nuevo
3 comentarios

Un varón y una mujer, el día de su boda, se prometen amor eterno. O, al menos, amor mientras vivan. Una religiosa o un religioso, el día de su profesión, prometen obediencia hasta la muerte. Es otro modo de prometer amor. ¿O no se dicen continuamente los amantes: “haré lo que tú digas”? Los religiosos que prometen obediencia a Dios, contraen un matrimonio. Prometen amor eterno, como el amante al amado. ¿Quiere esto decir que los casados o los religiosos tienen garantizado el cumplimiento de su promesa? De ningún modo. La experiencia lo demuestra cada día. Hay matrimonios que se separan y religiosos que dejan sus hábitos. Y contra los hechos, no hay teoría que valga. Las grandes promesas y las grandes decisiones hay que ratificarlas cada día. Si se quiere que el amor perdure hasta la muerte, hay que volver a empezar cada día con el amor.

“El amor no acaba nunca”, dice san Pablo (1Cor 13,8). Luego siempre permanece. Pero en el amor, permanecer no es la propiedad de lo inmóvil, sino una propiedad adquirida de nuevo en cada instante y que, una vez adquirida, se transforma al mismo tiempo en una intensa actividad. Nada más activo, más vivo, más dinámico que el amor. El amor permanece. Y siempre es nuevo. Porque siempre se renueva. Nunca termina, porque cada día comienza “de nuevo”. De este modo es eternamente joven. El amor, si se para, es porque nunca ha existido. Con el amor cada día avanzamos, sin que esto signifique que el día anterior estuviéramos más atrás.

El amor cada día es un descubrimiento. Por eso es una permanente novedad. Por eso no acaba nunca. Siempre es nuevo. Siempre tiende a renovarse, a rejuvenecerse. Los amantes dicen que se aman como el primer día. Es realidad es un modo de decir que el amor conserva su vigor, su dinamismo, su intensidad, su juventud. Pues lo cierto es que no se aman como el primer día. Si así fuera, significaría que su amor ha quedado no sólo en un estadio infantil y primitivo, sino que nunca nació. Porque el amor es como una planta que hay que regar cada día y cada día se desarrolla. Quedarse en los inicios, es matar la vida y no dejarla florecer. La vida siempre crece, como el amor.

El amor cada día es nuevo y cada día es mayor. Hoy más que ayer, pero menos que mañana. No en el sentido de que ayer fuera menos. También ayer era pleno, intenso. Pero hoy parece nuevo. Hoy se ha renovado. Hoy ha descubierto nuevos matices, facetas inéditas. Se ha maravillado de nuevo. El amor es un descubrimiento continuo del amado Por eso permanece. No acaba nunca. “Nunca te querré lo suficiente”, dice el auténtico amante, pero no porque antes no quisiera suficientemente.

(La persona autora de la foto que acompaña el post le puso como título: “el banco del amor”)

Ir al artículo

6
Abr
2015
Violencia religiosa y anti-religiosa a un tiempo
3 comentarios

La persecución y asesinato de personas por el mero hecho de ser cristianas es totalmente inaceptable. El Papa está insistiendo en la necesidad de tomar medidas concretas para defender a los cristianos perseguidos. Lo que está ocurriendo en Siria, Libia, Kenia y un largo etcétera, es la conjunción de la violencia religiosa con la violencia anti-religiosa. Violencia religiosa porque apela al nombre de Dios. En realidad es una apelación blasfema a más no poder. Y violencia anti-religiosa, con el agravante de que se dirige precisamente a los creyentes de una religión que, en sus distintas confesiones, más trabajan por la paz y más claramente han pedido perdón por las injusticias cometidas en el pasado en nombre de Dios.

¿Qué hacer cuando uno es víctima de la violencia anti-religiosa? ¿No cabe otra salida que aceptar pasivamente el martirio? Juan Pablo II dijo que la compatibilidad del amor con la justicia pasa por el perdón, no por la venganza. Este gran principio vale una vez que se ha sufrido un atropello. Pero hay una cuestión previa: ¿tiene uno derecho a defenderse ante injustas agresiones? Pablo VI, en la Populorum Progressio, consideró que, en algunos casos, pudiera ser legítimo el uso de la violencia defensiva. Y es doctrina eclesial que los gobernantes tienen la obligación de defender a los ciudadanos ante injustas agresiones. ¿No cabría aplicar estos principios ante la actual violencia anti-cristiana?

