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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

31
Dic
2015

Año 2016: amor más allá de la misericordia

4 comentarios

El término «misericordia» está compuesto por dos palabras: miseria y corazón. El corazón indica la capacidad de amar; la misericordia es el amor que abraza la miseria de la persona humana. Estas palabras del Papa sitúan en su justo lugar a la misericordia: es una forma de amar, que se despliega a la vista de la necesidad del prójimo. Pero el amor no se agota en la misericordia. Hace posible la misericordia, pero no se reduce a ella. El ideal del amor cristiano no es la misericordia. San Agustín tiene un texto iluminador a este respecto: “No debemos desear que haya pordioseros para ejercer con ellos las obras de misericordia. Das pan al hambriento, pero mejor sería que nadie tuviese hambre, y así no darías a nadie de comer… Quita los indigentes y cesarán las obras de misericordia. Cesarán las obras de misericordia, ¿pero acaso se apagará el fuego de la caridad?”. San Agustín termina diciendo que el auténtico amor no es el que damos al necesitado, sino el amor entre iguales. En cierto modo, cuando socorremos al necesitado nos ponemos por encima de él.

Estas reflexiones de san Agustín inciden en un aspecto importante de la relación entre amor y misericordia y nos hacen caer en la cuenta de que el auténtico amor es el que se da entre iguales. Por eso Dios, para amarnos como no se podía amar más, se hizo uno de nosotros. Es posible decir que el amor de Dios empieza siendo misericordioso, porque él tiene la iniciativa de despojarse de su categoría de Dios y hacerse uno de nosotros. Pero esta misericordia divina se diría que queda superada una vez que Dios se ha hecho uno de nosotros y se ha puesto a nuestro nivel. Entonces el amor entre Dios y el hombre, manifestado en Cristo, adquiere la categoría de amistad.

La misericordia tiene muchas vertientes. El año jubilar puede ser una estupenda ocasión para profundizar en ellas. Siempre es fruto del amor, pero el amor no se queda en el mero socorrer la indigencia. Busca una relación en la que no pueda decirse: te amo por lo que me das (o sea, me amas porque necesitas mis bienes). Este amar sin ambicionar las riquezas del otro, solo es posible si los amantes están en un plano de igualdad. Si hay necesidad no es de los bienes del otro, sino del otro como bien al que mi corazón amante le desea bien sin buscar compensación alguna. Esta igualdad entre los amantes, que se necesitan por sí mismos, pero no por lo que se pueden dar, es condición de perfección del amor. Incluso en el caso del Dios que perdona los pecados, su amor va más allá del perdón, pues este perdón es el primer paso para que el pecador pueda convertirse en amigo y en hijo. También ahí la misericordia del perdón queda superada para entrar en una relación de amor, en cierto modo entre iguales.

Las penosas urgencias de muchos hacen necesaria la misericordia. Pero es preciso caminar hacia un mundo en el que haya cada vez menos penosas urgencias, para que sea posible el mejor amor. El mejor amor es gratuito y desinteresado.

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Anónimo
1 de enero de 2016 a las 11:38

Feliz y laborioso 2016. Que desde el minuto cero nos encuentre preparados, arremangados, dispuestos a tender puentes y manos, a establecer diálogo y entente con todos. Dejemos el pasado en manos de la Misericordia,aprendiendo de los errores el futuro a la Esperanza, y el presente al Amor de todos por todo y por todos. Aprendiendo a amar bien. Porque en relaciones basadas en el poder y dominio, no cabe el amor en todas sus facetas, incluida la amistad. La lacra de relaciones personales, laborales, religiosas basadas en el poder anulan y embrutecen. Una asignatura pendiente para el año nuevo.

Estamos convocados a trabajar por la justicia, que hay recursos para todos si se realiza una buena distribución de los mismos. Así recibiremos todos el beso de la Paz, del Amor.La Plenitud del Gozo

Gracias Fr.Martín.

El ideal del amor cristiano no es la misericordia
2 de enero de 2016 a las 12:25

Muy acertado san Agustín. Es la famosa sentencia de no dar un pescado sino enseñar a pescar. Más que dar limosnas, habría que potenciar la formación de empresas, las facilidades de crear pymes, es decir, bajadas de impuestos, que ahogan e impiden su creación. No alentar en los jóvenes ser asalariados, sino que monten sus propias empresas. Que monten un negocio y creen media docena de puestos de trabajo. Y con ello acabar de una vez con los muros, libertad de movimiento de las personas, libres entre países, que el mundo es de todos. Libertad de movimientos, personas, mercancías, sin trabas, sin aduanas y tasas, sin discriminaciones. Que los países del Sur puedan vender sus productos en el Norte, que esos niños que tienen ganas de aprender y estudiar puedan llenar nuestros colegios y puedan prosperar en nuestras universidades. Dios encarnándose acabó con la discriminación. Aprendamos de su misericordia. Feliz Año Nuevo.

Anónimo
3 de enero de 2016 a las 19:15

Que nuestras palabras hoy, tengan el color de la alegría, la fuerza de la solidaridad, el encanto de hacer bien las cosas con el empuje de la fe, realimentando el resorte diario de la esperanza; porque, como dice mi amigo Pablo, no nos resignamos a que nuestra esperanza pueda ser una farsa, porque entonces nunca encontraremos sus mejores razones para vocear a los cuatro vientos que Jesús es el Señor y vive en nosotros. Con la solidez de nuestra esperanza seguro que superaremos la tentación al desaliento, al cansancio… que priva de tanto encanto a nuestro testimonio, y seremos bendición siempre los unos para los otros.
Gracias Fray Martín un abrazo grande para tod@os y os deseo un Felizzzzz año...mar

Angel Plaza
5 de enero de 2016 a las 00:38

Al hilo del articulo me surgen mil dudas.
La Iglesia y todo su clero “separado” pueden entonces ejercer la misericordia pero no pueden amar. El clero nunca se pone en pie de igualdad con la humanidad. Conventos, monasterios, votos, ordenes religiosas, jerarquías eclesiales, hábitos, … y un larguísimo etc. que llega hasta al balcón de la Plaza de San Pedro, son confortables barreras elevadas que permiten a la Iglesia tener misericordia sobre nosotros, los desterrados hijos de Eva, pero no que el amor fluya.
Sin embargo los evangelios están llenos de nombres propios a los que Jesús amaba, nombres de hombres y mujeres. Y Jesús se permite ser una persona que ama de palabra y de gesto, ya sea para permitir que su discípulo ponga su cabeza en el pecho o para que una mujer le lave los pies… pero los cristianos (y no digamos el clero) amamos en abstracto, amamos a los pobres, a los enfermos, a todo el que lo necesite, quizá en realidad (siguiendo el articulo) no amamos a nadie, solamente a nosotros mismos y al bello reflejo de nuestro rostro en el espejo… es decir puro narcisismo.
Si el amor se debe dar entre iguales, en las Iglesias hay poco amor…
Saludos

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