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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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23
Nov
2023
Pasar del lamento a la acción
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lamentoflor

Añorar el pasado que uno no ha vivido y que sólo existe en su imaginación es una constante tentación. Hay grupos y personas que no han conocido la situación anterior al Concilio Vaticano II y que, sin embargo, la idealizan con el evidente objetivo de criticar el presente eclesial. Sin duda, en la Iglesia de hoy hay muchas cosas mejorables. Pero eso es una constante: todos los presentes son mejorables. Ya San Agustín, en el siglo IV, decía: “Es verdad que encuentras hombres que protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían. En realidad, juzgas que estos tiempos pasados son buenos, porque no son los suyos… Tenemos más motivos para alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos de él”. Pensar en lo santos que eran los creyentes del pasado está muy bien, pero lo importante es lo santos que debemos ser los creyentes de hoy.

Las lecturas del pasado y del presente están muy condicionadas por los ojos con que miramos. Ramón de Campoamor decía que “en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Es posible hacer una lectura positiva del presente: en los últimos cien años han mejorado muchas cosas gracias a la medicina y a la técnica, ha aumentado considerablemente la esperanza de vida, el hambre en el mundo sigue siendo un problema, pero no tan grave como hace cincuenta años. También es posible hacer una lectura negativa: si no hacemos algo para cambiar los malos usos que están conduciendo a un desastre ecológico, bien pudiera ocurrir que el crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, cree una situación de extrema gravedad, si tenemos en cuenta que la cuarta parte de la población mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las mega ciudades están situadas en zonas costeras.

Muchas veces nos quedamos en lecturas, diagnósticos o lamentos. Importa pasar del lamento a la acción. Aunque sea poco lo que podemos hacer. Pero con este poco, al menos, damos una respuesta. Cada uno es responsable de su respuesta. Más aún, nuestros actos, nuestras respuestas, pueden ser un estímulo para los demás. Lo que otros ven en nosotros, en forma de buenos o malos ejemplos, tiene más repercusiones de lo que imaginamos. Por eso importa vivir bien el presente. Lamentarse por el pasado, si eso no conduce a cambiar nuestro presente, es inútil. Soñar con futuros que no dependen de nosotros es otro ejercicio inútil.

Importa vivir bien hoy, pues lo que hacemos tiene un valor no sólo para nosotros, sino también para muchas otras personas. En esta línea el salmo 94 exhorta a los creyentes a “escuchar hoy la voz del Señor”. El salmo recuerda que, en tiempos pasados, Israel no fue fiel y endureció su corazón, no obedeciendo los mandatos divinos. Pero si al orante se le recuerda este pasado no es para que se entretenga en él, sino para estimularle a vivir bien el presente que, en realidad, es lo único que importa.

“Esto es lo que hay”, se dice a veces en plan conformista. Pero lo que hay no es para que nos conformemos o resignemos. Lo que hay es la vida que tenemos. Y no tenemos otra. Demos gracias a Dios por la vida que nos ha dado, y aprovechémosla. La mirada de Dios, tal como nos recuerda el profeta Isaías, es ver los brotes de esperanza que nos rodean y decidirnos a colaborar con ellos para su crecimiento y mejora: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo” (Is 43,18-19).

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19
Nov
2023
Del conocimiento al acto de amar
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“El desafío de la vida religiosa es el paso del conocimiento del amor al acto de amar” (François Bustillo). Este desafío que el obispo de Ajaccio detecta en la vida religiosa se podría ampliar a todas las comunidades cristianas, pero cada uno lo vive, lo siente y lo lamenta en aquella comunidad en la que se siente inserto. Al ser franciscano conventual el autor de la frase, es lógico que hable de las comunidades religiosas.

En la Iglesia se escribe, se habla y se predica mucho sobre el amor. Y se hacen grandes proclamas sobre la importancia que el amor tiene en la vida de sus miembros. Desgraciadamente, en la mayoría de las ocasiones, estas proclamas se quedan en un plano abstracto, conceptual o teórico. Incluso, a veces, en un plano poético. Un camino para pasar del plano del conocimiento al plano del acto sería el de la encarnación. Del mismo modo que Jesús se metió de lleno en nuestra frágil humanidad, aportando su divinidad, así nosotros hemos de ser indulgentes con nuestra frágil humanidad y con la humanidad de los demás. Y del mismo modo que Jesús no se refería a la “persona en general” cuando hablaba del amor, sino al preso, al inmigrante, al enfermo, al desnudo y al hambriento, así nosotros debemos amar no a las personas en general, porque así no amamos a nadie, sino al desnudo, al pobre, al necesitado. Y amarlo de verdad es comprenderlo y atenderlo en su necesidad.

