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Toda santa es María
6 comentariosLa fiesta de la Inmaculada nos invita a fijar nuestra mirada en la madre de Jesús. Más que entrar en la controvertida historia del dogma de la Inmaculada Concepción, interesa ofrecer una explicación teológica que ayude a vivir la fe con mayor convicción.
La concepción de Jesús parece que necesita, ya desde sus inicios, una cuna apropiada, coherente con su ser de Dios. Dado que la gestación no es sólo biológica o fisiológica, sino también cultural (pues el niño en el vientre materno oye la música, las palabras, siente las caricias, el humor, la alegría de la madre, y no sólo el humo del tabaco) parece necesaria una santidad excepcional en la mujer que concibe al Hijo de Dios. De hecho, antes de la proclamación del dogma de la Inmaculada, los teólogos estaban de acuerdo en que María fue santificada en el seno materno “con tal abundancia de gracia que ya quedó inmune desde aquel momento a todo pecado, no sólo mortal, sino incluso venial” (dicho con palabras de Tomás de Aquino).
El dogma afirma que María entró en la existencia como un ser humano redimido. Redimida antes de que ella se apropiara de la redención o fuese capaz de realizar una acción meritoria. Ahora bien, durante su vida posterior tuvo que responder libre y conscientemente a la gracia recibida. Se puede comparar el caso de María con el de los niños bautizados. Una vez bautizado, el niño está objetivamente redimido, pero sólo al madurar podrá asimilar personalmente el misterio de la redención. María pasó por un proceso semejante de desarrollo, aunque sin la intervención del pecado ni de sus efectos pecaminosos. Eso no significa que no sufriera tentaciones; significa que recibió una gracia que le permitió resistir a las fuerzas del mal con las que, inevitablemente, se encontró a la largo de su vida.
Dios ha dado a María una sobreabundancia de vida religiosa, una plenitud de caridad única. Este es el lado positivo de la doctrina de Pío IX sobre la Inmaculada, que concluye con un dogma formulado en términos negativos. El amor de Dios otorgado a María en su concepción, se convirtió en amor acogido cuando despertó la conciencia de María. Dios hizo que la atmósfera de pecado que, inevitablemente, envolvió a María, no encontrase en ella la menor complacencia. Sin duda, el medio familiar en el que ella creció era piadoso y santo y favoreció su crecimiento espiritual. Pero, tarde o temprano, se encontró en presencia del pecado y sus tentaciones, como también le ocurrió a su Hijo. Entonces la fuerza de su amor por Dios le preservó de toda complicidad, por pequeña que fuese. El torrente que puede derribar una casa construida sobre arena no pudo con una casa construida sobre roca.
Lo ocurrido con María, toda santa, toda de Dios, es un signo que indica a los cristianos cuál es nuestro objetivo: ser santos e inmaculados delante de Dios por el amor (Ef 1,4). Este es el camino que conduce a la vida eterna.