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Sep2022Madre, hermana y hermano. ¿Y el padre?
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Sep
En esta palabra de Jesús: “todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50), resulta llamativa la ausencia del padre. Hay otro texto en el que esta ausencia resulta tanto o más sorprendente. Cuando Jesús invita a seguirle, dejando por él hacienda, padre, madre, hermanas o hermanos, indica la recompensa que le espera al discípulo: cien veces más en casas, hermanos, hermanas y madres, pero no aparece el padre (Mc 10,29-30).
Una posible explicación de esta ausencia es que el único Padre de Jesús y, por extensión de todo cristiano, es el celestial. Unidos a Jesús, nosotros participamos de esta relación con Dios como padre y, por tanto, entre los seguidores de Jesús solo puede haber hermanos o hermanas y, quizás también madre, en la medida en que la maternidad excluye relaciones de dominio. De ahí esta otra palabra de Jesús: “no llaméis a nadie Padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo” (Mt 23,9). Como las relaciones con Dios están únicamente basadas en el amor, y en aquella sociedad y para aquella gente que le escuchaba, la figura del padre tenía connotaciones de dominio y poder, cuando no de abuso, se diría que Jesús se niega a utilizar esta imagen para explicar la relación que debemos tener con Dios.
La figura del padre terrestre no es adecuada para entender la paternidad divina. Cuando Jesús la utiliza deja claro que se trata de alguien “malo” y, por tanto, sólo prescindiendo de esta maldad espontánea y casi connatural, es posible hacernos una pobre imagen de lo que puede ser la paternidad divina, que desborda toda posible comparación con el padre terrestre: “si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mt 7,11). El padre terrestre es una mala referencia para entender al Padre celestial. Por el contrario, el Padre celestial es el modelo de todo buen padre terrestre. El Padre celestial es instancia crítica de todas las paternidades (y de paso de todas las maternidades) humanas.
Cierto, cuando Jesús enseña cuál es la buena relación con Dios utiliza el término Padre. Pero se trata de un Padre muy especial. Cualquier comparación, por muy positiva que sea, es un pálido balbuceo de lo que puede ser el Padre celestial. Es un “Padre nuestro”, que nos une como hermanos y nos iguala a todos, sin anular las diferencias personales, pues no es una igualdad “igualitaria” que nivela y anula, sino que está fundada en el amor que respeta y acoge.
La relación con este Padre es muy distinta de las relaciones con los padres de la tierra, pues el término arameo que hay detrás del modo como Jesús enseñó a dirigirnos a Dios es “Abba”. Es el balbuceo de un niño, todavía inocente y sin experiencia de opresión, que se dirige con un cariño espontáneo a su progenitor. Una buena traducción sería: “papaíto querido”. Esa es la relación que debemos tener con Dios. Pero esta relación, por parte nuestra, supone un antes, a saber: lo que es Dios para nosotros. Y Dios, tal como Jesús lo reveló, es Amor, solo Amor y nada más que Amor, sin ningún asomo de no Amor.