El amor todo lo soporta, todo lo cree, todo lo excusa, decía san Pablo. A veces oímos estas reflexiones. La pregunta que debemos hacernos y no nos hacemos es si todo lo soportamos, todo lo creemos y todo lo disculpamos con los hermanos y hermanas que tengo. En realidad, la mayoría de nuestros amores son selectivos. Soportamos a los que nos caen bien, o a aquellos de los que pensamos aprovecharnos. La exhortación de san Pablo nos invita a salir de las fronteras naturales del amor. Porque el amor natural no lo soporta todo, no lo cree todo y no lo excusa todo.

No estaría mal que el gran tema de nuestras reuniones, capítulos o asambleas eclesiales, no fueran asuntos organizativos o la redacción de documentos que pocos leen, sino la gran cuestión de si nos amamos. En esta sociedad que se las da de tolerante y que, en realidad, no tolera más que a los que están de acuerdo con la ideología de turno, no estaría mal que fuéramos tolerantes con los que no piensan como nosotros. En esta sociedad donde abunda el chismorreo, uno de los males que el Papa Francisco ha denunciado como una carcoma que mata la vida de comunidad, y que es una buena manifestación de que precisamente no abunda el perdón, no estaría mal que nos preguntásemos si nuestros perdones llegan al nivel de la “encarnación”.

Y cuando se toma una decisión que afecta a un hermano, no estaría mal, antes de pensar en la institución o en el prestigio de la autoridad, pensar en las consecuencias que nuestra decisión tendrá en la vida del hermano. En resumen, pasar del conocimiento al acto de amor, es pasar del discurso tranquilizador y auto justificante al acto de amar.

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16
Nov
2023
60 años de la "Lumen Gentium"
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lumen

La constitución Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, fue promulgada el 21 de noviembre de 1964. Van a cumplirse 60 años de este importante texto dedicado a la Iglesia. Ahora bien, las palabras con las que comienza el texto y le dan título no se refieren a la Iglesia, sino a Cristo: “Cristo es la luz de los pueblos”. La Iglesia es el sacramento de Cristo. Esta fue la primera originalidad de la constitución conciliar, considerar a la Iglesia como sacramento, o sea, como signo (porque señala) e instrumento (porque realiza) de dos unidades: la unión de los hombres con Dios y la unidad de todo el género humano. Al unirnos con Cristo, nos unimos con los hermanos. La Iglesia señala y, en cierto modo, anticipa (por eso es instrumento) la voluntad de Dios sobre toda la humanidad, a saber, que todos vivamos como auténticos hermanos y hermanas, que se acogen, se quieren, se respetan, se reconocen, se ayudan.

Si preguntamos: ¿Quién es este sacramento-Iglesia? La respuesta es: el pueblo de Dios, todos los bautizados. Es muy importante que la constitución anteponga el tema del pueblo de Dios (cap. II) al de la jerarquía (cap. III). El bautismo nos hace miembros de la Iglesia, y esto es más importante que todas las distinciones posteriores, aunque también sean necesarias. Pero la necesidad del ministerio es una necesidad de servicio, mientras que la necesidad del bautismo es de dignidad y de unión con Cristo. Toda la Iglesia, todos los bautizados, forman el pueblo de Dios, el único pueblo de seguidores de Cristo. En este pueblo hay diferentes carismas, ministerios y estilos de vida, pero todos colaboran a su crecimiento y desarrollo.

Igual de importante fue anteponer la llamada universal a la santidad (cap. V) al tema de la vida consagrada (cap. VI). Durante muchos siglos la santidad parecía reservada a quienes optaban por un determinado género de vida (la religiosa) y no a todo el pueblo de Dios. El matrimonio, la vida secular, parecía incluso un impedimento para la santidad. El Vaticano II dejo claro que todos estamos llamados a la misma santidad y a la perfección de la caridad. Y que el matrimonio es tan santo como cualquier otro estado de vida. El acto matrimonial es un sacramento. Y lo que hacen los esposos es santísimo y castísimo. Pues la castidad no es ausencia de sexualidad, sino vivencia de la sexualidad en el amor.

