Dic
María en casa de la sabiduría
1 comentariosEl evangelio del cuarto domingo de adviento es un texto breve: Lc 1,39-45. Comparto con los lectores tres sencillas ideas sobre este texto.
María se puso en camino y entró en casa de Zacarías. Eso ocurre después de haber acogido la palabra del ángel, anunciándole que concebirá a uno que “será grande” porque será “hijo del Altísimo”. ¿Por qué motivo se dirige María a casa de Zacarías? Una piadosa respuesta sería: porque, enterada del embarazo de su parienta, iba a ayudarla. Pero me parece que hay una respuesta teológica mucho más apropiada, que pocos notan. Zacarías significa “memoria, recuerdo”. María acude a la casa de la memoria. María acude a los sabios de Israel, a los ancianos, representados por Zacarías e Isabel. En la casa de la sabiduría ocurren cosas sorprendentes. Es el lugar donde se confirman las buenas noticias
Una vez allí, Isabel, cuyo nombre significa “Dios es plenitud” y, por eso, el evangelista nos dice que está “llena del Espíritu Santo”, comparte la inmensa alegría de su hijo Juan, y saluda a María bendiciéndola a ella y bendiciendo, sobre todo, al fruto de su vientre. O sea, Isabel se pone a hablar bien (eso es bendecir, bien decir) de María y de su hijo. Confirma, por tanto, a María, en su fe en las palabras del ángel.
Finalmente, Isabel añade el más grande elogio de la fe: “dichosa tú que has creído” en las palabras del Señor. Es la primera de las bienaventuranzas que aparecen en el evangelio. Y probablemente la más importante de todas, puesto que se repite como final del evangelio, aunque esta vez dirigida a todos los creyentes en Jesús: “felices los que creen sin haber visto” (Jn 20,29). La bienaventuranza de María puede ser también la de todos los creyentes. María se convierte así en prototipo de lo que le espera a todo el que cree en Jesús y en la mejor realización de la fe.