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Sep2014Pueblo de Dios por ser Cuerpo de Cristo
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Sep
La palabra Iglesia, que el Nuevo Testamento emplea para designar a la comunidad de Jesús, proviene del griego ekklesia, que significa reunión. El término equivalente hebreo, que emplea el Antiguo Testamento es kahal, palabra que designa la congregación del pueblo de Israel. El pueblo de Israel es “preparación y figura” del “pueblo de Dios” que nace de “la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo” (Lumen Gentium, 9). En los años posteriores al Concilio Vaticano II la teología empleó insistentemente la expresión “pueblo de Dios” para referirse a la Iglesia. De este modo, además de notar que la Iglesia es heredera del pueblo de Dios del A.T., se ponía de relieve algo fundamental, a saber, la radical igualdad que, por el bautismo, hay entre todos los miembros de la Iglesia y, por tanto, la comunión que entre ellos debe darse, en suma, la conciencia fraterna de la Iglesia. El concepto de pueblo no remite a una masa amorfa, que estaría “en” un pueblo, sino a una comunidad de personas adultas, conscientes de sus propias responsabilidades y convicciones, que “son” ese pueblo. Asunto distinto es que dentro de ese pueblo haya tareas, ministerios y funciones diferenciadas, pero antes de las diferencias hay una cualidad común a todos los miembros de la Iglesia.
La terminología de pueblo de Dios tiene sus arraigos en el A.T., pero se encuentra también en el N.T. (Rm 9,25; Heb 4,9; 8,10; 1 Pe 2,10; Ap 18,4; 21,3). Ahora bien, además de la continuidad con el pueblo del A.T., la Iglesia comporta una novedad que se expresa añadiendo que ella es “Cuerpo de Cristo”, que vive del cuerpo (eucaristía) y de la palabra de Cristo. Esta imagen remite a la comunión que debe haber entre todos los miembros del cuerpo, a la necesidad que tienen los unos de los otros, pero también a las diferentes funciones que tienen esos miembros. Y orienta hacia Cristo como cabeza del cuerpo, que une, armoniza y vivifica a todos los miembros. En el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios encontramos el texto fundamental que define a la Iglesia como “cuerpo de Cristo”, después de haber definido (en el capítulo 11) también a la eucaristía como “cuerpo de Cristo”. Eucaristía e Iglesia se definen del mismo modo precisamente porque la eucaristía constituye a la Iglesia y la Iglesia hace (y celebra) la eucaristía. No puede darse la una sin la otra.
La remisión de la Iglesia a Cristo nos permite situar la fundación de la Iglesia, querida por Cristo, frente a algunas ambigüedades que hoy pretenden desligarla del Jesús histórico. “Nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios”, afirma Lumen Gentium, 5. Podemos ir más lejos, y afirmar que en el N.T. se encuentran los gérmenes de una estructura que se remonta a las palabras y hechos de Jesús, pues (como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 765), “el Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf. Mc 3,14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19,28; Lc 22,30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21,12-14). Los Doce (cf. Mc 6,7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte (Cf. Mt 10,25; Jn 15,20). Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia”.
Las ediciones latinoamericanas de los textos litúrgicos suelen traducir por “mujer de mala vida” lo que en los libros usados en España se traduce por prostituta. Así, por ejemplo, el evangelio de Lucas cuenta que Jesús estaba comiendo en casa de Simón, el fariseo. Allí entró “una mujer de mala vida” que, llorando, se puso a besar los pies de Jesús y a perfumarlos (Lc 7,36-50). Cuando un día, en una eucaristía, escuché este tipo de traducción, me puse a pensar: ¿se trata de la directora o de la principal accionista de un banco, de esos que venden bonos basura a sus clientes; o quizás se trata de una política que se aprovecha del cargo para su propio beneficio, o quizás de una alta ejecutiva que paga salarios de miseria a sus trabajadores? Evidentemente, incluso con este tipo de traducción, todos entendemos que se trata de una prostituta.
La esperanza cristiana tiene la misma estructura que la esperanza humana. Aunque, ciertamente, el objeto de la esperanza cristiana es Dios mismo. Lo que finalmente esperamos los cristianos no es solo vivir más y mejor, es vivir con Dios y en Dios. Por eso, el Credo de la fe cristiana termina en la esperanza: esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Esta esperanza cristiana está bien fundamentada. No es una vana ilusión. Se apoya en el poder y en la misericordia de Dios. Si en Jesucristo, Dios nos ha manifestado el poder que tiene de resucitar muertos y el gran amor que tiene por todos y cada uno de nosotros, entonces es lógico esperarlo todo de él.
En la carta a los romanos, dice San Pablo que Dios, independientemente de la ley, manifiesta su justicia justificando al pecador, o sea, perdonándole. Este tipo de justicia resulta muy extraño, pues lo justo no parece que sea perdonar al pecador, sino castigarle. El perdón contradice la mera justicia conmutativa, que exige represalias. De ahí la pertinencia de la pregunta que plantea Walter Kasper: “¿cómo puede un Dios que ha de ser pensado como justo mostrarse misericordioso con los victimarios sin hacer violencia en el acto del perdón a las víctimas, en caso de que no estén de acuerdo con tal perdón?”
Confesar que Dios es creador es reconocer el carácter dependiente de todo lo creado, incluido el ser humano. La dependencia es algo que, en nuestra sociedad, se considera negativamente, por reacción a una falta de autonomía que, en ocasiones, tiene duros antecedentes históricos y sociales. No se soporta la dependencia económica, ideológica, jerárquica, afectiva, y se busca, en cambio, la independencia, el no depender de nada ni de nadie.
Buenas noticias hay en todas partes. También en los medios de comunicación. Importa hacer una aclaración: no hay que confundir lo real con la noticia. Noticia es lo que se anuncia. La realidad es más amplia. Algunos confunden la realidad con la noticia. Son los que piensan que solo existe lo que sale en los periódicos o en la televisión. O los que dicen: si no estás en internet, no eres nadie. Pero la realidad es más amplia de lo que se publica. Se publica lo que al publicista le interesa que sea conocido.