Otro asunto importante que dejó claro la constitución fue situar a María dentro de todo el pueblo de Dios, mostrando su unión con la Iglesia, de la que ella es miembro. Se trata de recuperar a la madre del Señor como próxima, como hermana y, por eso, se habla de ella como “peregrina de la fe”. Y se la presenta como modelo de vida cristiana en la fe y en el amor.

La Lumen Gentium quiso responder a una pregunta de Pablo VI: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”. Quizás hoy habría que ampliar la pregunta: Iglesia, ¿qué tienes que decir a las personas de nuestro tiempo?, ¿cómo ser un vivo testimonio de verdad y libertad, de paz y de justicia, para que todos los humanos se animen con una nueva esperanza?

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12
Nov
2023
Alberto Magno, maestro de Tomás de Aquino
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San Alberto Magno (cuya fiesta se celebra el 15 de noviembre) es conocido por haber sido el maestro de Santo Tomás de Aquino. Pero el discípulo no debe hacernos olvidar la grandeza del maestro. A propósito de la relación entre estas dos figuras hay un dato poco conocido, pero muy interesante. La primera cátedra de teología que Tomás de Aquino ostentó en la Universidad de Paris, en 1252, fue debida a la recomendación e influencia de Alberto Magno. Los frailes predicadores tenían derecho a ocupar dos de las cátedras de teología de la Universidad. Habiendo quedado vacante una, el maestro de la Orden, Juan el Teutónico, consultó a Alberto Magno sobre el fraile más apropiado para ocupar un puesto tan prestigioso y comprometido. Ante la sorpresa del Maestro de la Orden, Alberto recomienda a su discípulo preferido, fray Tomás, que sólo tiene 27 años.

Otra muestra de aprecio del maestro al discípulo ocurrió cuando en el tercer aniversario de la muerte de Sto. Tomás, el arzobispo de Paris, Esteban Tempier, condena 219 proposiciones, entre las cuales unas doce se refieren a la doctrina de Sto. Tomás. Alberto, a pesar de la edad avanzada y sus achaques, se pone en camino desde Colonia a París para defender a su discípulo. A pesar de la gran impresión que causó su llegada, no consiguió que se retiraran las proposiciones condenadas.

Alberto Magno fue un hombre discutido, que gozaba de gran prestigio. No escondía sus propósitos: hacer inteligible a los latinos la ciencia y la razón griegas, personificadas por Aristóteles, cuya enseñanza estaba prohibida. En este sentido puede ser un predecesor del diálogo de la fe con la ciencia. En su comentario a las “Sentencias” de Pedro Lombardo dejó escrito: “en materia de fe y costumbres es preciso seguir no a cualquier filósofo, sino a Agustín; pero si hablamos de medicina hay que acudir a Galeno o a Hipócrates; si se trata de ciencias naturales es a Aristóteles a quién hay que dirigirse o a cualquier experto en la materia”. La razón de Alberto es clara: Agustín no conocía bien los temas de la naturaleza. Los incondicionales de Agustín no podían aceptar que se limitase al campo de la teología la autoridad de tan gran maestro.

El escándalo que provocó este intento de dialogar con la ciencia tiene en Alberto esta respuesta: “se dan algunos que, siendo ciertamente ignorantes, se atreven, con todos los medios a su alcance, a impugnar el uso de la filosofía. Éstos se dan también entre los Frailes Predicadores, y nadie se les opone, Todos ellos son como brutos animales que se atreven a blasfemar de aquello que ignoran”. Evidentemente, la cosmología, la física y la biología que conocía Alberto tienen sus límites. Hoy, en el diálogo de la teología con la ciencia, no se puede utilizar la biología de entonces, sino la lección de Alberto de conocer la opinión de los expertos en ciencias humanas antes de hacer cualquier reflexión sobre temas que afectan a la teología o a la moral católica.

