Sep
La tristeza contraataca y pierde
1 comentariosSigo reproduciendo algunos fragmentos de la última meditación de Savonarola, tomados del libro traducido por Antonio Fontán en editorial Patmos. Continúo con las ideas ofrecidas en el post anterior. Pues, a pesar de todo, la Tristeza no se da por vencida y contraataca con argumentos que siguen siendo actuales. Parece que nuestras oraciones no llegan al cielo, que nuestras súplicas no tienen respuesta, que Dios se calla. Dice la tristeza: “¿piensas que Dios mira aquí abajo? El anda por los rincones del cielo y no atiende a nuestras cosas”. Más aún: muchas veces la tristeza nos dice que lo que predica la fe son “cuentos de los hombres”, que “no existen más que las cosas que se ven”. La tristeza pregunta: “¿quién ha vuelto jamás de la muerte y ha dicho algo de lo que puede ocurrir después de la muerte? Esas son fábulas de mujercillas”. Por eso, la tristeza aconseja a fray Jerónimo: “levántate y acude al auxilio de los hombres para que te libren de la cárcel y puedas vivir sin esforzarte vanamente, siempre engañado por la Esperanza”.
La esperanza responde recordando lo que dice la Escritura: es el insensato el que dice en su corazón que no existe Dios. “La Tristeza ha hablado como una mujer necia”. Y le pregunta a fray Jerónimo: “¿Puedes dudar de la Fe tú, que con tantos argumentos y razones la has robustecido en otros?”. A lo que responde el fraile: “Por la gracia del cielo creo que son tan verdad las cosas de la Fe como las que veo con los ojos de la carne. Pero la Tristeza me apretaba tanto, que me arrastraba, más que a la infidelidad, a la desesperación”. Sigue diciendo la Esperanza: “El Señor no te ha abandonado. Aunque no te escucha en seguida, no hay que desesperar. Espéralo si tarda: El vendrá, cuando venga, y tardará. El labrador espera con paciencia el fruto a su tiempo; la Naturaleza, cuando engendra algo, no le da enseguida su forma, sino que primero prepara la materia y la dispone poco a poco hasta que se haga propia para recibirla. El Señor escucha siempre al que ora piadosa y humildemente. Nunca se aparta nadie de él vacío… Los bienaventurados nos gobiernan, iluminan y consuelan invisiblemente, y no hay que añadir a esto apariciones visibles… Bástate la visita del invisible: el Señor sabe lo que necesitas. ¿Cuándo ha dejado de consolarte?”.
Consolado por estas palabras y postrado ante Dios, dice fray Jerónimo, “proseguí mi oración diciendo: inclina hacia mi tu oído, Señor”. Esta petición es la ocasión de otra buena reflexión teológica: “¿Es que Dios tiene oídos?... ¿Qué es inclinar tu oído a los que te hablan sino acoger sus oraciones, mirarlos con rostro piadoso, iluminarlos y encenderlos para que oren y se dirijan a Ti con confianza y fervorosa caridad, puesto que quieres socorrer a los que te piden con humilde piedad?… Inclina tu oído y escúchame pronto. Para Ti que moras en la eternidad todo tiempo es breve, porque la eternidad abarca todo el tiempo de una vez y excede inmensamente de todo el tiempo universal”. Y consciente de su final dice: “La muerte se acerca… Yo siempre esperaré en Ti, por encima de toda ponderación. Tú, Señor, acerca a mí tu oído, date prisa para librarme”.