La discusión, a mi entender, no está a nivel de principios, sino de medios. En este terreno siempre nos encontramos con las inevitables ambigüedades de lo humano, con el peligro de cometer excesos. Cuando el diálogo es imposible, ¿sería legítimo usar la fuerza siempre que el objetivo fuera precisamente el diálogo, aunque fuera sobre algunas ruinas? En situaciones de violencia y persecución, ¿cómo activar soluciones imaginativas inspiradas en el evangelio, que pasen por la no violencia? Gandhi en la India, Martín Luther King en Norteamérica, o los grupos de Solidarnosc en Polonia encontraron soluciones no violentas ante Gobiernos que, de una u otra forma, apelaban a la ley.

Pero los que asesinan a cristianos en Siria, Irak o Kenia, o los que queman Iglesias en Nigeria y Pakistán, son grupos ante los que cualquier respuesta no violenta carece de efecto. Lo único que cabe es presionar a las instancias internacionales o a los gobiernos árabes moderados para que tomen cartas en el asunto, evacuando a los que están en peligro, y dejando solos a los asesinos que, entonces, quizás terminarán asesinándose entre ellos. Cuando queremos proponer soluciones concretas, aparecen las dificultades. ¿Pero podemos quedarnos cruzados de brazos porque algunas ambigüedades empañen el resultado?

Ir al artículo

2
Abr
2015
A sí mismo no, pero a otros salvó
2 comentarios

Antes de comenzar su ministerio, Jesús debe vencer una fuerte tentación, que expresada en forma de pregunta sonaría así: ¿cómo voy a realizar mi mesianismo, cómo voy a revelar al Padre, desde el deslumbramiento del poder y de lo prodigioso, o desde la humildad del amor que no se impone? El tentador le propone que convierta las piedras en pan o que se tire desde lo alto del templo. Sin duda estos gestos prodigiosos hubieran llamado la atención. Jesús escoge otro camino para revelar a Dios, un camino que terminó conduciéndole a la cruz. Una vez en la cruz, Jesús debe vencer la última tentación que, en el fondo, es similar a la primera. En efecto, delante la cruz los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse…, que baje ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mt 27,42).

Las autoridades judías reclaman un gesto espectacular para creer en Jesús: que baje de la cruz. Pero, al mismo tiempo que reclaman el milagro, muestran su incoherencia y su mala voluntad, pues ellos mismos reconocen que “a otros salvó”. Las autoridades aceptan que Jesús, a lo largo de su vida, ha realizado acciones extraordinarias a favor de “otros”. Pero esto no les parece suficiente. De hecho, cuando Jesús realizaba acciones sanadoras y expulsaba demonios, los que no estaban dispuestos a creer, tampoco dudaban de su acción curativa. Pero la descalificaban atribuyendo tales signos al poder de Satanás. Ahora, en la cruz, piden un nuevo signo extraordinario, que no sucede. Pero, aunque hubiera sucedido, tampoco hubieran creído. Su mala fe les impedía acoger la buena fe. Hubieran atribuido la bajada a una intervención diabólica. La fe siempre nace de la libertad. Por eso, los signos que Jesús ofrece nunca son impositivos. Porque el signo decisivo de la verdad de Dios es Jesús mismo. Si uno no se conmueve ante la figura del Crucificado, que ha vivido y ahora muere amando, no hay milagro que pueda convencer de la verdad de Dios.

Pero hay más. Pues precisamente porque a otros salvó y no bajó de la cruz, porque Jesús nunca piensa en su propio beneficio, sino en el bien de los demás, porque Jesús no utiliza a Dios en provecho propio, su muerte se convierte en el signo decisivo de la verdad de su mensaje de resurrección y salvación definitiva. La bajada de la cruz hubiera sido un rechazo de la cruz, lo que hubiera imposibilitado que Jesús se solidarizase con todos los crucificados de la tierra. El Dios que en esta bajada se hubiera revelado hubiera sido el de los poderosos y no el Dios de los pobres, de los mansos, de los que lloran, de los que buscan la paz y la justicia. Más aún: la no bajada de la cruz era la condición ineludible de la resurrección. Sin cruz no hay resurrección. Ese es el secreto del mesianismo de Jesús. La no bajada de la cruz es el signo decisivo de un Dios capaz de vencer a la muerte, un Dios que, en Jesús, abre las puertas del futuro a lo que, aparentemente y según los criterios de este mundo, no tiene futuro.

Ir al artículo

Posteriores Anteriores


Logo dominicos dominicos