Me permito ofrecer un enlace a una entrevista sobre San Alberto Magno, que hace ocho años me hicieron en un canal panameño de televisión: https://youtu.be/ViPPUgo2AqI

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8
Nov
2023
¿Qué hará el dueño de la viña?
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uvas

Hay una parábola de Jesús, dirigida a los dirigentes del pueblo judío (Mc 12,1-12), que es una profecía de lo que estos dirigentes harán con Jesús, a saber, rechazarlo y crucificarlo. Se trata de la parábola de un propietario que arrendó su viña a unos labradores. Cuando el dueño mandó a sus criados para recoger la parte correspondiente del fruto de la viña, los labradores maltrataron a los criados y los despidieron con las manos vacías. Al final, el dueño de la viña envió a su propio hijo, pensando en que, al menos a éste lo respetarían. Pero los labradores mataron al hijo, pensando así quedarse con la viña.

Me interesa la pregunta que Jesús hace a sus interlocutores: ¿Qué hará el dueño de la viña con esos labradores? Los jefes judíos responden: “hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros”. O sea, los jefes religiosos responden diciendo que el dueño hará lo que ellos hubieran hecho. No es Jesús quién atribuye este modo de actuar al dueño de viña, sino sus interlocutores, que piensan que Dios (ese es el dueño de la viña y todos lo entienden perfectamente) actuaría castigando a los labradores. Al pensar así atribuyen a Dios lo que en realidad harían ellos, y justifican la vengativa respuesta que darían. En el fondo, los jefes religiosos judíos, en vez de pensar (como bien dice su propia Escritura) que son imágenes de Dios, piensan en un Dios castigador, hecho a su imagen. Son unos ignorantes, que conciben la realidad a la medida de sus deseos.

La pregunta da qué pensar: ¿qué hará el dueño de la viña? La pregunta es aplicable no solo a los jefes religiosos judíos, sino a todo el que se considera jefe. Muchas veces justificamos nuestros sentimientos de venganza como si fueran expresión de la justicia de Dios. ¿Qué hará el superior con su súbdito que le ha plantado cara? (¡extraño lenguaje, porque en la Iglesia no debería haber superiores ni súbditos, sino sólo hermanos!). ¿Qué haré yo cuando me maltratan, quizás injustamente? El castigo, la venganza, el responder con la misma moneda es lo que nos nace. Seguramente nuestra respuesta sería muy distinta si nos preguntamos qué hará el dueño de la viña.

El dueño de la viña, o sea, el Padre del cielo, cuando los hombres maltratan y matan a su hijo, no responde enviando su ejército para que aniquile a los asesinos. Al contrario: hace caso a la oración del Hijo que pide que perdone a los que le matan (“porque no saben lo que hacen”) y, al perdonarlos crea puentes de amistad, caminos de reconciliación. No responde al mal con el mal, sino con el bien. La pregunta qué hará el dueño de la viña deberíamos planteárnosla cada vez que tengamos que tomar una decisión con relación a un hermano. Porque seguro que el dueño de la viña no haría lo que espontáneamente tenemos ganas de hacer. El dueño de la viña nos invita a corregir nuestras perversas intenciones y nuestras malas decisiones.

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3
Nov
2023
No hay guerra justa
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noguerrajusta

En un reciente post, un amable lector comentaba que “la guerra puede ser justificable desde el punto de vista cristiano bajo ciertas condiciones”. Y exponía la doctrina clásica de los teólogos medievales al respecto. Otro comentador, por el contrario, afirmaba que “una guerra jamás es justa, justificable ni oportuna”. No pretendo responder a nadie, sino aprovechar el interés que tiene esa cuestión para hacer algunas observaciones.

Tomás de Aquino, tras afirmar que la guerra es un pecado contra la caridad, se refiere a las condiciones que legitimarían una guerra defensiva. Hay que tener en cuenta el contexto social en el que los autores medievales hacían este tipo de reflexiones, pues entonces no existían las armas de destrucción masiva de las que hoy disponemos, y las guerras no tenían las enormes repercusiones que hoy tienen sobre las personas que no participan directamente en ellas. No es extraño, pues, que las modernas posiciones del Magisterio de la Iglesia van en línea de una prohibición absoluta de la guerra. Pablo VI afirmó que, en el Evangelio, se encuentran “los cánones de una Paz, que podríamos llamar renunciataria”. Juan Pablo II dijo que “los riesgos espantosos de las armas de destrucción masiva deben conducir a la elaboración de procesos de cooperación y de desarme que hagan la guerra prácticamente inconcebible”. Más aún, nuestra meta, dijo, es “hacer de la paz un imperativo absoluto”.

