25
Jul2014Bendiciones en vez de sacramentos
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Jul
Se ha hablado mucho de evangelizar la cultura. ¿Cómo denominar al fenómeno inverso, o sea, al hecho de que la cultura seculariza determinados elementos religiosos o, por mejor decir, utiliza la religión como pretexto para determinadas celebraciones que tienen un sentido también secular, pero para las que no se ha encontrado un acto secular que satisfaga todo el sentido que uno quiere darles? Quizás podríamos hablar de secularización de la religión por parte de personas que piden un acto religioso pero prescinden del sentido religioso del acto.
Hay católicos no practicantes que todavía acuden a la Iglesia para solicitar determinados servicios, fundamentalmente bodas, bautizos, primeras comuniones y funerales. Cuando a estas personas se les dice que deben hacer un cursillo para poder recibir alguno de esos sacramentos, unas veces lo aceptan con resignación, otras ponen mil excusas para no hacerlo y otras hasta protestan. En realidad esas personas buscan un modo de celebrar un acontecimiento que les afecta muy de lleno. No han encontrado el equivalente no religioso que pueda dar un sentido a la fiesta o al acontecimiento. Primero porque todavía están imbuidos de un ambiente social cristiano, que les hace recordar que en su familia esos acontecimientos se celebran de ese modo. Y segundo porque no se han impuesto aún los sustitutivos seculares correspondientes. El único sustitutivo que está ya totalmente impuesto es el matrimonio. Pero para celebrar el nacimiento, o la entrada en la adolescencia y no digamos para llorar la muerte, todavía los mejores servicios los presta la Iglesia.
Si ponemos dificultades a estas personas, poco a poco irán buscando otros modos de vivir y celebrar estos acontecimientos. Ya en la antigua República Democrática Alemana se intentó algo de eso sustituyendo la primera comunión por una fiesta de entrada en la adolescencia. ¿Vale la pena “aprovechar” esta demanda de servicios para intentar mantener un catolicismo de mínimos, o nos ponemos serios y rechazamos a los que no son serios según nuestros criterios de seriedad? No lo tengo claro, pero me planteo si no deberíamos hacer lo posible para no apagar las mechas humeantes. Siempre ha habido grados en la vivencia de la religión. Me pregunto si ha llegado el momento de distinguir entre un sacramento y una bendición eclesial. Hay muchas personas que no están preparadas para recibir un sacramento, pero sí que lo están para acoger una bendición o una oración que les ayude a vivir mejor un acontecimiento humano que les importa.
Antoine de Saint-Exupéry, el autor del Principito, cuenta una curiosa historia sobre la cría de gacelas en un oasis de los confines del Sahara: capturadas jóvenes, comen en la mano, se dejan acariciar y, cuando se las cree domesticadas, se las encuentra empujando contra el cerco, en dirección al desierto. Estas gacelas que han vivido siempre encerradas y nada saben de la libertad de las arenas, ignoran lo que quieren. Buscan galopar a ciento treinta kilómetros por hora, buscan los chacales, que las obligaran a superarse, a dar grandes saltos, a correr hasta desfallecer. No saben lo que quieren, pero lo quieren. Tienen nostalgia de realizar su ser de gacelas, aunque para ellas este ser sea todavía desconocido. El objeto del deseo existe, aunque no sepamos ni como se llama ni como describirlo.
“Tú eres un Dios escondido” exclama el profeta Isaías. El profeta añade que este Dios escondido es también el Salvador de Israel (Is 45,15). En lo referente al escondimiento de Dios, hay una coincidencia básica entre el creyente y el no creyente. Precisamente lo que hace posible el ateísmo es la no evidencia de Dios, el hecho patente de que Dios no se impone y de que no existe ningún argumento concluyente que nos obligue a afirmar su existencia. El creyente también está de acuerdo en que Dios no es una evidencia. Si existe no hay modo de señalarlo con el dedo. Señalar con el dedo solo se puede a los ídolos. Por tanto, la diferencia entre creyente y no creyente no está en afirmar el silencio o el ocultamiento de Dios, sino en que el creyente afirma que, a pesar de este ocultamiento, Dios existe y es Salvador. En la base de toda religión está esta convicción y esta confianza.
A muchos de nuestros contemporáneos no acaban de gustarles las representaciones que muestran a Jesús con el corazón traspasado y, a menudo, rodeado con una corona de espinas (pongan en google: “sagrado corazón de Jesús”, pinchen en “imágenes” y verán lo que encuentran). Si queremos actualizar esta devoción y encontrarle un sentido que responda a los anhelos de muchas personas de hoy, es necesario dejar de concentrar nuestra mirada en el corazón físico de Jesús (“yo no tengo devoción a una víscera”, me dijeron una vez en el confesionario), y recuperar el sentido bíblico y amplio del corazón como centro de nuestra afectividad y de nuestras decisiones más íntimas. En este sentido, el corazón de Jesús sería un buen símbolo de la misericordia de Dios que se expresa en todas las palabras y hechos de Jesús.
En verano hay de todo: gente que descansa de sus trabajos; buenas personas que aprovechan este tiempo para hacer libremente el bien a los demás (como voluntario en campamentos, o en lugares de misión, o en residencias de ancianos, o en sesiones de refuerzo escolar). Hay también personas que no disponen de ese tiempo para dedicarlo libremente a hacer el bien, sino que deben seguir haciendo el bien desde sus obligaciones ordinarias o desde lo que otros les solicitan.