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Nov2023Pasar del lamento a la acción
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Añorar el pasado que uno no ha vivido y que sólo existe en su imaginación es una constante tentación. Hay grupos y personas que no han conocido la situación anterior al Concilio Vaticano II y que, sin embargo, la idealizan con el evidente objetivo de criticar el presente eclesial. Sin duda, en la Iglesia de hoy hay muchas cosas mejorables. Pero eso es una constante: todos los presentes son mejorables. Ya San Agustín, en el siglo IV, decía: “Es verdad que encuentras hombres que protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían. En realidad, juzgas que estos tiempos pasados son buenos, porque no son los suyos… Tenemos más motivos para alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos de él”. Pensar en lo santos que eran los creyentes del pasado está muy bien, pero lo importante es lo santos que debemos ser los creyentes de hoy.
Las lecturas del pasado y del presente están muy condicionadas por los ojos con que miramos. Ramón de Campoamor decía que “en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Es posible hacer una lectura positiva del presente: en los últimos cien años han mejorado muchas cosas gracias a la medicina y a la técnica, ha aumentado considerablemente la esperanza de vida, el hambre en el mundo sigue siendo un problema, pero no tan grave como hace cincuenta años. También es posible hacer una lectura negativa: si no hacemos algo para cambiar los malos usos que están conduciendo a un desastre ecológico, bien pudiera ocurrir que el crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, cree una situación de extrema gravedad, si tenemos en cuenta que la cuarta parte de la población mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las mega ciudades están situadas en zonas costeras.
Muchas veces nos quedamos en lecturas, diagnósticos o lamentos. Importa pasar del lamento a la acción. Aunque sea poco lo que podemos hacer. Pero con este poco, al menos, damos una respuesta. Cada uno es responsable de su respuesta. Más aún, nuestros actos, nuestras respuestas, pueden ser un estímulo para los demás. Lo que otros ven en nosotros, en forma de buenos o malos ejemplos, tiene más repercusiones de lo que imaginamos. Por eso importa vivir bien el presente. Lamentarse por el pasado, si eso no conduce a cambiar nuestro presente, es inútil. Soñar con futuros que no dependen de nosotros es otro ejercicio inútil.
Importa vivir bien hoy, pues lo que hacemos tiene un valor no sólo para nosotros, sino también para muchas otras personas. En esta línea el salmo 94 exhorta a los creyentes a “escuchar hoy la voz del Señor”. El salmo recuerda que, en tiempos pasados, Israel no fue fiel y endureció su corazón, no obedeciendo los mandatos divinos. Pero si al orante se le recuerda este pasado no es para que se entretenga en él, sino para estimularle a vivir bien el presente que, en realidad, es lo único que importa.
“Esto es lo que hay”, se dice a veces en plan conformista. Pero lo que hay no es para que nos conformemos o resignemos. Lo que hay es la vida que tenemos. Y no tenemos otra. Demos gracias a Dios por la vida que nos ha dado, y aprovechémosla. La mirada de Dios, tal como nos recuerda el profeta Isaías, es ver los brotes de esperanza que nos rodean y decidirnos a colaborar con ellos para su crecimiento y mejora: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo” (Is 43,18-19).