Por su parte, el Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, califica la guerra de respuesta falsa que no resuelve los problemas que pretende superar. Constata, con una expresión que ha repetido en distintas ocasiones, que la guerra no es algo del pasado. Más bien estamos ante “una guerra mundial a pedazos”, pues lo que ocurre en un lugar del planeta, afecta a todo el planeta y puede desencadenar una cadena de violencia. Añade que, si en otros tiempos la guerra defensiva pudo considerarse justificada, siempre que se cumplieran determinadas condiciones morales, hoy la guerra resulta totalmente injustificable, entre otros motivos porque la capacidad de destrucción es tal que escapa a nuestro control y afecta a muchas personas inocentes. Los riesgos de la guerra siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya.

Francisco invita a mirar la realidad de la guerra con los ojos de las víctimas inocentes y a escuchar sus relatos con el corazón abierto. Propone la eliminación total de las armas nucleares y a que, con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, se constituya un fondo mundial para acabar con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna.

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30
Oct
2023
La santidad, imperfecta en este mundo
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puenterio

La santidad en el ser humano es una participación de la santidad de Dios. Tal participación se concretiza y ex­presa en una vida de fe, esperanza y amor. En estas tres actitudes o virtudes consiste la santidad del cristiano. Tales actitudes son la manera como se expresa la gracia del Espíritu Santo, que habita en el corazón del creyente; son el modo humano de vivir divinamente.

Pues bien, en este mundo, tanto la gracia como las virtudes que brotan de ella, se viven, al menos bajo algún aspecto, con una cierta imperfección. Siguiendo a Tomás de Aquino, cuando hablamos de imperfección no estamos pensando principalmente en el pecado (aunque también es cierto que en este mundo siempre estamos acosados por el pecado); queremos referirnos sobre todo al hecho de que solo Dios puede ser calificado de “perfecto” y que, en comparación con la perfección divina, todo lo bueno que hay en el ser humano debe ser calificado de imperfecto: “el alma participa de la bondad divina de manera imperfecta”, afirma Tomás de Aquino. Por este motivo las tres virtudes teologales están marcadas por la imperfección.

La imperfección de la fe y de la es­peranza proviene de la falta de visión de Dios en nuestra situación terrena. A pro­pósito de la caridad, plenitud de la vida cristiana y perfección de toda santidad, To­más de Aquino escribe: “en el estado presente, la caridad es imperfecta; pero se per­feccionará en la patria”. En efecto, actualmente nuestra comunión con Dios no es plena. Nunca, en este mundo, nuestro amor a Dios se entrega con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el ser. Si la santidad se vive en las condi­ciones limitadas de este mundo se comprende que encuentre su perfección en la escatología, en la gloria celeste, pues sólo entonces nuestra participación de Dios alcanzará su perfección: “cuando Dios se ma­nifieste, seremos semejantes a él, porque le vere­mos tal cual es” (1 Jn 3,2; cf. 1 Co 13,12).

Esta teología ha sido confirmada por el Vaticano II que, al referirse a la santidad, que es el otro nombre de la vida teologal, dice lo siguiente: “La Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera santidad, aunque todavía imperfecta… La Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, pertenecientes a este tiempo, la imagen de este siglo que pasa”. La santidad es imperfecta en este mundo y alcanzará su consumación en la gloria celeste, porque así ocurre con la fe, la esperanza y la caridad.

Así queda claro que, cuando la Iglesia canoniza a una persona y la presenta como modelo de santidad, la mirada del creyente no debe dirigirse al santo “acabado”, tal como está ahora en el cielo, sino al modelo terreno, al que vivió aquí en la tierra, con sus dificultades, sus defectos, su necesidad de superación. El modelo acabado es actualmente un buen intercesor, es una referencia de la meta a la que todos aspiramos, pero no hay que mirarlo como ejemplo de vida. El ejemplo es el santo “imperfecto”. Que sea así resulta un estímulo y un consuelo, y se evitan fáciles desilusiones del que siente que no llega y falsos perfeccionismo del que se imagina haber llegado.

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26
Oct
2023
Derivar hacia Jerusalén, como un río, la paz
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El libro de Isaías (66,12) anuncia proféticamente que el Señor hará derivar hacia Jerusalén, como un río, la paz. En estos momentos parece que ocurre todo lo contrario. Más que la paz, lo que ocurre en Jerusalén es una inundación, un torrente de guerra. ¿Acaso la profecía miente? La Escritura no miente, pero hay que saber leerla. La Escritura siempre ha requerido exégesis.

La profecía de Isaías sobre estos ríos de paz que corren hacia Jerusalén evidentemente no describe la realidad presente, sino la realidad que desea el Señor para Jerusalén y para todos los pueblos. Por eso, en nuestro caso, conviene entender la Escritura como si fuera un espejo. Pero el espejo de la Escritura no es como los otros espejos, que se limitan a mostrar la realidad, sino que es un espejo que nos muestra la realidad tal como debería ser y, por tanto, se convierte en elemento de contraste con la realidad tal como es. Pero este contraste no está ahí para desanimarnos o para condenarnos; ni siquiera está ahí para dejar claro lo malos que somos. Está ahí como una llamada para que cambiemos la realidad y la adaptemos a lo que exige el espejo.

Esta referencia a los ríos de paz que el Señor quiere que vayan hacia Jerusalén, es una llamada a los ríos de guerra para que se cambien en ríos de paz. En esta línea el mismo profeta Isaías (2,4) hablaba de que la Palabra de Yahveh busca convertir las espadas en rejas de arado, o sea convertir las armas de guerra en instrumentos para producir alimentos, de modo que ninguna nación levante la espada contra otra nación, ni se ejerciten más para la guerra. Sus ejercicios deben ser de amor y de paz.

Ya desde los comienzos de la historia, el ser humano, creado a imagen de Dios, se ha desviado en muchas ocasiones de lo que debe ser según el modelo con el que ha sido creado. Por eso, la historia de la humanidad es una historia de luchas y enfrentamientos fratricidas, que nunca han conducido a nada bueno. La historia de Caín y Abel, historia de envidia que conduce a la muerte, se ha repetido demasiadas veces. Por eso es necesario recordar el gran error de Caín. Cuando Yahveh le pregunta: ¿dónde está tu hermano?, Caín responde que no es el guardián de su hermano. Ese fue su gran error, su inmenso error, porque Caín es el “guardián de su hermano”, su pastor, su cuidador.

Todos los humanos estamos hechos para el amor, y por eso estamos llamados a amarnos los unos a los otros para así llegar a ser aquello que somos. Porque lo que somos no es algo pasivo y estático, sino activo y dinámico, que debemos realizar en cada momento. De ahí la necesidad de ser lo que somos, hijos de Dios llamados a vivir en fraternidad.

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23
Oct
2023
La paz, un imperativo absoluto
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guerra

En las guerras, como en casi todo, hay uno que empieza y otro que responde. Siempre hay un agredido y un agresor y, en este sentido, no se pueden equiparar responsabilidades. Pero no es menos cierto que las guerras no surgen por generación espontánea. Hay siempre unos elementos previos que la favorecen y la desencadenan. Y una vez desencadenada la guerra, no todo es lícito entre los beligerantes (Gaudium et Spes, 79). Al final, todos terminan perdiendo, aunque aparentemente parezca que gana uno. Lo más serio, lo más condenable, lo menos justificable, es la pérdida de vidas humanas inocentes (niños y enfermos incluidos), que se encuentran implicadas en el conflicto sin haberlo buscado ni deseado. Aunque sólo fuera por esas vidas la guerra es condenable e inaceptable.

Una guerra resulta tanto más odiosa cuando los mezquinos intereses humanos pretenden justificarse con argumentos religiosos. Apelar a Dios, tenga el nombre que tenga, para matar, es una profanación de su nombre, una blasfemia y un insulto a la inteligencia. Porque un dios que justifica la guerra es un diablo disfrazado. Ya la Escritura cristiana dice que Satanás se disfraza como ángel de luz (2 Cor 11,14). El mal siempre trata de justificarse presentándose en forma de bien. Y el mal absoluto apela a valores absolutos, unos religiosos y otros no religiosos (defensa de la patria, de la democracia, de la civilización).

Las guerras tienen consecuencias más allá de los contendientes directos en litigio. Las consecuencias económicas de la guerra en Ucrania están afectando a los países más pobres, debido al encarecimiento de los alimentos y de productos básicos. Hay consecuencias todavía peores, que van más allá de los países en guerra, como ha quedado claro con los asesinatos a personas inocentes en lugares alejados de Israel. Las guerras ajenas despiertan en algunos sentimientos de odio, actitudes fanáticas y pérdida de sentido de la medida y del juicio.

Siguen siendo actuales y más necesarias que nunca estas palabras del Concilio Vaticano II: “debemos procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra”. Y añadía un camino para ello: “todos han de trabajar para que la carrera de armamentos cese finalmente” (Gaudium et Spes, 82), pues “la carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable” (Gaudium et Spes, 81). Se trata de hacer de la paz un imperativo absoluto, como decía Juan Pablo II.

Ya sé que lo que acabo de decir es una utopía, o sea, algo deseable, pero de muy difícil realización. Pero la utopía no sólo es algo difícil, es también posible si se ponen determinadas condiciones. Lo malo es que estas condiciones que harían posible la utopía no interesan a los poderosos. Porque el negocio de las armas y el negocio de la guerra da mucho dinero a unos pocos y, como contrapartida, empobrece a muchos.

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20
Oct
2023
Domingo mundial de las misiones 2023
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domund2023

Con el lema: “corazones ardientes, pies en camino”, el domingo 22 de octubre se celebra el día mundial de las misiones.

La misión no es algo opcional, pues ella es consustancial a la fe. La fe exige un testimonio. Hasta el punto de que quién no confiesa su fe es sencillamente porque no cree o, dicho de forma más suave, porque tiene una fe muy débil, en el fondo, una falsa fe. Pero cuando hablamos de misiones no nos estamos refiriendo solo a esta necesidad de proclamar la fe. Estamos pensando en el testimonio que dan algunos (no sólo miembros de la vida consagrada o sacerdotes, sino también matrimonios y otros seglares) en lugares donde el Evangelio no ha sido escuchado; o donde los pocos o muchos cristianos que hay tienen necesidad de ayuda para fortalecer y consolidar su fe o sencillamente para vivir. Ocurre que hace unos 60 años estos lugares de misión parecían estar lejos de Europa. Hoy también Europa tiene necesidad de buenos misioneros.

En 1943 dos capellanes franceses de la Juventud Obrera Católica (Henri Godin e Yves Daniel) publicaron un libro que fue todo un aldabonazo: “Francia, país de misión”. Ellos constataron que las condiciones socio-culturales de la supuestamente católica Francia (“la fille ainée de l’Eglise”: la hija primogénita de la Iglesia) la convertían (al menos, en muchos de sus sectores) en un país de misión. Hoy la misión ya no es algo propio de tierras a las que nunca ha llegado la Iglesia, sino algo propio de los seis continentes, cosa que ya anunciaban proféticamente los autores del libro citado.

Los ciudadanos de España y de Europa viven en un ambiente claramente secularizado. Secularizado no es lo mismo que antireligioso. La secularización hoy se manifiesta como indiferencia ante lo religioso. Incluso parece que para muchos creyentes la fe tiene poca repercusión práctica en su vida. Las personas de nuestro mundo “desarrollado” viven bastante satisfechas con las cosas de este mundo. No necesitan nada más. O más exactamente: necesitan más y mejores cosas, pero mundanas. La vida de la mayoría de las personas (incluidos muchos creyentes) está organizada prescindiendo de Dios. Parece que a Dios ni se le ve, ni se le espera, ni se le necesita.

Por eso el lema propuesto para este domingo mundial de las misiones es de suma actualidad: todos los creyentes estamos llamados a ponernos en camino hacia todas las personas con las que nos encontremos para comunicarles que nuestra vida y nuestro corazón ha cambiado gracias a Jesucristo. Y hacerlo con buenos modos y respeto, como un amigo se dirige a otro amigo y comparte con él lo mejor que le ha ocurrido en su vida.

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